por Julio Cortés Morales
Konservative Revolution
Una teoría adecuada sobre “el fascismo alemán” debe necesariamente tener en cuenta las diversas formas en que luego de la revolución de 1918 y el inicio de la República de Weimar se produjo un espacio político denominado “Revolución Conservadora”, cuyas corrientes y exponentes revisten mayor complejidad y diversidad que el partido de Hitler -cuya única disidencia más o menos conocida es la de Gregor Strasser y las SA, facción de izquierda “anticapitalista” dentro del Partido Nacional Socialista Obrero Alemán, eliminada en 1934 durante la “noche de los cuchillos largos”-.
El término Revolución Conservadora, si bien se había usado hacia 1927, habría sido popularizado a partir de la tesis doctoral de Armin Mohler -bajo la dirección de Karl Jaspers- en 1949.
Se entiende que dentro del movimiento de la Konservative Revolution existían cinco grandes grupos o tendencias: Völkischen (populistas), Jungkonservativen (jóvenes conservadores), Nationalrevolutionäre(nacional-revolucionarios), Bündischen (grupos juveniles) y Landvolksbewegung (movimientos campesinos).
Dentro de la corriente nacional-revolucionaria existían dos grandes tendencias: la de los “nacional-bolcheviques” (definidos como “gente de izquierda en la derecha”, y sobre los que volveremos más adelante), y el “nacionalismo soldado” de Ernst Jünger (junto a Franz Schauwecker o Werner Beumelburg. Benjamin dedicó una reseña titulada “Teorías del fascismo alemán” (1930) a un volumen editado por Jünger sobre “Guerra y guerreros”. En ella señala que “en el fondo de sus ideas y las de sus amigos hay no sólo un enraizado patrón doctrinario, sino también un verdadero misticismo vicioso, más allá del criterio de pensamiento masculino con el que se lo mida”. Se trataría de “un síntoma cuya exaltación pueril desemboca en un culto, en una apoteosis de la guerra”[1].
Otra descripción bastante acertada del espíritu Nacional Revolucionario es la siguiente:
“Casi todos los Revolucionarios Nacionales fueron formados por la experiencia de las tormentas de acero y la «camaradería» de las trincheras. Para ellos, la ‘nación’ no es otra que el Volk reunido y ‘puesto en movimiento’ por la guerra. Los Revolucionarios Nacionales aceptan el progreso técnico, no porque cedan a ‘la peligrosa tentación de admirarlo’, sino porque quieren ‘dominarlo, y nada más’. Es para ellos, dice uno de sus líderes, Franz Sauwecker, ‘poner fin al tiempo lineal’. Viviendo en el interregno, consideran que ha llegado el momento del nihilismo positivo. Su entusiasmo revolucionario y su formación prusiana se combinan para apoyar su voluntad de destruir ‘el orden burgués’; su ‘nacionalismo de soldados’ se vuelve uno con el ‘socialismo de camaradas’. Un agudo sentido trágico de la historia y la vida forma el telón de fondo, oscuro y luminoso al mismo tiempo, de su revolucionaria aventura” [2].
Armin Mohler, que fue secretario privado de Ernst Jünger y luego director de la Fundación Siemens, dijo que “el fascismo es el resultado del encuentro entre los decepcionados del liberalismo y los decepcionados del socialismo”, momento en que según él nace la Revolución Conservadora[3].
En sus trabajos, Mohler ha tratado de identificar distintas corrientes políticas y personalidades intelectuales ligados a este concepto. Así, desde el jurista Carl Schmitt a los filósofos Max Scheler, Ludwig Klages y Martin Heidegger, el historiador Oswald Spengler, el economista y sociólogo Werner Sombart, los poetas Rainer Maria Rilke y Stefan George, además del escritor Thomas Mann, Moeller van den Bruck y el referido Ernst Jünger, son algunos de los intelectuales más conocidos que se vincularon de diversas formas con el ambiente revolucionario conservador, listado al que algunos han incorporado desde España a Ortega y Gasset, quien decía que ser de izquierda o de derecha eran dos formas de hemiplejia moral[4]. Como se ve, se trata de un elenco bastante considerable que serviría para poner en duda la usual afirmación acerca de que el fascismo histórico casi no contaba con intelectuales en sus filas.
