por Tito Tricot
Dicen los antiguos que había un anciano con una memoria tan colosal que era la memoria misma. Recordaba hasta el silencio de una hoja después de haber sido resquebrajada por la pisada de una tapir encinta. También, cuentan, que de su garganta brotaba la historia, porque, a fin de cuentas, era la historia misma. Es que, la memoria y la historia, pero también el Olvido, surcan el mar en una nave de cristal, tan frágil, que puede estallar en mil pedazos en cualquier momento. Y, a veces, en medio de la tempestad, el Olvido fagocita a la memoria y pulveriza a la historia. Es lo que ha ocurrido, creo, en este proyecto de la Alcaldía ciudadana. Digo inequívocamente: “creo”, pues no represento a nadie, no hablo por nadie, no opino por ninguno. Acierto y yerro en la más catedralicia de las soledades. Por ende, mi renuncia es tan propia y única como la muerte una noche cualquiera de tardío invierno porteño. Y fue precisamente en la madrugada de fines de invierno de 1973 cuando Valparaíso fue golpeado por el peor de los golpes: el golpe de Estado. Historia y Memoria, esas que se cuidan, se atesoran, no con nostalgia irreductible, sino que con resguardo crítico. Pero jamás se desechan. Sin embargo, acá pareciera que todo empezó de cero; que los sembradíos históricos de obreros, campesinos, mujeres, pueblos originarios, estudiantes, entre muchos otros, desaparecieron en un temporal de arrogancia.
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