por Gustavo Burgos//
Al comenzar los 90, el éxito de la transición pacífica dictadura-democracia y la derrota de las concepciones insurreccionalistas, dieron lugar a una organización que expresaba ese paradigma: el Partido Por la Democracia (PPD).
En él confluían las nuevas generaciones no interpretadas por los partidos tradicionales y que veían en este referente aquello que se presentaba como la tarea del momento, unirse por la democracia y desmontar los “enclaves” dictatoriales. Tenían lugar en esta organización –multicolor y naif como la exitosa campaña del No- todos aquellos que, desde distintas ópticas, coincidieran en la necesidad de unirse para ganar espacio en la institucionalidad y participar del proceso electoral. Stalinistas reciclados como Pollarollo y Leal, entusiastas golpistas como Aníbal Scarella o Vidal, ubicuos del Mapu como Tironi y Brunner, ¡y el propio Ricardo Lagos!, confluyeron en sus filas.
Al son de la salsa de Rubén Blades, Corazones Rojos de Los Prisioneros y el Achtung Baby de U2, comenzó a vivirse en esos años una pequeña apertura estética, dominada por los retornados y en la que más tarde terminaría imponiéndose la bohemia neurótica y contenida de The Clinic y Los Tres. El sarcasmo permitió sobrevivir a la ignominiosa capitulación de la Concertación que hizo viable el régimen pinochetista sin Pinochet tal como lo conocemos hasta nuestros días.
En este contexto, el PPD fue en realidad la expresión política y organizada de la derrota sufrida por los trabajadores como consecuencia de la transición. La derrota de las corrientes insurreccionales que apostaban a la caída de la dictadura dieron lugar -en el otro extremo del arco antidictatorial- al nacimiento de este partido, que originariamente iba a cobijar a todos los partidos de oposición a la dictadura que utilizarían esta cobertura de lo que se pensaba una transitoria legalidad electoral.
La historia, que no es otra cosa que la historia lucha de clases, puso al PPD en el lugar que le correspondía. Tras la mascarada democrática, su sentido ingenuo de “fin de la historia”, se ocultaba una organización burguesa, patronal, que en 30 años pasó de ser una revelación, a un cadáver pestilente atravesado por corrupción y el clientelismo. Una organización vaciada de militancia que sobrevive exclusivamente gracias al financiamiento de los aparatos montados por sus caciques, los Girardi, los Quintana y otras maravillas por el estilo.
Traemos a colación la tragicomedia del PPD –al escribirse estas líneas no sabemos si logró sobrevivir a la legislación que él mismo contribuyó a establecer para el refichaje- porque remite al debate que hoy se instala en la izquierda, 30 años después, como consecuencia del aún no nacido del todo Frente Amplio.
No tenemos textos orgánicos, ni programas, ni declaraciones de principios, pero en su corto período –que se inicia con la elección de Sharp en Valparaíso- hay algunas ideas gruesas que se han ido imponiendo. En sus filas caben todos aquellos que rechacen la connivencia de la Derecha y la Nueva Mayoría, aquello que llaman y anatemizan como “el duopolio”. A parte de esta definición no encontramos nada muy definido.
Aunque la mayor parte de las organizaciones que la integran se definen de izquierda, -el Movimiento Autonomista de Boric acaba de definirse como marxista- es la presencia de Revolución Democrática y particularmente del Partido Liberal de Vlado Mirosevic, los que han inclinado a definirse al Frente Amplio bajo el poco ausipicioso epigrama de “ni de izquierda ni de derecha”. Pareciera que el emplazamiento realizado en el verano por Mirosevic de que el candidato del Frente Amplio no debía ser “de trinchera” surtió sus efectos, tal autodefinición “ni de izquierda ni de derecha”, se parece más a un cálculo puramente electoral, ajena a toda épica identitaria y que materializa la capitulación a un minoritario grupo político –el Partido Liberal- cuyo único mérito político es el haber apoyado la candidatura de Piñera, desde la “trinchera” de Chile Primero, el ultraderechista agrupamiento de Flores y Schaulsohn.
Creemos que esta medida ambigüedad, que apuesta a crecer electoralmente hacia el centro, es la que sintetiza en buena medida el debate que caracteriza a la izquierda hoy en día. Y aunque parezca contradictorio, pocas veces, en nuestra historia reciente, la situación en la izquierda chilena ha adquirido –en sus formas- los rasgos convulsivos que se observan hasta hoy. Hay tres modestas expresiones de este aserto:
1.- Dentro del Frente Amplio, hace un par de días Luis Mariano Rendón acusó burocratismo de la mayoría del Frente, al impedir su postulación como precandidato del Partido Pirata a las primarias del sector, generando una extrema tensión con los otros precandidatos y con la propia Beatriz Sánchez, que pareciera apoyar su postulación. La situación no puede ser más delicada, atento a que en un referente que apuesta toda su actuación a lo electoral, la definición de los candidatos presidenciales es una cuestión de importancia estratégica.
