Jacobin glorifica a Dolores Ibárruri, verdugo estalinista de la revolución española

por Barry Grey

El 9 de diciembre, la revista Jacobin, que está estrechamente vinculada a los Demócratas Socialistas de EE.UU. (DSA), publicó un artículo titulado «La Pasionaria, heroína de la Guerra Civil española». Fue en ocasión del 125 aniversario del nacimiento de Dolores Ibárruri, descrita efusivamente por el autor, el historiador británico Paul Preston, como «una heroína inspiradora de la Guerra Civil y una figura materna terrenal universal».

El artículo es un ejercicio de falsificación histórica, encubrimiento político y hagiografía de la era estalinista. Iba acompañado por un segundo artículo («La Pasionaria, la mejor oradora española antifascista, siguió siendo desafiante en el exilio», por Lisa A. Kirschenbaum), que brinda un sesgo feminista a la tapadera de Ibárruri y los asesinos estalinistas de la GPU.

La presentación estalinista de Preston de la Guerra Civil española (1936-1939), elaborada en una serie de libros, queda resumida en el artículo de Jacobin al tachar de «infame» el levantamiento de las «Jornadas de Mayo» de los trabajadores de Barcelona entre el 3 y el 8 de mayo de 1937.

La huelga general del proletariado de Barcelona, el sector más militante de la clase trabajadora española, fue provocado deliberadamente por el gobierno republicano burgués del Frente Popular de Cataluña, a instancias del Partido Comunista de España (PCE) y los agentes estalinistas de la NKVD/GPU en el país. Se hizo para justificar el desencadenamiento de la represión asesina en nombre de «defender la república» contra supuestos agentes trotskistas y anarquistas del dirigente militar golpista, el general Francisco Franco, y su aliado alemán, Hitler.

El aplastamiento del levantamiento de Barcelona, en el que por lo menos 1.000 trabajadores militantes perdieron la vida, fue seguido por una campaña de meses de arrestos masivos, tortura y asesinato contra trotskistas, militantes antiestalinistas del centrista POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) y trabajadores anarcosindicalistas en la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). Andreu Nin, antiguo dirigente de la Oposición de Izquierda Internacional en España y jefe del POUM, fue arrestado y horriblemente torturado antes de ser asesinado por los matones estalinistas. Otra víctima de esa purga masiva fue el secretario de Trotsky, Erwin Wolf, quien había sido enviado a España después de las Jornadas de Mayo para congregar a las fuerzas trotskistas en la lucha en curso contra la traición estalinista de la revolución.

Levantamiento obrero durante las Jornadas de Mayo en Barcelona (Libcom.org)

Durante los meses de junio y julio de 1937, el gobierno del Frente Popular de Madrid, controlado políticamente por el Kremlin y el PCE, liquidó las milicias obreras bajo el control del POUM y los anarquistas que estaban despachados en los frentes de Aragón y Huesca. La represión estalinista de la clase trabajadora de Barcelona y la ulterior purga sangrienta le rompió la espalda a la revolución y aseguró la victoria de las fuerzas fascistas de Franco, que acabó con la rendición incondicional del gobierno republicano el 31 de marzo de 1939.

Ramón Mercader, el agente de la GPU que asesinó a León Trotsky en México en agosto de 1940, tuvo su bautismo de fuego como asesino estalinista durante las represiones masivas en España.

Nada de esto es siquiera mencionado en el artículo de Jacobin. Ignoran tanto el levantamiento revolucionario de los trabajadores y campesinos pobres españoles y su represión sangrienta por parte de los estalinistas y el gobierno del Frente Popular. Así también el papel destacado de Ibárruri en la liquidación de los trotskistas y otros militantes antiestalinistas, basada en la sucia difamación de todos los opositores izquierdistas del gobierno republicano burgués como agentes de Franco y Hitler.

Hasta en el artículo sobre Ibárruri de Wikipedia hay una presentación más adecuada y honesta de los hechos. Allí se observa que el principal agente de la GPU estalinista en España, Alexander Orlov, «usó los mismos métodos de terror, duplicidad y engaño que se utilizaron [en la Unión Soviética] en la Gran Purga (1936-1938)».

Cita un discurso de Ibárruri tras la supresión del levantamiento de Mayo en Barcelona en el que la «madre tierra» dice:

Los trotskistas se han transformado hace mucho en agentes del fascismo, en agentes de la Gestapo alemana. Lo vimos sobre el terreno durante el golpe de mayo en Cataluña; lo vimos claramente en los disturbios que ocurrieron en varios otros lugares … Hay que arrancar de raíz el trotskismo de las filas del proletariado de nuestro partido como uno arranca las malas hierbas venenosas. Hay que arrancar de raíz a los trotskistas y desecharlos como a bestias salvajes.

Dolores Ibárruri

Después de su huida de España poco antes de la rendición del gobierno republicano del Frente Popular a Franco, Ibárruri encabezó el PCE durante muchos años en el exilio en la Unión Soviética. Siguió propagando la línea contrarrevolucionaria del Kremlin y promoviendo el culto a Stalin hasta la muerte del asesino en masa. Apoyó el pacto entre Stalin y Hitler en 1939 y el arresto y ejecución de miembros del PCE en el exilio en la URSS a manos de la GPU en los ’40 y a principios de los ’50. Volvió a España en 1977 tras la muerte de Franco para participar en el establecimiento de un nuevo orden burgués que amnistió a los criminales fascistas y les permitió conservar sus posiciones de riqueza y poder.

