Me parece que ya no hay nadie que defienda que Mayo de 1968 fue una situación revolucionaria en sentido pleno. Dicho de otra forma, en el que la cuestión de un derrocamiento de la burguesía estuvo a la orden del día y, correlativamente, la instauración del socialismo. Se oye a menudo como prueba la victoria triunfal de la derecha en las elecciones de junio de 1968, que mostraría la evidencia del estado de las reales relaciones de fuerza
Voy a confirmar aquí la primera afirmación (no hubo situación revolucionaria), a la vez que cuestiono vigorosamente la segunda. Lo que tiende a plantear la cuestión de otra forma: visto retrospectivamente, ¿qué es lo que era verdaderamente posible en Mayo desde el punto de vista del cuestionamiento del poder central?
Es conocida la célebre definición de Lenin de una situación revolucionaria. En su libro, La enfermedad infantil, escribe la siguiente frase: “Para que tenga lugar la revolución no basta con que las masas explotadas y oprimidas tomen conciencia de la imposibilidad de vivir como antes y reclamen cambios. Para que la revolución tenga lugar es preciso que los explotadores no puedan vivir y gobernar como antes. Solo cuando los de abajo ya no quieren y los de arribaya no pueden continuar viviendo a la antigua manera, solo entonces es cuando la revolución puede triunfar”. ¿Podían los de arriba gobernar como antes en Mayo? La cuestión es más compleja que lo que parece a primera vista. Si, evidentemente, si se mide que aparentemente bastó con un discurso amenazante de De Gaulle y a la vez abierto hacia elecciones absolutamente tradicionales para que la burguesía retome sus ánimos y, muy rápidamente, los atributos del poder. Sin embargo, la descripción que daba Balladur (entonces secretario de Pompidou en Matignon –sede del primer ministro, ndt-) es pasablemente asombrosa. En su libro, “El árbol de Mayo”, describe como en numerosas prefecturas de provincia, los teléfonos sonaban en el vacío y como las órdenes, cuando llegaban, eran perfectamente ignoradas. Una particularidad más entre otras de este mes de Mayo. Un desconcierto generalizado. Salvo que realmente se piense que los de arriba ya no podían más, ¿quizá lo que ocurrió (la puesta a cero en este punto) habría podido suceder de otra forma? ¿Hasta hacer frente al ejército de Massu? [General que participó en numerosas guerras coloniales, en Chad, Vietnam y Argelia, donde promovió el uso de la tortura, ndt]. Una de las evidentes señales negativas de la respuesta es que incluso los más furiosos de los furiosos de la época no se arriesgaron a una consigna de ese tipo, por ejemplo una llamamiento al boicot activo de las elecciones, aunque fuese atribuyendo la imposibilidad práctica del mismo a la traición de tal o cual (el PCF y la CGT por ejemplo).
Además, cuando se cita a Lenin sobre esta cuestión, se olvida casi siempre recordar la frase que sigue inmediatamente: “Esta verdad se expresa de otra forma en estos términos: la revolución es imposible sin una crisis nacional (que afecte a explotados y explotadores)”. Sin embargo esta frase es capital, decisiva. Es justamente esta crisis nacional lo que explica que los de arriba no puedan más y que los de abajo no quieran más. Se sabe que en Octubre de 1917 esa gran crisis fue la continuación de la guerra. Todavía un elemento perturbador: en Mayo del 68 no hubo nada que se le parezca, aparte, por supuesto, de la propia huelga. Es cierto que hubo lo que más tarde se ha entendió ampliamente: una cólera sorda abajo, una sociedad bloqueada, autoritaria (tanto para la juventud escolarizada como para la masa de los trabajadores). Pero nada equivalente a la crisis nacional, de la que, quizá, las guerras coloniales habrían podido ser una raíz. ¡Pero justamente se acababa de salir de ellas!
