«Que reste-t-il de ces beaux jours?», cantaba Charles Trenet en París, muchos años antes de que ese simbólico adoquín rompiera la vidriera de la sede de American Express en París el 20 de marzo de 1968 y se desataran las masivas movilizaciones que convirtieron a Francia en el emblema de las revueltas populares de 1968 en todo el mundo. ¿Qué quedó de esos días, de esa primavera francesa? Según los relatos dominantes, los oficiales y más mediatizados, lo más importante de esos sucesos se desarrolló en el Barrio Latino, en La Sorbona, en las calles de la metrópolis francesa. En las retinas quedaron grabadas las escenas de barricadas y marchas estudiantiles, grafitis con consignas como «Está prohibido prohibir» o «Sea realista, exija lo imposible» y, en el imaginario colectivo, la idea de que mayo del 68 fue sobre todo una «revolución cultural» y un momento de «destape». Otra interpretación análoga lo describe como un «fenómeno generacional», una revuelta de jóvenes, llegando a calificarlo de rebeldía adolescente y dejando entender así que esos meses que sacudieron a Francia –a tal punto que el presidente Charles de Gaulle viajó a Baden-Baden para visitar a Jacques Massu, comandante en jefe de las fuerzas en Alemania, y asegurarse de su apoyo en caso de que precisara dar un golpe de Estado– fueron un antojo algo ingenuo, pasajero y –por qué no– un tanto frívolo de unos muchachos de clase media que se sublevaban contra sus padres
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