Cuento de Franz Kafka: «Un artista del hambre»

En los últimos decenios, el interés por los ayunadores ha disminuido muchísimo. Antes era un buen negocio organizar grandes exhibiciones de este género como espectáculo independiente, cosa que hoy, en cambio, es imposible del todo. Eran otros los tiempos. Entonces, toda la ciudad se ocupaba del ayunador; aumentaba su interés a cada día de ayuno; todos querían verlo siquiera una vez al día; en los últimos del ayuno no faltaba quien se estuviera días enteros sentado ante la pequeña jaula del ayunador; había, además, exhibiciones nocturnas, cuyo efecto era realzado por medio de antorchas; en los días buenos, se sacaba la jaula al aire libre, y era entonces cuando les mostraban el ayunador a los niños. Para los adultos aquello solía no ser más que una broma, en la que tomaban parte medio por moda; pero los niños, cogidos de las manos por prudencia, miraban asombrados y boquiabiertos a aquel hombre pálido, con camiseta oscura, de costillas salientes, que, desdeñando un asiento, permanecía tendido en la paja esparcida por el suelo, y saludaba, a veces, cortésmente o respondía con forzada sonrisa a las preguntas que se le dirigían o sacaba, quizá, un brazo por entre los hierros para hacer notar su delgadez, y volvía después a sumirse en su propio interior, sin preocuparse de nadie ni de nada, ni siquiera de la marcha del reloj, para él tan importante, única pieza de mobiliario que se veía en su jaula. Entonces se quedaba mirando al vacío, delante de sí, con ojos semicerrados, y sólo de cuando en cuando bebía en un diminuto vaso un sorbito de agua para humedecerse los labios.

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Cuento de Franz Kafka: «Ante la ley»

Ante la ley hay un guardián. Un campesino se presenta frente a este guardián, y solicita que le permita entrar en la Ley. Pero el guardián contesta que por ahora no puede dejarlo entrar. El hombre reflexiona y pregunta si más tarde lo dejarán entrar.

-Tal vez -dice el centinela- pero no por ahora.

La puerta que da a la Ley está abierta, como de costumbre; cuando el guardián se hace a un lado, el hombre se inclina para espiar. El guardián lo ve, se sonríe y le dice:

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Cuento de Franz Kafka: «Chacales y árabes»

Acampábamos en el oasis. Los viajeros dormían. Un árabe, alto y blanco, pasó adelante; ya había alimentado a los camellos y se dirigía a acostarse.

Me tiré de espaldas sobre la hierba; quería dormir; no pude conciliar el sueño; el aullido de un chacal a lo lejos me lo impedía; entonces me senté. Y lo que había estado tan lejos, de pronto estuvo cerca. El gruñido de los chacales me rodeó; ojos dorados descoloridos que se encendían y se apagaban; cuerpos esbeltos que se movían ágilmente y en cadencia como bajo un látigo.

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Cuento de Franz Kafka: «Un mensaje imperial»

El Emperador, tal va una parábola, os ha mandado, humilde sujeto, quien sóis la insignificante sombra arrinconándose en la más recóndita distancia del sol imperial, un mensaje; el Emperador desde su lecho de muerte os ha mandado un mensaje para vos únicamente.

Ha comandado al mensajero a arrodillarse junto a la cama, y ha susurrado el mensaje; ha puesto tanta importancia al mensaje, que ha ordenado al mensajero se lo repita en el oído.

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Cuento de Franz Kafka: «Ser infeliz»

Cuando ya eso se había vuelto insoportable -una vez al atardecer, en noviembre-, y yo me deslizaba sobre la estrecha alfombra de mi pieza como en una pista, estremecido por el aspecto de la calle iluminada me di vuelta otra vez, y en lo hondo de la pieza, en el fondo del espejo, encontré no obstante un nuevo objetivo, y grité, solamente por oír el grito al que nada responde y al que tampoco nada le sustrae la fuerza de grito, que por lo tanto sube sin contrapeso y no puede cesar aunque enmudezca; entonces desde la pared se abrió la puerta hacia afuera así de rápido porque la prisa era, ciertamente, necesaria, e incluso vi los caballos de los coches abajo, en el pavimento, se levantaron como potros que, habiendo expuesto los cuellos, se hubiesen enfurecido en la batalla.

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El judío Franz Kafka

Martha Robert, autora de varios libros sobre Kafka y Freud, algunos de los cuales están traducidos al castellano (Acerca de Kafka, acerca de Freud. Orígenes de la novela y Novela de los orígenes. La revolución psicoanalítica, etc.) acaba de publicar en la Colección Diaspora de la editorial francesa Celman Levy, un nuevo ensayo sobre el escritor judío (Seul comme Franz Kafka) centrado esta vez especialmente en la cuestión del judaísmo. Sobre este libro versa la entrevista que le hizo Jean Claude Eslin y que fue originariamente publicada en un número especial de la revista Esprit dedicado a “Les Juifs dans la modernité”.

