por Gustavo Burgos
«Que la verdad brote de la tierra» Salmo 85:12
La guerra de exterminio que lleva adelante el imperialismo en Palestina desde hace 75 años alcanza al día de hoy uno de sus puntos más altos. Miles de civiles son asesinados bajo el fuego sionista y Gaza arrasada con armamento químico proscrito desde hace más del cien años. La extrema gravedad de los hechos han obligado al conjunto de las fuerzas políticas a definirse frente a esta cuestión, dejando de un lado las caretas democráticas y haciendo evidente su posicionamiento de clase. Porque tras el imperialismo, sus agentes sionistas y la organización genocida llamada Estado de Israel, se han agrupado la OTAN y buena parte de los gobiernos burgueses en oriente, de la burguesía sunita (Egipto, Arabia Saudita y Jordania) y en América Latina, Perú, Uruguay, Chile y Argentina que se han puesto vergonzosamente del lado imperialista.
No solo la derecha, sino que los laboristas, la socialdemocracia europea y los progresistas de todo pelaje se han sumado espantados al coro antiterrorista, responsabilizando a Hamas de una acción de lesa humanidad. En la Alemania de de Scholz, la Francia de Macron y por supuesto en el Chile de Boric se ha llegado al extremo de impedir las manifestaciones en apoyo a la causa palestina. Los medios de comunicación patronales de forma unánime han calificado la acción de resistencia del 7 de octubre pasado como un «ataque» a Israel. Al contabilizar los muertos, los israelíes son asesinados y los palestinos simplemente «mueren». El ataque genocida que en estos momentos lleva adelante el Ejército israelí en contra de los dos millones de habitantes de Gaza pone al rojo vivo no solo la cuestión nacional palestina, sino que el carácter de clase de toda lucha antiimperialista. La radicalidad del conflicto obliga a tomar posición a favor o en contra de la ocupación de Palestina.
Carece de interés a estos efectos impugnar la miserable campaña antiterrorista propalada por los agentes del imperialismo. A nuestros enemigos no les pedimos nada, como sea que la lucha de clases es una batalla en la que no se da ni se pide cuartel. ¿Se transformarán los imperialistas en custodios de la verdad, sensibilizados por las atrocidades de la guerra? Por supuesto que no, del momento que la liberación del pueblo palestino solo podrá ser el resultado de la destrucción del Estado de Israel y la defensa del misma forma parte del amplio arco contrarrevolucionario que bajo la divisa sionista encolumna a los defensores del régimen fascista en que se sustenta Israel.
El sionismo mantiene a la fecha secuestrados a más de 15.000 presos políticos y un 10% de ellos son niños; diariamente cortan el agua y la electricidad; impiden la llegada de alimentos y se solazan destruyendo plantaciones y en lo que va corrido del último año han matado un promedio de dos palestinos al día. Desde hace 75 años llevan adelante una metódica y feroz campaña de exterminio en contra de los árabes y de masiva usurpación de sus territorios. En este contexto la acción denominada Operación Al Aqsa no puede sino ser considerada una elemental acción de resistencia. Calficarla como acción terrorista importa desconocer el carácter de liberación nacional de la lucha del conjunto del pueblo palestino y que son ellos quiénes han de definir cuál es el camino para la conducción de su lucha. Es un hecho evidente que la acción orientada a recuperar territorio usurpado por el Estado de Israel en caso alguno puede ser considerado un ataque, sino que como ya dijimos una acción de resistencia.
En este marco, la liberación del pueblo palestino pasa invariablemente por resolver la cuestión nacional en el terreno de la lucha de explotados contra explotadores. La burguesía palestina por los mismo —encarnada en la Autoridad nacional de Mahmud Abás— es enteramente incapaz de dar conducción a esta lucha del momento que sus agentes actúan como fuerza de ocupación delegada en estrecha colaboración con el sionismo. La estrategia de los «dos Estados» se ha develado como un paralizante de la resistencia y un instrumento de la política de exterminio israelí. Está claro —por lo mismo— que el camino de liberación nacional y social dependerá de la capacidad de los trabajadores palestinos de acaudillar al conjunto de los explotados, estructurar su propio Gobierno e instaurar una república obrera, socialista en la que —como hace miles de años— convivan árabes y judíos. Pero tal república socialista será palestina o no lo será.
Sostener tal concepción supone el apoyo incondicional de la lucha en contra del ocupante. Todo planteamiento pacifista, en este contexto, ubica a sus sostenedores en el campo político del sionismo. En este punto hemos de señalar que una parte significativa de la izquierda ha quedado atrapada en tal perspectiva pacifista burguesa del conflicto. El caso más grave y patético en la escena internacional a este respecto lo constituye el de la candidatura del Frente de la Izquierda y los Trabajadores (FIT) en la Argentina, Myriam Bregman quien enfrentada en un debate a cuatro candidatos de la burguesía —entre ellos Milei— todos alineados con Israel, fue incapaz de reivindicar la lucha palestina y espetó un tímido «apoyo a las víctimas». Tal fenómeno —lo cito a vía ejemplar pero hay múltiples expresiones de esto— de refugio en el pacifismo, es una forma oblicua de repudio a la violencia de los explotados.