Que Jacobin escogiera al profesor Preston para escribir su panegírico a Ibárruri fue una decisión políticamente consciente. En abril de 2009, Preston moderó un panel de discusión en la Academia Británica celebrado para marcar el 70 aniversario de la victoria de Franco en España. Estableció las pautas para las presentaciones de los profesores Ángel Viñas y Helen Graham atacando la denuncia condenatoria de George Orwell de los crímenes estalinistas en España, Homenaje a Cataluña, basado en las experiencias personales de Orwell como miembro de una milicia del POUM en Cataluña. Preston luego intentó impedir que un miembro del Partido Socialista por la Igualdad británico del público hiciera una pregunta. Respondiendo a su afirmación de que los miembros del panel estaban ignorando que la Guerra Civil española coincidió con una revolución social de trabajadores y campesinos pobres, tildó la propia idea de una revolución española de «la exageración más extrema de la prensa rosa».

No es posible aquí abordar en detalle los acontecimientos de la Guerra Civil española. Sin embargo, es cuestión del registro histórico que el golpe militar contra el gobierno revolucionario lanzado por Franco el 18 de julio de 1936 fue repelido inicialmente en la mayor parte del país no por el gobierno burgués, sino por la clase trabajadora.

El grueso del ejército y los sectores más decisivos de la burguesía se alinearon tras Franco. Cuando el gobierno republicano, que buscaba desesperadamente un arreglo con los fascistas, inicialmente se negó a entregar las armas a los trabajadores, los trabajadores se levantaron, primero en Barcelona y luego en ciudades y pueblos por todo el país y tomaron el control de las cosas en sus propias manos.

Los trabajadores establecieron comités para operar servicios clave e instalaciones de comunicaciones y formaron milicias para luchar contra los fascistas. El movimiento revolucionario que empezó el 19 de julio de 1936 estableció una situación de poder dual, en la que el poder real estaba en manos de los trabajadores. Sin embargo, a ellos les estaban impidiendo tomar el poder político en sus propias manos sus partidos —el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), el Partido Comunista (PCE), el POUM y la CNT— todos los cuales apoyaban al Frente Popular dirigido por la burguesía liberal.

Luego siguieron meses de esfuerzos por parte del gobierno, a instancias de los estalinistas, por reducir el control obrero sobre parte de la economía, aplastar a campesinos insurgentes que se habían hecho con las haciendas de los grandes terratenientes, y disipar la onda revolucionaria. Esto culminó en los hechos de las Jornadas de Mayo, precipitados por la decisión del gobierno catalán de retomar el control de las oficinas telefónicas de Barcelona.

Andreu Nin (Alchetron.com)

El gobierno del Frente Popular en España, así como su homólog francés formado ese mismo año, representaba la aplicación de la política adoptada por el Comintern en su Séptimo Congreso en 1935 (al que asistió Ibárruri). Stalin reaccionó a la asunción del mando de Hitler en 1933 abandonando las políticas ultraizquierdistas que habían llevado a la derrota de la clase trabajadora alemana y adoptando la demanda colaboracionista de clase del «frente popular contra el fascismo y la guerra».

En un intento por inducir a las potencias imperialistas occidentales —Gran Bretaña, Francia y los EE.UU.— a unirse a una alianza con la Unión Soviética contra las potencias fascistas —Alemania e Italia— Stalin ordenó a los partidos comunistas que apoyaran y, allí donde fuera posible, se unieran a los gobiernos capitalistas dirigidos por sectores liberales de la burguesía. Al derivarse del programa nacionalista antimarxista del «socialismo en un solo país» proclamado por Stalin en 1924, la política del Frente Popular significaba, en la práctica, la reununcia a la revolución socialista. En nombre de defender la «democracia», los partidos comunistas defendían la propiedad burguesa y el Estado capitalista contra el movimiento revolucionario de las masas.

La clase trabajadora estaba subordinada a la burguesía supuestamente «progresista» y sus aspiraciones revolucionarias eran sacrificadas a las necesidades diplomáticas de la Unión Soviética, tal como las percibía la burocracia gobernante. Esta última era impulsada no por los intereses de la clase trabajadora, sino por la preservación de sus propios privilegios, que, basados en las relaciones de propiedad establecidas por la revolución de 1917, estaban siendo directamente amenazadas por el fascismo.

En sus tratos con el imperialismo occidental, Stalin repudiaba explícitamente la revolución mundial. En una entrevista de marzo de 1936 con Roy Howard de Scripps-Howard Newspapers, tuvo lugar la siguiente conversación:

Howard: ¿Quiere esto, su declaración, decir que la Unión Soviética ha abandonado en alguna medida sus planes e intenciones de ocasionar la revolución mundial?

Stalin: Nosotros nunca tuvimos tales planes e intenciones.

Howard: Usted entiende, sin duda, sr. Stalin, que gran parte del mundo tiene desde hace tiempo una impresión diferente.

Stalin: Eso se debe a un malentendido.

Howard: ¿Un malentendido trágico?

Stalin: No, uno cómico. O, quizás, tragicómico.

El Frente Popular y la contrarrevolución estalinista en España

Bajo las condiciones de una Depresión mundial que estaba empujando a la clase trabajadora hacia la revolución en Europa y en el mundo, la implementación del Frente Popular requería que los partidos comunistas se unieran con la burguesía para llevar a cabo contrarrevoluciones. En la mira de esta estrategia estaba principalmente el movimiento trotskista, que se oponía implacable y conscientemente a la traición estalinista de la Revolución de Octubre y que luchaba por el programa de la revolución socialista mundial sobre el cual se basaba la revolución.

