La demasiado breve convergencia entre la revolución rusa y la ecología científica

por Daniel Tanuro//

16 de enero de 1919. La guerra civil está en su apogeo. Las tropas blancas del almirante Koltchak han franqueado los Urales y progresan hacia Moscú. La porción del territorio controlada por los rojos se reduce progresivamente. Los soviets están en peligro de muerte. Sin embargo, en su oficina del Kremlin, Lenin se toma tiempo para debatir sobre… la protección de la naturaleza.

Zapovedniks

Por recomendación del comisario del pueblo para la educación Lunacharski, Lenin recibe ese día a Nikolai Podiapolski, del Comité Ejecutivo territorial de Astracán. Quiere informarse sobre la situación político militar en esa región. Pero el agrónomo Podiapolski solicita su apoyo para la creación de una reserva natural integral (zapovednik) en el delta del Volga.

Lunacharsky ha sugerido a Podiapolski que sitúe su propuesta en el marco general de una necesaria política de conservación de las riquezas naturales. El consejo es juicioso: no contento con aprobar el proyecto sobre el Volga, Lenin demanda a su interlocutor que le redacte un decreto aplicable a toda la Unión. Se trata de una “prioridad urgente”, según comenta.

Animado por este resultado, Podiapolski trabaja con ahínco. El día siguiente por la mañana, el texto está en la oficina de Lenin. El mismo día, éste envía su acuerdo al agrónomo, precisando que el texto debe ser sometido al Comisariado de Educación (Narkompros) para su aprobación.

La zapovednik del delta del Volga será creada por Podiapolski a su vuelta a Astracán. Será la primera de una larga serie -diez años más tarde, las zapovedniks cubrirán 40 000 km2. Por otra parte, el Narkompros creará una comisión temporal sobre la conservación. Con varios científicos de renombre entre sus miembros, será dirigida por un astrónomo miembro del Partido Comunista: Vagran Tigran Ter-Oganesov.

Narkompros

Sin embargo, habrá que esperar al final de la guerra civil para que el proyecto de Podiapolski desemboque efectivamente en un decreto general. Firmado el 21 de septiembre de 1921, confirma que la política de conservación es colocada bajo la responsabilidad del Narkompros. Este punto es de una importancia capital.

Las exportaciones de madera y de pieles representaban una gran fuente de divisas y los campesinos, sedientos de tierras que cultivar para combatir el hambre, apenas -es un eufemismo- estaban preocupados por la preservación del patrimonio natural…

Dos días después de la toma del poder, el gobierno soviético había adoptado el decreto “Sobre la tierra” que nacionalizaba el suelo, el subsuelo y los bosques. Pero Lenin era consciente de que la nacionalización solo es una precondición necesaria, no suficiente para garantizar una política socialista.

Confiar la política conservacionista al Narkompros, era protegerla contra las lógicas “cortoplacistas” burocráticas y utilitaristas de otros aparatos del Estado. Contrariamente al Comisariado para la Agricultura, en particular, el Narkompros ofrecía la oportunidad de una gestión guiada ante todo por preocupaciones científicas.

Ecologistas y soviets

Se conoce la “ley del desarrollo desigual y combinado” invocada por Trotsky: un país atrasado puede, debido a su integración en el mercado mundial, presentar rasgos de una gran modernidad. Esta paradoja no solo vale para la economía. Los ecologistas rusos eran punteros en ciencia antes de 1917. El geoquímico Vladimir Vernadsky (inventor del concepto de biosfera) es el más conocido, pero muchos otros científicos -el zoólogo Kozhevnikov o el botánico Borodin, por ejemplo- gozaban de una reputación internacional.

Estos sabios no querían solo proteger santuarios naturales, como en los parques americanos. Querían además comprender el funcionamiento de los ecosistemas. El antiguo régimen no les había escuchado. El gobierno soviético les daba satisfacción creando reservas integrales, destinadas a la investigación, en las que toda intervención humana estaba (teóricamente) excluida.

Vernadsky era un fundador del Partido Constitucional Demócrata (“cadetes”), un partido liberal. En general, los científicos rusos no tenían casi simpatías políticas por los bolcheviques. Decir que quedaron más bien sorprendidos de que la revolución respetara la independencia de sus investigaciones y solicitara su colaboración es quedarse corto.

De esta colaboración resultaron una serie de iniciativas excepcionales, que favorecieron el desarrollo de la ecología como disciplina científica. En este terreno, la URSS de los años veinte ocupaba incluso una posición de vanguardia en la escena internacional.

Anticapitalismo y gestión racional

La política del poder revolucionario en materia de protección del medio ambiente es poco conocida. ha sido escamoteada por la contrarrevolución estalinista y por los desastres posteriores (mar de Aral, Chernóbil). Merece ser rehabilitada. Porque la verdad tiene sus derechos… y porque sus enseñanzas son muy actuales.

