Gustav Mahler. Salir a un mundo cerrado

por Antonio García Vila

En 1899 Alma Viaja a Italia, rechaza a Klimt y se consuela con su profesor de música. Alexander von Zemlinsky era un músico dotado y un hombre de una fealdad extrema que sin embargo sedujo a Alma, quien se planteó entregarse a él aunque finalmente fuera Mahler su “primer hombre”. “Lógico era que me enamorara de Zemlinsky, hombre feo, por cierto”, apunta Alma en sus recuerdos. Trabó amistad con él en una pequeña reunión donde disfrutaron criticando a los presentes y coincidieron en un unánime elogio de Mahler. Y así comenzó su amor, escribe Alma, “porque desde el primer momento no se trataba de una amistad”. “Él era un gnomo horrible –añade. De estatura baja,  sin mentón, sin dientes, con un eterno olor a cafetería, desaseado… pero fascinante por su agudeza y su fuerza intelectual”. En una ocasión en la que el hombre tocaba el Tristán Alma creyó desfallecer y se fundieron en un abrazo. Sin embargo, escribe Alma, “mi cobardía impidió lo penúltimo. ¡Necia de mí que creía que había que conservar la virginal pureza! No eran los tiempos, era yo. Fui difícil de ser conquistada. Pero todo aquel periodo significaba música absoluta para mí. Quizá fue el periodo más feliz y despreocupado de toda mi vida”.

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Alma Mahler, el fin de una época

por Antonio García Vila //

Viena: La ciudad de los prodigios

Alma Mahler el fin de una épocaA finales del siglo XIX Austria era un país extraño, un Imperio fuera del tiempo unido por la dinastía de los Habsburgo. Era la “Kakania” de El hombre sin atributos de Musil: “Era kaiserlich-königlich (imperial-real) y era kaiserlich und königlich (imperial y real) para toda cosa y persona; se requería empero un sa­ber esotérico para estar seguro al distinguir cuáles eran las instituciones y personas a las que se refería el k.k. y cuáles a las que se refería el k. und k. En los papeles se llamaba la Monarquía Austro-Húngara; en las conversaciones se llamaba ‘Austria’ –es decir, se la conocía por un nombre al que, en cuanto Estado, había renunciado bajo juramento en tanto que lo conservaba en todos los asuntos del sentimiento, como signo de que los sentimientos son al menos tan importantes como las leyes constitucionales, y que las ordenanzas no son las cosas realmente serias de la vida. Por su constitución era liberal, pero su sistema de gobierno era clerical. El sistema de gobierno era clerical, pero liberal era la actitud general de cara a la vida. Ante la ley todos los ciudadanos eran iguales: no todo el mundo, por supuesto, era ciudadano. Había un Parlamento que hizo un uso tan fuerte de su libertad que habitualmente se le tenía cerrado; pero había también un Acta de Poderes de Emergencia, por medio de la cual se podía disponer sin Parlamento. Y cuando todo el mundo comenzaba a alegrarse del absolutismo, la Corona decretaba que debía retornar de nuevo al gobierno parlamentario”. Mas dentro de ese Imperio que parecía sobrevivirse a sí mismo ya sin convicción, estaba Viena, una ciudad llena de contradicciones y de desequilibrios, pero una ciudad fascinante que dio cobijo, durante algunos años, a algunas de las figuras más relevantes de su época. Fue, de algún modo, la nueva Atenas. “¡Ah Viena, ciudad de ensueños! ¡No hay lugar como Viena!” se burlaba a medias el propio Musil, pero Kraus, el más agudo de sus críticos sociales, el más tenaz e influyente, lo tenía muy claro: Viena era “el campo de pruebas de la destrucción del mundo”.

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