por Gustavo Burgos
La movilización de los camioneros, una tímida y más bien irritante acción dispersa y carente de mayor conducción política, sirvió para terminar de delinear a las claras el carácter patronal del Gobierno. Si hace unos días Boric se jugó a salvar al capital financiero poniendo todo su capital político contra el 5º retiro, el día de ayer quedó marcado a fuego la mano distinta: cuando se movilizan los estudiantes secundarios se les reprime enérgicamente. Por el contrario al gremio patronal del transporte, como a las marchas del Rechazo, se le pone Carabineros para proteger sus acciones, exactamente como se ha venido haciendo desde 1990. Pusilanimidad ante el patrón, implacable brutalidad contra el explotado: no otra cosa es el régimen. Pero en estas movilizaciones no se juega solo la decadente popularidad de Apruebo Dignidad , también se comienzan a prefigurar los rasgos centrales de un nuevo escenario de la lucha de clases, uno en el que de un lado los trabajadores comienzan inorgánicamente aún a levantarse formando una nueva dirección política —frente a la masiva cooptación del régimen a las organizaciones de izquierda— y del otro, el sensible desarrollo de una corriente fascista.
Lo conversábamos en Mate al Rey con Julio Cortés, jamás se ha frenado al fascismo por vías institucionales. La historia del movimiento obrero en Chile y en el mundo, categórica e invariablemente ha revelado lo mismo. La revolución española, doblegada por la política estalinista del frente popular republicano entregó a millones de luchadores a las fauces del fascismo en cautela de la gran propiedad privada capitalista. En Chile, a partir del Paro Patronal de octubre de 1972, al respuesta contundente de los trabajadores fue la formación de los cordones industriales un impulso revolucionario de clase que se dirigía objetivamente a aplastar al golpismo y al fascismo. En este proceso finalmente se impuso la política del PC y de la propia UP, de preservar las vías institucionales, desarmar a los trabajadores, todo ello bajo la infame política de «No a la Guerra Civil» que a la postre abrió las puertas y las ventanas para el advenimiento de la contrarrevolución.
Con las debidas prevenciones, vivimos en estos días una situación similar. La izquierda que conocimos hasta estos días ha dejado de existir siquiera como un referente opositor —aún pro burgués— del régimen. El Frente Amplio, el PC y el PS, en todas sus variantes y con todos sus satélites ha aterrizado en La Moneda para materializar el 7º Gobierno de la interminable transición. Como dijo un buen amigo «Si las segundas partes son malas era imposible que Gobierno de Aylwin VII lo fuera».
Ya no se trata de los muchachos bien intencionados con un discurso deslavado, ahora tienen en sus manos el aparato represivo del Estado y lo están dirigiendo en contra del pueblo, en contra de los trabajadores, de los estudiantes, del pueblo-nación mapuche. Boric y Siches se han cansado, hasta el hartazgo de legitimar a las FFAA y a Carabineros instituciones de clase, para servir los intereses de la burguesía, dirigidas por corruptos y orgánicamente destinadas a violar masivamente los DDHH. Resulta espeluznante oír a la Ministro de Interior Izkia Siches rendir homenaje a dicha institución en los mismos momentos que los COP gasean, apalean y dan palizas a los secundarios a metros de La Moneda. Quiénes así actúan no pueden sino ser considerados enemigos del pueblo.
En este contexto ninguna institución del régimen ni el Gobierno, ni las FFAA, ni la Justicia ni el Parlamento ni la Convención Constitucional son espacios en los cuales podrán enarbolarse los reclamos populares. Esta institucionalidad patronal, esta democracia burguesa orgánicamente sirve a los intereses de la minoría explotadora y el imperialismo y en ella la clase trabajadora solo podrá ser derrotada. Uno de los efectos más perversos de la Convención Constitucional es precisamente su capacidad de subordinar a ls organizaciones populares e infantilizarlas en el debate normativo constitucional.
A los patrones y a su Gobierno lo enfrentaremos con acción directa y la movilización. A los fascistas tan pronto levanten cabeza habremos de barrerlos de las calles. Ninguna de estas tareas pueden ser requeridas ni de los tribunales, ni de la policía ni de la Convención patronal. Solo la organización popular de base de trabajadores, pobladores, estudiantes y del pueblo en general puede abordar estas tareas, una organización que se planee como frente de trabajadores y con una clara orientación de poder. El camino revolucionario no está prescrito en ninguna Constitución, ni será el resultado de un acto electoral. Como todas las conquistas relevantes el Gobierno de la clase trabajadora será el resultado de la lucha insurreccional de millones, de la inmensa mayoría popular en contra del régimen. Este 1º de Mayo ha de ser una oportunidad para estrechar esos lazos, para ganar las calles y alzar las banderas de la revolución en estos días en que la contrarrevolución pretende enseñorearse.