por Mario Aguirre
Tras un juicio sumario un juez sentenció a cárcel a Jesusmundo Carrasco, quien permaneció no solo cautivo en una celda de la prisión ordinaria de Rancagua, sino además atado con una gruesa cadena. Se decía que era un falso profeta que pronosticaba la inminente llegada del Anticristo, quien una tarde cualquiera saldría desde uno de los socavones de la mina de cobre El Teniente en la cordillera y bajaría a la ciudad provocando los mayores pánicos y perjuicios imaginables, desparramando su maldad por pueblos, campos y villorrios. Esto aconteció el año 1944, época en que, por influencia europea y especialmente española, el tema del Anticristo se ponía una vez más de actualidad.

La gente que asistió al proceso judicial, entre curiosa y obscena, observó cómo este extraño dignatario de porte majestuoso pero mirada turbia, no pronunció palabra alguna en su defensa. Y algunos se atrevieron a percibir, en cambio, una ligera sonrisa cuando el juez dictaminó para él 30 años de prisión “preventiva” en estricta incomunicación con el resto de la población penal, argumentando que su influencia en los demás reclusos podría resultar como una enfermedad perniciosa y contagiosa, algo así como una moderna peste bubónica, tal vez no biológica pero sí moral. Jesusmundo, sin oponer resistencia alguna, entró al calabozo donde debía cumplir su reclusión, vistiendo su tosco abrigo de piel de carnero, su gorro de lana incoloro y sus pies calzados con viejas ojotas, y permaneció allí solitario, aparentemente resignado, sumido en sus pensamientos.
Cinco gendarmes escogidos se hicieron cargo de su custodia con la instrucción expresa del intendente de que nunca fuera acompañado el reo solo por un gendarme, sino al menos dos a la vez. Se le consideraba un sujeto altamente peligroso, a pesar de que no había evidencia de que hubiese hecho daño físico a persona alguna. Sin embargo, un desfile de testigos lo señalaron como el individuo que había profetizado el arribo del mal.
Se le culpaba además del misterioso embarazo de tres mujeres, aunque tales acusaciones provenían de terceros, vecinos y parientes de las supuestas víctimas y no de ellas mismas, hechos que fueron desestimados finalmente por falta de evidencia y en virtud de flagrantes discrepancias de quienes sugerían estas reclamaciones.
La apreciación general de todos quienes testimoniaron conocer, haber visto o escuchado a Jesusmundo, nos lo describe como un hombre reposado, de pocas pero precisas y contundentes palabras. Un hombre solitario que jamás hablaba de sí mismo ni de su historia. Había quienes aseguraban que provenía del norte de Chile y Argentina, otros creían descubrir en él un dejo chilote en el hablar. No se le conocían amigos, familia ni habitación, pero recibía gustoso un tentempié simple, un plato de comida caliente, cuando la gente sencilla se la ofrecía en los primeros tiempos. Con el pasar de los meses su reputación se ensombreció y se llenó de diatribas y maldiciones hasta el punto en que en algunos sectores de Rancagua, Codegua y Graneros finalmente era recibido a piedrazos. Sin embargo tenía una mirada penetrante carente de temor, una mirada entre dulce y melancólica.
Una vez recluido Carrasco en su celda y pasando varias semanas y hasta unos meses, la profecía no cejaba como tema de conversación en la región. Los mineros de la mina El Teniente, más pragmáticos y desconfiados, tomaban el tema con la mayor ligereza y hasta hacían bromas de él. Uno de ellos se atrevió a disfrazarse de demonio con sendos cachos saliendo de su casco de seguridad, lo que representó un acontecimiento gracioso y celebrado por sus camaradas. Sin embargo, en la intimidad, muchos de ellos temían al impacto que el hecho había tenido en mucha gente, temían a la ambigüedad y la incertidumbre… ¿Y si resultaba ser cierto?
Se creó en Sewell, campamento minero de El Teniente, un consejo de hombres instruidos, con el objeto de analizar en profundidad este fenómeno que perturbaba la tranquilidad de la población. Y era comprensible puesto que por las noches de aquel invierno de grandes nevazones, la ciudad de la montaña permanecía desierta, la gente no se atrevía a salir a las calles y escaleras, paralizados por un temor incierto, irracional y confuso, todo lo anterior condimentado por una serie de cuentos y rumores que circulaban entre los habitantes, algunos de ellos sencillamente absurdos y disparatados. No faltó quien asoció los dichos del profeta con el accidente del rodado que había destruido varios edificios el año anterior, donde murieron trágicamente hombres, mujeres, ancianos y niños en un acontecimiento inédito en la minería chilena y mundial.
El consejo señalado contaba con el respaldo de la compañía y de la autoridad civil de Sewell, el Jefe de Campamento, el Superintendente de Seguridad, el Mayor de Carabineros y el Juez. Sin embargo las largas disquisiciones del grupo resultaron estériles y se decidió finalmente realizar una pequeña campaña con charlas en el teatro y las escuelas, sumando a ello la distribución de comunicados escritos para los habitantes del campamento, instruyéndose para efectos de su redacción al párroco de la Iglesia y al Director de la Escuela Industrial. Destacamentos de alumnos de dicha escuela recorrieron el campamento en la repartición del panfleto. Con esta medida todo parecía regresar gradualmente a la calma habitual de la ciudad. Sin embargo, la ocurrencia de dos nuevos sucesos impensados vendría a perturbar esta presunta paz…
2
En efecto, en esos días los más de catorce mil habitantes de Sewell se enteraron de un hecho insólito.