En España, el papel contrarrevolucionario del estalinismo en la escena internacional encontró su expresión más cruda. Escribiendo en diciembre de 1937 («Las lecciones de España: La última advertencia»), Trotsky explicó:

Las causas de la aparición del Frente Popular español y su mecánica interna están perfectamente claras. La tarea de los dirigentes retirados del ala izquierda de la burguesía consistía en detener la revolución de las masas y volver a ganar la confianza de los explotadores. ¿Por qué Franco, si nosotros los republicanos podemos hacer lo mismo? En este plano fundamental, los intereses de [el presidente español] Azaña y [el presidente catalán] Companys coincidían plenamente con los de Stalin, para quien era necesario ganar la confianza de la burguesía inglesa y francesa, al demostrar que era capaz de defender el orden contra la anarquía. Azaña y Companys servían necesariamente de cobertura a Stalin frente a los obreros. Stalin, personalmente, está por el socialismo, pero no puede expulsar a la burguesía republicana. Azaña y Companys necesitan a Stalin como verdugo experimentado que goza de autoridad revolucionaria. Sin él, reducidos a ser un montón de ceros, no hubieran podido ni se hubieran atrevido a atacar a los obreros. …

Es cierto que los socialistas de izquierda y los anarquistas, prisioneros del Frente Popular, se han esforzado por salvar de la democracia todo lo que podía ser salvado. Pero como no han sabido movilizar a las masas contra los gendarmes del Frente Popular, sus esfuerzos, a fin de cuentas, se han reducido a piadosas lamentaciones. De esta forma, los estalinistas se han aliado con el ala más derechista, más abiertamente burguesa, del Partido Socialista. Han dirigido sus golpes contra la izquierda, contra el POUM, los anarquistas y los socialistas de izquierda, es decir, contra los agrupamientos centristas que, aunque deformadamente, reflejaban la presión de las masas revolucionarias.

Este acto político, significativo en sí mismo, da idea de la degeneración de la Komintern durante los últimos años. … Debido a esto queda definitivamente establecido el carácter contrarrevolucionario del estalinismo en la arena mundial. (León Trotsky, La revolución española, 1930-1939. Selección de escritos, Madrid, Diario Público, 2011, págs. 201-203.)

En otra parte Trotsky resumió la esencia del Frente Popular como la alianza del liberalismo burgués con la GPU.

León Trotsky a finales de los ’30

No menos importante que las consideraciones geopolíticas en el programa estalinista del Frente Popular eran las cuestiones internas. El régimen estalinista era un régimen de crisis aguda. La burocracia encabezada por Stalin era un tumor parasitario en el cuerpo de un Estado obrero creado por la intervención revolucionaria consciente de la clase trabajadora en la vida política, bajo el liderazgo de un partido marxista revolucionario, los bolcheviques.

La burocracia gobernante vivía con el miedo constante a un levantamiento de la clase trabajadora soviética, cuya indignación por la usurpación de su poder político por una élite corrupta e irresponsable era profunda e irreconciliable. La camarilla gobernante estalinista era plenamente consciente de que una revolución proletaria exitosa en cualquier parte del mundo y, sobre todo, en los países capitalistas avanzados de Europa y América del Norte, haría revivir la confianza revolucionaria y la consciencia de las masas soviéticas. El programa planteado por Trotsky para una revolución política para derrocar el régimen burocrático, restaurar la democracia obrera y volver a la estrategia de la revolución socialista mundial, se ganaría el apoyo de las masas.

Entre agosto de 1936 y marzo de 1938, Stalin escenificó una serie de tres juicios de farsa, conocidos como «los Juicios de Moscú». Casi todos los dirigentes de la Revolución de Octubre y del Partido Bolchevique de Lenin confesaron, bajo tortura, haber conspirado con la Alemania nazi y otros enemigos extranjeros o locales, para derrocar a la Unión Soviética y asesinar a Stalin. Estos monstruosos juicios farsa fueron el homólogo doméstico de las políticas contrarrevolucionarias llevadas a cabo bajo la bandera del Frente Popular en la lid internacional.

El principal acusado era León Trotsky, quien vivía en el exilio, primero en Noruega y luego en México, y que había sido condenado y sentenciado a muerte en rebeldía.

Los juicios eran la cara pública del «Gran Terror» —una oleada que duró muchos años de arrestos masivos, asesinatos y deportaciones a campos de trabajos forzados por medio de los cuales se exterminó a cientos de miles de miembros del Partido Comunista, intelectuales, científicos y artistas genuinamente socialistas, en lo que el Comité Internacional de la Cuarta Internacional llamó un «genocidio político».

Frente único vs. Frente Popular

Los estalinistas presentaban falsamente su política de Frente Popular como una extensión de la táctica del «frente único» introducida por Lenin y Trotsky en el Tercer y Cuarto congresos (de 1921 y de 1922) de la Internacional Comunista. En realidad, el Frente Popular era una política de colaboración de clases con un sector de la burguesía, y por lo tanto se oponía diametralmente al frente único, que era un medio para que el partido marxista revolucionario tomara la iniciativa en unir a todos los sectores de la clase trabajadora en lucha contra toda la burguesía.

Los cimientos de la táctica del frente único eran la independencia política de la clase trabajadora de todas las facciones de la clase capitalista y la unidad internacional de la clase trabajadora. La diferencia entre el frente único como lo elaboró el Comintern bajo Lenin y Trotsky y por el que luchó Trotsky en la lucha contra el fascismo en Alemania, por un lado, y el Frente Popular estalinista, por el otro, era la diferencia entre la revolución y la contrarrevolución.

Desde los años ’30 y hasta nuestros días, tendencias oportunistas y revisionistas han intentado disfrazar la adaptación política a las organizaciones estalinistas y socialdemócratas, burocracias sindicales procapitalistas y liberales burgueses como la aplicación de la política del «frente único». Este juego de manos terminológico es empleado para ayudar a confundir y estrangular las luchas obreras.

Lenin y Trotsky lucharon para que los Partidos Comunistas adoptaran la táctica del frente único en un momento en el que la ola inicial de revoluciones proletarias en Europa, tras la Revolución de Octubre de 1917 en Rusia, había sido derrotada, debido primariamente a la inmadurez y los errores de las direcciones revolucionarias. Bajo condiciones de una muy frágil y temporal reestabilización del capitalismo europeo, ellos acentuaban la necesidad de que los partidos de la Tercera Internacional primero se ganaran la lealtad de las masas antes de lanzar la lucha por el poder estatal.