A pesar de las particularidades, que conviene medir con cuidado, en Mayo de 68 no se manifestaron las fórmulas de Lenin. Como tampoco, por otra parte, la existencia de un doble poder. Las distintas experiencias consejistas (sea de autogestiones de empresas o sobre una base territorial) no podían pretenderlo en ningún caso. Incluso si se adoptase la clásica vertiente reformista de la cuestión, tampoco hubo nada que se pareciese a una alternativa gubernamental realista. La izquierda estaba dividida y el sector reunido en Charléty, sin el PCF, no daba el nivel. Por su lado, el PCF, a pesar del tardío lanzamiento de su consigna de gobierno popular, era completamente reticente ante el movimiento; desconfiado e incluso hostil en cuanto a las posibles salidas políticas.
Así pues la misa estaba cantada. Se puede defender que Mayo del 68 estuvo en el origen de numerosas revoluciones, ampliamente descritas. Pero nada de revolución en singular. Lo que pasó, pasó. ¿Podía haber sido de otra forma? Y sin embargo… Se habla de un movimiento al que se juzga en cuanto a sus potencialidades sobre apenas un poco más de dos semanas: desde el 13 de mayo, o más seguramente del 16 y 17 con la huelga en Renault, hasta el 30 de mayo con la manifestación gaullista. ¿Cómo podía desplegarse en tan poco tiempo lo que describe Lenin? Retrospectivamente, la cuestión del poder político cambia un poco de naturaleza: ¿era posible, y con qué alternativas, que el movimiento plantease esta cuestión en un tiempo más amplio?
Con todos los demás factores semejantes, existe un ejemplo histórico interesante, el de la huelga de los mineros británicos en 1974. El gobierno de entonces estaba presidido por el tory Edward Heath. La huelga, muy dura como sucedía a menudo con los mineros, provocó muy serias dificultades a la economía británica. Heath intentó negociar a mínimos, intentó la represión, pero no consiguió nada. Entonces la salida se impuso casi por si misma: la convocatoria de elecciones anticipadas. Toda la prensa de la época no dudaba que los conservadores saldrían vencedores. Como anteriormente en junio de 1968… Y sin embargo, fue el laborista Harold Wilson quien ganó, al menos en escaños. ¿Dónde está el error? ¿Dónde está la diferencia? Está en el siguiente aspecto. Heath pidió que se detuviese la huelga (como hizo De Gaulle). Pero Wilson rechazo hacerlo, lo que, por otra parte, los mineros habrían rechazado de plano. Sin duda algumna, Heath y la prensa tenían razón en un punto: la opinión pública deseaba el fin de la huelga, la vuelta al orden normal de las cosas. Pero la posición de los mineros y del partido laborista hizo cambiar la naturaleza de la alternativa. Probablemente, con Heath todo iba a continuar e incluso a endurecerse. Con Wilson (es decir con una verdadera negociación sobre la huelga), había la posibilidad de una salida. ¡Y ganó Wilson! Dicho de otra forma, una victoria obligada de la derecha no se desprende de ninguna forma de la carencia de apetito revolucionario de la población. Como explica Trotski en condiciones mucho más dramáticas (el auge de Hitler) la fuerza va a la fuerza en un período enrarecido…
Si se hace un poco de política ficción, suponiendo en Mayo la existencia de una fuerza política suficientemente decidida e implantada, con otras opciones que la sumisión, ¿qué es lo que hubiera sido posible? ¿Rechazar las elecciones (“trampa para idiotas”)? Excluido en un país de vieja tradición parlamentaria como Francia. Pero de esa aceptación no se desprendía de ninguna forma el final de la huelga de masas. Incluso aunque se acepte que ella no estaba asociada a un proyecto políticodirecto (del tipo de huelga general insurreccional), basándose al contrario en una estricta base social, era posible defender que la huelga no había alcanzado sus potencialidades en tanto que huelga reivindicativa; que, con elecciones o sin ellas, debía continuar para alcanzarlas. Ni más ni menos. ¿Qué podía hacer el ejército ante una huelga tan masiva como aquella y que no habría cuestionado las elecciones? Entonces era imaginable un mecanismo comparable a lo que pasó un poco más tarde en Gran Bretaña. Muy simplemente porque las relaciones de fuerza reales, profundas, no se expresaron en junio. La victoria de la derecha no dio, de ninguna forma, la señal de un giro reaccionario, como el de Reagan o Thatcher un poco más tarde. Desde el punto de vista del sentimiento profundo del país, las elecciones de junio no significaron nada y todos los que minimizan la importancia de Mayo están absolutamente equivocados. A partir del año siguiente, De Gaulle estuvo obligado a dimitir y los diez años que siguieron a Mayo expresaron (¡y cómo!) lo que pasaba realmente en el país. Junio puso de manifiesto, sobre todo, las ganas de que eso se pare. ¿Pero si para ello hubiese sido necesario pasar por la derrota electoral de De Gaulle (como la de Heath)?