Para explicar el suceso es menester describir el contexto en que se desarrolló. El Teniente ya en aquel entonces era considerada la mina de cobre subterránea más grande del planeta. Un enjambre impresionante de galerías interminables y muchas de ellas circulares habían sido perforadas en el fondo de la pétrea montaña andina. Sepa el lector que puestas en línea recta, en teoría, podrían dar la vuelta al mundo por la línea del Ecuador. En este orden de cosas, los mineros ingresaban día a día en aquellas profundidades para cumplir con la dura tarea de extraer el mineral rojo, premunidos de estrictas normas de seguridad industrial. Sin embargo un día de aquellos, un minero desapareció en las profundidades. El Departamento de Seguridad presumió que se había internado en galerías antiguas, aquellas que permanecían abandonadas y señaladas como inestables, suponiendo además que el obrero no pudo encontrar la salida desde aquellos pasajes laberínticos, desprovistos de luz y aire fresco. Al tercer día de su desaparición comenzó a producirse una verdadera conmoción entre los mineros: algunos aseguraban haberlo escuchado gritar bajo tierra; otros hallaron pequeños objetos (botones, una caja de cerillas, un pañuelo) que delataban su presencia; otros decían haber escuchado golpes sordos provenientes de lejanas galerías y una suerte de pavor y sobresalto se apoderó de muchos… El sindicato exigió a los jefes de la compañía norteamericana que se investigara más a fondo y la gerencia dispuso de un destacamento de mineros experimentados y equipados de elementos de búsqueda que se internó en las zonas abandonadas por espacio de tres días en una misión verdaderamente temeraria que finalmente fue estéril. La esposa del perdido, que se resistía a vestir de luto como una viuda, declaró que el hombre había manifestado intenciones de buscar un presunto filón de oro que había sido desestimado por encontrarse en una zona de alto riesgo de derrumbes. Ella aseguraba que su marido volvería sano y salvo, y que contaba con todo su apoyo, puesto que aquel tesoro les permitiría cambiar su suerte miserable hasta entonces. Contaban los vecinos que la mujer preparaba almuerzo y cena para dos y que lo esperaba, llena de serenidad y esperanza, asomada en la ventana del camarote 425 todas las tardes.
Pasaron las semanas y el minero no regresó. Para el año 2055 en que se estima que será abandonada la mina El Teniente por agotamiento del mineral, aquel hombre habrá pasado 110 años sumergido y podrá afirmarse que es beneficiario del sepulcro más profundo e insondable en todo el planeta. Para entonces este record estará perfectamente caduco, pues en aquel infierno de piedra solo reinará el olvido total, ese feroz e implacable dispositivo de la nada.
Una segunda extraña desaparición resultó aún más truculenta que la anterior y todavía en los años 2000 sigue siendo objeto de una verdadera leyenda sewellina. Desapareció un segundo minero. Sin embargo éste no registraba ingreso o salida de la mina y la situación era más ambigua que la anterior. Su mujer declaraba que su marido la había abandonado, que poseía fama de mujeriego y traicionero, desconociendo su paradero. Así permaneció desaparecido por varias semanas. Ella, desprovista de ingresos monetarios, se dedicó entonces a hacer empanadas y a venderlas por el campamento. Buenas empanadas que la gente compraba por solidaridad y lástima. Era pleno invierno y lo cierto es que ella lo había asesinado arrastrando su cuerpo una noche desde el camarote 223 hasta una oquedad de la nieve en el rio Teniente o rio Negro que pasa colindante al sector bajo de la ciudad. La nieve alcanzaba casi dos metros de altitud en el mes de agosto. Allí lo seccionó con una sierra metálica conservando los restos ocultos en aquel frigorífico natural, desde donde cada noche extraía parte de su marido para elaborar sus productos.
Pero un día fue detenida por carabineros quienes la llevaron encadenada hasta la estación, para proceder a su traslado a Rancagua. En la Plaza Morgan, aledaña a la estación de Sewell, se reunió una gran cantidad de curiosos a observar a la mujer homicida que ingresó al tren cabeza gacha. Muchos de estos observadores habían probado más de alguna vez sus ricas empanadas.
Como se comprenderá estos dos sucesos abrieron la compuerta para que se deslizara un torrente de especulaciones de los más variados matices y así el tema del profeta cautivo, volvió a florecer, reavivando la imaginación y el desvarío de los sewellinos.
3
En el edificio de Relaciones Industriales, el Jefe de Campamento y el encargado de Bienestar citaron a los dirigentes de los sindicatos de empleados y de obreros con el objeto de parlamentar y tomar medidas en conjunto tendientes a atenuar el revuelo que provocaba la reactivación del problema. Sin embargo todo sería inútil, la percepción general de la población sewellina y en gran parte la de Rancagua, había sido estimulada otra vez con los hechos relatados en el capítulo precedente.
