1. Producción para la satisfacción de las necesidades y producción para el cambio
En la sociedad primitiva primero, y después en el seno de la comunidad aldeana nacida de la revolución neolítica, la producción estaba esencialmente basada en la satisfacción de las necesidades de las colectividades productivas. El cambio era algo accidental. No intervenía nada más que sobre una pequeña parte de los bienes de los que disponía la comunidad.
Una forma de producción semejante presupone una organización deliberada del trabajo. El trabajo en estas sociedades es, pues, inmediatamente social. Decir organización deliberada del trabajo no quiere decir necesariamente organización consciente (ni verdaderamente científica), ni organización minuciosa. Muchas cosas pueden ser dejadas al azar, precisamente porque ninguna postura tendente al enriquecimiento privado preside la actividad económica. Las costumbres, los hábitos ancestrales, los ritos, la religión, la magia pueden determinar la alternancia y el ritmo de las actividades productivas. Pero estas están destinadas siempre y de un modo esencial a la satisfacción de necesidades inmediatas de la colectividad, no al cambio o al enriquecimiento convertido en un fin por sí mismo.
De una organización semejante de la vida económica se desgaja poco a poco una forma de organización económica diametralmente opuesta. A partir de los progresos de la división del trabajo, de la aparición de un cierto excedente, el potencial de trabajo de la colectividad es progresivamente dividido en unidades (grandes familias, familias patriarcales) trabajando independientemente unas de otras. El carácter privado del trabajo y de la propiedad privada de los productos del trabajo, o sea, de los medios de producción, se interponen entre los miembros de la comunidad e impiden establecer relaciones económicas deliberadas entre ellos. Estas unidades o individuos no se relacionan ya unos con otros, en la vida económica a través de una asociación directa. Unos con otros se relacionan por intermedio del cambio de los productos de su trabajo.
La mercancía es un producto del trabajo social que está destinado a ser cambiado por su productor y no a ser consumido por él o por la colectividad inmediata le la que forma parte. Presupone, pues, una situación social esencialmente diferente de aquella en la que la masa de los productos está destinada al consumo inmediato de las colectividades que la producen. Hay algunos casos transitorios (por ejemplo, las llamadas formas de subsistencia en nuestra época, que venden un pequeño excedente en el mercado). Pero para comprender bien la diferencia fundamental entre una situación social en la que se produce esencialmente para el consumo directo de los productores, y la situación en la que se produce para el cambio, hace falta recordar la respuesta maliciosa del socialista alemán Ferdinand Lassalle a un economista libera] de su época: ”Sin duda el Sr. Dupont-Dupont, empresario de pompas fúnebres, fabrica primero ataúdes para su propio uso y el de los miembros de su familia, para no vender nada más que el excedente que le queda … ”
2. La pequeña producción mercantil
La producción de mercancías apareció en primer lugar, hace 10 ó 12.000 años, en el Medio Oriente, en el marco de una primera división del trabajo entre los artesanos profesionales y los campesinos, es decir, a continuación de la aparición de las primeras ciudades.
Llamamos pequeña producción mercantil a aquella organización económica en la que prevalece la producción para el cambio, y los productores que son dueños de sus condiciones de producción.
Aunque haya habido formas múltiples de pequeña producción mercantil, especialmente en la Antigüedad y en el seno del modo de producción asiático, la pequeña producción mercantil conoció su principal desarrollo entre el siglo XIV y el XVI en Italia del norte central y en los Países Bajos del sur y del norte, viéndose la desaparición de la servidumbre en estas regiones y en estas épocas; y de hecho los propietarios de las mercancías que se encontraban en el mercado eran, a grandes rasgos, libres e iguales, más o menos, en derechos.
Es precisamente este carácter de libertad y de igualdad relativas de los propietarios de las mercancías, en el seno de una sociedad fundada sobre la pequeña producción mercantil, lo que permite entender la función misma del cambio: permite la continuidad de todas sus actividades productivas esenciales, a pesar de una división del trabajo ya avanzada, y sin que estas actividades dependan de decisiones deliberadas de la colectividad o de sus señores.
La organización del trabajo fundada en el reparto deliberado y previsto de antemano de la mano de obra entre diferentes ramas de actividad esenciales para satisfacer las necesidades de la sociedad se sustituye ahora por una división del trabajo más o menos ”anárquica” y ”libre”, en la que aparentemente el azar gobierna este reparto de recursos productivos vivos y muertos (instrumentos de trabajo). El cambio y su resultado se sustituyen ahora por la planificación usual o consciente para repartir esos recursos. Pero debe hacerse de tal forma que la continuidad de la vida económica esté asegurada (con, ciertamente, numerosos ”accidentes de recorrido”, crisis, interrupciones de la reproducción) de tal modo que todas las actividades esenciales encuentren practicantes.
