por Eskandar Sadeghi-Boroujerdi //
En esta entrevista, Ervand Abrahamian, uno de los historiadores iraníes más destacados de su generación, conversa con Eskandar Sadeghi-Boroujerdi sobre sus 50 años de carrera profesional y las ideas que han determinado la comprensión tanto popular como académica de los acontecimientos, las organizaciones políticas y los movimientos que han influido en la evolución de Irán y su política en el siglo XX. Los escritos de Abrahamian sobre cuestiones tan diversas como el Partido Comunista Tudeh, el movimiento obrero iraní, el golpe de Estado de 1953 orquestado por la CIA y el MI6, el ayatolá Jomeini y el populismo, han marcado el tono de los debates tanto en Irán como en Occidente.
Igualmente importante es la contribución de Abrahamian a la historiografía del Irán moderno, en la que ha reinterpretado los métodos de historiadores marxistas como Christopher Hill, Eric Hobsbawm y E. P. Thompson, entre otros. La obra de Abrahamian explica el significado de clase, contestación y cambio social en un país cuya historia ha sido interpretada demasiado a menudo a la luz de fantasías orientalistas o nostalgias nativistas. Sus libros son éxitos de ventas en Irán, donde se leen y discuten ampliamente. Actualmente está escribiendo una monografía sobre la historia de la revolución iraní de 1979.
Pregunta: Para las personas que no están familiarizadas con su obra, ¿no le importaría hablar brevemente sobre dónde se crió usted y qué le llevó a estudiar la historia moderna de Irán?
Respuesta: Nací en Teherán, estudié los tres primeros cursos en la Mehr School próxima a mi casa y después me enviaron a un internado en el Reino Unido. Eran los años tumultuosos de la nacionalización del petróleo, de modo que mi familia, como la mayoría, mostraba un gran interés por la política y todas las noches escuchaba las noticias de la radio, como también yo mismo durante mis vacaciones de verano en Irán. En mi último año en el internado, nuestro profesor me animó a leer los escritos de R. H. Tawney y Christopher Hill. No tengo ni idea de cuál era la posición política del profesor, pero está claro que tenía un gusto impecable.
En la universidad estudié principalmente historia europea con Keith Thomas, quien había estudiado a su vez con Christopher Hill. A través de él conocí a historiadores vinculados a la revista Past and Present, como George Rude, Eric Hobsbawm, Lawrence Stone, E. P. Thompson, Victor Kiernan, Brian Manning y Rodney Hilton. Cuando me licencié ya sabía que quería estudiar el Irán moderno, pero en aquel entonces las universidades británicas no reconocían la historia contemporánea como una disciplina legítima. Por eso solicité un puesto en un departamento de ciencias políticas en EE UU, sin percatarme de que tales departamentos estaban interesados exclusivamente en examinar cómo modernizar las sociedades y cómo conseguir un mundo más seguro para los intereses estadounidenses. Puesto que ninguna de estas dos cuestiones me interesaba, me dediqué a explorar el Irán moderno por mi cuenta, a través de las lentes de Past and Present.
Pregunta: Mientras que marxistas iraníes como Ehsan Tabari y Bijan Jazani utilizaban el materialismo histórico para explicar la naturaleza y la dinámica del desarrollo económico y político de Irán, el libro tal vez más conocido que ha publicado usted, Iran Between Two Revolutions (1982), se basa, al menos en parte, en el método de E. P. Thompson y la opinión de que “una clase no es una cosa, sino un suceso”. ¿Qué cree usted que Thompson aportó al estudio de la historia de Irán que no aportaron los enfoques marxistas convencionales?
Respuesta: E. P. Thompson fue una figura singular por una serie de razones, y no solo para los historiadores de Irán, sino también para los historiadores marxistas de todo el mundo. En primer lugar, evitó aplicar una teoría amplia y de gran alcance a largos periodos históricos y estaba más interesdo en la historia empírica. En segundo lugar, reconocía la importancia de la cultura y la conciencia en la formación de la clase, sin dejar de atribuir el debido peso a otros factores, como el económico. Al reconocer esto, también era consciente de que la cultura, incluida la religión, no es en sí misma estática, sino que evoluciona constantemente en virtud de los cambios sociales. En tercer lugar, a diferencia de muchos historiadores sociales, se negaba a dejar la política fuera de la historia. En cuarto lugar, escribía para un público medianamente inteligente, evitando la jerga política, el galimatías académico y el oscurantismo intelectual.
