por Antonio García Vila
En 1899 Alma Viaja a Italia, rechaza a Klimt y se consuela con su profesor de música. Alexander von Zemlinsky era un músico dotado y un hombre de una fealdad extrema que sin embargo sedujo a Alma, quien se planteó entregarse a él aunque finalmente fuera Mahler su “primer hombre”. “Lógico era que me enamorara de Zemlinsky, hombre feo, por cierto”, apunta Alma en sus recuerdos. Trabó amistad con él en una pequeña reunión donde disfrutaron criticando a los presentes y coincidieron en un unánime elogio de Mahler. Y así comenzó su amor, escribe Alma, “porque desde el primer momento no se trataba de una amistad”. “Él era un gnomo horrible –añade. De estatura baja, sin mentón, sin dientes, con un eterno olor a cafetería, desaseado… pero fascinante por su agudeza y su fuerza intelectual”. En una ocasión en la que el hombre tocaba el Tristán Alma creyó desfallecer y se fundieron en un abrazo. Sin embargo, escribe Alma, “mi cobardía impidió lo penúltimo. ¡Necia de mí que creía que había que conservar la virginal pureza! No eran los tiempos, era yo. Fui difícil de ser conquistada. Pero todo aquel periodo significaba música absoluta para mí. Quizá fue el periodo más feliz y despreocupado de toda mi vida”.