3. La ley del valor
Es la misma forma de realización del cambio lo que asegura sus resultados, al menos a medio plazo. Las mercancías se cambian según las cantidades de trabajo necesarias para producirlas. Los productos de una jornada de trabajo de un colono se cambian por los productos de una jornada de trabajo de un tejedor. Precisamente en el alba de la pequeña producción mercantil, cuando la división del trabajo entre artesanos y campesinos no es nada más que rudimentaria, cuando muchas de las actividades artesanales se practican aún en la granja, es evidente que el cambio no puede fundarse nada más que sobre una equivalencia semejante. De otro modo, la actividad económica menos recompensada sería rápidamente abandonada. Se produciría entonces una penuria en este terreno. Esta penuria haría subir los precios y con ello la recompensa obtenida por estos productores determinados. De esta forma las actividades productivas se redistribuirían entre los diferentes sectores de actividad restableciendo la regla de equivalencia: por una misma cantidad de trabajo proporcionado, una misma cantidad de valor recibido en el cambio.
Llamamos ”ley del valor”, la ley. que gobierna el cambio de mercancías y, por intermedio de ésta, el reparto de la fuerza de trabajo, y de todos los recursos productivos, entre las diferentes ramas de actividad. Se trata de una ley económica que se funda esencialmente en una forma de ”organización del trabajo”, en relaciones establecidas entre los hombres diferentes de las que presiden la organización de una economía planificada según las costumbres o las elecciones conscientes de. productores asociados.
La ley del valor asegura el reconocimiento social el trabajo convertido en trabajo privado. En este sentido, la ley debe funcionar basándose en criterios objetivos, iguales para todos. Es, pues, inconcebible que un zapatero holgazán, que tendría necesidad de dos días de trabajo para producir un par de zapatos, que un zapatero hábil produciría en una jornada de trabajo, hubiera producido finalmente dos veces más valor que este último. Semejante funcionamiento del mercado, que recompensa la pereza o la falta de cualificación llevaría a una sociedad basada en la división del trabajo y el trabajo privado a la regresión rápida, a la debilidad. Por eso la equivalencia de las jornadas de trabajo asegurada por la ley del valor es una equivalencia de trabajo según la media social de productividad. Esta media, en una sociedad precapitalista, es generalmente estable y conocida por todos, puesto que la técnica productiva en ella evoluciona muy lentamente, o nada. Decimos, pues, que el valor de las mercancías está determinado por la cantidad de trabajo socialmente necesario para producirlas.
4. La aparición del capital
En la pequeña producción mercantil, el pequeño granjero y el pequeño artesano van al mercado con el producto de su trabajo. Lo venden para comprar productos de los que tienen necesidad para su consumo inmediato y que no los producen. Su actividad en el mercado puede resumirse por la fórmula: vender para comprar.
Muy rápidamente, la pequeña producción mercantil exige, sin embargo, la aparición de un medio de cambio universalmente aceptado (también llamado ”equivalente general”), para facilitar el cambio. Este medio de cambio por el que se pueden cambiar indiferentemente todas las mercancías, es la moneda. Con la aparición de la moneda, otro personaje social, otra clase social, aparece como consecuencia de un nuevo progreso en la división social del trabajo: el propietario de dinero, distinto del propietario de mercancías y opuesto a él. Es el usurero o el negociante especializado en comercio internacional.
El capital – pues es de lo que se trata, bajo su forma inicial y elemental de capital-dinero – es todo valor que trata de apropiarse una plusvalía, que está lanzado a la búsqueda de una plusvalía. Esta definición marxista del capital se opone a la definición usual en los manuales burgueses, según la cual el capital seria, simplemente, todo instrumento de trabajo, o incluso, de un modo más vago, ”todo bien duradero”. Con esta definición, el primer mono que hubiera golpeado un platanero con un palo para coger un plátano seria el primer capitalista…
Subrayémoslo una vez más: como todas las ”categorías económicas”, la categoría ”capital” no puede entenderse nada más que si se la comprende como fundada en una relación social entre los hombres: a saber una relación tal que permita a un propietario de capital apropiarse de una plusvalía.