En suma, era un historiador de historiadores, que se plantaba en un determinado tiempo y lugar, leía todo lo que era relevante del periodo y después venía con una obra rotunda, llena de datos empíricos. Intelectuales como Ehsan Tabari y Bijan Jazani eran principalmente activistas políticos, no historiadores que se habían plantado en un determinado periodo histórico. No tuvieron tiempo ni la oportunidad –ni, probablemente, la inclinación– para sumergirse en las profundidades mundanas de la historia.
Pregunta: Su investigación sobre las multitudes iraníes ha estado influida por George Rudé, miembro del grupo de historiadores del Partido Comunista del Reino Unido y su trabajo seminal sobre las multitudes durante algunas de las principales revueltas políticas que definen la Europa moderna. Al aplicar los planteamientos de Rudé a la revolución constitucional y después a la islámica en Irán, ¿cuáles fueron algunas de las ideas equivocadas que se propuso usted combatir?
Respuesta: Rudé hizo tres importantes conribuciones: en primer lugar, reconoció el importante papel de la multitud en la historia europea; en segundo lugar, refutó la noción de Gustav Le Bon de que la multitud es una turba “irracional” y “peligrosa”; en tercer lugar, pintó con rasgos vivos las diveras “caras” de la muchedumbre, es decir, su composición social. Al leer a Rudé y escuchar sus lecciones durante un verano en Nueva York, me di cuenta de lo pertinente que era su trabajo para el caso iraní. De hecho, la multitud había desempeñado un papel más importante en la historia iraní que en la europea: en la revolución constitucional de 1906-1909, en el movimiento obrero de 1941-1946, en la campaña de nacionalización del petróleo de 1951-1953 y, por supuesto, en la revolución iraní de 1977-1979.
Traté de verificar sus tres principales hallazgos sobre las multitudes en el caso de Irán: su papel, su racionalidad y su composición social. No cabe duda de que su teoría no ha tenido un gran impacto en Irán. Los intelectuales del régimen, especialmente los beneficiarios de la revolución de 1979, siguen ensalzando a Le Bon, aparentando olvidarse de Rudé. Prefieren ver a la multitud como una turba peligrosa, fácilmente manipulable y dirigida por “manos ocultas extranjeras”.
Pregunta: Su tesis doctoral, defendida en la Universidad de Columbia en 1969, se tituló “Bases sociales de la política iraní” y fue el primer estudio sociológico y político del Partido de las Masas Iraníes (Hesb-e Tudeh-ye Iran), probablemente la organización política socialista más importante de la historia iraní. ¿Qué le condujo a trabajar sobre el Tudeh y cuál piensa que ha sido su impacto político y cultural más amplio en la sociedad iraní?
Respuesta: El estudio de las bases sociales del Tudeh fue una buena manera –tal vez la única posible en aquel entonces– de analizar la política iraní desde abajo y no centrarse en la élite estatal, sino en la gente común que invariablemente recibe la “enorme condescendencia de la posteridad”: mecánicos, trabajadores del petróleo, peones, vendedores, maestros, sastres, amas de casa, enfermeras, camioneros y tenderos. Fue esta gente común la que, pese a sus diferencias de religión, etnia, educación y género, se unió al partido y a los sindicatos, interviniendo así de forma rudimentaria en la política estatal, históricamente considerada el feudo particular de la clase dominante. El partido Tudeh fue único por lo que hizo. Y sigue siéndolo.
Pregunta: Ha sido usted un cronista asiduo y crítico del papel destructivo del imperialismo británico y estadounidense en Irán durante los siglos XIX y XX. Es el caso, en particular, de su libro más reciente, The Coup: 1953, the CIA, and the Roots of Modern US-Iranian Relations. ¿Por qué pensó que había que escribir otro libro sobre el episodio crucial del golpe de 1953 y qué creía que faltaba en las crónicas anteriores de la nacionalización de la Anglo-Iranian Oil Company (AIOC) y el derrocamiento de Mohamad Mosadeq a raíz del golpe de Estado orquestado por el MI6 y la CIA?
