de Partido Operário Revolucionário (Brasil) //
Nicaragua se enfrenta a la más profunda crisis económica, social y política de las últimas cuatro décadas, cuando el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) se elevó al poder,impulsada por el ascenso revolucionario de las masas. Daniel Ortega (FSLN), en el poder desde hace más de 11 años, ahora, se enfrenta a un levantamiento nacional de las masas, incluida también de la burguesía nacional, apoyada en sectores de la clase media.
La chispa fue la decisión del gobierno de aprobar, el 16 de abril, la reforma del Instituto Nicaragüense de Seguridad (INSS), tras meses de negociaciones con el FMI. La propuesta del FMI era la de aumentar las contribuciones, la edad de jubilación (elevándola hasta 60 años) y los años de cotizaciones, sin embargo, acabó aceptando la propuesta del gobierno de «reforma gradual», de aumento de las contribuciones, tanto de los patrones como de los trabajadores. Por supuesto, Ortega se imaginaba que las masas aceptarían la graduación, imposibilitando así una reacción de la oposición patronal.
Según el proyecto aprobado, los asalariados pagarían el 7% (anteriormente, el 5%) y los empresarios, el 22,5% (anteriormente, 19%). También se aplicaba una reducción en el pago de las jubilaciones actuales, pasando del 80% del salario en actividad, al 70% (reducción del 7%). El argumento de Ortega fue el de que la reforma debería garantizar los derechos de seguridad de la población más pobre (los afiliados del INSS son sólo el 26% población), «distribuyendo los costos» entre toda la población. También señaló que la reforma reduciría el déficit de 504 millones de dólares en reservas cambiarias, que liberaría al Estado para sostener el INSS, evitando así la quiebra del Instituto, que lleva un «déficit estructural» de 70 millones de dólares y garantizar su «sostenibilidad financiera».
Dos días después de firmado el decreto (18 de abril), se desencadenó un amplio movimiento nacional de rechazo a la reforma. Bajo la reivindicación común de su anulación inmediata, se reunieron obreros, campesinos, estudiantes, direcciones sindicales opositoras, pequeña burguesía urbana (comerciantes, artesanos, profesionales, etc.), Iglesia y sectores de la burguesía nacional.
El gobierno ordenó una brutal represión. La policía y milicias de la Juventud Sandinista atacaron las movilizaciones. Se cerraron periódicos y canales de televisión. El gobierno nacional-reformista pretendía, de este modo, aplastar rápidamente los protestas y abortar las tendencias de lucha.
Lo contrario sucedió. La represión se agigantó y se radicalizaron las protestas. Miles se enfrentaron a la represión con barricadas, piedras, bombas incendiarias e incluso armas de fuego fuego. En la primera semana, cayeron 50 manifestantes, entre estudiantes, campesinos, policías y periodistas. Hasta el momento en que publicamos este artículo, siguen desaparecidas 60 personas. Numerosos establecimientos comerciales fueron incendiados o destruidos.
Bajo la presión de las masas movilizadas, por un lado, y la burguesía, por el otro, el gobierno propuso discutir la reforma. Pero los manifestantes y la propia oposición burguesa exigieron que Ortega diera marcha atrás. Arrinconado, anuló el decreto en El 22 de abril y permitió que ingresara en el País a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), para evaluar la situación y determinar las responsabilidades de las muertes.
Ortega encubrió su retroceso bajo la justificación de que «el diálogo es imprescindible (…) para alcanzar la paz». Lo cierto es que el sandinista tendría que avanzar aún más la represión y correr el riesgo de ser derribado del poder por la oposición burguesa, que aprovechó la crisis para apoyarse en las masas. Pero, no fueron los únicos obstáculos para mantener la reforma en pie. En 14 de mayo, Ortega pretendió movilizar al ejército contra las las manifestaciones, optando así por el aplastamiento del levante. «No tenemos por qué reprimir», le respondió el portavoz del Ejército, coronel Manuel Guevara. Los militares se aferraron a la Constitución y pidieron el «diálogo nacional», mediado por la Iglesia, como la única vía de pacificación. La declaración indicó a la burguesía que podría avanzar aún más contra el gobierno.
