Si fuese necesario creer las palabras de los portavoces de la burguesía, la clase obrera no tendría peores enemigos que los socialistas. “Pues ellos hablan claramente en contra de los vicios de la sociedad actual”, dicen, “y lamentan la suerte infeliz de los obreros; pero en lugar de pensar en proporcionarles ayuda inmediata, al proletario le muestran, en el futuro, una sociedad socialista que, precisamente, nunca se realizará. Sólo aquellos que, como nosotros, se sitúan en el terreno del orden actual y que sostienen que es eterno, pueden dedicarse con ardor a la mejora, por medio de reformas, de las condiciones actualmente existentes. Y esto es por lo que todos nosotros, liberales y antisemitas, progresistas y cristianos católicos, somos amigos infatigables de la reforma y estamos incesantemente preocupados por mejorar la suerte de los obreros. En lo que a ellos respecta, los socialistas lo ven todo muy fácil: en lugar de ponerse a trabajar, solamente dan a los hombres un consuelo, el futuro. Rechazan las reformas que proponemos, bajo el pretexto de que son una burla de las demandas obreras, o de que contienen disposiciones calificadas hostiles a los obreros. Toman una actitud exclusivamente negativa. Y esto es enteramente natural; si todos los males pudiesen ser suprimidos dentro del marco del mundo actual y si, consecuentemente, las causas del descontento fuesen a desaparecer, no habría nada que hacer en una sociedad futura.”
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