Se cuenta que el club “Cordillera”, junto al Hotel Arias y al Lusitania, así como en los comedores de Barrientos, se reunían subrepticiamente pequeños grupos de mineros y trabajadores que habían decidido investigar por cuenta propia la eventual presencia del maligno dentro de la mina. Las discusiones de estos grupos giraban en torno a encontrar los mejores métodos para alcanzar este conocimiento. Sin embargo, el carácter divino y además ladino del demonio, parecían frustrar las variadas propuestas, todas demasiado terrenales, simples y evidentes para lograr engañar al personaje. Pero, se cuenta también, que el foco cambió cuando uno de los contertulios sugirió que se trataba de una confabulación de la familia Carrasco y que un presunto hermano del predicador haría una aparición ostentosa y dramática en la boca de la mina, como una especie de siniestro vocero de Mefistófeles, para terminar escapando de noche a grandes zancadas por las quebradas, perdiéndose en los valles de la pre cordillera, lo que traería como consecuencia un gran revuelo, que haría revivir el temor en la población. Con aquella maniobra, la justicia podría verse compelida a revisar la acusación contra Jesusmundo.
Un secretario del departamento de personal se encargó de revisar la presencia de hombres de apellido Carrasco en la Compañía quedando todo en nada, puesto que el único Carrasco trabajaba como auxiliar en el Hospital de Sewell, medía un metro sesenta centímetros y poseía otras señales fisiológicas que lo descartaban completamente como sospechoso. Con esto, las secretas gestiones de estos secretos grupos se debilitaron hasta extinguirse por completo. Los viejos volvieron a jugar al cacho, al naipe, y uno que otro, al ajedrez en aquellos clubes populares.
Aunque parezca poco creíble, no tardó en ocurrir, dos meses después, un nuevo acontecimiento, desatado por un acto de seducción y engaño amoroso, que por contumacia vino a reforzar más aun esta percepción supersticiosa que causaba inquietud en el campamento. El hecho se socializó de la siguiente manera: Un minero joven, casado, tenía amoríos con una vecina del mismo camarote. Se deslizaba furtivamente algunas tardes a su puerta y entraba a su departamento a sabiendas que el marido de la susodicha estaba de turno en el fondo de la mina. Pero un vecino observador había advertido al marido de las gerencias del intruso. Un día el engañado adujo una aguda enfermedad gástrica y el supervisor lo mandó a la enfermería desde donde lo mandaron a la casa con el pito de las 12 del día. El hombre venía del campo desde un viejo fundo cercano a Doñihue donde había trabajado por años con animales, vacunos y cerdos. Estaba familiarizado en el cuchillo. Y esta vez llevaba un gran y afilado cuchillo carnicero bajo el cinto. Mala fortuna para el intruso pues se encontraba de visita con la mujer del primero ese mismo día. El minero esperó que pasara el tren crujiendo por la curva de la Escuela 10 y enceguecido de furor, entró en su casa decidido a castrar a su enemigo. Y así lo hizo, solo que castrar a un cerdo es diferente a castrar a un ser humano y la víctima se desangró allí mismo y estuvo al borde de la muerte en el Hospital de Sewell, renunciando a la Braden después de su alta.
El minero se entregó dócilmente a la justicia. Dicen que cuando lo subían esposado por la Escala Central a la Comisaría, esbozaba una plena sonrisa de huaso salvaje. Hizo honor a su apellido que era Castro, aunque lo curioso es que semanas después algún gracioso escribió con tiza en la puerta de su casa en el camarote 210: “Lo Castro”.
Las especulaciones que circularon entonces sobre el anticristo versaron desde variados cuentos, acusaciones cruzadas, sospechas indebidas e inferencias ridículas. No se salvó ni el Gerente General de la Compañía, Mister Halldeman, cuando alguien sugirió que en la amplia mansión de la población americana donde residía, se realizaban misas negras en noches sin luna. No se salvó ni el nombre de la ciudad, cuando algún palabrero comentó en la entrada del Club Social, que “Sewell” nada tenía que ver con don Burton Sewell, jefe fallecido a comienzos de siglo en las primeras faenas del mineral, sino con una maligna composición de “See” y “Hell”, algo así como ver el infierno en inglés. Algunos viejos lenguaraces comenzaron a exhibir profusos conocimientos sobre el tema e impresionaban a sus audiencias con historias y explicaciones cuasi teológicas con citas bíblicas que nadie podía confirmar. Se escuchaban cosas como: cuando Dios creó a los ángeles para conformar un ejército celestial, cometió un error y algunos de ellos salieron fallados, convirtiéndose en sus enemigos. Si a alguien le pareció incompatible que Dios, siendo un ser perfecto y omnipotente pudiera equivocarse, calló, no por temor al orador, sino para no perder la narrativa completa y alterar el rico entorno de misterio.
Pero en fin, dejemos este revuelo social un momento para relatar lo poco que se sabe de la vida del profeta Carrasco e intentar escudriñar en su psicología, aunque se trate posiblemente de una tarea compleja.