Spengler, autor de “La decadencia de occidente”, decía en Prusianismo y socialismo que “el socialismo genuino no es materialista ni economicista, sino heroico y ético”, y que pese a su nacionalidad alemana Marx era un representante del socialismo inglés. Este libro, censurado en su momento por Joseph Goebbels, fue editado en Santiago de Chile por Renacimiento en 1978.
¿Puede haber influido en esta publicación el hecho de que poco después del golpe del 11 de septiembre de 1973 el nazi chileno Miguel Serrano había dado una charla ante la Junta Militar que versó justamente sobre “socialismo prusiano”? En todo caso, Spengler era más cercano al fascismo de Mussolini que a Hitler, con quien rompió relaciones en 1933 tras el asesinato de su amigo Gregor Strasser. Fue profesor del nacistachileno Carlos Keller.
Moeller van den Bruck, el primer traductor de Dostoievski al alemán, proponía una alianza con los rusos, pues entendía que la misión de Rusia en el mundo era “borrar en Europa los rastros de las ideas de 1789”, y consideraba que “la Revolución de octubre de 1917 solo fue un cambio de ropajes ideológicos: Rusia continuaba siendo, a despecho del discurso bolchevique, el antídoto a la mentalidad liberal de Occidente”[5].
Las opiniones son discrepantes en cuanto a si la Konservative Revolution constituye en todas sus manifestaciones una especie de proto-fascismo, y también en cuanto al tipo de vinculación que mantuvo con el nacional-socialismo, que para algunos formaría también parte de este movimiento, a pesar de que muchos de sus exponentes mantuvieron importantes diferencias con Hitler y su régimen, siendo reprimidos e incluso enviados a campos de concentración[6], mientras para otros la vinculación no es tan clara y de hecho se acusa a Hitler y su partido de haber copiado ideas de los revolucionarios conservadores.
Armin Mohler ha enfatizado que, si bien la Konservative Revolution influyó sobre muchas organizaciones, no podría ser identificada con ninguna estructura organizativa, pues fue sustancialmente una corriente de pensamiento. Su nombre, un “sintagma paradójico”, reúne las dos características fundamentales de esta corriente, que daba por superadas tanto la distinción derecha/izquierda como la díada progreso/conservación, y se manifestaba a favor de “crear situaciones dignas de ser conservadas”[7]. Según refiere Mohler, el prototipo de la síntesis revolucionaria conservadora estaba en Sorel, redescubierto en Alemania por su amigo y maestro Carl Schmitt, apodado Don Capisco por Ernst Jünger. La influencia de Schmitt ha trascendido a la etiqueta de “nazi” con que ha sido degradado, llegando a receptores tan disimiles como Walter Benjamin y Giorgio Agamben[8]. En el medio nacional, Daniel Chernilo se ha dedicado a señalar cómo la influencia del “pensador nazi” ha sido determinante en seguidores tan disímiles como Hugo Herrera y Fernando Atria[9].
¿Los extremos se topan?, parte 2[10]: Benjamin y Schmitt
La relación de Benjamin con Schmitt ha sido bastante estudiada, puesto que el heterodoxo marxista judío siempre reconoció la influencia de Don Capisco en su trabajo sobre el origen del drama barroco alemán (Trauerspiel) escrito en 1925 y publicado en 1928, y es conocida la carta que le envió en diciembre de 1930 a través de Albert Solomon, anunciando que le llegaría un ejemplar del libro.
En ella Benjamin lo trata de “muy estimado señor profesor”, y yendo mucho más allá de la mera cortesía le asegura que en el libro “reconocerá rápidamente como mi trabajo se debe a su presentación de la doctrina de la soberanía en el siglo XVII”. Además, se permite confesar que “mi modo de investigación sobre la filosofía del arte proviene de vuestra filosofía del Estado, especialmente de su obra ‘La Dictadura’”[11].
Pese a esto, con la misma facilidad con que descarta la posibilidad de un “fascismo de izquierdas” o “rojipardo”, Enzo Traverso sentencia que este encuentro fue parte de un momento histórico muy especial (la República de Weimar) que se caracterizó entre otras cosas por “diálogos sorprendentes, condenados inevitablemente al naufragio entre pensadores antitéticos”[12]. En este caso, se habrían encontrado de frente “dos teologías políticas: una judía, la otra católica; una revolucionaria y mesiánica, la otra conservadora y ultramundana”[13].