5. Del capital al capitalismo
La existencia del capital no se identifica con la existencia del modo de producción capitalista. Al contrario, los capitales han existido y circulado desde hace miles de años y antes de la eclosión del modo de producción capitalista en Europa occidental en los siglos XV y XVI.
El usurero y el mercader aparecen en un principio en el seno de sociedades precapitalistas, esclavistas, feudales o fundadas en el modo de producción asiático, Operan especialmente fuera de la esfera de la producción. Aseguran la introducción del dinero en una sociedad natural (en general, este dinero afluye del extranjero) introduciendo productos de lujo venidos de lejos, asegurando un mínimo de crédito tanto a las clases poseedoras desprovistas de fortunas mobiliarias, como a los reyes y emperadores.
Semejante capital es políticamente débil, y no está protegido contra las exacciones, la rapiña y la confiscación. Esta es además su suerte habitual, y es por ello por lo que el capitalista protege celosamente su tesoro, guardándose una parte y cuidándose bien de invertirlo totalmente para evitar confiscaciones: por ejemplo, lo que les sucedió a los Templarios en el siglo XIV en Francia. Los banqueros italianos que financiaban las guerras de los reyes de Inglaterra se vieron de hecho desposeídos ya que esos reyes no reembolsaban sus deudas.
Solamente cuando cambiaron las relaciones de fuerzas políticas hasta el punto en que esas confiscaciones directas e indirectas fueron cada vez más difíciles, el capital pudo acumularse – crecer – de manera cada vez más continua. A partir de aquel momento, se hace posible la penetración del capital en la esfera de la producción, y con ella, el nacimiento del modo de producción capitalista, el nacimiento del capitalismo moderno.
Ahora, el detentador de capitales no es un simple usurero, banquero o mercader. Es propietario de medios de producción, alquila brazos, organiza los medios de producción, es fabricante, manufacturero o industrial. La plusvalía ya no se extrae de la esfera de la distribución. Se produce de un modo normal en el curso del proceso productivo.
6. ¿Qué es la plusvalía?
En la sociedad precapitalista, cuando los propietarios de capitales operan esencialmente en la esfera de la circulación, no pueden apropiarse una plusvalía más que explotando de manera parasitaria los rendimientos de otras clases de la sociedad. El origen de esta plusvalía parasitaria quizá sea la parte del excedente agrícola (por ejemplo, de la renta feudal) del que la nobleza o el clero son los propietarios iniciales, o una parte de las escasas rentas de los artesanos y campesinos. Esta plusvalía es esencialmente fruto de la rapiña y del engaño. La piratería, el pillaje, el comercio de esclavos, jugaron un papel esencial en la constitución de las fortunas iniciales de mercaderes árabes, italianos, franceses, flamencos, alemanes, ingleses, en la Edad Media. Más tarde, el hecho de comprar mercancías por debajo de su valor en mercados lejanos, para después revenderlas por encima de su valor en mercados mediterráneos o de Europa del oeste y de Europa central jugó un papel semejante.
Está claro que una plusvalía semejante no resulta nada más que de una actividad de transferencia. La riqueza global de la sociedad, considerada en su conjunto, no se acrecienta apenas. Unos pierden lo que otros ganan. En efecto, durante milenios, la riqueza mobiliaria de toda la Humanidad sólo aumentó un poco. Sucederá de otro modo desde el advenimiento del modo de producción capitalista. Sólo a partir de este momento la plusvalía no será simplemente retirada del proceso de circulación de mercancías. Ahora la plusvalía se producirá con normalidad, y se acrecentará normalmente en amplitud, en el curso del mismo proceso productivo.
Hemos visto que en todas las sociedades de clase precapitalistas, los productores (esclavos, siervos, campesinos) estaban obligados a repartir su semana de trabajo, o su producción anual, entre una parte que ellos mismos consumían (producto necesario) y una parte de la que se apropiaba la clase dominante (sobre producto social).En la fábrica capitalista se manifiesta el mismo fenómeno, si bien aparece velado por la apariencia de relaciones mercantiles que parecen gobernar la ”libre compra y venta” de la fuerza de trabajo entre capitalistas y obreros.