Para este fin, aconsejaron a los partidos de Francia y Alemania en particular que hicieran un llamamiento a los partidos socialdemócratas y reformistas y los sindicatos anarcosindicalistas para que se unieran a un frente único con los comunistas para llevar a cabo acciones conjuntas específicas para defender las organizaciones obreras contra los ataques de los fascistas y el Estado capitalista y lucharan por demandas sociales básicas. Las condiciones previas para tales frentes únicos eran la total independencia organizativa de los Partidos Comunistas y la plena libertad de crítica a las otras organizaciones obreras del frente único.

El frente único se definió como un acuerdo para la acción conjunta entre organizaciones obreras de masas. No habría mezcla de banderas ni atenuación del programa revolucionario del marxismo. Su consigna era «Marchar separados, golpear juntos».

En sus tesis «Sobre el frente único» de marzo de 1922, Trotsky escribió sobre la táctica del frente único en Francia:

Uno de los métodos más fiables de contrarrestar dentro de la clase trabajadora los estados de ánimo y las ideas del ‘Bloque de Izquierdas’, es decir, un bloque entre los trabajadores y un cierto sector de la burguesía contra otro sector de la burguesía, es mediante la promoción persistente y decidida de la idea de un bloque entre todos los sectores de la clase trabajadora contra toda la burguesía. [Subrayado en el original.] (León Trotsky, Marxists Internet Archive)

Lejos de ofrecer ningún tipo de amnistía política, el partido revolucionario por medio de la táctica demuestra en la acción y ante los ojos de toda la clase trabajadora su disposición a dirigir y adoptar medidas decisivas en defensa de la clase y exponer las vacilaciones y capitulaciones de las direcciones reformistas, en el proceso ganándose a sectores cruciales de los obreros socialdemócratas para el Partido Comunista.

El dirigente del Partido Comunista Alemán, Thälmann (Wikipedia)

Ya desde septiembre de 1930, Trotsky agitaba para que el Partido Comunista Alemán, dominado por estalinistas obedientes, abandonara su política ultraizquierdista del «Tercer Período» de negarse a colaborar de cualquier manera con los socialdemócratas mientras los tachaban de «socialfascistas», y que adoptaran la táctica del frente único para unir a la clase trabajadora en lucha contra la amenaza creciente del nazismo. Trotsky y sus simpatizantes en Alemania plantearon esta política tras las elecciones nacionales, celebradas en condiciones de una Depresión cada vez más profunda y un desempleo disparado, que registraba un aumento de casi 16 puntos porcentuales en el voto a los nazis.

Stalin y la dirección del PC alemán rechazaron esta política, escondiendo tras una retórica ultraizquierdista una aceptación fatalista de la inevitabilidad de la victoria del fascismo, combinada con una adaptación, de manera sectaria, a la dirección socialdemócrata. El resultado, contra el cual Trotsky había advertido repetidamente, fue una derrota catastrófica de la clase trabajadora alemana y mundial.

North analizó las razones por las cuales una gran parte de la intelectualidad liberal estadounidense apoyó los Juicios de Moscú. Comentó que el corresponsal del New York Times en Moscú, Walter Duranty, declaró su confianza en la legitimidad de los juicios y las confesiones de los acusados, tal como lo hizo el embajador estadounidense en la Unión Soviética, Joseph Davies. Otro tanto hicieron los dos medios más influyentes del liberalismo estadounidense, The Nation y el New Republic.

En medio de la Gran Depresión y del triunfo del fascismo en Italia y Alemania, explicaba North, muchos intelectuales liberales y académicos en los EEUU miraban hacia la Unión Soviética como un contrapeso a la amenaza fascista. Stalin, por su parte, cultivaba el apoyo entre esos estratos minimizando la amenaza de la revolución socialista y dándole a su antifascismo un tinte socialista. La pobreza política, teórica y, se podría añadir, moral del liberalismo en la época de la agonía del capitalismo quedó expresada en la disposición de los liberales a dejar de lado sus escrúpulos democráticos y cualesquiera preocupaciones por la verdad histórica y dar fe de la legitimidad de los montajes judiciales de revolucionarios de toda la vida que se comparaban con los espantosos espectáculos que llevados a cabo los tribunales de la Alemania de Hitler, o los superaban.

North explicaba:

La admiración acrítica de los liberales por los logros soviéticos no significaba un apoyo a los cambios revolucionarios dentro de los Estados Unidos. Ni de lejos. Muchos intelectuales liberales estaban inclinados a ver una alianza con la Unión Soviética como un medio de fortalecer su propia agenda tímida por las reformas sociales en los Estados Unidos y mantener a raya el fascismo en Europa. Ya no se temía a la Unión Soviética como punta de lanza de levantamientos revolucionarios. Los liberales entendieron que la derrota de Trotsky había significado el abandono de la Unión Soviética de las aspiraciones revolucionarias internacionales. Para mediados de los ’30 el régimen estalinista había adquirido un aura de respetabilidad política.

Al examinar la respuesta liberal a los Juicios de Moscú, hay que tener en cuenta otro hecho político importante. Apenas un mes antes del comienzo del primer juicio, estalló la Guerra Civil española en julio de 1936. España estaba amenazada por el fascismo, cuya victoria llevaría ciertamente al estallido de la Segunda Guerra Mundial. Se veía a la Rusia soviética como el aliado más importante de las fuerzas republicanas y antifascistas. Pocos intelectuales liberales estaban inclinados a examinar demasiado cuidadosamente el significado verdadero de las políticas estalinistas en España. Casi siempre ignoraban la manera en la que los estalinistas estaban destruyendo, mediante el terror político, el movimiento revolucionario de la clase trabajadora y en última instancia garantizando la victoria de Franco. En la superficie —y pocos liberales se molestaban en mirar más allá de esta— la Unión Soviética parecía ser la roca de la que dependían todas las esperanzas de las «fuerzas progresistas» para la derrota del fascismo en España. (David North, The Russian Revolution and the Unfinished Twentieth Century, Oak Park, MI, 2014, pág. 47.)