Como señala Douglas Weiner 1/, los dirigentes bolcheviques ponían un signo de igualdad entre el socialismo y la organización racional de la sociedad sobre una base científica. Pero rechazaban cualquier instrumentalización de las ciencias por la política. Una política que sometiera a la ciencia solo podía, en su opinión, esterilizar la ciencia… y por consiguiente perjudicar en definitiva un proyecto político de un desarrollo social racional.

Los teóricos bolcheviques, Lenin el primero, consideraban de hecho el anticapitalismo como una conclusión lógica que debía imponerse lógicamente a todo científico coherente. De ahí la seriedad con la que tomaban en cuenta los trabajos científicos en todas las disciplinas. De ahí también su interés por el debate sobre la base de esos trabajos.

Esta actitud está sin duda en continuidad directa con la actitud de Marx y Engels hacia Ricardo, Smith, Morgan o Darwin: integrar los descubrimientos científicos de forma crítica, discutir los presupuestos filosóficos de los investigadores, denunciar si es preciso los sesgos ideológicos derivados de sus concepciones de clase.

Ecología materialista

Para comprender la acogida favorable reservada a las propuestas de Podiapoliski hay que saber, además, que Lenin predicaba la humildad ante los “sabios burgueses” y que el agrónomo pertenecía a una corriente particular de los conservacionistas rusos: no era ni un romántico nostálgico, ni un partidario de la ecología instrumental que tiene por objetivo privilegiar las “buenas” especies destruyendo las “malas”, sino un representante de la tercera corriente, que D. Weiner califica de ecologistas materialistas.

N. Podiapolski, Grigori Kozhevnikov, Vladimir Stanchinsky, y otros, desarrollaban un planteamiento muy moderno: temiendo que la destrucción del medio ambiente provocara a fin de cuentas un hundimiento social, abogaban por que la humanidad asumiera una gestión racional de la naturaleza, y lo hiciera con una muy extrema prudencia, apoyándose en la mejor ciencia posible.

Para estos sabios, los zapovedniks eran laboratorios que servían para comprender el funcionamiento de las biocenosis a fin de que la sociedad eligiera conscientemente las orientaciones de desarrollo (agrícola en particular) más adaptadas a las posibilidades de los ecosistemas.

Una convergencia parcial pero real

Este planteamiento no podía sino convencer a Lenin. Hay que recordar que se debe a Lenin una crítica precoz de las teorías económicas (¡en boga hoy!) sobre la posibilidad de sustituir con capital los recursos naturales destruidos: “Es tan imposible reemplazar las fuerzas de la naturaleza por el trabajo humano como reemplazar archines (medida de longitud) por pouds (medida de peso) 2/”.

La decisión soviética de nacionalizar los bosques tampoco caía del cielo: estaba en continuidad directa con el análisis de Marx sobre la contradicción entre el cortoplacismo capitalista y las exigencias, forzosamente a largo plazo, de una silvicultura responsable.

De forma general, la idea de regulación humana racional de los intercambios de materias con la naturaleza no era extraña a Lenin. Conocía los escritos de Marx sobre la necesidad de que “el hombre social, los productores asociados gestionen racionalmente su metabolismo con la naturaleza”, en particular devolviendo los excrementos humanos a la tierra.

Nada indica sin embargo que los dirigentes bolcheviques integraran la visión de largo plazo de Stanchinsky, Kozhevnikov, y otros sobre la finitud de los recursos, los límites del desarrollo y la amenaza ecológica. Pretender lo contrario sería anacrónico y engañoso.

Algunos comunistas pueden haber sido sensibles a la cuestión; su dirección no lo era. Por tres razones. 1) tenía otras tareas que hacer; 2) el riesgo de una crisis ecológica global no era aún más que una proyección científica, no una dimensión determinante de la crisis social; 3) las ideas cientificistas sobre el “dominio de la naturaleza” eran muy atractivas 3/.

El giro de 1928

En cualquier caso, la política de conservación del joven poder soviético era rica en desarrollos científicos que no demandaban más que ser integrados al marxismo. Particularmente prometedores eran los trabajos de Stanchinsky sobre la distribución, a los diferentes niveles de las cadenas alimentarias, de la energía solar captada por las plantas, las consecuencias sobre el equilibrio dinámico de las comunidades naturales y las implicaciones para la “gestión racional del metabolismo” humanidad-naturaleza.

Este impulso teórico fue desgraciadamente roto por la contrarrevolución estalinista.

A partir de 1928, el origen “burgués” o “pequeñoburgués” de los investigadores es cada vez más denunciado para desacreditar sus posiciones. Stalin refuerza su dictadura política. No puede tolerar la libertad de pensamiento científico del que era garante el agradable y brillante Lunacharsky (fue empujado a abandonar el Narkompros en 1929).