Respuesta: Como ha dicho usted, se han publicado muchas cosas sobre la crisis de la nacionalización del petróleo que comenzó en 1951 y culminó en el golpe de 1953, algunas favorables a Mosadeq. Sin embargo, hasta las obras favorables suelen recurrir al orientalismo para explicar la catástrofe final. Repiten constantemente que el Reino Unido y EE UU ofrecieron a Irán un acuerdo razonable, que incluía la aceptación de la nacionalización, pero que Mosadeq fue incapaz de aceptarlo debido a sus carencias personales y culturales. Lo tacharon despiadadamente de “irracional”, “infantil”, “afeminado”, “obstinado”, “pelmazo”, “excéntrico”, “fanático”, “xenófobo”, “emocional”, “oriental”, “un Robespierre”, “un Frankenstein” y un demagogo obsesionado con un “complejo de martirio chií”.
Estas obras consagradas omitieron dos detalles importantes y, como sabemos, el demonio está en los detalles. En primer lugar, el Reino Unido y EE UU estaban dispuestos a aceptar el “principio de nacionalización”, siempre que dicho principio no se pusiera realmente en práctica y la industria petrolera permaneciera firmemente fuera del control de Irán y en manos de las compañías petroleras occidentales. De hecho, después del golpe estas compañías adquirieron el pleno control en la forma del Consorcio Petrolero. En segundo lugar, el Reino Unido se negó a contemplar alguna “compensación” basada en el valor real de las instalaciones petroleras en 1953. En su lugar, pensó en una suma “astronómica”, basada en los beneficios previstos hasta finales de siglo.
Técnicamente, Mosadeq nunca “rechazó” una oferta defintiva. Se limitó a pedir una aclaración sobre el cálculo de la compensación, según el valor actual o los beneficios futuros. El gobierno de Eisenhower se negó a aclarar nada. Todas las historias convencionales omitieron esta cuestión “menor”. EE UU estaba igual de interesado que el Reino Unido en impedir una nacionalización efectiva. Al fin y al cabo, esta última habría sido un mal ejemplo para otros países, en particular Iraq, Arabia Saudí, las monarquías del Golfo, Indonesia y Venezuela. Este hecho comprobado, que EE UU se jugaba lo mismo que el Reino Unido, fue omitido invariablemente en los relatos del golpe. En su lugar, los académifcos estadounidenses prefieren situar el golpe en el contexto de la Guerra Fría, no en el del conflicto entre el norte y el sur o entre el imperio y las colonias. La Guerra Fría era una buena excusa para casi cualquier abuso. Servía para justificar que uno empujara a su abuela bajo las ruedas de un autobús.
Pregunta: ¿Por qué piensa que en los últimos años ha habido un intento de recuperar un relato revisionista del golpe, tratando de minimizar el papel de los servicios secretos del Reino Unido y de EE UU, atribuyendo la parte del león de la culpa del derrocamiento de Mosadeq a personas del país, incluido el propio Mosadeq?
Respuesta: Los ataques a Mosadeq provienen de varias direcciones. Los monárquicos le atacan por razones obvias, pero sorprendentemente tratan de asociar el golpe, no con oficiales del ejército organizados por la CIA y el MI6, sino con clérigos como los ayatolás Behbehani y Kashani. Es como si quisieran atribuir a otros el “mérito” de lo que denominan la “revuelta popular y del sha”. Esto dice mucho de la impopularidad del golpe.
Los islamistas, a su vez, tienen sus propios motivos ideológicos para desacreditar a Mosadeq. Después de todo, este fue un nacionalista laico que se negó a explotar la religión con fines políticos y era un producto reconocido de la Ilustración, lo que repugna a la gente religiosa. Además, algunos intelectuales jóvenes criados bajo la República Islámica se han enamorado de los mercados libres y de la libre empresa que preconizan los neoconservadores y neoliberales occidentales. Para ellos, el petróleo no es un recurso natural precioso y soberano, sino una “maldición” que financia a un Estado despótico. Al parecer, toda la campaña por la nacionalización del petróleo fue un error y es una antigualla.