Salvo que el 30 de mayo era ya demasiado tarde. La huelga se había debilitado de forma decisiva como huelga general por las negociaciones de Grenelle. Es verdad que Mayo del 68 consiguió conquistas sociales generales (a las que se agregaron victorias por ramas y sectores). Pero estuvieron lejos de las de junio del 36. Nada comparable, tanto desde el punto de vista concreto como del simbólico, a las vacaciones pagadas. Balladur, siempre él, explicó en su libro como se había dado la instrucción para que de las negociaciones no saliese nada equivalente, porque habría sido considerado como una humillación por el General [de Gaulle, ndt]. Un rechazo neto y claro a este marco de las negociaciones por parte de los principales sindicatos (CGT, CFDT -que no tenía nada que ver con lo que ha sido su trayectoria posterior- e incluso FO en la que los trotskistas lambertistas eran influyentes) y la prueba de fuerzas se hubiese mantenido no en el plano político (en el que efectivamente no existía ninguna salida realista inmediata), sino directamente en el plano social. Y nada de eso cambia con el argumento de Séguy [secretario general en ese momento de la CGT, ndt] rechazando con energía la idea de que la CGT fuese repudiada en Billancourt [fábrica de Renault en la región parisina, ndt] cuando se presentó el informe sobre el contenido de las negociaciones. El hecho mismo de presentar ese contenido sin rechazarlo de entrada resolvía la cuestión: todo el mundo sabía entonces que las direcciones confederales estimaban que no se podía ir más lejos. Por otra parte, Balladur explicó muy claramente hasta qué punto Pompidou (por De Gaulle es menos claro, al menos de creer a Balladur) sabía contar sobre la prudencia de las direcciones confederales. La diferencia con la actitud de los mineros británicos en 1974 es evidente, incluso si se es cauteloso, ya que las cuestiones en juego no eran del mismo orden. Pero, siempre en política ficción, una campaña electoral que se desarrollase con una huelga general explícita y sólidamente apoyada, y nadie podía saber entonces lo que habría podido suceder desde el punto de vista de los resultados electorales, la fuerza yendo a la fuerza. Salvo que De Gaulle hubiera sido derrotado en junio y no un año más tarde. Y entonces, en lugar de que Mayo se redujera (desde el punto de vista de la huelga general) a dos semanas, se hubiera abierto un período mucho más amplio si nos atenemos al ámbito político, porque el relación al resto de ámbitos, Mayo tuvo continuidad e incluso se profundizó.
Para ello era necesario rechazar los extravíos izquierdistas (contra las elecciones) como también la voluntad, particularmente del PCF, de acabar los más rápidamente posible. Un debate en sí mismo lo constituye el saber hasta qué punto, tanto en el inicio como en cada momento posterior, la dirección del PCF era temerosa e incluso hostil al movimiento. Séguy afirmó, sin que fuera desmentido por nadie, que el apoyo a la huelga general dado por la dirección de la CGT después del 13 de mayo lo fue a pesar de la posición exactamente contraria mantenida por el Comité Central del PCF. Si fue así, corresponde a los historiadores aclarar estas cuestiones que aún permanecen muy controvertidas. Pero el debate sigue más abierto que lo que parece sobre la cuestión que trata este artículo. No bajo la forma de si la revolución era posible o no en las tres semanas álgidas de Mayo del 68, porque apenas hay dudas en cuanto a la respuesta negativa, si bien la situación no estaba entre el todo o la nada. A mi entender, 50 años después, este es un debate que sigue abierto.
Tomado de viento sur