Una “ciencia proletaria”

La tensión sube rápidamente con el primer Plan Quinquenal (1929-1934). Los ecologistas denuncian la intensificación desmesurada de la explotación forestal y de la caza. Sobre todo, desarrollan una crítica acerada de la colectivización forzada: no tiene en cuenta en absoluto la productividad natural de los ecosistemas, predicen su fracaso y temen una pérdida de biodiversidad.

Los hechos confirman los pronósticos: la producción agrícola se hunde. Como consecuencia de la revuelta de los campesinos, ciertamente, no como consecuencia de los disfuncionamientos ecológicos (cuyo efecto se marcará a largo plazo). Pero poco importa: para Stalin, la crítica es intolerable. Busca chivos expiatorios. Se denuncia el carácter intocable de los zapovedniks, los “sabios burgueses” son tratados de “saboteadores”.

Esta propaganda odiosa desemboca muy rápidamente en un cambio completo de las relaciones entre marxismo y ciencias. Stalin inventa la “ciencia proletaria”: la que se somete al partido, por tanto, a su Jefe. Solo le importa la práctica, abandona la investigación fundamental, se pone al servicio del Plan y de sus objetivos productivistas. Nueva verdad revelada, el diamat (materialismo dialéctico) ocupa el lugar del dogma religioso en una política digna de la Santa Inquisición.

Represión feroz, indignación selectiva

Dirigida por Stalin en persona, la ofensiva es orquestada en los medios académicos por el filósofo Izaak Prezent. Siguiéndole, charlatanes expertos en reverencias lograrán ocupar el lugar de los verdaderos sabios. Les bastará con tratar a éstos de “traidores a la clase obrera”, y de plantear supuestas soluciones milagrosas para aumentar la producción…

Con su denuncia de la genética como “falsa ciencia burguesa”, Lyssenko entró en la historia como el prototipo de esos arribistas sin escrúpulos. Mientras Stalin le cubre de laureles, Nikkolai Vavilov, pionero de la biodiversidad, fundador del primer banco mundial de semillas, es condenado por espionaje y encarcelado hasta su muerte en prisión.

La represión golpea también a los defensores del medio ambiente. El antiguo inspector jefe de la salud pública y ministro Kaminsky es detenido en 1937 y ejecutado: denunciaba las consecuencias sanitarias de la polución industrial. Stanchinsky y otra veintena de personas son detenidas en 1934.

La suerte de esas personas conmovió menos en Occidente que la de Vavilov. D. Weiner plantea una explicación interesante para esta indignación selectiva. “Apenas parece extraño, escribe, que nuestra cultura científica orientada hacia la dominación haya tomado rápidamente nota de un asalto contra la genética pero haya permanecido beatamente ignorante del sometimiento (de la ecología)”.

El «diablo» Lenin

Es en efecto cómodo tomar la defensa de la genética: es una ciencia bien establecida y que halaga los sueños tecnocráticos de dominio de la naturaleza. Denunciar el estrangulamiento burocrático de la ecología rusa es más engorroso puesto que los responsables capitalistas ignoran desde hace 50 años las toneladas de informes científicos que hacen sonar la señal de alarma sobre la destrucción del medio ambiente y sus peligros.

La razón de esta actitud de los responsbles capitalistas es evidente: a su manera, hacen pasar también el dogma por delante de la ciencia; poner en cuestión el crecimiento material es tan tabú a sus ojos como a los de Stalin.

Los bolcheviques no eran ciertamente ecosocialistas avant la lettre. Lo que no impide que el “diablo” Lenin, en plena guerra civil, encontrara algunas horas de entrevista para comenzar a esbozar una política que hubiera podido cambiar el curso de la historia de las relaciones entre la humanidad y la naturaleza.

 

1/ Este artículo está basado en el libro de Douglas Weiner “Models of Nature. Ecology, Conservation and Cultural Revolution in Soviet Russia”, University of Pittsburgh Press, 1988. Una reseña comentada de esta obra, en francés, ha sido redactada por nuestro compañero Jean Batou: “Révolution russe et écologie”. http://www.persee.fr/doc/xxs_0294-1759_1992_num_35_1_2562

El asunto Vavilov es en particular objeto de un libro de Peter Pringle: “The Murder of Nikolaï Vavilov. The Story of Stalin’s Persecution of one of the Great Scientists of the XXth Century”, Paperback, 2011.

2/ Lenin «La cuestión agraria y los críticos de Marx”. (https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/oc/akal/lenin-oc-tomo-05.pdf ) La posibilidad de sustituir sin límites capital a los recursos naturales está tras la tesis de la “sostenibilidad débil” defendida por los economistas Hartwick y Solow.

3/ El caso de Trotsky es característico: aboga por la independencia de la investigación científica a la vez que defiende una visión extrema de la “dominación de la naturaleza” por el “hombre socialista”. Leer Daniel Tanuro “Ecologie, le lourd héritage de Léon Trotsky” . http://www.lcr-lagauche.be/cm/index.php?option=com_sectionnav&view=article&Itemid=53&id=1739

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