por Antonio García Vila //
No es que sea el más innovador, el más experimental, el más leído; es que Kafka es, casi, el siglo, la modernidad: la técnica, el desarraigo, los conflictos edípicos, la tortura, el cuestionamiento de la Ley, el nihilismo… La bibliografía sobre su obra es, sencillamente, inabarcable; las interpretaciones, incontables; los análisis, minuciosos, y, sin embargo, cada vez que nos enfrentamos a sus textos se abre el mismo enigma al que se enfrentó Tucholsky cuando lo leyó en su época: ¿qué es esto? Psicoanalistas, estructuralistas, marxistas, sionistas, filólogos, biógrafos han aplicado sus bisturís a la vida y la obra de ese checo de lengua alemana, a ese judío asimilado de la periferia del Imperio, a ese funcionario que dedicaba sus noches insomnes a una maniaca escritura, y la autopsia nos ha revelado que, si bien no todo vale, muchas cosas pueden ser ciertas, aunque ninguna sea definitiva. Que no hay nada resuelto, que el tema sigue, afortunadamente, abierto, y que lo mejor sigue siendo, después de todo, tomar un libro suyo, abrirlo y recorrer sus páginas entre atónitos y aterrados, dejando escapar, sin embargo, de vez en cuando una sonrisa. De cualquier forma sí que conviene, antes de ello, que el lector despeje algún prejuicio adherido a su figura, limpiarlo de la imagen que más de un siglo de aluvión bibliográfico ha formado de él y plantearse su lectura no como algo enteramente nuevo, ya que sería imposible, pero sí desde una perspectiva lo más desprejuiciada posible.
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