por Juan García Brun//
La última película de Ken Loach, ganadora de la Palma de Oro en el 69 Festival de Cannes, plantea la historia de un carpintero de 59 años que tras sufrir un infarto no le queda otra que recibir asistencia estatal, y la burocracia del sistema de pensiones británico se la niega.
Antes de ver las primeras imágenes de Yo, Daniel Blake (I, Daniel Blake, 2016) se escucha un diálogo. Es la insólita hoja de requisitos que debe responder el protagonista para que le otorguen su pensión por discapacidad. Los requisitos determinan que el hombre, que no puede trabajar por exigencia médica, está en condiciones de hacerlo: su pensión es rechazada. Como no puede trabajar ni tampoco cobrar la pensión correspondiente pide una pensión por desempleo. Su sinsentido se extiende: tiene que demostrar que busca trabajo a diario para cobrarla, y de obtenerlo, rechazarlo por pedido médico.
El cine de compromiso social del veterano director de El viento que acaricia el prado (The Wind That Shakes the Barley, 2006), adquiere en la figura de Daniel Blake (Dave Johns) un eslabón más cercano en su obra, la de un británico anciano desamparado por el sistema que no termina de encontrar –ni entender- su lugar en el mundo. Otra vez estamos del lado de los outsiders del sistema, peleando por las injusticias sociales y por denunciar un mundo cada vez más desalmado, donde la humanidad no encuentra su razón de ser. Pero esta vez el argumento no recae sobre la Guerra Civil española (Tierra y libertad, 1995), ni sobre los inmigrantes indocumentados en Estados Unidos (Pan y rosas, 2000), sino sobre un personaje cercano en edad y ubicación geográfica al director.
Daniel Blake es rechazado por el sistema social al que justamente aportó, como buen ciudadano, toda su vida laboral. Reclama derechos lógicos y se ve inmerso en un espiral de humillaciones para obtenerlos. Su condena es haber creído en un Estado que tiene que brindar la asistencia social a la población que necesita de ella y, en lugar de eso, busca cláusulas y motivos para no pagar.
Daniel Blake no entiende a su joven vecino inmigrante que trafica ilegalmente zapatillas para vivir. Es significante su caso, porque este joven de origen africano encuentra por fuera del sistema su forma de sobrevivir. Tampoco entiende a la mujer, madre de dos hijos, que conoce en las oficinas estatales justo cuando le niegan la ayuda social por llegar tarde a cobrar el dinero. Ante la necesidad económica se ve obligada a prostituirse. Ambos jóvenes encuentran soluciones por fuera del sistema, sin embargo, Daniel Blake resiste dentro de él.
Daniel Blake -¿cómo Ken Loach?- es un hombre de otro mundo. Por eso no se le ocurre trabajar en negro o buscar un testaferro para cobrar por su trabajo y seguir viviendo dignamente. Por eso no se le ocurre acceder a responder lo que la oficina de ayuda social necesita escuchar por más tonto que sea. Es un hombre forjado a la antigua, cuyos valores y principios lo llevan a pelear por sus derechos ante un Estado que lo ningunea.
Nos basta con pensar en la catástrofe previsional que vive nuestro país y darnos cuenta de que lo que trata Loach no es un problema íntimo. Más bien dicho, es un verdadero problema íntimo y por lo mismo es general y es político, porque es lucha de clases. Ascanio Cavallo, en una nota decía que esta historia reflejaría la lucha de un hombre contra el Estado, interesada interpretación. La verdad es que lo que nos trae el veterano director, es una muestra -de la médula ósea- de la lucha de clases. Viva la clase obrera y viva Ken Loach!!!