por Ángel Ferrero
A principios de septiembre, el presidente de Vox, Santiago Abascal, anunciaba en su cuenta de Twitter que España era el país escogido para la próxima cumbre de “dirigentes patriotas y conservadores europeos” que se celebrará este mes de enero. Polonia fue el país anfitrión del último encuentro. El 4 de diciembre se reunieron en el Hotel Regent de Varsovia el presidente de Ley y Justicia (PiS), Jarosław Kaczyński, el primer ministro de Polonia, Mateusz Morawiecki, el presidente de Fidesz y primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, la presidenta de Agrupación Nacional (RN), Marine Le Pen, el presidente del Partido Popular Conservador de Estonia (EKRE), Martin Helme, el presidente de Interés Flamenco (Vlaams Belang), Tom Van Grieken, y el propio Abascal. Otras formaciones destacadas de la ultraderecha europea, sin embargo, no estuvieron presentes, como la Liga de Matteo Salvini, Alternativa para Alemania (AfD) o el Partido de la Libertad de Austria (FPÖ). De la cumbre salió una declaración muy breve, de una página de extensión, en la que se denunciaba la “perturbadora idea” de una Europa “gobernada por una élite nombrada a sí misma”. En el documento se destacaba cómo esta élite lleva a cabo una “aplicación arbitraria de la ley europea” y un programa de “ingeniería social” a escala continental destinado a “separar al ser humano de su cultura y de su legado”.