por Juan García Brun //
En la fotografía, el vendedor viajero de vinos Von Ribbentrop, transformado en ministro de exteriores de Hitler, junto a Stalin, el «Padre de todos los pueblos», observando cómo Molotov firma el pacto Nazi-Soviético.
En marzo de 1937, mientras en Chile estaban en la ilegalidad y se presentaron a las elecciones como Partido Nacional Democrático de Lafertte a la cola de Perdo Aguirre Cerda; un poco antes de que, en plena Guerra Civil en España, la acción del PCE y la omisión de la CNT (García Oliver y la Montseny) consumaran la contrarevolución en España (mayo del 37) Stalin había dicho lo siguiente:
«Los trotskistas, que constituyen elementos activos de la destrucción subversiva y las actividades de espionaje de los servicios de inteligencia en el extranjero, hace tiempo que han dejado de ser una tendencia política dentro del movimiento de la clase trabajadora al servicio de una idea compatible con los intereses de la misma, y se han convertido en una banda sin escrúpulos de destructores, saboteadores, espías, asesinos, carentes de contenido ideológico que trabajan para organismos de inteligencia extranjeros… en la lucha contra el trotskismo moderno NO NECESITAMOS LOS VIEJOS MÉTODOS DEL DEBATE, SINO NUEVOS MÉTODOS DE ELIMINACIÓN Y EXTERMINIO». (Stalin: Sobre los defectos del funcionamiento del partido y las medidas para liquidar a los trotskistas y otros agentes dobles. Informe en el pleno de febrero-marzo del Comité Central del partido, 3 de marzo de 1937).
No es ninguna tontería esto que dice Stalin, lo de «banda sin escrúpulos… carentes de contenido ideológico», porque habla de lo que conoce, de lo que conoce sin sombra de dudas, sin rincones y sin sombras, porque de quien está hablando es de sí mismo y no exagera en cuanto al uso del asesinato y el sabotaje, pero a una escala tal, que ningún precedente podía invocarse para predecir lo que estaba ocurriendo e iba a ocurrir.
Al tiempo que acusaba a los «trotskistas», es decir, a todos los que no le fueran inocuos, objetiva o potencialmente, de agentes de la Gestapo y del fascismo, el seminarista pensaba y preparaba una colaboración con el fascismo y la Gestapo que pocos, puede que solo uno, fueron capaces de intuir.
El 22 de septiembre de 1938, Trotsky publicó un artículo titulado «Después del colapso de Checoslovaquia Stalin buscará un acuerdo con Hitler»:
«El colapso de Checoslovaquia es el colapso de la política internacional que aplicó Stalin durante los últimos cinco años. La idea de Moscú de “una alianza de las democracias” para luchar contra el fascismo es una ficción sin perspectivas de vida. Nadie quiere luchar por un principio democrático abstracto; todos luchan por sus intereses materiales. Inglaterra y Francia prefieren satisfacer los apetitos de Hitler a expensas de Austria y Checoslovaquia más que a expensas de sus colonias… El tremendo golpe asestado a la posición internacional de la URSS es la retribución por las continuas y sangrientas purgas que descabezaron al ejército, desbarataron la economía y revelaron la debilidad del régimen stalinista. El origen de la política derrotista está en el Kremlin. Tenemos la certeza de que ahora la diplomacia soviética intentará una aproximación a Hitler».
El pacto Nazi-Soviético con sus tres protocoles secretos se firmó el 23 de agosto del 39 y estuvo en vigor casi dos años, hasta la invasión alemana. Entonces se lamentó el seminarista de la locura del cabo alemán porque juntos, dijo, habrían sido invencibles.
Comenzó, entonces, una estrecha colaboración del «comunismo» estalinista con la Gestapo. Aquello por lo que los «trotskistas» debían enfrentarse y se enfrentaron, a «nuevos métodos de eliminación y exterminio», lo hacía realidad y lo consumaba ahora, Stalin.
En Rusia, la NKVD comenzaba una etapa de estrecha colaboración con la Gestapo, esta sí real y documentada. Por ejemplo, en el verano de 1941, la NKVD entregó a los nazis más de cuatro mil personas, entre ellos familiares de detenidos en la URSS y en el mismo marco de colaboración nazi-soviética, continuó con las ejecuciones de refugiados alemanes en su territorio; y digo continuó porque eso ya había empezado antes, cuando Stalin «desmanteló» los servicios de inteligencia del Ejército Rojo, a los que consideraba «infiltrados totalmente por alemanes».
Es mérito de Stalin haber creado la más desmesurada «banda sin escrúpulos… carentes de contenido ideológico» y en esa carencia de principios estamos porque, no ha existido nunca una cesura entre el más podrido estalinismo, el de los años treinta, y los modernos y occidentalizados partidos comunistas oficiales.
Lafferte, en Chile, no traicionó nada cuando impulsó el primer Frente Popular. Por el contrario fue escrupuloso continuador de Stalin-Dimitrov, y del Pacto Ribbentrop-Molotov, tan escrupuloso y fiel a ellos que ni se molestó en modificar consignas y genuflexiones a la democracia, desde la de «reconciliación nacional» hasta la de «defensa de la democracia», conceptos centrales de la campaña electoral que llevó a Pedro Aguirre Cerda al poder, en un solo frente electoral con los nacistas de González Von Marees.
Quien quiera enterarse que se entere, quien quiera aprender que aprenda, pero el tiempo pasa y volvemos a lo mismo, a los «frentes populares» a la regeneración democrática del capitalismo», a las «etapas» stalinistas en espera eterna de la parusía de una revolución sistemáticamente obstruida y así seguiremos hasta que el enemigo sobrepase el punto de inflexión en el que su capacidad represiva sea ya irreversible.
Hoy, desde lo que queda de la Nueva Mayoría, el Partido Comunista de Chile, formalmente ha hecho credo de fe la defensa del “programa” de Bachelet que no hizo otra cosa más que consolidar el orden social vigente y contribuir a la destrucción de las organizaciones de los trabajadores. No se trata de moral ni de abstractas alocuciones sobre los principios, lo que revela la historia, desde Stalin a Teillier (y la comparación no es indecorosa), es la continuidad en la política del aparato stalinista –aggiornado y revitalizado con su presencia parlamentaria- de servicio a los intereses de la burguesía.
Stalin fue un agente de la Gestapo en el Kremlin y la historia lo ha demostrado, nadie osaría en la actualidad cuestionar el verdadero papel político del seminarista georgiano en la derrota del proletariado en los años 30.
Lo que hacen en el Chile hoy, es el mismo plato podrido y para colmo, recalentado.