por Francisco Erice
Sucedió en la madrugada del 20 de abril de 1963, hace ahora sesenta años. En un campo de tiro en Carabanchel, con rasgos propios de un ritual de los viejos tiempos (incluyendo los faros de tres vehículos iluminando en semicírculo el macabro escenario), caía abatido por los disparos de un pelotón de fusilamiento Julián Grimau García, justamente calificado como «el último muerto en España de la guerra civil». Grimau, según el testimonio de su defensor militar, el joven, honesto y pundonoroso capitán Alejandro Rebollo, murió dignamente, con la serenidad que era propia de su carácter, sin gritos ni aspavientos y sin dejar que le vendaran los ojos. Acababa de cumplir 52 años y acumulaba ya una larga trayectoria de servicios al que era su partido desde octubre de 1936, el PCE; primero como exiliado en Latinoamérica y, desde 1947, en Francia, donde había ido implicándose de manera cada vez más intensa en los trabajos de contacto con el interior.