Al pueblo lo que es del pueblo

por José Moro

La coyuntura política abierta tras la protesta popular de El Bosque y las acciones de unidad y solidaridad desatadas en el resto de las comunas de Santiago y regiones como Iquique, Valparaíso, Temuco y Concepción, ha vuelto a ser favorable para la lucha del pueblo. Pese a la pasividad y lisa y llanamente traición, de numerosas organizaciones sindicales y obreras, durante fines de marzo y abril, que colaboraron abiertamente con las leyes malditas de la dictadura empresarial, y así, se hicieron cómplices de que quitar su fuente de ingreso a más de un millón de trabajadores y sus familias.

Pese a la mentira de los políticos de “oposición” y la izquierda parlamentaria que oficiaban “tranquilidad”. Pese a todo eso, durante abril, las redes de asociación y solidaridad popular fueron asentando una alternativa de combate a la ofensiva económica de los patrones. Porque asegurar la subsistencia de nuestras hermanas y hermanos de clase, es hoy un acto de combate ,contra la represión policial y militar, contra la gobernanza virulenta del parlamento, los municipios y el gobierno, contra el monopolio privado de los medios de producción nacionales, que siendo de todo el pueblo, hoy están en manos de un puñado de empresarios.

El colapso de la red sanitaria viene a ser sólo el corolario de una acción sistemática de la clase dominante, que toca el nervio del proceso histórico. Administró una crisis sanitaria, que debía ser resuelta con un confinamiento general e inmediato de la población, según el calendario de las peticiones de la patronal, que solicitaba legalidad para el despido de cientos de miles de trabajadores y la continuidad de la producción y el comercio pese al riesgo sanitario. La pandemia resultó provechosa para asentar una correlación de fuerzas de clase global. La pérdida de salarios, miserables subsidios, la caída de los fondos previsionales, el aumento del valor de bienes y servicios básicos, la muerte en los centros de salud y el confinamiento, llevan la crisis a otro nivel.

La nueva normalidad impuesta por Piñera será el escenario permanente del periodo, marcado por la pérdida masiva de salarios, derechos sociales y humanos. Sus efectos serán, en consecuencia, más profundos y dolorosos que los atisbos de los meses previos. El problema ya no es siquiera la prohibición de desplazamiento. La propia cuarentena moverá al pueblo a romper las cadenas del aparato militar y empresarial. Y no lo podrá hacer sin salir a las calles, sin romper el “distanciamiento social”. Toda guerra tiene sus costos. El primero, enfrentar a la policía y las tropas del ejército, que ofrecen rabiosa oposición a las del pueblo. Los crímenes de Octubre y el hambre de mayo, traerán la caída de este gobierno maldito.

La manera en que el pueblo puede confrontar al orden miserable de Piñera, sin exponerse caóticamente al contagio, es mediante la unidad táctica para afrontar acciones de control estratégico sobre los medios de producción y subsistencia de la sociedad. Hoy lo tienen los capitalistas, y por eso hay hambre, pobreza y explotación. En manos de la clase obrera, traerán bienestar, dignidad y cooperación. Pese a que para la izquierda tradicional es la acción política estatal el mejor instrumento para inducir cambios en las relaciones de producción, la organización de clase del pueblo, fuera de la legalidad establecida por el Estado, creemos nosotros, incide de manera más poderosa. El comunismo no vendrá de un decreto ministerial, sino de experiencias prácticas de confrontación para la socialización de los medios de producción.


La restitución de salarios e ingresos es hoy una necesidad fundamental para el pueblo. La única manera de evitar que la miseria se extienda y el hambre de mayo avance hasta junio, es mandatando el pago íntegro de remuneraciones y la generación de honorarios, con cargo al fisco, por las actividades independientes y no remuneradas de producción realizadas antes de la pandemia, incluyendo el trabajo doméstico. Son derechos mínimos para la dignidad del pueblo, que la patronal sólo aceptará con una huelga general. Esa huelga está cada vez más cerca. El pueblo sabe cómo paralizar sus regiones y ciudades. Lo hizo en noviembre de 2019. Lo detuvo sólo un plebiscito constituyente que muere en las arenas del tiempo. Ahora no lo detendrá sino la obtención de lo más mínimo para asegurar bienestar y dignidad a los trabajadores. Un plan de lucha trazado solidariamente contra el hambre y la desocupación, exige conformar una unidad de nuevo tipo en el seno del pueblo. Hemos insistido en otro lugar sobre la necesidad de la unidad de las organizaciones revolucionarias (real, por la base) y en la movilización de las asambleas territoriales hacia el control, abastecimiento y poder popular.


Pero para que la lucha popular se convierta en revolución es necesario el logro de acciones concretas. Controlar y defender los territorios de la policía y los militares. Generar una red de abastecimiento, producción y distribución de bienes y servicios básicos, mediante la reconversión de empresas, el control obrero de aquellas que quiebren o cierren y la socialización de turnos con salario íntegro para todos en aquellas que vean restringida su actividad. Finalmente, poder popular para organizar toda la red sanitaria, educativa y cultural local, con plena independencia del aparato gubernamental. Se trata de organizar los hospitales, para que los médicos puedan hacer su trabajo junto a las comunidades, enfrentando realmente la pandemia en cada territorio. Se trata de organizar los colegios, para convertirlos en centros de interacción crítica y cambio social. De construir las redes de asociación, solidaridad y auto-organización popular necesarias para desarrollar su fuerza y capacidad de lucha.


La llave maestra de la coyuntura es la huelga general. Todo depende de una cosa: convencer a cada poblador y trabajador, profesor y estudiante, feminista y mapuche, cesante y pensionado, que debemos exigir la restitución de salarios y honorarios por servicios sociales y económicos, a todo el pueblo. Sin excepciones. Sin cajas de mercadería. Sin recortes. Sin descuento por AFP, Salud o Educación. Sin más mentiras y engaños. Sin más violencia y represión. Si se paraliza escalonadamente el país, por medio de un plan de lucha surgido en cada territorio, para decidir cómo se aporta durante la semana clave, la última de mayo, para el éxito de la huelga general por vida, trabajo y dignidad. La merecida caída de Piñera vendrá aparejada al triunfo de la lucha popular, aunque no sea su propósito inmediato. Otro motivo de alegría para llevarla hasta el final.

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