Schmitt no respondió la carta, pero la guardó y posteriormente la dio a conocer. Según cuenta Bredekamp, cuando a fines de los sesenta Schmitt fue consultado por la famosa carta, que no había sido incluida en la primera edición de la correspondencia de Benjamin, dijo que “nunca conoció personalmente a Benjamin, pero que habían sido parte de más o menos los mismos círculos y habían compartido los mismos amigos, tales como Albert Salomon, y que sus ideas convergieron en algunos puntos; su libro sobre Shakespeare debe verse como un diálogo intelectual con Benjamin desde la primera hasta la última página”. Bredekamp comenta que cuando en 1974 la carta a Schmitt fue incluida en la segunda edición de la Correspondencia de Benjamin, Jacob Taubes llegó a señalar, en un ambiente en que poco antes Jürgen Habermas había etiquetado a los líderes del movimiento de 1968 como “fascistas de izquierda”, que mejor debería comenzar con Benjamin, quien, visto desde esta luz, “representa no un pequeño problema” [14]. ¡Probablemente Carlos Pérez Soto estaría de acuerdo! No olvidemos que en unos apuntes en que critica entre otros textos las Tesis sobre el concepto de historia de Walter Benjamin, el profesor de Estado Carlos Pérez Soto dice que sus argumentos “son más apropiados para Stalin o para Hitler que para la voluntad bolchevique”[15] y que su Tesis XII “sería un mero sentimentalismo sino es porque el resultado de la venganza es muy probablemente el totalitarismo” [16].
Como se ve, pese a estos vínculos que no fueron para nada superficiales, para la izquierda en general suele ser más fácil descartar las peligrosas influencias de este terrible hatajo de fascistas antes que entrar a preguntarse en qué medida y de qué curiosos modos influenciaron profundamente a pensadores revolucionarios tan únicos como Benjamin, que compartió con Schmitt la concepción del progreso como catástrofe, y que se basó fuertemente en Sorel para su célebre texto “Para una crítica de la violencia” (1921).
Una actitud bastante diferente a dicha izquierda, y similar a la de Benjamin, es la que tuvo Adorno cuando a mediados de los cuarenta en su exilio norteamericano analizó cuidadosamente los méritos y defectos de la obra principal de Oswald Spengler, “La decadencia de Occidente”, cuando ya había sido arrojada al basurero de la historia por su asociación con el nazismo. Además de reconocerle varias profecías importantes sobre el uso de la propaganda, la ambigüedad de la Ilustración y la tendencia del sistema de partidos a convertir gradualmente la democracia en dictadura, Adorno dice que Spengler “debe contarse entre aquellos teoréticos de la extrema reacción cuya crítica ha resultado ser en muchos puntos superior a la crítica progresiva del mismo”, y que “valía la pena investigar el por qué”.
Una de las razones que encuentra es que “para los pensadores de la derecha era mucho más fácil penetrar con la mirada las ideologías, por la sencilla razón de que no tenían ningún interés en la verdad contenida en ellas en forma falsa”, y así, una crítica “tan pobre de espíritu” obtiene su fuerza cognoscitiva de “su profunda alianza con las fuerzas que se imponen en la sociedad”[17]. Esto es algo que Benjamin y Adorno tenían claro, pero que se ha perdido en un tiempo en que predomina un antifascismo liberal/izquierdista que postula que “al fascismo no se le discute”, y por eso ignora totalmente la necesidad de estudiarlo y detectar sus “núcleos de verdad”.
En un texto de fines del siglo pasado los filósofos Villacañas y García analizan la relación Benjamin/Schmitt interesados en conocer “la verdad de la filosofía de Benjamin”, entendiendo que su diálogo “ofrece claves profundas para captar la peculiaridad de su pensamiento”[18].
Allí refieren un pasaje del Currículum elaborado en 1928, en que Benjamin explica que está dedicado a un análisis de la obra de arte que destruye “la doctrina del carácter específico de la obra de arte” para promover “mediante un análisis de la obra de arte el progreso de integración de la ciencia, de tal forma que hunda cada vez más los duros muros divisorios entre las disciplinas tal y como caracterizaban el concepto de ciencia de los siglos anteriores”. Su análisis reconocerá en la obra de arte “una expresión integral de las tendencias religiosas, metafísicas, políticas y económicas de una época”, lo que se conecta por una parte con “las ideas metódicas de Alois Riegl en su doctrina de la Voluntad de Arte, y por otra parte en los ensayos contemporáneos de Carl Schmitt, que emprende un ensayo análogo de integración de fenómenos, aislables sólo de una manera aparentemente específica, en su análisis de las figuras de lo político”.