4
Gregorio se casó con Margarita en el Registro Civil de Chillán un día de octubre. La fecha no se ha podido precisar. Vivían en un pequeño campo que solo les permitía sustentarse de algunos productos agrícolas, leche de una vaca y huevos de gallinas patiperras. Gregorio estaba obligado a salir a trabajar a los predios como obrero temporero y vender su fuerza de trabajo a cambio de los miserables salarios que ofrecían los patrones.
Margarita insistió en ponerle “Jesusmundo” al único hijo que tuvieron, pues su nacimiento le pareció un regalo del cielo después de tres años sin poder embarazarse. El pequeño se crió en el campo con su madre, que a los 21 años activó una esquizofrenia, trastorno que la privó siempre de cariño y preocupación para su hijo, permaneciendo además su padre ausente. Gregorio, cuando solía llegar a su casa, le llevaba un pedazo de charqui u otra golosina menor, contando con aquella escueta generosidad como la única forma de relacionarse con su hijo. Cuando Jesusmundo ingresó a la pubertad era un niño solitario, aparentemente sin brillo alguno en su escuela rural, introvertido y taciturno. Pero algunas de sus escasas intervenciones verbales sorprendían a su profesora. La capacidad hacendosa y responsable de Margarita se deterioró con el tiempo y el padre decidió llevarse a Jesusmundo a trabajar con él a una hacienda. Así fue como el niño se dedicaba a vagar por los patios, bodegas y caballerizas de la casa patronal mientras su padre trabajaba. Era tan apacible y dócil que nadie se preocupaba de él. Don Armando Letelier, el dueño de casa, poseía una afición especial, había construido tres grandes pajareras que contenían más de 400 pájaros, de diferentes razas, algunas nativas y otras compradas en la capital. Jesusmundo, con frecuencia, pasaba horas enteras junto a las jaulas observando la vida cautiva de aquellas aves. Tal vez les hablaba e imitaba sus cantos, tal vez les ponía nombres a los ejemplares más raros y decorativos, y se hacía amigo de ellos. Cuando llegaba temprano en las mañanas, la mujer que alimentaba a las aves, le permitía entrar con ella a las grandes pajareras y Jesusmundo le ayudaba en aquella tarea.
Llegó la ocasión en que el niño observó violentas peleas en períodos de celo entre aquellos cautivos. Producto de estas trifulcas un día un pájaro quedó mal herido con un ala sin poder plegar junto a su cuerpo. Jesusmundo, desoyendo las instrucciones, entró al recinto sin que nadie lo viera, tomó cuidadosamente al herido y lo llevó fuera. Se fue con él al inicio de un bosquecillo y permaneció todo el día cuidándolo y acariciándolo hasta que el pájaro falleció en sus brazos. Una semana después, encontrándose como tantas veces sentado observando las aves, decidió abrir de par en par las puertas de las tres pajareras. Volaron unos cuantos pájaros hacia la libertad pero la mayoría permaneció en su lugar. Jesusmundo tomó un fierro desde el garaje del tractor y golpeó furiosamente las estructuras, librando a centenares de pájaros. El ruido de aquellos golpes despertó la curiosidad del propio dueño de casa que tomaba desayuno en una terraza a las 12 del día, quien salió a mirar la desbandada de los últimos pájaros residentes, en lo que para él constituía una devastación jamás imaginada. Gregorio fue despedido en el acto y el niño tomado de las mechas por don Armando, zarandeado y lanzado al suelo.
Cesante, caminando a su casa con el niño y masticando el hombre su impotencia, no pronunció palabra alguna y el niño menos aún. Dejó al hijo con su madre perturbada y partió, no sabemos si para siempre. El caso es que a los 13 años Jesusmundo dejó su hogar y en la estación de San Carlos tomó un tren ordinario, escondiéndose entre maletas y canastos, para bajarse en Rancagua. Allí trabajó como bultero en la estación, debiendo competir y sortear las reclamaciones de los camilleros de maletas autorizados. Adoptó como hogar el interior de un viejo carro de carga abandonado, desde donde salía a vagar por la ciudad sin más pretensiones que pedir monedas a los transeúntes para comprar pan francés y mortadela barata. Un día un ciego le pidió que le ayudara a cruzar una calle. En las puertas de una iglesia, el ciego preguntó al joven cómo se llamaba y dónde vivía. Jesusmundo calló sin saber si responder o inventar una mentira. Miró sus lácteos ojos que lo observaban o no lo observaban por largos segundos. Entonces el ciego le dijo que asistiera al catecismo durante la tarde y partió. No sabemos por qué extraña razón el joven entró a la iglesia esa tarde, volviendo al día siguiente y así por espacio de largo tiempo. Al hallar otros templos cristianos en su camino ingresó también en ellos para escuchar pacientemente a los predicadores. ¿Qué impulsaba a Jesusmundo a hacer esto? Es un misterio. Algo en la esfera más profunda y oscura de su vida, una razón incomprensible, lo empujaba a encontrar una afirmación, un recogimiento, un amparo perdido en este mundo de religión entre cálido y amenazador, cargado de reglas de las que estaba privado y de nuevas culpas que podían mitigar sus propias culpas familiares. Sin embargo Jesusmundo poseía una capacidad de reflexión sobresaliente para su edad y condición, y gracias a ello, pronto se dio cuenta que muchos de aquellos predicadores estaban dotados de una inmejorable ignorancia, llamándole poderosamente la atención la reacción obsecuente y la adhesión de los creyentes a los discursos rígidos y fríos de los sacerdotes católicos, así como a aquellos confusos e ininteligibles de los pastores evangélicos. ¡Ah, pero la gente estaba ahí, creyéndolo todo!