2.- Fuera del FA, pero colindantes, el Partido Socialista culmina una interminable teleserie defenestrando a sus únicos precandidatos (Atria e Inzulza), para luego inclinarse por Guillier, no sin antes haberle dado un portazo –cuando no una palada- al mismísimo Ricardo Lagos. Fernando Atria –el candidato de la Izquierda Socialista- hizo su campaña de precandidatura con el auspicioso objetivo de reivindicar la identidad del Partido Socialista como la de una organización de izquierda. Sin embargo, de forma invariable, en todas sus intervenciones el único objeto discernible de su discurso era el emplazamiento a la mayoría “duopólica” y neoliberal que controla el PS, oponiéndole a aquella la abstracción de un socialismo de derechos económico sociales. Atria no llamaba a romper con la DC ni con la Nueva Mayoría, mucho menos hizo campaña volcado a la participación del PS en las movilizaciones. Consecuente con tal posición, luego de la escandalosa maniobra de la mayoría que encabeza Elizalde y más allá de algún coqueteo con el Frente Amplio, la Izquierda Socialista y Atria no rompen con la dirigencia que ellos mismos califican de neoliberal y permanecen dentro del PS sin –hasta ahora- ningún norte político.
3.- Fuera del Frente Amplio y en su contra, Roxana Miranda, desde ANDHA Chile, acusa al FA de ser un nido de cachorros de hienas de la aristocracia y cuestiona correctamente el reformismo frenteamplista. “¿Dónde se ha visto que la revolución es democrática? ¡¡¡Dígannos!!! ¿Dónde se ha visto que la burguesía se suicida cuando pierde sus privilegios?”, nos dice la ex Candidata presidencial. Miranda saca rápidas conclusiones, opone el pueblo pobre a la pituquería universitaria de Boric y Jackson, instintivamente pareciera acercarse a una definición de clase pero no alcanza. El socialismo, la revolución proletaria no aparecen en su discurso, tampoco la forma de resolver la necesaria unidad de la izquierda y los trabajadores.
Los medios de comunicación saturan con estas noticias y pareciera que estuviésemos en medio de un gigantesco debate político, de un enfrentamiento descomunal que obliga a las diversas corrientes a enfrentarse y disputarse el liderazgo nacional. Pero nada de esto ocurre sustancialmente y el enfrentamiento que referimos no tiene que ver con ideas, ni con programas. Asistimos a un lento despertar y a una profunda crisis en el seno de las organizaciones de izquierda. Tal crisis expresa la agudización de los antagonismos de clase.
En el título de esta nota nos preguntamos irónicamente si resulta necesario construir un nuevo PPD, un nuevo referente burgués para “profundizar” la democracia burguesa e intervenir en las elecciones del régimen. Sabemos en qué terminó esa historia, el esperpento de tal Frankestein político aún exuda su hedor.
En el Frente Amplio se abren las mismas discusiones que otrora caracterizaron a la oposición al pinochetismo. El sentido de oportunidad electoral, el simplismo de “todos contra el duopolio”, la huida hacia el centro político, son todos rasgos que ya hemos observado en otros tiempos.
La revolución socialista no es una pieza de museo. Muy por el contrario, la revolución proletaria es el futuro y es el único camino para acabar con la descomposición del orden capitalista que conduce hoy en día a la humanidad hacia la barbarie. Este es el dilema que debe resolver el conjunto de la izquierda y debe hacerlo con urgencia hoy.
Como chilenos tenemos la profunda experiencia de la Unidad Popular que marcó a fuego en nuestra historia. El Golpe del 73, golpe imperialista y burgués, señaló a las claras que sólo el genocidio podía preservar el orden social que se erige sobre la gran propiedad privada de los medios de producción. Ese golpe también nos enseñó que no hay vías pacíficas hacia el socialismo y que sólo los trabajadores organizados pueden resolver los grandes problemas nacionales.
Hoy día es necesaria la unidad de la izquierda, en ella no sobra nadie, ninguna fuerza, a condición de que tal unidad se forje en torno a la estrategia de la revolución socialista y la intervención en la lucha que las masas despliegan contra la explotación capitalista.
No, no hace falta un nuevo PPD, los trabajadores requerimos un partido de nuevo tipo, un partido revolucionario.
(Fotografía: Alameda, Santiago, 1933)