por José Emilio Pacheco
El más grande poeta que ha escrito en alemán después de Goethe y Hölderlin nació, como Kafka, en Praga. Curiosamente su poesía tuvo principios borrosos pero antes de su primera obra significativa en verso («Libro de horas», 1901) Rilke ya era un prosista consumado. Lo demuestra la breve novela «Ewald Tragy». Como el «Tonio Kröger» de su contemporáneo Thomas Mann, «Ewald Tragy» narra la historia del joven que rompe con su medio burgués para dedicarse a escribir.
Lou Andreas Salomé, el gran amor de Nietzsche y la más fiel discípula de Freud, fue una influencia decisiva para Rilke. Lo llevó a conocer su patria rusa y a visitar a Tolstoi. En París Rilke encontró en Rodin el padre que le había faltado. Dice en una carta al gran escultor: “Llegué para preguntarle: ¿Cómo se debe vivir? Y usted me respondió: Trabajando. Ahora lo comprendo muy bien. Trabajar es vivir sin morir.”
«El canto del amor y de la muerte del corneta Cristóbal Rilke» fue su mayor éxito de público. Los soldados alemanes de la primera mundial guerra morían con él en su mochila. En 1929 su destinatario, Franz Xaver Capus, publicó las «Cartas a un joven poeta» en que Rilke le había dicho que le resultaba imposible ayudarlo o aconsejarlo: Capus debía preguntarse si le era preferible morir en caso de que le prohibieran hacer poemas.
En «Los cuadernos de Malte Laurids Brigge» Rilke se adelanta al pensamiento existencialista en su análisis de la angustia, se pregunta si lo terrible no será el común denominador de la época que se cierne en el horizonte. En su presentimiento de la edad del terror y el universo concentracionario el libro se aproxima a las narraciones de Kafka. Rilke, el poeta que supuestamente vivió de espaldas a la historia, absorto en su interioridad mítica y mística, se preocupa por el sufrimiento del prójimo, los pobres, los enfermos, las víctimas. Ciudad de las ciudades, capital del siglo XIX, París aparece ante sus ojos como un sitio que no está hecho para vivir sino para morir. Su verdadera metáfora es el hospital.
La tragedia innumerable de guerra hundió a Rilke en una crisis sin fondo. Tuvo que esperar diez años para terminar las «Elegías de Duino». Las había iniciado en 1911 en el litoral adriático cerca de Trieste. En 1922 (el año de «Ulises» y «La tierra baldía») en el castillo suizo de Musot en Valis, entre el 2 y el 23 de febrero, terminó milagrosamente las «Elegías» y escribió la mayor parte de los «Sonetos a Orfeo».
En las «Elegías» la catástrofe de 1914-18 le da a Rilke la certeza de que vida y muerte son inseparables. Todo lo externo se internaliza en su conciencia para revelarle el hecho de que cada uno de nosotros es único porque es efímero y es efímero porque es único, Cuanto hacemos y sentimos ocurre “sólo una vez y nunca más”. Somos “animales dolientes, derrochadores del dolor”. Pero estar en el mundo, vivir en perpetua trasmutación, es una gloria y un milagro. Los «Sonetos a Orfeo» celebran al poeta como representante de la humanidad y glorifican el cosmos insondable en que se unen el mundo visible en donde estamos vivos y el mundo de tinieblas en donde nos reuniremos con los muertos.
Rilke sobrevivió dos años a la terminación de sus obras maestras. Angustia e incertidumbre habían desaparecido y esperaba serenamente su fin. El 30 de diciembre de 1925 murió de leucemia cuando acababa de llegar al medio siglo. En su tumba figura su autoepitafio:
Rosa, oh pura contradicción,
delicia de no ser sueño de nadie
bajo de tantos párpados. ~
*
DEDICATORIA
—Poeta ¿en qué consiste tu trabajo?
—Celebro.
—Pero ¿cómo te enfrentas a la muerte y a lo monstruoso?
—Celebro.
—¿Y cómo puedes soportarlo?
—Celebro.
—¿Cómo obtienes derecho a la verdad
bajo máscaras y disfraces?
—Celebro.
—¿Y por qué te conocen la quietud como estrella,
la tempestad como arrebato?
—Porque celebro.
EL FRUTO
Desde la tierra ascendió al tronco silencioso
para abismarse en él y encarnar en la llama
de su florecimiento y más tarde
recobrar su secreto.
Fructificó a lo largo de un verano,
noche y día en el árbol laborioso.
Y se supo futuro e inminencia y luchó
por encontrar respuesta en el espacio.
Ahora que ostenta su rotundo óvalo
en merecida calma, renuncia a ser,
se hunde en el interior de la corteza
y vuelve resignado hacia su centro.
ALMENDROS EN FLOR
Con infinito asombro los observo gozosos
en su actitud, su efímera elegancia, portadores
de un eterno sentido. Quién supiera
florecer como ustedes. Su corazón
estaría más allá de menudos peligros,
sereno en su grandeza. ~
Procedentes de José Emilio Pacheco: «Aproximaciones» (Libros del Salmón, 1984).
D. R. ©️ Herederos de José Emilio Pacheco.