de POR- Brasil //
Es necesario dejar absolutamente claro que tanto un gobierno dictatorial, como un gobierno democrático, gobiernan para la burguesía y contra la mayoría explotada. Es natural que las disputas electorales oculten el contenido de clase de la política de los partidos y de los candidatos. Cualquiera de ellos jura que va a gobernar para todos los brasileños, indistintamente de la riqueza, pobreza, sexo, raza, religión, etc.
Es común que el candidato electo declare que, pasadas las elecciones, el país debe unirse. Si Bolsonaro es elegido, convocará a los millones que votaron en Haddad a reconstituir la unión nacional. Lo mismo hará Haddad en relación a los millones que votaron en Bolsonaro. Es propio de la política burguesa un llamado a la «pacificación». En principio, ese llamado a la población tiene el objetivo de garantizar la gobernabilidad hasta las próximas elecciones. Después de elegido, el nuevo gobierno burgués hace lo que bien entiende. No tiene ningún compromiso real con los millones que lo eligieron. Y no quiere que los millones que votaron en contra sigan oponiéndose a su gobernabilidad.
Todos los partidos, sean de derecha o de izquierda, que convocan a las masas a elegir este o aquel candidato, sin decir que está constituyendo un nuevo gobierno burgués, ocultan su carácter de clase y así mienten a los explotados. Por el contrario, es necesario que se diga, abierta y ampliamente, que el gobierno elegido hoy será el verdugo del pueblo mañana. Esta afirmación es absolutamente verdadera. Es una ilusión creer que un gobierno burgués gobernará con el pueblo y para el pueblo. Esta es una ilusión diseminada por la propia política burguesa, sea ella de que partido sea.
Ciertamente, una elección no es igual a la otra, ya que está condicionada a la situación económica, a la crisis política y, sobre todo, a la lucha de clases. La disputa entre la candidata petista Dilma Rousseff y el peesedebista Aécio Neves, en 2014, es distinta de la actual entre Haddad y Bolsonaro. Tanto Dilma como Aécio se presentaron como candidatos de la democracia. En otras palabras, si Aécio fuera elegido, respetaría la Constitución. El problema, sin embargo, se presentó después de las elecciones. El candidato democrático del PSDB encabezó un movimiento golpista, que culminó con el derrocamiento de Rousseff y la institución de una dictadura civil. Es bueno establecer esa conexión, porque evidencia la tendencia dictatorial de la burguesía, que se conformó en la forma de un amplio frente partidista por el impeachment y restricción del voto de más de 54 millones de electores que dieron victoria a Rousseff. La impotencia del gobierno petista ante el movimiento antidemocrático reveló la quiebra histórica del nacional-reformismo. Histórica porque el capitalismo en descomposición no posibilita reformas estructurales en defensa de la economía nacional y en favor de la mayoría explotada. En particular, en el caso del Brasil semicolonial, reformas dirigidas a la cuestión agraria, a los desequilibrios regionales (unidad nacional), a la deuda pública, al analfabetismo y a la erradicación de la miseria están subordinadas a la conquista de la independencia nacional, en otras palabras, de la ruptura con el dominio imperialista. La incapacidad del reformismo se observa inmediatamente cuando éste depende del propio capital financiero y de los monopolios para gobernar.
Las actuales elecciones, que están a punto de concluir, son distintas de las anteriores porque establecieron una polarización entre una candidatura de vocación dictatorial y otra de vocación democrática. Sin embargo, son reflejos de la profunda crisis política, agravadas por la derrota del PSDB, en 2014, en cuya base estuvo y está la crisis económica. La proyección de la ultraderecha se volvió irresistible, debido al triunfo del golpe de Estado y a la descomposición del gobierno Temer y de los grandes partidos que encabezaron el impeachment, por un lado, así como la impotencia del PT en enfrentar y derrotar la ofensiva de la derecha que se materializó en el golpe, de otro. Es esquemática y vacía de contenido la bandera electoral de que está en juego la disputa por el poder entre la derecha fascista y la izquierda democrática. El contenido político e histórico es que las masas oprimidas están siendo arrastradas, por un lado, detrás de una candidatura que expresa las tendencias dictatoriales de la burguesía. Y, por otro lado, la candidatura del nacional-reformismo, que se muestra incapaz de enfrentar las tendencias derechistas y fascistizantes, que emanan principalmente del capital financiero y de la clase media acomodada. Está ahí por qué Haddad necesita apoyo de un sector del capital y de una parte de los partidos que protagonizaron el golpe de Estado, como es el caso del PSDB. Los cambios en importantes puntos del programa del PT, bien en el momento en que se agrava la disputa electoral, reflejan la dependencia de Haddad a una fracción capitalista.