Al cabo de un par de años, Jesusmundo experto ya en mensajes devotos y bíblicos, comprendió perfectamente que la gente necesitaba satisfacer una necesidad psicológica primordial: conferirle sentido a la muerte.
Comenzó a vestir como un monje franciscano y se instaló en una pequeña casita de madera en Machalí creando, sin declararlo, su propia iglesia. Ensayó sus discursos con su voz metálica, desarrolló habilidades retóricas y declamatorias como lo haría un experimentado actor, y con su prestancia y con su altura vertiginosa, no tardó en atraer a mujeres al principio y familias enteras después a escuchar sus sermones que resultaban llamativos y atrayentes.
Este es el origen de la maestría que alcanzaría Jesusmundo como misionero y apóstol clandestino.
La retórica inicial de Jesusmundo tenía un sello cálido, efusivo y fraternal. Se relacionaba amablemente con la gente, y sus arengas y homilías contenían siempre un mensaje esperanzador y positivo. Resultaba fácil de querer este dignatario que, siendo casi un gigante, mostraba un alma de niño, generosa y apacible. Podría decirse que, sin desearlo, se transformaba en un complemento sorprendente e insospechado para la Iglesia oficial. Mucha gente tenía el convencimiento de que se trataba de un ministro de la Iglesia, involucrado en una misión especial.
Sin embargo estos atributos de este vicario cambiarían contundentemente, como veremos más adelante.
5
Alexis Fuentes Carrillo cerró su oficina de la calle Banderas en Santiago a las 6 de la tarde como era habitual y pasó al Café Haití a leer “Las Noticias de Última Hora”, diario vespertino que competía con “La Segunda” en aquellos tiempos. Luego caminó hacia la Alameda para tomar una “micro” que lo dejó en La Estación Central. Caminó por Matucana hasta llegar a su casa. Calentó unos macarrones con huevo del día anterior y se sentó a la mesa a comer escuchando en una transistora a pilas las noticias de Radio Corporación.
Fuentes había sido funcionario de Investigaciones de Chile por más de 20 años, pero había sido exonerado luego de un confuso incidente que involucraba a un jefe de brigada suyo. Desde entonces, se ganaba la vida como detective privado con relativo éxito, donde las demandas más recurrentes eran investigar situaciones de infidelidad conyugal y trámites relacionados con la ley de cheques. Prudente, recto y muy ajustado profesionalmente a su labor y con alguna dosis de fortuna, su nombre circulaba como un eficiente y sagaz detective, con lo cual no le faltaba trabajo. Su vida transitaba tranquila.
Alexis era un animal astuto. A la mañana siguiente, antes de llegar a su oficina, pasó al diario El Mercurio para instalar uno de sus habituales avisos comerciales: “Detective Privado ofrece investigaciones particulares a privados. Efectividad y reserva garantizada. Más de 20 años de experiencia. Atiende en …” Luego caminó por el centro de Santiago hasta llegar a su oficina, prendió la Radio Minería para escuchar las noticias, calentó agua en una pequeña tetera para tomarse una taza de “SiCafé” con una galleta de soda untada en leche condensada. Se percató entonces que tenía correspondencia sin revisar. Eran cuentas por pagar, salvo una carta desde Rancagua con membrete de la Braden Cooper Co. que le llamó la atención. Requerían de sus servicios en algo que encontró desacostumbrado, casi insólito: Investigar la veracidad de la noticia que circulaba por la ciudad: la venida del anticristo.
Alexis, sorprendido, pensó: esto está muy lejos de mi especialidad, sin embargo La Braden debe pagar bien. Veré de qué se trata.
El detective estaba muy bien enterado del reciente Accidente del Humo en la mina El Teniente, pero desconocía que aquel desastre, que cobró más de cien muertos, había vuelto a despertar la suspicacia sembrada por Jesusmundo. Algo más terrible podría llegar a pasar tras el anuncio de este extravagante profeta: la llegada del ángel de las tinieblas.
Y al día siguiente tomó en la calle San Ignacio, a una cuadra de la Alameda, un bus interprovincial con destino a la ciudad de Rancagua.
6
Antes de saber qué pasa con Carrasco en la cárcel de Rancagua, volvamos a su humilde Iglesia en Machalí varios meses previos a su detención.
