por Carlos X. Blanco
De nuevo Marx y adiós a la izquierda (y adiós a la derecha también)
De aquellos polvos, estos lodos. La expresión, no por manida, deja de ajustarse perfectamente a la suciedad que ha cubierto la superficie de los partidos de izquierda a partir de aquel fatídico 1989.
Polvo y lodo, así como acumulación de errores y tergiversaciones, constituyen buenos ejemplos sucias sustancias que bien podría mostrar gráficamente la trayectoria de la izquierda occidental desde entonces. El polvo y el lodo manchan, pero también pueden servir para cubrir bajo espesas capas las numerosas carencias de la izquierda, esto es, de las organizaciones, los liderazgos y las producciones teórico-prácticas hechas bajo la consigna del socialismo y del comunismo. Capas que cubren especialmente aquella izquierda que antaño se reclamaba del marxismo. Y decimos en pasado, reclamaba, por causa de la enorme confusión y caos que habita en el mundo paralelo de la llamada y auto-proclamada izquierda actual sepultada bajo el Muro de Berlín.
Las carencias, errores y confusiones previas a 1989 no hicieron más que estallar en forma de crisis vergonzante de los partidos y sindicatos que, diciendo defender al pueblo y a la clase obrera, no hicieron –en general- más que apuntalar de forma todavía más entusiástica al propio “modo de producción capitalista” que presuntamente habían denunciado.
Unas izquierdas que “con la obra de Marx” en la mano, y con la barricada preparada, para cuando las condiciones estuvieran maduras, debían haber actuado de muy otra manera. Pero la facilidad y celeridad con que esa obra de Marx -antes “en la mano”- fue arrojada a la hoguera, y la velocidad con que las minorías más heteróclitas se sumaron al carro de una izquierda cada vez más des-marxistizada, es un dato que nos debería hacer reflexionar.
Valga como hipótesis a investigar esta: hay una conexión entre la des-marxistización de los partidos y sindicatos de la izquierda, y el “entrismo” de minorías heteróclitas, en ocasiones claramente anti-obreras y contrarias a la Comunidad, precisamente en su condición de tales minorías fraccionarias, egoístas y ego-centradas, incompatibles políticamente con esa Comunidad (aunque humana y moralmente tolerables, en ocasiones, siempre que sus demandas se reduzcan al radio de la esfera privada, a la intimidad).
No hay ninguna conexión evidente o racional entre la defensa de la clase obrera y la lucha contra el capital, por un lado y, por el otro, el veganismo, el homosexualismo, la supremacía euskárica o catalana, la crianza no binaria de los niños, el mestizaje universal de todas las razas o el deseo de importar millones de no europeos en nuestro suelo, caiga con ello lo que quiera que caiga. Ninguna conexión.
Nunca he podido entender cómo las demandas de minorías rebeldes pueden hacerse pasar por “oposición al sistema capitalista” por encima y en contra de la masa productora que conforma por antonomasia un “Pueblo”. El desconocimiento más elemental de la historia de ese modo de producción (o dominación) llamado Capitalismo, y de las “leyes” por medio de las cuales este mismo modo se adapta a las condiciones cambiantes, especialmente las condiciones tecnológicas y geopolíticas, que hacen que la clase trabajadora y las clases medias re-distribuyan sus líneas de defensa, es la sangrante realidad que asiste hoy a esta izquierda des-marxistizada, sustituida más bien, en nuestros días, por una izquierda psicótica.
Léase por ejemplo todo ese universo que se ha dado en llamar altermundismo. Quien no está en este mundo sino en otro, o es un astronauta o es un alienado mental. Precisamente el marxismo, y con él su padre legal, el hegelianismo (la dialéctica) es un realismo elevado a la enésima potencia (un “hiperrealismo”): “todo lo real es racional, y todo lo racional es real”. En la medida en que el Capitalismo es comprendido intra-mundamente por una teoría, éste ya es susceptible de ser superado. Lo que debe ser superado y no acaba siéndolo, no es sino situación vergonzante para el pensamiento mismo, que de ser “concepto” no llega a ser “Razón”. He aquí, pues, la situación vergonzante (irracional, ella misma) en que cayó el marxismo, habiéndose escondido bajo el polvo de viejos dogmas, habiéndose identificado ora con el terror totalitario de los soviéticos o con el “reclutamiento de desarrapados” (trotskismo, laclauísmo, pabloiglesismo o podemismo español, etc.).
El Carlos Marx filósofo “pensó el Capitalismo” que es, como decir, le envió cargas de profundidad tendientes a su superación. Y esta superación (el concepto mismo de Revolución en un sentido metapolítico, vale decir, ontológico, y no meramente coyuntural) siempre es posible cuando se piensa el mundo de la forma más realista y dialéctica posible, y se abandona el egoísmo o egocentrismo de la minoría fraccionaria. La pequeña república soñada por euskaldunes perfectos o la comuna de sexualidad fluida imaginada por colectivos arcoiris y queer son locuras, delirios psicóticos que no pueden formar parte per se de un proyecto ontológico de Comunidad, el cual simultanea esencialmente (igual que un cuadrado simultanea esencialmente la igualdad de sus lados con la rectitud de sus ángulos internos) la crítica del aberrante Capitalismo en su versión tecnofinanciera, y la defensa de las clases trabajadoras y, en general productoras, de sus baluartes, células y herramientas de Comunidad (familia, patria, religión, identidad).
