por Juan García Brun
Edmundo Morelli murió hace menos de un mes en Valdivia. Dedicó su vida a hacer guardia en el pórtico de su casa de calle Baquedano, entre Pedro Montt y Aníbal Pinto. Hierático, dejaba pasar las estaciones, los años y las décadas. Al cubierto de la lluvia, del sol y refugiado de la gente, era posible verlo erguido, con las manos en los bolsillos de su chaqueta deportiva y con las piernas abiertas. Siempre en la misma posición. El pelo rojizo y la barba recortada prolijamente, acentuaban su imagen vigilante y determinada.
Comencé a verlo todas las semanas a mediados de la década de los 70. La primera vez me pareció que esperaba con premura a alguien para increparlo. De estatura mediana y complexión regular, la energía de Morelli provenía ante todo de su gesto, un ceño adusto como los campesinos y alguna rigidez más bien militar. A veces fumaba, muy pocas en realidad y en las mañanas cercanas a los cero grados, el vaho de su respiración entronaba su presencia. Ese humo ocasional o ese vapor, empujados por sus pulmones, fueron la mayor manifestación de su presencia, porque en los veranos —aunque más de alguna vez lo vi con una camisa escocesa y bluyines— su imagen se hacía más discreta, como una sombra.
Una sola vez —a fines de los ochenta— pude verlo parcialmente escorzado, distraído por un movimiento en los rododendros del jardín. En las noches aparentemente ingresaba a su casa, aún cuando en invierno como oscurece más temprano, su presencia opaca se hacía fantasmagórica.
Encaneció y subió de peso levemente. En los años 90 dejó de usar las botas cortas en invierno dándole al uso de sus mocasines un efecto, también leve, de ruptura con lo convencional. Nunca miré directamente a Edmundo, lo que les cuento es una percepción de reojo. Sobre todo porque siendo yo muy pequeño y de veloz caminata, sentía algo de miedo ante su presencia, lo que con el tiempo dejó espacio a una cierta inquietud y luego a incerteza. Aparte de a mis padres, a muy pocas personas les he hablado de este asunto.
Revisando el obituario este 20 de mayo de 2021, en El Austral de Valdivia, encontré la información de su deceso. La entrada de su casa, aquella en la que pasó toda su vida, como ya dije, era de cemento estucado y terminado con un enlucido rojizo, que en el sur se le llama «tierra de color». Sobre esa superficie Edmundo Morelli dejó la marca de su presencia, dos huellas grises e informes, el gastado peso y testimonio de su existencia sobre el implacable granulado del cemento concreto.