Pregunta: En su libro titulado Khomeinism (1993), usted afirma que la ideología del ayatolá Ruhollah Jomeini y del movimiento liderado por él debe entenderse como una forma de populismo tercermundista. Usted contrapone esta interpretación a la narrativa predominante en los medios occidentales, que a menudo califican la revolución iraní de reacción atávica, fanática y fundamentalista frente a la modernización. En el libro cita usted a Richard Hofstadter, cuyo famoso ensayo The Paranoid Style in American Politics ha conocido algo así como una resurrección en los últimos años. ¿Cómo ve usted, retrospectivamente, su contribución al debate en torno al jomeinismo y qué rasgos comparten las historias del populismo estadounidense y del iraní?
Respuesta: El movimiento liderado por Jomeini, en el apogeo de la revolución, contenía un amplio espectro de elementos políticos. El propio Jomeini y sus discípulos más cercanos, como el ayatolá Beheshti, eran conscienes de que para derribar al sha tenían que hablar en nombre de los mostazafan (desposeídos). Por ello emplearon el lenguaje del populismo radical. Sin embargo, el movimiento contra el sha también comprendía elementos que eran económicamente conservadores e incluso reaccionarios, elementos que representaban a la pequeña burguesía del bazar. En los últimos años de Jomeini, y todavía más después de su muerte, estos elementos conservadores fueron tomando poco a poco la delantera.
De este modo, ahora tenemos una república que sigue hablando con la retórica del populismo radical, pero aplica políticas socioeconómicas que en el fondo son conservadoras. Por ejemplo, el régimen ha estatuido que la reforma agraria no debe limitar la propiedad, pues tales restricciones violarían los sacrosantos derechos a la propiedad privada consagrados en la sharía. El populismo en Irán comparte muchas cosas con los populismos de otras partes del mundo. Desde fuera parece radical, pero en el fondo es conservador. La clara diferencia entre el populismo actual en EE UU y en Irán es que mientras el primero supone un amenaza para todo el planeta, el segundo es lesivo sobre todo para su propio pueblo.
Pregunta: Actualmente está usted investigando para un nuevo libro sobre la revolución iraní de 1979. ¿Cuál fue a su juicio la contribución de la extrema izquierda a la revolución? En gran parte de la historiografía existente, esta ha sido exagerada o completmente ignorada y sigue siendo una cuestión controvertida.
Respuesta: La nueva izquierda tuvo un papel indirecto, pero importante en la revolución. El movimiento guerrillero, especialmente el marxista Fada’i, mantuvo vivo, durante los primeros años de la década de 1970, el espíritu de resistencia y la convicción de que el régimen tenía los pies de barro a pesar de todos sus petrodólares y su potencia militar. Mientras tanto, la vieja izquierda había instilado en la cultura política, especialmente desde la década de 1940, la importante noción de que la ciudadanía goza de derechos socioeconómicos inalienables. El principal lema del Tudeh fue: “Pan para todos, vivienda para todos, educación para todos”.
Además, la izquierda islámica, sobre todo Alí Sharíati, estuvo muy influido por marxistas europeos en la década de 1960. No se puede analizar el nuevo islam radical sin una referencia directa al marxismo occidental. Después de todo, a Sharíati lo consideraban con razón el verdadero “ideólogo” de la revolución islámica.
Pregunta: ¿Qué opina usted de las críticas que se formulan tanto al Tudeh como a la guerrilla Fadai de la Organización del Pueblo Iraní (Fracción Mayoritaria), de haber sacrificado las “libertades burguesas” en el altar del antiimperialismo, allanando así el camino a la consolidación autoritaria de la República Islámica en la década de 1980?
Respuesta: En 1978-1979, casi todos los grupos políticos, con la lógica excepción de los monárquicos, apoyaban la revolución y la República Islámica. Varias organizaciones pasaron a la oposición en diferentes momentos y por distintas cuestiones. El Tudeh y la Fadai Mayoritaria pasaron a la oposición en 1982, cuando el régimen tomó la funesta y desastrosa decisión de llevar la guerra a Irak una vez desplazada de Irán. La guerra dejó de ser de defensa nacional.