Un filósofo europeo, italiano para más señas, Diego Fusaro, siguiendo la estela de su maestro, Costanzo Preve (de quien modestamente hemos hecho la primera traducción española, hasta donde sabemos, de un libro con textos suyos y sobre él: De la Comuna a la Comunidad) viene a recordarnos estos días, qué es un marxismo en nuestros días, y qué es, por el contrario, una delirante y promiscua agrupación de movimientos que, lejos de ser incompatibles o corrosivos con el capitalismo, son, muy por el contrario, altamente “funcionales” o ideales para su mayor expansión. Grupos que, dándoselas de contestatarios y, por supuesto, “anti-fascistas”, forman en sus filas para así hacer potencialmente omnímoda de depredación, y para lograr una más efectiva desunión de las clases oprimidas. Un obrero en paro, en un barrio invadido y degradado debería movilizarse por que las mujeres ejecutivas de sueldos astronómicos disfruten de paridad en los consejos de las grandes corporaciones, o porque una pareja “homo” pueda pagar grandes fajos de billetes a una esclava con vientre de alquiler y así gestar un parir un niño que le van a arrebatar nada más nacer. ¿A dónde ha ido a parar esta “izquierda”?
Diego Fusaro, como antes que él Costanzo Preve, y otros pensadores que, no siendo marxistas son no obstante altamente críticos con el neoliberalismo (pienso en Alain de Benoist, por ejemplo), habiendo detectado la difícil regeneración de ese totum revolutumque se llama izquierda, y viendo, por igual, el caos o anemia ideológica de la derecha, es un filósofo que se yergue valientemente en el panorama intelectual actual, denunciando la bipolaridad “izquierda-derecha”. Su lema es: “valores de derecha, ideas de izquierda“.
El lema es plenamente comprensible desde una visión dialéctica de la Historia. Los valores “tradicionales”, mientras fueron un obstáculo al Capital (el Capital en su fase “revolucionaria”, correspondiente con una burguesía no parásita, sino ciertamente revolucionaria y productiva), fueron removidos pero también, cínica y simultáneamente, mientras fueron “funcionales” al Capital, éstos se conservaron.
En el siglo XIX y hasta las dos Guerras Mundiales, los obreros no fueron “cosmopolitas” sino que murieron en las trincheras por su patria o por su imperio. Los obreros debían reproducir el modelo burgués de familia, mientras el sistema capitalista no los degenerara demasiado (tesis bien presente en las obras de Marx y Engels), etc. Por el contrario, hoy tenemos una izquierda postmoderna que desea tan ardientemente como su Señor (el Capital) destrozar esos valores “burgueses”, universalizando el infantojuvenil Mayo del 68, derritiendo los cimientos mismos de la Civilización.
Los valores “de derecha” son los valores de la Comunidad, de la Civilización a que pertenece cada pueblo y su defensa activa anti-capitalista significa la superación, la trascendencia de la bipolaridad. En un sentido muy profundo, Marx “no fue de izquierdas” en la medida en que luchó toda su vida porque los bienes materiales y espirituales que deseaba para la clase obrera, y detentados casi exclusivamente por la burguesía (educación, higiene, arte, ciencia, salud) fuesen universales.
Lejos de destrozar la Civilización y atomizar la Comunidad, Marx deseaba ver robustos y sanos esos cuerpos intermedios de toda vida Comunitaria (familia, patria, asociaciones profesionales, vecinales, educativas y de toda índole). Universalizar, no atomizar. Pero estos valores “de derecha” que Fusaro relanza, siguiendo estrechamente a Marx, y que en manos de un Pueblo (Siervo) enfrentado al sistema de dominación (Señor) se convierten en universales, y no partidistas, deben quedar potenciados por las ideas “de izquierda” (crítica del modo de producción, superación del mismo, justa redistribución de la riqueza, restauración de una democracia verdaderamente participativa…). Lo cual es, a su vez, hacer que el mero pensamiento, la actividad generadora de “ideas” (y no solo de valores, en los que se vive y que se defienden), esto es, la praxis, produzca un mundo más racional.
Que la Razón triunfe, en estos momentos, consiste en que la realidad, debidamente pensada, sea por fin transformada. Y una tal transformación implica detectar a los verdaderos cómplices, colaboradores, matones y empleados del Capital, dispuestos al engaño, a la distracción y a la coacción. Nada más valiente que salirse del eje izquierda-derecha, trascenderlo y pensar (trabajando duramente el concepto en el “taller de las ideas”) para hacer la Realidad más Real, esto es, Racional. No otra cosa significa la palabra Revolución. Como una rama que agita el avispero de las acomodaticias izquierdas (y derechas), así la praxis de Fusaro puede ayudar a que el pensamiento esté a la altura de la realidad, y el movimiento del mundo, en sí imparable, impida la fractura comunitaria y civilizatoria.
(Tomado de Marx desde Cero)