“Conforme disminuye progresivamente el número de magnates capitalistas [dice Marx] que usurpan y monopolizan este proceso de transformación, crece la masa de la miseria, de la opresión, de la esclavización, de la degeneración, de la explotación; pero crece también la rebeldía de la clase obrera, cada vez más numerosa y más disciplinada, más unida y más organizada por el mecanismo del mismo proceso capitalista de producción. […] La centralización de los medios de producción y la socialización del trabajo llegan a un punto en que se hacen incompatibles con su envoltura capitalista. Ésta salta hecha añicos. Ha sonado la hora final de la propiedad privada capitalista. Los expropiadores son expropiados.”29 Es la revolución socialista. Para Marx, el problema de reconstruir la sociedad no surgía de alguna prescripción motivada por sus predilecciones personales; era una consecuencia, una necesidad histórica rigurosa, de la creciente madurez de las fuerzas productivas, por una parte, y de la ulterior imposibilidad de fomentar esas fuerzas bajo el imperio de la ley del valor por un otra parte.
Las elucubraciones de ciertos intelectuales según los cuales, contra la teoría de Marx, el socialismo, no es inevitable sino únicamente posible, están desprovistas de todo contenido. Evidentemente, Marx no quiso decir que el socialismo se realizaría sin la intervención de la voluntad y la acción del hombre: tal idea es simplemente un absurdo. Marx predijo que la socialización de los medios de producción sería la única solución al colapso económico en el que debe culminar, inevitablemente, el desarrollo del capitalismo, colapso que tenemos ante nuestros ojos. Las fuerzas productivas necesitan un nuevo organizador y un nuevo amo y, teniendo en cuenta que la existencia determina la conciencia, Marx no dudaba de que la clase trabajadora, a costa de errores y de derrotas, llegara a comprender la verdadera situación y, tarde o temprano, sacaría las necesarias conclusiones prácticas.
Que la socialización de los medios de producción creados por los capitalistas ofrece una tremenda ventaja económica se puede demostrar hoy en día no sólo en teoría sino, también, con la experiencia de la URSS, a pesar de las limitaciones de esa experiencia. Es verdad que los reaccionarios capitalistas, no sin artificio, hacen servir al régimen de Stalin como un espantajo contra las ideas socialistas. De hecho, Marx nunca dijo que el socialismo podría realizarse en un sólo país, y, menos aún, en un país atrasado. Las continuas privaciones de las masas en la Unión Soviética, la omnipotencia de la casta privilegiada que se eleva por encima de la nación y de su miseria, la arbitraria arrogancia de los burócratas, todo ello junto, no son consecuencias del método económico socialista sino del aislamiento y del atraso histórico de la URSS asediada por los países capitalistas. Lo que es admirable es que, bajo esas condiciones excepcionalmente desfavorables, la economía planificada haya conseguido demostrar sus indiscutibles ventajas.
Todos los salvadores del capitalismo, tanto los de la especie democrática como los de la fascista, se esfuerzan en limitar o, al menos, disimular el poder de los magnates del capital para impedir “la expropiación de los expropiadores”. Todos ellos reconocen, y muchos de ellos lo admiten desenvueltamente, que el fracaso de sus tentativas reformistas debe llevar inevitablemente a la revolución socialista. Todos ellos han logrado demostrar que sus métodos para salvar al capitalismo no son más que charlatanismo reaccionario e impotente. La predicción de Marx sobre la ineluctabilidad del socialismo se ve así confirmada por el absurdo.
La propaganda de la “tecnocracia”, que ha florecido en el período de la gran crisis de 1929-1932, está fundamentada sobre la premisa correcta de que la economía debe ser racionalizada únicamente por medio de la unión de la técnica elevada a la altura de la ciencia y del gobierno al servicio de la sociedad.
Aquí es donde comienza la gran tarea revolucionaria. Para liberar a la técnica de la intriga de los intereses privados y colocar el gobierno al servicio de la sociedad hay que “expropiar a los expropiadores”. Únicamente una clase poderosa, interesada en su propia liberación y opuesta a los expropiadores capitalistas es capaz de cumplir esa tarea. Únicamente mediante la alianza con un gobierno proletario podrá construir la capa cualificada de los técnicos una economía verdaderamente científica y verdaderamente racional, es decir, una economía socialista.
Lo mejor sería llegar a ese objetivo por una vía pacífica, gradual, democrática. Pero el orden social que se ha sobrevivido a sí mismo no cede nunca el lugar a su sucesor sin resistencia. Si la democracia joven y fuerte demostró en su tiempo ser incapaz de impedir el acaparamiento de la riqueza y del poder por la plutocracia, ¿es posible esperar que una democracia senil y devastada se muestre capaz de transformar un orden social basado en el dominio ilimitado de sesenta familias? La teoría y la historia enseñan que la sustitución de un régimen social por otro, exige la forma más elevada de la lucha de clases, es decir, la revolución. Ni tan siquiera la esclavitud pudo ser abolida en los Estados Unidos sin una guerra civil. “La fuerza es la comadre de toda sociedad vieja preñada de una nueva.” Nadie ha sido aún capaz de refutar este principio fundamental de Marx en la sociología de la sociedad de clases. Solo una revolución socialista puede abrir el camino hacia el socialismo.
(Extracto de El Marxismo y nuestra época)