A finales de mayo, se reanudaron las movilizaciones. Más 17 personas cayeron. La CIDH acusó al gobierno de «uso excesivo de la fuerza policial». Prepara una declaración a la OEA, que servirá para fortalecer a la oposición burguesa. Se nota cuán grave es la ausencia de una dirección revolucionaria, capaz de separar los intereses de los explotados de sus explotadores.
Las «mesas de diálogo» montadas para la «pacificación» del país con la oposición, los sindicatos, los estudiantes y la Iglesia fracasaron. El 1 de junio, el gobierno de EEUU amenazó a Ortega con «graves consecuencias «si continúan reprimiendo las protestas. El 3 de junio, fue asesinado un ciudadano norteamericano en las manifestaciones ciones. Con el hecho en la mano, el imperialismo espera la publicación del informe de la CIDH para comenzar los ataques diplomáticos y montar un cerco a la nación oprimida, como ha venido haciendo en Venezuela.
Las masas se enfrentan a un gobierno nacional-reformista que se pudre, que desea sobrevivir aplicando las medidas antinacionales y antipopulares, dictadas por el imperialismo. De modo que, si bien coinciden en las calles con la reacción proimperialista, sus intereses y métodos de lucha las proyectan contra el régimen burgués en su conjunto. Esto explica por qué el imperialismo, la Iglesia y la burguesía nacional tienen interés en resolver rápidamente la crisis y evitar que las masas avancen levantando su propio programa.
Es en estas convulsivas condiciones que el nacional-reformismo de origen guerrillero y popular ya no consigue arbitrar los conflictos entre las clases. Para elevarse al poder del Estado, se apoyó en la la lucha revolucionaria de las masas, sin embargo, para mantenerse en él, selló una alianza política con la burguesía, con el objetivo de la «reconstrucción nacional». Con el avance de la disgregación del capitalismo, no hay más espacio para el colaboracionismo. Por el contrario: la burguesía mundial está en una brutal y violenta ofensiva sobre las naciones oprimidas y contra los explotados. Y exige que los gobiernos apliquen a sangre y fuego medidas que protejan los beneficios monopólicos.
No hay duda de que la burguesía estaba de acuerdo con que Ortega descargara el ataque sobre los explotados. Pero no estaba dispuesta a compartir el sacrificio. Como buen gobierno de conciliación de clases, el sandinista buscó martillar tanto el clavo y la herradura. Sin embargo, acabó así por suministrar las armas de la oposición burguesa, francamente proimperialista. El sandinismo, con toda su pompa de pasado reformista «Anti-imperialista», concluye como verdugo de los explotados. Desde el momento en que asumió el poder y mantuvo la grandeza la propiedad de los medios de producción, pasó a ejercer la dictadura de clase de la burguesía y a inclinarse ante el imperialismo.
Lo fundamental de la situación planteada está en que se viene montando un amplio frente burguesa reaccionario con el objetivo de tirar al sandinismo del poder del estado, ya que su ciclo se agotó. Lo que hace más fácil esta tarea es la ausencia de una dirección revolucionaria capaz de unificar las masas oprimidas, recuperar las tradiciones de los explotados nicaragüenses, superar el sandinismo podrido y tomar el poder. Es en estas convulsivas condiciones y de profundo retraso es que la historia vuelve a poner al proletariado la tarea de construir su partido marxista-leninista-trotskista. Único instrumento revolucionario, por su programa, capaz de establecer la alianza obrera y campesina y conquistar el poder político, constituyendo su dictadura de clase (el gobierno obrero y campesino).
Esta tarea de hoy es la misma de cuarenta años atrás. En su lugar, destacó el movimiento pequeñoburguésnacionalista del FSLN. El reformismo, enmascarado de anti-imperialista, bloqueó la transformación de la revolución democrática en revolución socialista. Por lo tanto, habría de concluir como traidor de los explotados y agente de los intereses generales de la burguesía. Es de esa dura experiencia que la clase y su vanguardia acabarán por enfrentarse a la derecha burguesa pro-imperialista, que, por el momento, se prepara para barrer lo que queda del sandinismo guerrillero, que derrotó a la dictadura oligárquica de la familia Somoza.
Que los explotados acaben con los traidores de la revolución democrática! ¡Que se liberen de toda política burguesa! Que los nicaragüenses aprovechen la dolorosa experiencia para poner en pie el partido marxista-leninista-trotskista!