por Olga Ries
Se cumple un siglo desde que nuestro país sufrió el embate de la epidemia reconocida como la más mortal del siglo XX, sino de toda la historia documentada.
Los chilenos de entonces se sintieron aterrorizados ante la poca efectividad de los tratamientos y de la entonces desconcertante coincidencia entre las celebraciones públicas y nuevos contagios masivos.
¿Qué es lo que tienen en común el poeta francés Gui ¿llaume Apolllnalre, el pintor austríaco Egon Schiele, la primera estrella del cine ruso Vera Kholodnaya y Alfonso XIII, rey de España? Hace más o menos cien años, en el otoño/invierno europeo de 1918/19, Apollinaire, genio poético e inventor de la palabra <<surrealismo>>, sobreviviente de la Primera Guerra Mundial, se enfermó gravemente y nunca llegó a cumplir los 40 años de edad. Schiele murió a los 28, pero no antes de perder por la misma enfermedad a su mujer embarazada y a su hijo nonato. Un cuadro sin terminar y sin fecha, La familia, muestra esta familia que nunca llegó a existir. Vera Kholodnaya, por su parte, falleció a los 26, justo un poco antes de que el cine empezara a ser tomado en serio como arte. El rey de España también se enfermó, pero sobrevivió, y fueron las noticias en la prensa de su país, libre de censura en estos últimos meses de la Gran Guerra–por ser un país neutro–, las que dieron el nombre a esta enfermedad que les afectó a todos, siendo una de las peores epidemias en la historia de la humanidad: la <<gripe española>>.
Desde luego, la gripe en sí no era nada nuevo. Existe constancia de epidemias de esta (en Europa) desde el año 977, curiosamente llamada <<fiebre italiana>> por crónicas alemanas. Desde entonces, la enfermedad volvía periódicamente y la última vez ocurrió en 1889, llamada entonces <<gripe rusa>>. Sin embargo, nada se comparaba con la experiencia apocalíptica de 1918-20.
Si bien no existen números exactos, la cantidad de víctimas de la gripe a nivel mundial se calcula en alrededor de cincuenta millones o, tal vez, en hasta cien: más que las dos guerras mundiales juntas. El total de afectados rondaría los quinientos millones, cifras difíciles de imaginar y, menos, de explicar de manera racional. A diferencia de otras epidemias, esta atacaba con predilección a gente joven y, por lo demás, sana. La mayoría de las víctimas fatales tenía entre 20 y 40 años de edad. Los enfermos sufrían, aparte de los habituales síntomas de la gripe, de delirios, alucinaciones y ataques de ansiedad, y perdían temporalmente la capacidad de ver colores: varios testimonios cuentan cómo el mundo se les presentaba sumergido en un mar de grises. La piel de los infelices destinados a morir se teñía, primero de rojo, luego de púrpura, finalmente de negro. Cuando llegaba el negro, la medicina contemporánea, pasmada ante el fenómeno sin precedentes, no tenía otro remedio que dejar al enfermo morir.
DUDAS SOBRE SU ORIGEN
Hoy todavía permanecen muchos enigmas respecto de esa enfermedad: por ejemplo, es de origen desconocido, aunque sabemos que debe su nombre a que la prensa española fue la primera en hablar de ella abiertamente, y no a que se haya originado en aquel país.
Entre las variadas teorías sobre su origen, la más aceptada actualmente es que fue traída a Europa por soldados estadounidenses desde su origen en el Midwest norteamericano, y que en ese trayecto sufriría las mutaciones que la hicieron tan peligrosa. La medicina contemporánea no tenía con qué defenderse: carecía no solamente de una cura–no existían todavía los antibióticos y, menos, los antivirales–, sino incluso de posibilidades de diagnóstico exactas, pues los conocimientos de los virus y bacterias y sus modos de actuar eran todavía bastante rudimentarios. Entre el público general estaba todavía viva la teoría de las miasmas, una especie de atmósfera venenosa que permeaba el ambiente y causaba enfermedades. Muchas veces, los médicos Inicialmente confundían la gripe con otras enfermedades, como el tifus, lo cual ocurría en muchos países, entre ellos, en Chile. En esos años no era raro observar que varias enfermedades contagiosas asolaran la misma población al mismo tiempo, oque incluso infectaran a la misma persona. Hoy, por el contrario, está universalmente aceptada la tesis de que se trataba de una influenza de tipo A/H1N1, algo parecida a la que causó la epidemia de 2009/10, que la mayoría de nosotros probablemente todavía recuerda, y que, efectivamente, fue causada por un virus de la misma <<familia>> H1N1.
Hasta hace poco, la investigación académica sobre la gripe española se centraba en los países europeos, y, de alguna manera, con buenas razones: es difícil subestimar las consecuencias de una epidemia tan devastadora en una región convulsionada por una guerra mundial, una multitud de guerras civiles, revoluciones y golpes de Estado. Por ejemplo, en Rusia, los soldados que volvían de la guerra traían consigo el virus a un país que, entre varias revoluciones, guerra civil y terror político ejercido por todas las fracciones, ya se estaba cayendo a pedazos.