El destino o cómo se llame, en un profundo abrazo con las corrientes genéticas escritas para su vida, trazaron un devenir insospechado. Todo se inició cuando los vecinos del pueblo comenzaron a establecer un vínculo afectivo con Jesusmundo. Le proporcionaban una especie de diezmo espontáneo y solidario. En ocasiones dueñas de casa le llevaban un plato de comida caliente servido en una vianda, ponían flores frescas para adornar la iglesia, barrían y aseaban el lugar, invitaban a nuevos feligreses a escuchar su voz. En estas correrías una vecina se ofreció a lavarle la ropa de cama y la ropa personal, a lo que Jesusmundo se negó al principio pero accedió después tras la persistente insistencia de la mujer. Fue en este trámite cuando comenzó a sospechar que ella traía intenciones amorosas con él. La mujer –a quien llamaremos María- se esforzaba por atenderlo y lo visitaba cuando se encontraba a solas todos los días. Al comienzo esta actitud le pareció incómoda al monje, pero a medida que fueron pasando los días y semanas se habituó y sintió que experimentaba minutos agradables con María. Ella, más relajada después de alcanzar una cierta confianza con él, inició, con sutileza, mayores aproximaciones al maestro. Haciendo la limpieza se le anteponía a escasa distancia de su cuerpo y se despedía con un beso en la mejilla. Había una atracción recíproca que Jesusmundo pudo comenzar a reconocer.
Algunos vecinos hablaban de ir a “misa” en Machalí, sin embargo el predicador se cuidaba de decir que él solo pronunciaba “mensajes cristianos cumpliendo una misión de vida”. No deseaba entablar un conflicto con la jerarquía ni despertar la animadversión de los clérigos de Rancagua. Todas las tardes a las siete, Jesusmundo iniciaba una prédica a la que cada vez asistía una mayor cantidad de personas. El mayor atractivo de sus sermones radicaba en su elocuencia cautivadora, su retórica a veces fuerte, pero a su vez inofensiva. Trascendió en la vecina ciudad de Rancagua la noticia de este misionero, como un fenómeno local pero sorprendente y en pleno ascenso. Cada vez llegaba más gente a escuchar a Carrasco.
No sabemos si la Iglesia envió expresamente emisarios a tomar nota del hecho o algunos devotos lo hicieron por iniciativa propia. La cosa es que su presencia, su comportamiento y sus disertaciones eran tan incuestionables que no hubo mayor intervención y se le dejó ser, considerándolo como un cogollo espontáneo de manifestación de fe.
Sin embargo, el día menos pensado se desencadenaron algunos hechos. María, como era ya su costumbre, visitó, engalanada y perfumada, al monje como a las tres de la tarde para hacer el aseo de la iglesia, pero tras ella apareció su marido, quién, perdidos los estribos, activó un escándalo de proporciones mayores acusando al Jesusmundo de indecencia al cortejar a su mujer, amenazándolo con una paliza y con una denuncia. Se llevó a viva fuerza a María del lugar propinándole un reguero de injurias y groserías. El monje permaneció en silencio presintiendo que aquel episodio iba a traerle consecuencias. Lo que así ocurrió.
Como el fuego, no tardaron las habladurías y murmuraciones en difundirse por Machalí y más allá, y su reputación decayó prontamente. Cada vez asistieron menos concurrentes a escuchar sus sermones y en un par de semanas se encontró solo, sin oyentes, sin aportes y sin recursos. Comprendió que esta empresa estaba fracasada, recogió algunas cosas personales y abandonó el lugar para siempre.
A partir de entonces, Jesusmundo inició con gran vehemencia la prédica pública de la llegada del Anticristo. Recorrió pueblos, villorrios y campos siendo escuchado por centenares de curiosos que comenzaron a divulgar su nueva autoridad como profetizador del mal. El misionero sabía perfectamente que esta actividad entrañaba un riesgo, sin embargo no cejó en sus anuncios. Un hálito de sorprendente mensajero divino brillaba en sus declamaciones.
Por un tiempo se pierde la información sobre el paradero de Jesusmundo, y llega el momento en que se instala en una muy humilde y vieja carpa a orilla del río Cachapoal, a tres kilómetros de distancia del cruce de la carretera panamericana que va al sur desde Rancagua. Allí permanece solo, distante del mundo, como un anacoreta insociable. Hasta que aparece un egresado de periodismo interesado en entrevistarlo para un programa de la recién creada Radio Nuevo Mundo de Santiago.
7
El monje recela de esta visita totalmente inesperada. Sin embargo la actitud coloquial y amistosa del joven periodista le hace recobrar su entusiasmo y se reanima su labia delirante. La rabia acumulada tras su fracaso en Machalí lo empuja a hacer declaraciones que tal vez en otras circunstancias habría callado.
Reproducimos la entrevista realizada en el jardín compuesto de piedras junto a su habitación, a pocos metros del agua proveniente de la cordillera:
“Don Jesusmundo. Se me ha señalado que usted es un predicador que ha sido escuchado por muchas personas en esta provincia. ¿Podría decirnos quién es usted y a qué se dedica verdaderamente?”