En este punto es necesario ser absolutamente claros: los marxistas por principio no condenamos las acciones de violencia de los explotados. No nos corresponde un papel de censores morales de la lucha de clases, sino que al contrario la de participar activamente de ella. En concreto en el caso palestino, para disputar con un programa socialista la conducción política a Hamas —organización fundamentalista islámica— es imprescindible estar en la misma trinchera que el pueblo palestino. No hay otro principio distinto que la del combate ni bandera distinta que la de la victoria.
Desconocemos qué curso tomarán los acontecimientos en Palestina. Como decimos al comienzo, mientras se escriben estas líneas se masacra a la población civil en Gaza y la ciudad es arrasada. Será una guerra de largo alcance, un nuevo Stalingrado, porque el Ejército Israelí debe ocupar militarmente la ciudad y la lógica de la guerra urbana en la que cada centímetro, cada, puerta, cada ventana es un campo de batalla, es especialmente dura para una fuerza ocupante y mercenaria como la israelí. Los médicos del hospital de Gaza, hace un par de horas —lo comunicó en directo Nicola Hadwa en el mitin por Palestina en Valparaíso— se quedarán en el hospital junto a sus enfermos, porque abandonar su puesto hospitalario es abandonar a sus pacientes a la muerte. Tal disposición irreductible al combate es el combustible de un enfrentamiento que promete profundizarse y que ya ha trizado al propio régimen sionista.
En efecto, la «invencible» maquinaria militar sionista si bien con la que hace gárgaras Netanyahu tiene una abrumadora superioridad técnica y los ilimitados recursos que le proporciona EEUU, tal superioridad no es garantía en sí para someter la indomable tenacidad de un pueblo que lucha por su tierra, por su existencia y por su identidad. En nuestro país la política de exterminio dirigida por el Estado en contra del pueblo-nación Mapuche, una lucha tan antigua como el Estado chileno y aún mayor, no ha sido capaz de someter a este pueblo. Al día de hoy el gobierno «democrático y transformador» de Boric ha sustentado todo su gobierno ocupando militarmente el Wallmapu, encarcelado a sus dirigentes y orquestado una feroz campaña de criminalización, sin embargo tales acciones son insuficientes para someter la rebelión de este pueblo.
No se trata de una cuestión puramente moral, aunque se enraíza en ello. Se trata de que los conflictos militares son una simple manifestación en otro estadio del enfrentamiento de clases y de la opresión nacional. La subsistencia de los antagonismos y la incapacidad del opresor de legitimar su opresión respondiendo al reclamo del oprimido, transforma al enfrentamiento en algo crónico. Es por ello que la liberación de los explotados se rige por las normas de la guerra, pero no es un simple enfrentamiento entre aparatos armados, fusil contra fusil, sino que es una guerra social, de clases en la que las acciones militares solo pueden ser cabalmente comprendidas si se observa el panorama general del movimiento y su contexto internacional.
Y es esta perspectiva en la que la aparente debilidad palestina se transforma en su opuesto. Porque mientras la causa palestina es la bandera de los explotados del mundo entero, por ser una causa antiimperialista, la causa sionista está condenada por la decadencia y la crisis generalizada del orden capitalista y del propio imperio norteamericano. Por eso el sionismo necesita del terror y de su cohorte de impotentes pacifistas de la ONU y el reformismo, por el contrario, la causa palestina se nutre de la lucha de los pueblos en el mundo entero, del accionar de los explotados y oprimidos, de las fuerzas de la revolución.
Por lo expuesto, la solidaridad con la causa palestina va mucho más allá de la necesaria denuncia de los crímenes del sionismo y el reclamo del cese de la ocupación. Esta solidaridad de clase, por ser antiimperialista ha de expresarse además como lucha en contra del principal representante de los intereses imperialistas en nuestro país, el Gobierno de Boric, que siguiendo su política internacional se ha puesto servilmente del lado del opresor Estado de Israel. Y esto porque el régimen en su conjunto, con todas las fuerzas políticas del propio régimen, se han puesto —desde Republicanos hasta el Frente Amplio y el PC— del lado del opresor.
Es en la organización popular, la movilización, en la unificación de los conflictos y en la formación de una nueva dirección política de los trabajadores, el terreno en el que la solidaridad con la noble rebelión palestina se manifestará en su completa dimensión: Viva Palestina Libre y Socialista.