SUDAMÉRICA: LA SEGUNDA OLEADA
Sin embargo, en los últimos años, se han producido investigaciones sobre otras regiones del mundo, entre ellas Sudamérica, que permiten tener una imagen más completa de la pandemia. En nuestro relativamente tranquilo continente fue sobre todo la segunda oleada, la que llegó a finales de 1918 y golpeó la región con más fuerza, y es justamente esta relativa tranquilidad la que pone de relieve la catástrofe causada por ella. Siempre llegando a borde de un barco, la enfermedad arribó primero, en septiembre de 1918, a Recife, Brasil, causando pánico masivo en ese país y costándole la vida al presidente electo, Francisco de Paula Rodrigues Alves, quien falleció antes de poder asumir su cargo. En pocos meses estuvo en Chile, donde tuvo su mayor número de víctimas entre agosto y septiembre de 1919, el peor año de la epidemia para Latinoamérica. Otras olas, menos virulentas, siguieron en 1920 y 1921.
No distinguía entre ricos y pobres, no se contentaba con los niños y los viejos, matando con aparente predilección a los jóvenes y fuertes, y obligando a los países de la región a plantarse el problema de la salud pública de una nueva manera; y de manera más radical, pues los métodos antiguos fracasaban visiblemente. El investigador de la Universidad de Georgetown Hugo Maureira incluso propone, en el marco de sus investigaciones sobre las políticas sanitarias en Chile, que Santa Teresa de los Andes habría sido víctima de la gripe española, y no de tifus, como se supuso en su momento. La fecha de su muerte coincide con una ola de la epidemia, su perfil de adulta joven corresponde al de numerosas víctimas fatales, y la confusión entre las dos recién mencionadas enfermedades era, como dijimos, común en la época.
CELEBRACIONES MASIVAS Y NUEVOS CONTAGIOS
Esos errores podían tener consecuencias gravísimas, no solo por sus consecuencias el tratamiento: como el tifus puede transmitirse por la picada de parásitos, como piojos o pulgas, la estrategia más común en el país para combatir la epidemia consistía en desinfectar los conventillos y a sus habitantes–aunque fuese contra su voluntad–, además de lugares públicos e incluso calles enteras, medidas inútiles en la batalla contra la influenza. Las autoridades de Brigadas Sanitarias en Concepción y Parral tomaron una decisión particularmente drástica, la de destruir las viviendas míseras en esas comunas para eliminar los supuestos focos de infección (en ambos casos, entre cuatro y cinco mil personas fueron afectadas), pero como la influenza es un virus trasmitido por vía aérea (algo desconocido en el momento, no solo por las autoridades de Parral), la falta de vivienda y hacinamiento resultantes de esa medidas solo podían empeorar la situación sanitaria.
Para nosotros, que por supuesto entendemos qué es una gripe y cómo se transmite, no nos sorprende que lugares públicos y acumulaciones de personas representen un alto peligro de enfermarse, pero para los afectados contemporáneos la coincidencia de festividades públicas y nuevos contagios masivos–las celebraciones de armisticios y de fin de guerra eran, una y otra vez, diseminadores de la enfermedad–debe haber sido especialmente aterradora. En Santiago fueron las celebraciones por el vuelo de Dagoberto Godoy, el primero en cruzar la Cordillera de los Andes en avión en diciembre de 1918, las que empezaron a llenar los hospitales de enfermos.
La desesperación y desorientación de los que vivieron esta aterradora experiencia son palpables en diarios, imágenes, incluso en reportes oficiales, y lo más llamativo de esa situación es probablemente que la gripe española nunca fue <<vencida>>. El siglo XX se enorgullecía mucho de haber erradicado enfermedades previamente consideradas auténticas plagas de la humanidad, como la viruela, la rubeola, el polio, pero la gripe española no está en esa lista. La gripe simplemente desapareció, debilitándose su virulencia, primero, y luego siendo reemplazada por cepas más comunes y menos mortales.
Todo eso nos deja invariablemente con la pregunta ¿y qué pasaría si esa enfermedad regresara? El virus específico de la gripe española ya no existe de manera natural, sino solamente como objeto de estudio en laboratorios (con acceso restringido), y no hemos vuelto a ver ninguna otra epidemia de tal dramatismo y amplitud (tal vez, con la excepción del VIH/SIDA). La medicina ha avanzado y hoy la gripe vuelve anualmente, y nos preocupa, pero es controlada.
De todos modos, ¿podemos estar seguros de que otra enfermedad (o, incluso, otra variante de influenza) no pueda repetir la catástrofe? Es verdad que no hemos visto nada parecido, y la epidemia de 2009/10, pese a ser una cepa similar, fue muchísimo más débil, y tampoco se dado una coincidencia tan desafortunada entre la aparición de una enfermedad contagiosa y condiciones sociales, políticas, incluso higiénicas, en plena crisis. ¿Es posible que en el futuro se pueda registrar una coyuntura parecida?
La autora es Doctora en Literatura, U. de Bielefeld