“Nací en Tanilvoro, cerca de Coihueco, en la Provincia de Ñuble. Mi padre era campesino y mi madre dueña de casa. Estudié en la Escuela del lugar. Mi padre trabajaba en un fundo en Recinto. Fui abandonado y llegué, todavía un niño, a Rancagua en el tren. Trabajé en un sinfín de ocupaciones y como Dios me bendijo y me dispensó con la soltura del lenguaje, comencé a decir la palabra del señor a diestra y siniestra, sin fijarme en quien me escuchaba y en quien me desoía. Lo hacía en las veredas, los dinteles y en las plazas, y no faltaba alguien que me proporcionaba una moneda piadosa que me permitía comprar el pan. Nunca me faltó, señor, porque además el hambre física se puede resistir, pero el hambre espiritual termina por desarmar el alma.”
“Es decir, usted se transformó en un predicador autodidacta, podríamos decir…”
“Sí señor. Eso es, usted lo ha dicho. No tuve maestro ni seminario. Puedo abrazar y reproducir el mensaje divino sin intermediarios y no me coludo con iglesia alguna…”
“Pero ¿cómo asegura usted que su palabra es verdadera…?”
“Pura elocuencia, mi señor. Las personas de buen corazón poseen un octavo sentido que les proporciona la certeza para distinguir entre un charlatán y un misionero auténtico. Si usted posee un corazón amoroso se dará cuenta de inmediato de la veracidad de lo que estoy diciendo, de otro modo dudará…”
“Don Jesusmundo, pero estoy informado que usted ha anunciado la llegada del Anticristo, cosa que la Iglesia no acepta. Esta aseveración suya ha causado cierto revuelo en la zona, especialmente en el campamento minero de El Teniente, donde las personas han asociado los terribles accidentes de los rodados y del humo como parte de esta suerte de profecía que usted propugna”
“Yo tan solo transito por la ruta que el señor me señala y no me desvío de ella. Cumplo como mensajero. Es mi única tarea”
“Y qué significa entonces el arribo del Anticristo, si me pudiera explicar…”
“Es un misterio. Mefistófeles es sorpresivo sin pausa. Cuando yo era niño mi padre me contó que se apareció en el campo y engatuzó a un mediero incauto y simple, a media noche en un camino. El infeliz cayó en su trampa. El diablo le prometió un futuro dorado y el fin de su dolencia: padecía de epilepsia, y éste, en un arranque, mató a palos a su mujer y su hija. Cuando hubo acabado su sangrienta tarea sintió que en las afueras de su casa el demonio reía a carcajadas. El campesino nunca más supo de él ni recibió las riquezas prometidas, tampoco sanó de su tara y acabó por morir en la cárcel. Es traicionero y provoca grandes perjuicios. Entonces, mi señor periodista, lo que yo hago es prevenir a la población, advertirla de las tentaciones, ponerla en alerta.”
“Perdón, don Jesusmundo, y ¿no sería dable admitir que la masacre familiar cometida por ese sujeto fue producto de un episodio de “furor epiléptico”, trastorno poco usual que una vez oí describir a un médico en el Hospital Psiquiátrico de Santiago…?”
“La gente tratará siempre de darle una explicación mundana y candorosa a los cometidos del demonio. Es una de sus inteligentes artimañas para pasar inadvertido. He aquí la jerarquía de mi misión: hacer que sea visible. Sabiéndose su presencia podremos enfrentarlo con más propiedad y llegar a desterrarlo a su domicilio natural, el infierno. Si usted me permite, es la esperanza que nos otorga el señor para su derrota definitiva.”
“¿Cómo explica que la Iglesia no haga lo que usted dice: advertir a la población de su llegada?”
“Nada más lejos de mi voluntad es polemizar con la Iglesia ni manchar su honra. Esta pregunta que usted me hace hay que formulársela al Cardenal o a su consejo de Obispos. Yo no estoy capacitado para explicar la conducta de la Iglesia, cada cual tiene su código y su mandato. Yo cumplo con la mayor humildad, dentro de mis limitaciones y obstáculos, con mi encomienda. Dios sabe cómo procede.”
“¿Y usted se atreve a dar fecha de su llegada? Pues ha pasado el tiempo y no llega…”
“No me atrevo. Puede estar en este mismo momento escuchándonos agazapado en la carpa aquí al lado nuestro, como puede estar asomado a un adit de la mina esperando su turno…”
El monje solicitó encarecidamente al periodista que no diera luces sobre su residencia actual. El periodista cumplió cabalmente su solicitud y solo dejó entrever que la entrevista había tenido lugar en un lugar azaroso. No se sabe si debido a la emisión de este programa radial o no, las autoridades judiciales encargaron a la policía la detención del personaje.
8
El detective Alexis Fuentes Carrillo se presentó en El Teniente para firmar contrato para cumplir su función profesional. Su tarea consistía en desenmascarar al profeta que había logrado influir en tantos trabajadores de Sewell y crear gran revuelo alterando la vida normal del campamento y el ritmo de trabajo de los mineros. Los gerentes y el jefe de Relaciones Industriales habían convenido que, solo despejando la fuente y desacreditándolo, iban a lograr anular sus efectos y cambiar las cosas significativamente.
Fuentes Carrillo comenzó sus indagaciones en Machalí donde el monje había logrado sostener su pequeña iglesia por un tiempo. Entrevistó a varias personas, sin poder presumir su paradero, pero consiguiendo con cierta precisión datos seguros de su perfil físico y de sus atributos de personalidad.