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Cuento de Franz Kafka: «El matrimonio»

La situación general del negocio es tan mala, que yo, algunas veces, cuando tengo tiempo libre en el despacho, cojo la cartera de muestras y me dedico a visitar personalmente a los clientes. Hace tiempo que he decidido ir a visitar a K, con el que antaño tuve continuas relaciones comerciales, pero del que, por motivos desconocidos, no sé nada desde el año pasado. Para este tipo de problemas no hace falta que se den motivos; en la inestable situación de hoy puede decidir una nadería o un estado de ánimo, y del mismo modo una nadería o una sola palabra pueden arreglarlo todo. No obstante, me resultaba incómodo visitar a K, era un hombre ya mayor, en los últimos tiempos con mala salud, y aunque aún manejaba todos los hilos del negocio, apenas aparecía por allí; si se quería hablar con él, había que ir a su vivienda, un trámite así se va aplazando.

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Lo que no perdimos en el fuego

por Gonzalo León

Frank Kafka, Gertrude Stein, Virginia Woolf, Robert Musil, James Joyce y Marcel Proust revolucionaron la narrativa de principios de siglo XX. Mientras Kafka (1883-1924) innovó en el personaje literario y en el lenguaje que empleó (un alemán empobrecido, como señalaron Gilles Deleuze y Felix Guattari), Proust (1871-1922) lo hizo en el argumento y en el narrador en primera persona, que a veces parecía, especialmente en los siete tomos de En busca del tiempo perdido, un narrador en tercera y casi omnisciente. Sin embargo, de ambos se ha tenido la equivocada idea de que dejaron muchas cosas al azar, sobre todo en la construcción y difusión de sus obras. A Kafka y a Proust los unen muchas cosas: la obsesión por corregir, la delicada salud, el interés por que sus libros traspasaran las fronteras de sus países, la conciencia de haber construido algo nuevo, cierto atormentamiento vital, la estrecha relación con sus editores, pero de ninguna manera cierta desidia como a veces algunos los han hecho aparecer.

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Cuento de Franz Kafka: La colonia penitenciaria

-Es un aparato singular -dijo el oficial al explorador, y contempló con cierta admiración el aparato, que le era tan conocido. El explorador parecía haber aceptado sólo por cortesía la invitación del comandante para presenciar la ejecución de un soldado condenado por desobediencia e insulto hacia sus superiores. En la colonia penitenciaria no era tampoco muy grande el interés suscitado por esta ejecución. Por lo menos en ese pequeño valle, profundo y arenoso, rodeado totalmente por riscos desnudos, sólo se encontraban, además del oficial y el explorador, el condenado, un hombre de boca grande y aspecto estúpido, de cabello y rostro descuidados, y un soldado que sostenía la pesada cadena donde convergían las cadenitas que retenían al condenado por los tobillos y las muñecas, así como por el cuello, y que estaban unidas entre sí mediante cadenas secundarias. De todos modos, el condenado tenía un aspecto tan caninamente sumiso, que al parecer hubieran podido permitirle correr en libertad por los riscos circundantes, para llamarlo con un simple silbido cuando llegara el momento de la ejecución.

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Kafka enamorado

por Antonio García Vila //

No es que sea el más innovador, el más experimental, el más leído; es que Kafka es, casi, el siglo, la modernidad: la técnica, el desarraigo, los conflictos edípicos, la tortura, el cuestionamiento de la Ley, el nihilismo… La bibliografía sobre su obra es, sencillamente, inabarcable; las interpretaciones, incontables; los análisis, minuciosos, y, sin embargo, cada vez que nos enfrentamos a sus textos se abre el mismo enigma al que se enfrentó Tucholsky cuando lo leyó en su época: ¿qué es esto? Psicoanalistas, estructuralistas, marxistas, sionistas, filólogos, biógrafos han aplicado sus bisturís a la vida y la obra de ese checo de lengua alemana, a ese judío asimilado de la periferia del Imperio, a ese funcionario que dedicaba sus noches insomnes a una maniaca escritura, y la autopsia nos ha revelado que, si bien no todo vale, muchas cosas pueden ser ciertas, aunque ninguna sea definitiva. Que no hay nada resuelto, que el tema sigue, afortunadamente, abierto, y que lo mejor sigue siendo, después de todo, tomar un libro suyo, abrirlo y recorrer sus páginas entre atónitos y aterrados, dejando escapar, sin embargo, de vez en cuando una sonrisa. De cualquier forma sí que conviene, antes de ello, que el lector despeje algún prejuicio adherido a su figura, limpiarlo de la imagen que más de un siglo de aluvión bibliográfico ha formado de él y plantearse su lectura no como algo enteramente nuevo, ya que sería imposible, pero sí desde una perspectiva lo más desprejuiciada posible.

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