A los cien años de «Ulises» de James Joyce: una obra revolucionaria y una afirmación de la vida

por John McInally

“Para aprender hay que ser humilde. Pero la vida es la gran maestra”[1].

Ulises, de James Joyce, iniciado en 1914 y publicado en febrero de 1922, es la crónica de un día en Dublín, el 16 de Junio de 1904, y sigue las actividades y pensamientos de los tres personajes principales, Leopold Bloom, un publicista judio, Stephen Dedalus, basado en el propio joven Joyce y, en el capítulo final, la esposa de Bloom, Molly. El título viene del clasico mítico de Homero, La Odisea, un pilar de la literatura occidental, que describe las travesías de Odiseo (Ulises), un reticente soldado del conflicto troyano quien, como los personajes de la pequeña burguesía en la novela, vivía de su ingenio.

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Los 100 años del «Ulises» de Joyce: un debate abierto e imposible

por Omar Pérez Santiago

En 1932 el famoso psiquiatra Carl Gustav Jung definió a la obra que en febrero de 2022 celebró el primer centenario de su lanzamiento como «perturbadora», y dueña asimismo de un «nihilismo infernal». Desde entonces, parece que la novela del autor irlandés es la predilecta de los humanistas y cientistas sociales que auscultan en las zonas oscuras, en los demonios interiores y en los deseos reprimidos de los seres humanos.

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Cuento de James Joyce: "Arcilla"

La Supervisora le dio permiso para salir en cuanto acabara el té de las muchachas y María esperaba, expectante. La cocina relucía: la cocinera dijo que se podía uno ver la cara en los peroles de cobre. El fuego del hogar calentaba que era un contento y en una de las mesitas había cuatro grandes broas. Las broas parecían enteras; pero al acercarse uno, se podía ver que habían sido cortadas en largas porciones iguales, listas para repartir con el té. María las cortó.

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Lo que no perdimos en el fuego

por Gonzalo León

Frank Kafka, Gertrude Stein, Virginia Woolf, Robert Musil, James Joyce y Marcel Proust revolucionaron la narrativa de principios de siglo XX. Mientras Kafka (1883-1924) innovó en el personaje literario y en el lenguaje que empleó (un alemán empobrecido, como señalaron Gilles Deleuze y Felix Guattari), Proust (1871-1922) lo hizo en el argumento y en el narrador en primera persona, que a veces parecía, especialmente en los siete tomos de En busca del tiempo perdido, un narrador en tercera y casi omnisciente. Sin embargo, de ambos se ha tenido la equivocada idea de que dejaron muchas cosas al azar, sobre todo en la construcción y difusión de sus obras. A Kafka y a Proust los unen muchas cosas: la obsesión por corregir, la delicada salud, el interés por que sus libros traspasaran las fronteras de sus países, la conciencia de haber construido algo nuevo, cierto atormentamiento vital, la estrecha relación con sus editores, pero de ninguna manera cierta desidia como a veces algunos los han hecho aparecer.

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Virginia Woolf: diario de una escritora

1922

Viernes, 23 Je junio

Jacob está siendo pasado a máquina por la señorita Green, y cruzará el Atlántico el día 14 de julio. Entonces comenzará mi temporada de dudas y de altibajos. Me voy a proteger de la siguiente manera. Procuraré tener adelantado un relato para Eliot, vidas para Squire, y Reading; de manera que pueda darle la vuelta a la almohada, según sea mi suerte. Si dicen que se trata de un inteligente experimento, me dedicaré a producir, en calidad de producto acabado, «La señora Dalloway en Bond Street». Si dicen, su narrativa es inverosímil, yo diré, y qué me dicen de la fantasía de la señorita Ormerod. Si dicen; «Ni uno de sus personajes consigue importarnos un pimiento», les diré que lean mis críticas. Pero ¿qué dirán del Jacob? Una locura, supongo; una rapsodia inconexa; no lo sé. Para formarme una opinión sobre este libro confiaré en volverlo a leer. Sobre volver a leer novelas es el título de un artículo muy trabajado, pero notablemente inteligente, destinado al Supt.

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Joyce: «triste Trieste»

por Higinio Polo //

De los casi sesenta años que vivió, Joyce escasamente pasó doce en Irlanda, esa Irlanda católica y madrastra que ahogaba a sus hijos. Su vida transcurrió en ciudades distintas, vagabundo como Leopold Bloom, jugando con idiomas y palabras, canciones y sonidos. Una de ellas fue Triestre, esa ciudad híbrida y mestiza, siempre frontera, siempre triste.

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