La policía lo buscaba por orden judicial y Alexis sabía que debía apurar el tranco para llegar antes que nadie al encuentro con el monje, de manera de alcanzar el monto ofrecido por la Braden por su captura. Viajó a Codegua y Graneros. Recorrió Rancagua y se reunió con gentes que habían escuchado de su boca la maléfica predicción. Algunas pistas resultaron falsas y el detective las desechó. En fin, una persona declaró sospechar el paradero del Monje que se encontraría en un fundo al otro lado del río. En este lugar el investigador se enteró de su paso por aquel predio donde había realizado recientemente una perorata relámpago por espacio de diez minutos en el local del sindicato, desapareciendo luego del lugar. El detective mostraba un croquis del monje a todo aquel que se cruzaba en su camino. Algunos lo reconocían pero nadie lo había visto en los últimas semanas. No obstante, un joven adolescente de la zona sur de la ciudad, al ver el retrato, le informó haberlo visto haciendo fuego en la ribera del río…
Al día siguiente, temprano en la mañana, Fuentes Carrillo partió caminando por el margen del Cachapoal. Como detective privado estaba impedido legalmente de realizar una detención. Por esta razón, para no levantar sospechas en el misionero, decidió ir vestido como pordiosero, escondiendo su máquina fotográfica en el bolsillo de su raída chaqueta. Su estrategia consistía en trabar amistad con el monje, ganarse su confianza y dar aviso a la compañía El Teniente de su hallazgo, para que ellos convocaran a la policía. De aquel modo sería igualmente el héroe de la jornada y le pagarían sus honorarios. Todo esto, si era verdad que el monje se encontraba en aquel lugar.
Caminó por entre las piedras y los matorrales hasta divisar la carpa. Se detuvo a observar. No se veía a nadie. Caminó lentamente cojeando como un semi inválido hasta aproximarse a cincuenta metros. Al escuchar ruidos, Jesusmundo se asomó y salió en actitud de desconfianza. Todo indica que don Alexis era un actor consumado. Desplegó tan bien su papel que el monje se tranquilizó y le ofreció un té. Conversaron, aunque el reporte posterior de Fuentes Carrillo, señaló que fue casi un monólogo, pues como invitado al té evidenció pobreza en el lenguaje, una actitud pusilánime y un buen escuchar. Jesusmundo se mostraba ávido de comunicar. Teología, filosofía y el origen del mundo fueron los temas recurrentes. Al correr de unas horas, el detective se levantó con pesadez de la piedra donde había permanecido sentado y manifestó su deseo de partir. Calculaba que eran como las 13 o 14 horas. El monje silenció sus discursos y lo miró atentamente, examinando a esta visita extraña. Fuentes Carrillo se preguntó en ese momento: “¿Comienza a sospechar de mí?”. Jesusmundo fue a orinar a unos cuantos metros y el detective aprovechó de tomar una única fotografía del sitio y del monje de espaldas, aprovechando que el ruido del río aplacaba el clic de la cámara. Y partió rengueando tras prometer al predicador que volvería otro día para continuar la conversación. Al volver la cabeza después de unos cuantos pasos, la figura del monje le infundió temor. Se había quedado muy serio, observándolo y movía el dedo índice de su mano como diciendo “¿no me tenderás una trampa?”. A pesar de este momento crítico, don Alexis, tras caminar casi un kilómetro, se dio cuenta que no lo seguía y sintió que su misión podía coronar con éxito.
La gestión de Fuentes Carrillo permitió que en dos días la policía, en vistoso operativo, detuviera a Jesusmundo y lo encarcelara.
9
Como epílogo de esta notable historia debemos consignar que nuestro personaje duró solo nueve meses confinado en la cárcel de Rancagua. Habría escapado un día de fiestas, no está determinado si en Navidad o Año Nuevo. No hay información del modo en que logró esta proeza, aunque se piensa que contó con la complicidad de miembros de gendarmería, a quienes se habría ganado con su atractiva facundia. Se hicieron rápidas operaciones rastrillo en Rancagua, infructuosamente. Y, en definitiva, se perdieron todos sus rastros, nunca más se supo de él y la policía terminó por abandonar su búsqueda.
Se multiplicaron variados mitos y leyendas sobre su destino. Algunos aseguraron que una vez escapado de la cárcel, pasó por María y viajó al norte con destino a las Salitreras. Otros afirmaron que fue asesinado. Una versión asegura que Jesusmundo Carrasco andaba en Argentina cultivando sus disertaciones en una emergente iglesia evangélica. La versión más disparatada decía que era sacerdote en una Iglesia del Amazonas ecuatorial. En fin, solo especulaciones de gente que un día le ofrecieron su credibilidad, para condenarlo después a los fuegos del escarnio.
FIN
((Fotografías de portada: Campamento de Sewell, El Teniente, Rancagua (1924); foto interiorJesusmundo Carrasco. Imágenes halladas y tomadas de los archivos de fotografías históricas del mineral El Teniente conservadas en Codelco))
(Tomado de Ojo con el Lente)