Es imprescindible señalar que tanto la candidatura fascistizante de Bolsonaro, como la democratizadora de Haddad, se asientan en una misma exigencia de la burguesía, que es la de proseguir con las reformas antinacionales y antipopulares, necesarias para la sustentación de la gigantesca deuda pública. En este punto, el programa de ambas candidaturas difiere tan sólo en aspectos y grados. Significa que el nuevo gobierno atacará inevitablemente las condiciones de existencia de la mayoría oprimida, y comprometerá aún más la economía nacional ante los intereses del imperialismo
El derrocamiento de la candidatura de Geraldo Alckmin obligó a sectores del gran capital a colocarse del lado de Bolsonaro, aunque no fuera la candidatura deseada. Un ala del propio imperialismo teme que un gobierno de ultraderecha, en las actuales condiciones de crisis económica, pueda abrir aún más la brecha entre el Estado y la mayoría explotada. Bolsonaro no oculta su disposición de imponerse como un gobierno autoritario, cuyo objetivo explícito es el de reprimir movimientos, como el MST. Se puede esperar el fortalecimiento del Estado-policial. La candidatura de Haddad tiene como base de su programa y política de gobierno la conciliación de clases. Promete restablecer el orden democrático, herido por el golpe de Estado. En general, la burguesía no rechaza la política de colaboración de clases.
Los años de gobierno del PT demuestran que los explotados soportaron el peso de la explotación capitalista, sin rebelarse. La burocracia sindical fue una importante correa de transmisión de los intereses de los capitalistas hacia el interior del movimiento obrero. No por casualidad, se amplió el divisionismo con la constitución de innumerables centrales sindicales, y con la estatización de los sindicatos. Pero la política de conciliación de clases no se refiere sólo a la relación entre la burguesía y las masas explotadas. También tiene que responder y administrar las divisiones interburguesas, los distintos intereses particulares de los capitalistas y los atritos entre sus fracciones. Es más fácil practicarla cuando la economía está en crecimiento.
Asistimos a la bancarrota de la política petista, precisamente cuando la recesión empujó al país al precipicio, y el capital financiero precisó dictar las medidas económicas por encima de las diversas fracciones oligárquicas, que componen la clase capitalista. La vuelta del PT al poder es rechazada por las fracciones más poderosas, teniendo en cuenta la necesidad de la centralización burocrático-autoritaria del Estado. Asistimos a la aprobación de la reforma laboral y de la Ley de Tercerización, sin tener en cuenta a las centrales y los movimientos bajo la dictadura civil de Temer. Nada de negociación con los sindicatos. Bastaron las confabulaciones entre los partidos dominantes. Es lo que la burguesía espera del próximo gobierno. La política de colaboración de clases puede servir a los capitalistas en otra situación, pero no en esta, tras el golpe de Estado.
Haddad recuperó terreno en estos últimos días de campaña. Es muy probable que la arrogancia de Eduardo Bolsonaro en amenazar al STF, los pronunciamientos de sus ministros descalificando al hijo del candidato del PSL, y la repetición de ataques fascistizantes contra los movimientos sociales, así como la ampliación de la campaña del PT en defensa de la democracia y la adhesión de figuras de la política burguesa, sensibilizaron una capa de votantes de la clase media, que se desplazó al candidato petista. La promesa de Haddad de valorizar el salario mínimo, reducir el precio del gas de cocina y reajustar el programa Bolsa Familia en un 20% atrajo un contingente de los más de pobres. Fue importante, también, el hecho de que el PT modifique su programa electoral, agitar al ala del PSDB que no está con Bolsonaro y recurrir a la jerarquía de la iglesia católica y a una parte de los evangélicos, que no se alinea a la Universal de Dios. Pero, todo indica que es tarde para el cambio. La mayor probabilidad es la de que Bolsonaro salga victorioso.
Desde la primera vuelta, el Partido Obrero Revolucionario no sólo declaró voto nulo, haciendo campaña entre los explotados y la juventud. No encontró razones para cambiar de posición en la segunda vuelta. Mostró y muestra el peligro de los explotados para votar en el candidato Bolsonaro de la ultraderecha burguesa. Mostró y muestra que el voto en el candidato Haddad del nacional reformista no conduce a la lucha contra las tendencias dictatoriales de la burguesía, que ampara a la ultraderecha fascistizante. Se llega, así, al final de las elecciones con la mayor probabilidad de victoria de los bolsonaristas.
El problema ya está colocado. ¿Cómo enfrentar al nuevo gobierno que continuará descargando la crisis capitalista sobre la clase obrera, los campesinos pobres, las capas de la clase media arruinada y la juventud oprimida? ¿Cómo enfrentar la ofensiva de las privatizaciones, de las desnacionalizaciones y de la entrega de las fuentes de materia prima del país? El PT, aliados, centrales sindicales, movimientos y las izquierdas, que se alinearon detrás de Haddad, van inmediatamente a enfrentarse contra el gobierno de Bolsonaro, del gran capital, de los terratenientes, de las iglesias evangélicas, de los padres bolsonaristas, clase media alta?
Los explotados salen divididos de las elecciones. Es necesario reunificarlos en torno al combate al nuevo gobierno. Levantar los comités de frente único, y exigir que las direcciones convoquen las asambleas. Organizar, prontamente, una campaña nacional contra la ya anunciada reforma previsional, por el derrocamiento de la reforma laboral y de la ley de la tercerización, por la reestatización de las empresas estatales privatizadas, por el monopolio estatal del petróleo, por el no pago de la deuda pública, por el salario mínimo vital, y por el fin del desempleo, implantando la escala móvil de las horas de trabajo. Este es el punto de partida para responder a cada acción del gobierno dictatorial. Esta es la vía para que la clase obrera tome la iniciativa política y dirija el movimiento de mayoría oprimida hacia la revolución proletaria e instauración del gobierno obrero y campesino.