Cuando el obrero comienza a trabajar en la fábrica, al comienzo de su jornada (o de su semana) de trabajo, incorpora un valor a las materias primas que él manipula. Al cabo de un determinado número de horas (o de jornadas) de trabajo, ha reproducido un valor que es exactamente el equivalente a su salario cotidiano (o semanal). Si en ese momento dejara de trabajar, el capitalista no obtendría ni un céntimo de plusvalía. Pero, en estas condiciones el capitalista no tendría ningún interés en comprar esa fuerza de trabajo. Como el usurero o el mercader de la Edad Media, ”compra para vender”. Compra la fuerza de trabajo para obtener de ella un producto más elevado a lo que ha pagado para comprarla. Este ”suplemento”, este ”pico”, es precisamente su plusvalía, su beneficio. Está claro que si el obrero reproduce el equivalente de su salario en 4 horas de trabajo, trabajará no 4, sino 7, 8ó9 horas. Durante estas 2, 3, 4 ó 5 horas ”suplementarias” produce la plusvalía para el capitalista, a cambio de la cual a élno le toca nada.
El origen de la plusvalía está, pues, en el trabajo excedente, en el trabajo gratuito apropiado por eh capitalista. ”Pero eso es un robo” se gritará. La respuesta debe ser ”sí y no”. Sí, desde el punto de vista del obrero; no, desde el punto de vista del capitalista y de las leyes del mercado.
El capitalista, en efecto, no ha comprado en el mercado ”el valor producido o a producir por el obrero”. No ha comprado su trabajo, es decir, el trabajo que el obrero va a efectuar (si hubiera hecho esto, habría cometido un robo pura y simplemente; habría pagado 1.000 pesetas por lo que vale 2.000 pesetas). El capitalista ha comprado la fuerza de trabajo del obrero. Esta fuerza de trabajo tiene un valor propio del mismo modo que toda mercancía tiene su valor. El valor de la fuerza de trabajo está determinado por la cantidad de trabajo necesaria para reproducirla, es decir, para la subsistencia (en el sentido amplio del término) del obrero y de su familia. La plusvalía tiene su origen en el hecho de la diferencia que aparece entre el valor producido por el obrero y el valor de las mercancías necesarias para asegurar su subsistencia. Esta diferencia se debe al crecimiento de la productividad del trabajo del obrero. El capitalista puede apropiarse los beneficios del crecimiento de la productividad del trabajo porque la fuerza de trabajo se ha convertido en una mercancía, porque el obrero ha sido puesto en una situación en la que no puede producir su propia subsistencia.
7. Las condiciones de aparición del capitalismo moderno
El capitalismo moderno es el producto de tres transformaciones económicas y sociales:
a) La separación de los productores de sus medios de producción y de subsistencia. Esta separación se ha efectuado claramente en la agricultura por la expulsión de los pequeños campesinos de las tierras señoriales transformadas en praderas; en el artesanado por la destrucción de las corporaciones medievales; por el desarrollo de la industria domiciliaria; por la apropiación privada de las reservas de tierras vírgenes, etc.
b) La formación de una clase social que monopoliza estos medios de producción, la burguesía moderna. La aparición de esta clase supuso al principio una acumulación de capitales bajo forma de dinero, después una transformación de los medios de producción que son tan caros que sólo los propietarios de capitales-dinero Considerables pueden adquirirlos. La revolución industrial del siglo XVIII, por la que en lo sucesivo la producción se basará en el maquinismo, realiza esta transformación de manera definitiva.
c) La transformación de la fuerza de trabajo en mercancía. Esta transformación resulta de la aparición de una clase que no posee nada más que su fuerza de trabajo, y que, para poder subsistir, esta obligada a vender esta fuerza de trabajo a los propietarios de los medios de producción.
”Gentes pobres y necesitadas, entre las que abundan los que tienen el peso y la carga de mujeres y numerosos niños, y que no poseen nada más que lo que pueden ganar con el trabajo de sus manos”: he aquí una descripción excelente del proletariado moderno, extraída de un memorial de finales del siglo XVI, realizado en Leyde (en los Países Bajos).
Porque esta masa de proletarios no puede elegir sino es entre la venta de su fuerza de trabajo y el hambre permanente, es por lo que está obligada a aceptar como precio de su fuerza de trabajo el precio dictado por las condiciones capitalistas normales en el ”mercado de trabajo”, es decir, el mínimo vital socialmente reconocido. El proletariado es la clase de los que están obligados por este apremio económico, a vender su fuerza de trabajo de un modo más o menos continuo.
Bibliografía
K. Marx: Salarios, Precio y Ganancia.
Rosa Luxemburgo: Introducción a la Economía Política.
Ernest Mandel: Iniciación a la teoría económica marxista.
– Tratado de economía marxista.
Pierre Salama y Jacques Valier: Introducción a la Economía Política.