Volviendo al tema de la Revolución Conservadora, a la cual se ligan los nombres de Schmitt y Spengler entre varios otros, podemos concluir que tiene razón Enrique Díaz Araujo cuando llama la atención sobre el hecho de que a pesar de que la Konservative Revolution es uno de los fenómenos más importantes ocurridos en el siglo XX, es también uno de los menos estudiados[19].
Curiosamente, o no tanto, Armind Mohler veía en la “gran confusión” causada por la irrupción del posmodernismo a partir de los años ochenta un hijo ilegítimo o “retoño salvaje” de la Konservative Revolution. Eso debería ser materia de otra investigación más específica.
Pero no es cierto que la Konservative Revolution haya sido olvidada. Lo que ocurre es que a la izquierda nunca le ha interesado estudiarla, pues a pesar de su antifascismo declarado, nunca ha comprendido al fascismo porque se niega a tomarlo en serio. En efecto, pareciera que tal como la ultraizquierda post 68 se dedicó a estudiar, dar a conocer y sintetizar los aportes de corrientes revolucionarias olvidadas o reprimidas por décadas de hegemonía socialdemócrata y estalinista (desde el comunismo de consejos germano-holandés, a la izquierda comunista no-bolchevique que existía tanto en Rusia antes de la represión estalinista, a izquierda italiana (“bordiguista”[20]), y muchas otras corrientes marxistas disidentes y/o libertarias), la nueva ultraderecha también se ha dedicado a una labor similar desde su lado del espejo, encontrando en los diversos protofascismos y especialmente en la multifacética y paradójica Revolución Conservadora todo un legado a explorar, que les sirve como insumo para nuevas elaboraciones y síntesis ideológicas que les permiten importantes desplazamientos y avances prácticos.
Además, los fascistas más sofisticados como Aleksander Dugin, Alain de Benoist y sus amigos han estudiado a toda la izquierda clásica, la academicista, el postmodernismo, y a todas las corrientes olvidadas de la izquierda que no fue hegemónica durante el siglo XX, demostrando gran entusiasmo por Gramsci (y proponiendo, ¡era que no!, otra lectura que denominan “gramscianismo de derechas”) pero también por el situacionista Debord, y por Bakunin interpretado no tanto como “padre del anarquismo” sino que sobre todo como un gran patriota ruso.
Así, la gran diferencia con la ultraizquierda es que desde este lado la tendencia habitual ha sido la de “suprimir” el fascismo de distintas maneras: ignorándolo, “derrotándolo” con papeletas y memes, y luego olvidándolo apenas queda conjurado el “instante de peligro”. Otros sectores creen que al fascismo sólo se le combate aporreando o asesinando fascistas. Pero cuando se trata de aplicarle la etiqueta en concreto a alguien más que un skinhead neonazi, estalla la confusión, y la violencia ciega. Frente a lo que pasa en nuestro bando, donde siempre ha predominado una actitud antiteórica, diría que la actitud de esta nueva ultraderecha ha sido, si me permiten la fea analogía, más marxiana, anarquista, frankfurtoriana y pro-situacionista que lo que se aprecia en la extrema izquierda realmente existente.
¿Metafísica de los escombros le dice Dugin? ¡Bravo! ¡Notable!
[1] “Teorías del fascismo alemán”, incluido en Walter Benjamin, Estética y política, Buenos Aires, Las cuarenta, 2009, pág. 67 y ss.
[2] https://es.frwiki.wiki/wiki/R%C3%A9volution_conservatrice_%28Weimar%29
[3] https://es.frwiki.wiki/wiki/Armin_Mohler
[4] La ya referida publicación Elementos de Metapolítica para la Civilización Europea ha dedicado dos números específicamente a esta vinculación: N° 3 La “Revolución Conservadora” en España: Ortega y Gasset y las generaciones de combate, y N° 75, Ortega y Gasset y la “Konservative Revolution” alemana. Agradezco al director, Sebastián J. Lorenz, haber puesto estos y otros materiales a disposición de esta investigación.
