de MASAS
Choquehuanca, en su discurso inaugural de un colegio rural, ha calificado a los habitantes de las ciudades de “flojos” que no saben “ni peinarse, ni cortarse las uñas”, en contraposición a la virtuosidad intrínseca indígena-campesina que “sabe trabajar con las manos”.
Choquehuanca, el predicador de unidad entre explotados y explotadores, busca apoyarse en los sentimientos ancestrales de rebelión frente a la discriminación y opresión que sufren las naciones indígenas originarias.
Los exponentes de la vieja derecha racista y opresora de indios, se han apresurado a rasgarse las vestiduras denunciando que el gobierno está “sembrando semillas de odio”, como si se tratase de una cuestión que la democracia formal burguesa habría resuelto y que coyunturalmente no debería ser alentada.
Lo cierto es que el odio fue sembrado desde hacen 500 años. Esta región de América Latina se ha constituido sobre la base de la explotación inmisericorde de la mayoría indígena, discriminada, humillada y despojada, por la minoría blancoide, antes y después de la fundación de la república.
Hay una lógica rebelión ancestral de las naciones originarias contra la opresión y la discriminación, por recuperar la tierra y conquistar el derecho a la autodeterminación, que en ciertos momentos de la historia ha adquirido rasgos brutales, por ejemplo, en la Revolución Federal (1899), en Ayo Ayo, los sublevados aymaras de Zarate Willka, terminan chupando la sangre de los corazones arrancados de los pechos de los jóvenes aristócratas chuquisaqueños vencidos. Esta forma de la rebelión es una respuesta a las maneras bárbaras de la opresión sobre las naciones indígenas originarias, hasta hoy inmersas en formas de producción precapitalistas. Esta realidad no ha cambiado en esencia, a pesar de la reforma agraria del 52, y la nueva Constitución del “Estado Plurinacional” en reemplazo de la
“República de Bolivia”, lo cierto es que, hasta nuestros días, los más altos índices de atraso se concentran en el campo, que vive inmerso en la miseria derivada de la bajísima productividad.
La visión política de Choquehuanca, termina chocando con la cambiante realidad del desarrollo de la vida de las naciones indígenas originarias. Choquehuaca es el reverso de la visión racista de Alcides Arguedas, que expresa los sentimientos de la opresora minoría k’hara blancoide, cuando afirma que el “indio”, por ser “indio” es siempre malo, es un ser ladino, taimado, sinvergüenza y capaz de las peores bajezas. Por el contrario, Choquehuanca afirma, que el “indio” es, por “naturaleza”, bueno, siempre solidario, siempre leal, trabajador y complementario.
Tanto Arguedas como Choquehuanca ven un indio abstracto, con una esencia inmutable, un ser ahistórico. Ni Arguedas ni Choquehuanca tiene razón al juzgar al indio, porque el indio, nunca existió, ni existe en abstracto, el indio es concreto, es comerciante, es obrero, es labrador campesino, y de acuerdo a lugar que ocupe en la producción su actitud y su visión frente a los diferentes problemas de la vida se define y cambia, en esa medida, los sentimientos de rebelión enraízan en esa realidad concreta y no se van a resolver por la vía que predica Choquehauanca que es la de la colaboración (complementariedad) con los explotadores, la burguesía y las transnacionales imperialistas interesadas en sacar la mayor tasa de ganancia posible de la mano de obra barata y en esa medida perpetuar el sometimiento de las mayorías nacionales, de los indios, de los obreros, campesino y de las clases medias empobrecidas.
Pero, lo cierto es que en contexto de la situación actual, esta disputa politiquera y electorera entre las camarillas masitas y de la vieja derecha es ajena a las preocupaciones principales de las masas explotadas agobiadas por el deterioro de la situación economica y la caída de la capacidad adquisitiva de los ingresos familiares en el marco de la agudización de la crisis económica.