En los Estados Unidos, la implementación del programa del Frente Popular adoptó la forma del apoyo del Partido Comunista al gobierno de Franklin Delano Roosevelt y su papel en subordinar políticamente al Partido Demócrata los sindicatos industriales del Comité por la Organización Industrial (CIO) recientemente formados.

Franklin Roosevelt firmando la guerra contra Alemania (Wikimedia Commons)

Este tema, la subordinación del movimiento obrero al Partido Demócrata era, y lo sigue siendo hasta nuestros días, el problema político central en el desarrollo del movimiento obrero en los Estados Unidos. El desplome global del capitalismo desencadenado por el crack de Wall Street en 1929 asumió rápidamente la forma en los EEUU, ya la potencia industrial dominante en el mundo, de una crisis social devastadora. Casi de la noche a la mañana, millones de trabajadores y pequeños agricultores quedaron reducidos a la pobreza y a la perspectiva de pasar hambre.

El capitalismo estaba desacreditado. Se volvió una mala palabra en boca de las masas populares, hasta en sectores de la intelectualidad. La Unión Soviética, menos de una década después de la Revolución de Octubre, se volvió un polo de atracción e inspiración para millones. En la élite gobernante estadounidense, su existencia se cernía como un recordatorio constante del peligro de la revolución socialista en los Estados Unidos.

El New Deal de Roosevelt reflejaba la conclusión que sacaron los sectores más visionarios de la clase gobernante de que tenían que gastar una parte de las vastas reservas financieras del capitalismo estadounidense en un programa de reformas sociales limitadas para salvar a su sistema de ser derrocado. Ello, sin embargo, no bastaba para impedir un estallido de conflictos sociales una vez hubiera empezado a desgastarse el impacto inicial en la clase trabajadora del colapso social. En 1934 hubo huelgas generales en tres ciudades: Toledo (Ohio), San Francisco y Minneapolis, esta última dirigida por trotskistas, organizados por entonces en la Liga Comunista de América.

La huelga de los camioneros de 1934 en Minneapolis

Estas batallas semiinsurreccionales fueron seguidas por la formación en 1935 del CIO, encabezado por el líder minero John L. Lewis y otros dirigentes sindicales de los sectores automovilístico, acerero, eléctrico, del caucho, las comunicaciones, y otros, y el establecimiento de sindicatos de masas.

El movimiento por los sindicatos industriales planteó la cuestión de una ruptura con los partidos de los grandes negocios. La convención fundacional del sindicato United Auto Workers (UAW) en 1935 votó por la formación de un partido obrero.

Para comienzos de 1937, una oleada de huelgas de brazos caídos estaba arrasando la industria básica, inspirada por la huelga de brazos caídos de Flint, que obligó a la General Motors a reconocer a la UAW. El Congreso de Organizaciones Industriales (CIO) surgió de esta erupción explosiva de la clase trabajadora estadounidense.

El Partido Comunista usó su influencia sustancial en el nuevo movimiento sindical industrial, incluso en su dirección, para impedir que asumiera una forma política independiente rompiendo con Roosevelt y los demócratas. En esto, se alió con Lewis y otros burócratas procapitalistas.

En las condiciones de la Depresión y los preparativos de las potencias imperialistas para otra guerra mundial, una ruptura política por parte de la clase trabajadora estadounidense con los partidos capitalistas tenía inmensas implicaciones revolucionarias, no solo en los EEUU, sino en el mundo. Precisamente por ello, el PC estalinizado de los EEUU, en consonancia con la política del Frente Popular del Kremlin, se esforzó por impedirla.

El Partido Demócrata —el partido capitalista más viejo de los EEUU, el antiguo bastión de la explotación de esclavos en el sur, y en esa época el principal responsable del cumplimiento de la segregación de Jim Crow— ya llevaba décadas ejerciendo como el principal mecanismo político de la clase gobernante para contener y debilitar los movimientos sociales de protesta. El movimiento populista anti-Wall Street y basado en los pequeños granjeros de finales del siglo XIX se había vuelto inofensivo al haber sido canalizado tras el Partido Demócrata. Otro tanto las protestas antiimperialistas y antimonopolistas de principios del siglo XX.

El grueso de la intelectualidad liberal en los años de la Depresión, temiendo el crecimiento del fascismo pero atemorizado por la perspectiva de una revolución obrera, se alineó tras Roosevelt y los demócratas. Los atraía la adopción abierta del PC de la colaboración de clase y el nacionalismo estadounidense y su repudio de facto de la revolución social.

En 1935 el Partido Comunista abandonó de repente sus ataques del Tercer Período a Roosevelt como un «fascista imperialista» y declaró ser nada más que el continuador de la tradición democrática estadounidense. Afirmando que el PC representaba «el americanismo del siglo veinte», el dirigente del partido Earl Browder dijo en una manifestación masiva, «Somos el partido estadounidense compuesto por ciudadanos estadounidenses. Concebimos todos nuestros problemas a la luz de los intereses nacionales de los Estados Unidos».

Earl Browder en 1939

En la Décima Convención Nacional del PC de los EEUU de mayo de 1938, el salón estaba decorado con banderas estadounidenses y los delegados cantaron el himno nacional, el «Star Spangled Banner».

En su perversión del marxismo para acomodarse a la política contrarrevolucionaria y nacionalista del régimen soviético y bloquear el surgimiento de un movimiento político independiente de la clase trabajadora estadounidense, los estalinistas estadounidenses echaron mano de varios tipos de ideología burguesa y pequeñoburguesa —pragmatismo, individualismo, nacionalismo, antiintelectualismo— que habían desempeñado un papel destacado en el pensamiento y la política estadounidenses.