[5]Robert Steuckers,. “El movimiento de la Revolución Conservadora” (2001). En: Elementos de Metapolítica para la Civilización Europea, N° 31: Armin Mohler y la “Konservative Revolution” alemana.
[6] Como le ocurrió a Ernst von Salomon, por tener una esposa judía, y a Niekisch, que después de 1945 prefirió quedarse en la RDA. Edgar J. Jung fue asesinado durante la “noche de los cuchillos largos”. Ernst Jünger despreciaba el “socialismo plebeyo” de Hitler y manifestó sus diferencias con el régimen nazi en el libro “Sobre los acantilados de mármol”. Fue expulsado del Ejército luego del atentado fallido contra Hitler realizado el 20 de julio de 1944. Sobre Jünger y sus diferencias con el nacional-socialismo ver Alain de Benoist, Tipos y figuras en Ernst Jünger. El soldado, el trabajador, el rebelde, el anarca. Tarragona, Fides, 2016.
[7] Armin Mohler. “Schmitt y la revolución conservadora” (s/f). En: Elementos de Metapolítica para la Civilización Europea N°42. Miscelánea de autores de la Konservative Revolution, vol. I.
[8] Sobre la relación con Benjamin ver Enzo Traverso, «’Relaciones peligrosas»’. Walter Benjamin y Carl Schmitt en el crepúsculo de Weimar”. Acta poética vol.28 no.1-2 Ciudad de México abr./nov. 2007.
[9] Daniel Chernilo. “Carl Schmitt entre nosotros. Algunas reflexiones”. Ciper, 18 de diciembre de 2020.
[10] La parte 1 podríamos decir que ya se abordó en El Porteño, con el artículo sobre el grupo argentino Tacuara: https://elporteno.cl/peronismo-y-fascismo-el-sorprendente-caso-del-movimiento-nacionalista-tacuara%EF%BF%BC/
[11] La carta se cita íntegramente en Horst Bredekamp, “La estima de Walter Benjamin por Carl Schmitt”, Noche del Mundo, 26 de mayo de 2018. En el libro del Trauerspiel Benjamin cita la Teología Política de Schmitt (1921). La Dictadura, que se subtitula “desde los comienzos del pensamiento moderno de la soberanía hasta la lucha de clases proletaria”, fue publicada una década después.
[12] Enzo Traverso. «‘Relaciones peligrosas’. Walter Benjamin y Carl Schmitt en el crepúsculo de Weimar”. Acta poética vol.28 N°1-2 Ciudad de México abr./nov. 2007.
[13] Ibid.
[14] Horst Bredekamp, op. cit.
[15] ¡La voluntad bolchevique! ¿Qué es eso?
[16] Carlos Pérez Soto. “Walter Benjamin y la experiencia de la memoria”, en: Adversus: Foucault-Laclau-Bataille-Benjamin, pág. 29. A su vez, Habermas entendía que Benjamin tenía tendencias al misticismo, y que eso lo hizo vincular el materialismo histórico con la cultura romántico-reaccionaria.
[17] Theodor W. Adorno. Spengler tras el ocaso. Redactado en los cuarenta y publicado en Prismas (1955). Incluido en: Crítica cultural y sociedad. Traducción de Manuel Sacristán, Madrid, Sarpe, 1984.
[18] José L. Villacañas y Román García. “Walter Benjamin y Carl Schmitt. Soberanía y Estado de Excepción”. Daimon, Revista Internacional de Filosofía, N°13, 1996.
[19] Enrique Díaz Araujo. Revolución Conservadora (s/f). Academia del Plata. En: https://www.academiadelplata.com.ar/user/FILES/REVOLUCION_CONSERVADORA_Diaz_Araujo.pdf
[20] Lo escribo a propósito entre comillas para señalar esto: ni Marx ni Bordiga estarán jamás de acuerdo en denominar a la organización política comunista bajo el nombre propio de alguno de sus integrantes. El partido no es una institución, es un bando en el conflicto histórico, que lucha desde siempre por abolir la explotación y la dominación. Tener esta claridad nos diferenciará para siempre de aquella variedad de socialdemocracia autoritaria llamada “marxismo(s)-leninismos(s)”.