por Gustavo Burgos
El régimen en su conjunto, con su boato y sus ceremonias, se dispone a conmemorar los 50 años del Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. Por ser la fecha, la marca del último decenio que podrá ser recordado masivamente por sus protagonistas, se acrecentó la tentación por lo mismo de hacer de estos actos un cierre definitivo que superara toda expectativa: el añorado NUNCA MÁS. Podría decirse que como si se tratara de un conjuro cada decenio 1983, 1993, 2003 y 2013, expresaron a su manera la necesidad del régimen —una necesidad histérica a veces, neurótica en otras— de darle legitimidad y solemnidad a la contrarrevolución iniciada esa fecha. Esta indisimulada aspiración de la burguesía de sepultar toda perspectiva revolucionaria —una aspiración que transita entre el fetichismo jurídico y el martirologio— sin embargo, está invariablemente condenada al fracaso.