En sus últimos escritos, Trotsky acentuó la importancia crítica de la lucha para que el movimiento insurgente de la clase trabajadora estabounidense adopte una forma política independiente. Sobre esta base, instó a los trotskistas estadounidenses, por entonces organizados como el Socialist Workers Party (SWP), a adoptar la demanda de que el CIO rompa con los demócratas y establezca un partido obrero, vinculando esta demanda con el Programa de Transición socialista revolucionario adoptado por la conferencia fundacional de la Cuarta Internacional en 1938.

En un manuscrito inconcluso titulado «Los sindicatos en la época de la decadencia imperialista», encontrado en su escritorio tras su asesinato por parte del agente de la estalinista GPU Ramón Mercader el 20 de agosto de 1940, Trotsky escribió:

En los Estados Unidos el movimiento sindical ha pasado por la historia más tormentosa en los últimos años. El ascenso del CIO es prueba irrefutable de las tendencias revolucionarias dentro de las masas obreras. Indicativo y digno de observar en grado sumo, con todo, es el que ni bien fue fundada la nueva organización sindical «izquierdista» cayó en el abrazo de acero del Estado imperialista. La lucha en las cimas entre la vieja federación y la nueva se puede reducir en buena medida a la lucha por la simpatía y el apoyo de Roosevelt y su gabinete. (León Trotsky, Leon Trotsky on the Trade Unions, Nueva York, 1975, pág. 73.)

En una discusión con dirigentes del SWP en mayo de 1938 sobre la consigna del partido obrero, Trotsky dijo acerca del nuevo movimiento obrero industrial:

Si la lucha de clases no ha de ser aplastada, reemplazada por la desmoralización, entonces el movimiento debe encontrar un nuevo canal, y este canal es político. Este es el argumento más fundamental a favor de esta consigna. (León Trotsky, The Transitional Program for Socialist Revolution, Nueva York, 1977, págs. 163-164.)

En su conferencia de 1996, David North explicó la conexión entre el prosovietismo de la intelectualidad liberal estadounidense en los años anteriores a la guerra y su giro hacia el anticomunismo y antisovietismo de Guerra Fría más feroz después de la guerra. La misma superficialidad y el mismo oportunismo políticos y teóricos, la misma actitud frívola hacia la verdad histórica que los hizo defensores de los crímenes estalinistas en un período, llevó en el siguiente a achacar esos crímenes no a la traición de Stalin del socialismo y el marxismo, sino más bien al propio proyecto socialista y revolucionario. La dictadura totalitaria de Stalin, se afirmaba, era el resultado inevitable de la Revolución de Octubre, de Marx, Engels, Lenin y Trotsky.

La defensa de Trotsky del socialismo y el internacionalismo revolucionario y su lucha implacable contra el estalinismo fueron o bien ignoradas o bien declaradas nada más que una reyerta interna entre contendientes al control de un régimen inherentemente despótico.

Decía North:

Hubo un cambio dramático de actitud en la intelectualidad liberal de la Unión Soviética entre 1936 y 1946. Y sin embargo, había una continuidad política y teórica definida entre las posiciones pro y antisoviéticas. Cuando apoyaba a Stalin contra Trotsky, y luego a Truman contra Stalin, la intelectualidad liberal procedía desde la identidad del estalinismo y el marxismo.

Ello colocaba a la intelectualidad liberal en una posición insostenible políticamente y intelectualmente. Sobre la base de la fórmula superficial de que el estalinismo equivale al marxismo y el socialismo, los liberales se daban a sí mismos apenas dos alternativas: La primera era oponerse al estalinismo desde la derecha como simpatizantes del imperialismo estadounidense; la segunda, hacer de defensores del estalinismo. El New Republic fue a parar al primer bando; The Nation al segundo. (David North, The Russian Revolution and the Unfinished Twentieth Century, Oak Park, MI, 2014, págs. 57–58)

Al subordinar a la clase trabajadora al Partido demócrata y los liberales burgueses, los estalinistas estadounidenses desempeñaron un papel crucial en la subordinación posterior a la guerra del movimiento obrero al imperialismo estadounidense y su ofensiva en la Guerra contra la Unión Soviética. La dirección del CIO y del Partido Demócrata se volvieron brutalmente contra todos los elementos izquierdistas y socialistas del movimiento obrero, purgando a los sindicatos por medio de una caza de brujas anticomunista. Esto preparó el terreno para el debilitamiento y final colapso de los sindicatos, y su transformación en definitiva en agencias directas de las empresas y del Estado capitalista.

DSA y el anticomunismo de la Guerra Fría

DSA está históricamente arraigado en una escisión derechista de la Cuarta Internacional y el Socialist Workers Party dirigida por Max Shachtman, uno de los miembros fundadores del movimiento trotskista en los EEUU y uno de los principales propagandistas y escritores. Shachtman, junto al profesor de la Universidad de Nueva York James Burnham y a Martin Abern, miembro del Comité Nacional del SWP, reaccionó al pacto de no agresión entre Stalin y Hitler en agosto de 1939 renunciando a la defensa que hacía la Cuarta Internacional de la Unión Soviética contra el imperialismo y afirmando que la propia URSS era un Estado imperialista.