Buena parte de las críticas a la izquierda por haber apoyado al régimen provienen de los “liberales” islámicos que no solo apoyaron al régimen, sino que fueron parte integrante del mismo. Al fin y al cabo, Bazargan fue primer ministro de Jomeini, votó a favor de la constitución y guardó silencio cuando el ejército cruzó la frontera hacia Irak. Se podría romper una lanza a favor de la izquierda que se mantuvo apartada de Jomeini y defendió causas progresistas laicas, o dicho de otro modo, que se alió con el Frente Nacional liberal. Esta fue la líea adoptada por algunos líderes del Tudeh, pero se vio frustrada por el mero hecho de que el propio Frente Nacional capituló pronto ante Jomeini.
Pregunta: En su artículo Why the Islamic Republic Has Survived (2009), usted expone los motivos de la duración y la estabilidad relativa del régimen de los clérigos desde 1979, a saber, el populismo económico y social y los sistemas de bienestar instituidos a continuación en beneficio de una parte significativa de la población. Puesto que hemos visto recortes de los subsidios y demandas de privatización (pese a que esto ha dado lugar a menudo a un amiguismo manifiesto y a prácticas rentistas), ¿cree usted que la cohesión social que ha descrito está cada vez más amenazada?
Respuesta: A los economistas que apoyan el consenso de Washington les gusta criticar al régimen por derrochar vastos recursos en bienestar y subsidios en alimentación, vivienda, educación, infraestructura, sanidad y veteranos. Tal vez estos subsidios no tengan sentido desde el punto de vista financiero, pero sí, y mucho, desde el punto de vista político, no en vano han creado un vínculo importante entre el Estado y la sociedad, en particular las clases más pobres. Hubo economistas que empezaron a predecir la caída inminente del régimen casi tan pronto como se estableció en febrero de 1979. El motivo principal por el que sus predicciones no se verificaron radica precisamente en que el régimen instituyó un sistema de bienestar bastante amplio. Claro que el desplazamiento gradual, pero constante, a la derecha en los últimos años erosiona este sistema de bienestar y por tanto socava la base social del régimen.
Pregunta: ¿Qué perspectivas hay de un Irán más democrático, inclusivo y económicamente justo en la era Trump? Teniendo en cuenta al presidente de EE UU y el ruido de sables de su gobierno, ¿cuál es nuestra responsabilidad democrática y política como estudiantes de la historia y la política de Irán?
Respuesta: Su pregunta plantea dos cuestiones separadas: Trump y la dinámica interna en Irán. Trump es en el fondo un estafador que lanza su verborrea para vender un determinado producto. Durante la campaña electoral solía vapulear a Irán y el acuerdo nuclear porque pensaba que con ello podía ganar votos y el apoyo de Netanyahu. Ahora ya no necesita su apoyo. Pero el peligro en estos momentos es que sus promesas económicas se queden en nada y considere oportuno buscar un enemigo extranjero. Irán podría desempeñar este papel. No es casualidad que los populistas de derechas de todo el mundo busquen adversarios extranjeros cuando sus promesas económicas se diluyen.
Si Irán no se convierte en esta diana, su trayectoria interna y natural lo llevará a un nuevo terreno. Desde la década de 1960, el discurso predominante en política ha versado sobre el islam, la autenticidad, el nativismo y el “retorno a las raíces”. Este discurso ha llevado al actual callejón sin salida, en que la reforma se ha estancado y la derecha ha tomado la delantera. La nueva generación, nacida después de la revolución, está menos interesada en volver a los orígenes y aspira a reformas significativas que protejan tanto los derechos individuales como los sociales y económicos. En esta vía están descubriendo que sus abuelos, que protagonizaron la revolución constitucional de 1905-1909, tendrían muchas cosas relevantes que decir en la situación actual, mucho más que la búsqueda sin sentido de raíces nebulosas.
Ervand Abrahamian es profesor emérito de Historia del Baruch College y del Centro de Licenciados de la Universidad de la Ciudad de Nueva York. Eskandar Sadeghi-Boroujerdi es miembro posdoctoral de la Academia Británica en el Departamento de Historia de la Universidad de Manchester.
(Foto: A. Abbas Khuzestan Province. Ahwaz. Iran1979. Milicianos a cargo de la protección de campos petroleros, orando)