Juvenil pereza
a todo sujeta,
por delicadeza,
he perdido mi vida.
¡Ay! ¡Que llegue el tiempo
en que los corazones se prenden!
Dije para mí: deja
y que no se te vea;
y sin la promesa
de más elevadas alegrías.
Que nada te retenga,
augusto retiro.
Tuve tal paciencia,
que por siempre olvido;
miedos y sufrimientos
al cielo se marcharon.
Y la sed malsana
me oscurece las venas.
Igual la pradera
al olvido entregada,
agradada, y florida
de incienso y cizaña,
ante el hosco zumbido
de las sucias moscas.
¡Ah! ¡Las mil viudeces
del alma, tan pobre:
sólo tiene la imagen
de Nuestra Señora!
¿Vamos a rezarle
a la Virgen María?
Juvenil pereza
a todo sujeta,
por delicadeza
he perdido mi vida.
¡Ah! ¡Que llegue el tiempo
en que los corazones se prenden!