Shachtman pronto adoptó la posición de Burnham de que no quedaba nada de las conquistas históricas de la Revolución de Octubre. La Unión Soviética se había vuelto una nueva forma de sociedad de clase, que Burnham llamó «colectivismo burocrático», y la burocracia estalinista se había convertido en una nueva clase dirigente. Aunque lo negó Shachtman, ello era parte de una tendencia más generalizada que pasó a ser conocida como «capitalismo de Estado». Se sacaba de encima el análisis de la Cuarta Internacional de la Unión Soviética bajo la dictadura estalinista como un «Estado obrero degenerado». A pesar de los crímenes y depredaciones de Stalin, la Unión Soviética todavía se basaba en las relaciones de propiedad nacionalizada establecidas por la Revolución de Octubre y podía salvarse de la restauración capitalista mediante una revolución política de la clase trabajadora soviética para derrocar a la burocracia y restaurar la democracia proletaria y el programa revolucionario de la revolución socialista mundial.

Como explicó Trotsky en una serie de brillantes polémicas escritas a lo largo de la lucha de facciones de 1939-1940 dentro del SWP, compiladas bajo el título En defensa del marxismo, en el centro de la política de la facción minoritaria dirigida por Shachtman estaba el rechazo del papel revolucionario de la clase trabajadora y la negación de cualquier posibilidad de revolución socialista.

La perspectiva desmoralizada de Shachtman y Burnham reflejaba dentro del SWP el volantazo derechista de toda una capa de intelectuales pequeñoburgueses que habían simpatizado con Trotsky pero se movieron rápidamente para repudiar la Revolución de Octubre y el socialismo revolucionario y alinearse tras el imperialismo estadounidense mientras la administración de Roosevelt se preparaba para ingresar en la Segunda Guerra Mundial. Shachtman pasó a ser el dirigente de una facción pequeñoburguesa que se escindió del SWP en la primavera de 1940. A semanas de la escisión, Burnham renunció al socialismo y rápidamente se volvió el dirigente ideológico del conservadurismo anticomunista estadounidense. A Shachtman le tomó algo más de tiempo, pero la lógica de su política pequeñoburguesa lo llevó para finales de los ’40 a adoptar el anticomunismo de la Guerra Fría. Llegó a ser asesor político de la AFL-CIO y, antes de morir en 1972, un defensor de los bombardeos de Nixon a Vietnam del Norte.

Al lavarle la cara al estalinismo y al PC estadounidense, DSA no está renunciando a sus raíces antisoviéticas y anticomunistas. Su fundador, Michael Harrington, un protegido político de Shachtman, era un simpatizante de la Guerra Fría, el Partido Demócrata y la burocracia sindical. DSA sigue denunciando a la Unión Soviética desde la derecha y equipara a la Revolución de Octubre con el régimen despótico estalinista establecido sobre la base de traicionarla.

El anticomunismo subyacente de DSA y los grupos del capitalismo de Estado en todo el mundo nunca les impidió formar bloques con tendencias estalinistas en oposición al trotskismo y la independencia política de la clase trabajadora. Lo que hoy Jacobin y DSA encuentran digno de encomio en la historia del PC de los EEUU es precisamente su papel contrarrevolucionario durante la época del Frente Popular de los ’30 —cuando apoyaba la sangrienta destrucción de la Revolución española, los montajes y las ejecuciones de los Juicios de Moscú, y la subordinación del CIO a Roosevelt y el Partido Demócrata.

Voluntarios republicanos, armados con escopetas y revólveres, encargándose de una barricada de ladrillos durante una batalla callejera en Barcelona el 22 de julio de 1936. (Foto AP)

La glorificación de Ibárruri por Jacobin y DSA no es de ninguna manera una aberración. Es parte de una promoción calculada del estalinismo y el Partido Comunista estadounidense como modelos para radicalizar a los trabajadores y jóvenes de hoy. A lo largo de los últimos meses, Jacobin ha estado dando protagonismo a personajes estalinistas de los ’60 y los ’70 como Angela Davis y publicó articulos elogiando el legado supuestamente revolucionario del Partido Comunista de los EEUU.

Solo este mes, el 5 de diciembre, Jacobin publicó una reseña de un nuevo libro sobre Amazon (la reseña llevaba por título «Resistirse a Amazon no es inútil») atribuyéndole al «líder del Partido Comunista» William Z. Foster la publicación de una monografía basada en la huelga acerera de 1919 que «se volvió una hoja de ruta no solo para los éxitos organizativos industriales del CIO de los ’30, sino para dirigir luchas organizativas contemporáneas». Foster desempeñó un papel en la huelga, que fue derrotada al final, pero pasó a ser un leal funcionario estalinista, defensor de los Juicios de Moscú y feroz opositor del trotskismo, y encabezó el PC de los EEUU de 1945 a 1957. Publicó la monografía sobre el acero en el fatídico año de 1936.

En agosto de 2017, Jacobin publicó un artículo del editor fundador Bhaskar Sunkara y el vicedirector nacional del DSA Joseph M. Schwartz titulado «¿Qué tienen que hacer los socialistas?». El artículo presentaba el papel del PC de los EEUU durante el período del Frente Popular como un modelo para hoy. Los autores escribían:

En última instancia, los socialistas deben ser tanto tribunos del socialismo como los mejores organizadores. Así fue como el Partido Comunista creció rápidamente desde 1935-1939. Se erigieron como la izquierda del CIO y de la coalición del New Deal, y crecieron de veinte mil a cien mil miembros durante ese período… el Frente Popular fue la última vez que el socialismo tuvo alguna presencia de masas en los Estados Unidos —en parte porque, a su manera, los comunistas arraigaban sus luchas por la democracia dentro de la cultura política estadounidense mientras intentaban construir un movimiento obrero verdaderamente multirracial.

El año pasado, Sunkara publicó El manifiesto socialista, que pretende delinear una estrategia para construir un movimiento socialista de masas en los Estados Unidos. En él, elogia el apoyo del PC de los EEUU a Roosevelt y el Partido Demócrata durante la Depresión y despotrica contra la oposición del dirigente del Partido Socialista Norman Thomas a Roosevelt y su decisión de hacer una campaña presidencial independiente en 1936. Escribe:

En las elecciones presidenciales de 1936, los trabajadores de todo el país estaban tomando la decisión racional de apoyar al Partido Demócrata, deseoso de continuar con las reformas de Roosevelt y reconocer las barreras institucionales a las políticas independientes. El séquito de Thomas no podía ofrecer una estrategia para superar ninguna de esas barreras y tampoco siquiera una manera de no contrapesarse a las mejores reformas del New Deal. Solo tenían consignas sobre oponerse a los partidos capitalistas. Irónicamente, el Partido Comunista, más radical, era más capaz de identificarse con los simpatizantes de Roosevelt…

La cuestión hoy es si podemos llevar a la izquierda a la política principal —modulando nuestra retórica, arraigándonos en la vida cotidiana— y al mismo tiempo construir un proyecto de políticas obreras independientes que pueda ser más que la leal oposición de los progresistas. Dicho de otra manera, ¿podemos hacer del socialismo el americanismo del siglo veintiuno, sin perder el alma en el proceso (ni vestirnos como Paul Revere)? (Bhaskar Sunkara, The Socialist ManifestoThe Case for Radical Politics in an Era of Extreme Inequality, Nueva York, 2019, págs. 179, 181.)

Sunkara prosigue criticando a William Z. Foster y el PC por apoyar la campaña presidencial del Partido Progresista de Henry Wallace en 1948 en vez de apoyar al demócrata Harry Truman. Critica al PC no desde la izquierda —por promocionar a Wallace como una distracción para socavar el sentimiento creciente en la clase obrera en ese tiempo por una ruptura con los demócratas y el establecimiento de un partido obrero— sino desde la derecha —como un alejamiento desafortunado del anterior apoyo del PC a los demócratas.

¿Por qué DSA se vuelve hoy hacia el estalinismo? Hay que verlo en el contexto de, y como respuesta a, una descomposición cada vez más rápida del capitalismo estadounidense y mundial y la apertura de un nuevo período de revolución socialista.

DSA es un apéndice del Partido Demócrata. No tiene nada que ver con el socialismo genuino. Responde a la desintegración visible de la democracia estadounidense, el giro de sectores sustanciales de la clase gobernante al fascismo y la dictadura, el crecimiento del militarismo, los niveles cada vez más grotescos de desigualdad social, el descrédito de todas las instituciones del capitalismo, el crecimiento de un sentimiento anticapitalista de masas y, sobre todo, el resurgimiento de la lucha de clases en los EEUU y en el mundo volviéndose hacia las fuerzas y tradiciones políticas más reaccionarias.

Todos estos procesos y contradicciones han sido inmensamente agravados por la pandemia global de COVID-19, que ha socavado fatalmente e irreversiblemente la legitimidad del capitalismo ante miles de millones de trabajadores en todo el mundo y decenas de millones en los Estados Unidos.

Trabajadores con equipo protector personal puesto enterrando cadáveres en una trinchera en la isla Hart, ciudad de Nueva York, el 9 de abril de 2020 (Foto AP/John Minchillo)]

En muchos sentidos, la crisis actual del capitalismo es más aguda que la que desencadenó el estallido de la Primera Guerra Mundial, que llevó a la Revolución de Octubre y al establecimiento del primer Estado obrero de la historia, y las convulsiones revolucionarias y contrarrevolucionarias que dominaron las siguientes tres décadas, incluyendo los años de la Depresión y la Segunda Guerra Mundial.

Desde esa época, todas las burocracias y partidos obreros de masas sobre los que se apoyaba la burguesía —estalinistas, socialdemócratas, abiertamente procapitalistas como en los EEUU— se han desintegrado. La clase trabajadora ha crecido inmensamente en número y se volvió mucho más interconectada globalmente, lo que asegura que la nueva oleada de luchas obreras de masas asuma una forma internacional.

El centro de esta crisis mundial es el capitalismo estadounidense, que ha sufrido un debilitamiento dramático desde los ’30, los ’40 y el período del boom de posguerra. Hace mucho tiempo que perdió su posición como motor industrial del mundo. Décadas de desindustrialización y financiarización han empeorado el parasitismo del capitalismo estadounidense y produjo la expresión más cruda de decadencia —el crecimiento impactante de la desigualdad social.

Lo más crítico y espeluznante de todo, desde el punto de vista de la burguesía y sus agencias subsidiarias tales como DSA, es el inmenso crecimiento en influencia y autoridad del Comité Internacional de la Cuarta Internacional (CICI), el movimiento trotskista mundial, en la clase trabajadora estadounidense y mundial, así como entre la juventud y sectores progresistas de la intelectualidad.

Los opositores de clase media de la revolución socialista que controlan DSA son bien conscientes del crecimiento del número de lectores del World Socialist Web Site, particularmente entre los trabajadores. Les atemoriza la creciente autoridad e influencia en la clase trabajadora de los Partidos Socialistas por la Igualdad en los EEUU y en el mundo, que se refleja en el crecimiento de los comités de base en fábricas y lugares de trabajo independientes de los sindicatos favorables a las empresas. Ven con horror el desmantelamiento que hizo el WSWS del intento del New York Times, mediante su «Proyecto 1619», de promover políticas raciales y dividir a la clase trabajadora falsificando la historia estadounidense y negando el legado progresista de las dos grandes revoluciones democráticas de Estados Unidos —la Revolución americana y la Guerra Civil.

Hay un fuerte elemento de preparativos para la defensa en el giro de DSA y Jacobin hacia el sucio legado del estalinismo. Está dirigido sobre todo contra nuestro movimiento, que personifica las tradiciones revolucionarias y el programa del marxismo y de la Revolución de Octubre. En el nuevo período de revolución socialista, el trotskismo y el CICI se constituirán en polo de atracción para millones de trabajadores que están buscando una salida de la barbarie capitalista.

(Tomado de WSWS)

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