por Aniceto Hevia
Pocos meses después se agregó una nueva estrofa que se nos obligó a cantar todos los días, mañana y tarde. Algunos versos decían: Vuestros nombres, valientes soldados / que habéis sido de Chile el sostén / nuestros pechos los llevan grabados / lo sabrán nuestros hijos también. ISLA 10.
Principio: sustantivo. Una cosa que demasiada gente confunde con interés. Ambrose Bierce. The Enlarged Devil´s Dictionary.
El programa del libelo de Daniel Mansuy es explícito: “la colosal intensidad del 11 no es sino el corolario de un proceso cuyo principal responsable es el mismo Salvador Allende” (p. 11). En esta frase se concentra un complejo de ideas que rondan en la cabeza de los intelectuales orgánicos de la derecha, desde Patricio Fernández, pasando por Carlos Peña y Lucía Santa Cruz. De otro modo, forma parte de la doxología derechista, que posee un consenso manifiesto en declarar que Salvador Allende es el culpable, no hay otro responsable, solo el muerto. La derecha de hoy habla desde la porfiada convicción de la propia inocencia y la falsa idea de un distanciamiento objetivo de los hechos, que le otorgaría el derecho a expresar una interpretación verdadera; por lo menos, sostenible frente a un cúmulo de evidencias que prueban lo contrario que lo que se dice. De hecho, Mansuy al intentar explicar el golpe de estado y la usurpación del poder por la oligarquía, se encuentra frente a un laberinto de hechos históricos que no le permiten sino recurrir a un mito que recubre con un manto de verosimilitud frente a los porfiados hechos. Dada la naturaleza del texto, no se percibe que debajo están los hechos de barbarie, la justificaciones de lo intolerable, violando toda posibilidad de una historia concebida racionalmente.
La fuerza ilocutiva del discurso, es decir, sus intenciones prácticas de persuasión no son nuevas. Hay que representar el golpe de estado con una serie de recursos retóricos y distorsiones históricas que lo haga aceptable frente a la derecha misma. Recurso de negación de la realidad necesaria, pues con ello se juega su supervivencia. Al declarar responsable a Allende la derecha es exculpada y todo lo demás es mera consecuencia de una transgresión originaria. Es que la derecha no puede reconocer los hechos que la inculpan de responsabilidades no asumidas, de la historia acallada de los vencidos. El mecanismo de la negación (Verneinung) en Freud consiste en eso: “No soy cleptómano, doctor”. Pero, el paciente insiste en robar lápices y pendrives de la oficina cada vez que puede. Mansuy, en tanto que intelectual de derecha está sometido a los mismos condicionantes del sujeto de la derecha chilena, que no ha podido reconocer que sus éxitos y existencia están fundadas en un crimen atroz; el aniquilamiento del enemigo, que, junto al sometimiento de la población chilena, fueron las bases de la fundación de lo que el país es hoy. Eso es una verdad no puede reconocer y que para sobrevivir debe alienarse de ella, declararse inocente, olvidarse de sí.
Aún más, la repetición de la negación es la repetición de un goce. El intelectual derechista chileno goza secretamente con sus mitos, sabe que puede expresarlos y que entre los suyos tiene audiencia. Goce perverso, pues sabe que puede torcer la verdad amparado en la legitimación de conceptos académicos. Por ello, no basta con advertir el mito en el discurso histórico de Mansuy, sino que hay que considerar que categorías que hacen del mito algo verosímil frente a sus lectores. En el transcurrir del tiempo, ha tomado un lugar eminente en la escena intelectual la categoría de narrativa; que reduce todo discurso a una posibilidad entre otros discursos, todo discurso se valida per se, sin criterios de verdad. La validación surge en la medida en que el discurso posea coherencia interna, una lógica propia de desarrollo. De allí que hoy se hable tanto de lógica del discurso, sin que nadie explique nada: “es mi verdad”, “es lo que yo pienso”. La categoría de narrativa lleva consigo la promesa de poner en el mismo plano las voces de la diversidad, pero, contradictoriamente hace desaparecer la verdad como criterio de diálogo. Cierra el diálogo, no lo abre, frente a dos narrativas enfrentadas no hay emisión de juicios posibles; pues ambas son igualmente válidas en la medida en que son expresadas por un sujeto, negar un juicio falso es negar el sujeto, ser antidemocrático y/o invisibilizar minorías. Esta es la tabla de salvación para de derecha, sus mitos bárbaros y sus opiniones son narrativas frente a otras narrativas, por ello lo que sus discursos expresan deben ser escuchados sin importar lo éticamente intolerable de sus divagaciones infundadas. Pues, no creo que Mansuy tenga en mente que la narrativa está dentro de los géneros ficcionales, en ella se cuentan cuentos de hadas, de piratas, de UFOs, de seres interdimensionales y su fin es solo entretener. Si todo discurso es narrativa; entonces, todo puede ser dicho y vivamos todos en un mundo infantil donde todo cuento sobre nosotros mismos, los demás y la historia cabe como narrativa, que posee su legitimidad por ser una perspectiva individual de hechos. La búsqueda actual por dejar atrás el legado de la Ilustración, permite que la ideología liberal pueda travestirse con los últimos disfraces y máscaras de su ya escaso guardarropía.
Dice Mansuy: “El mejor Allende fue el de sus últimas horas” (p. 21) y a reglón seguido: “cuenta con la lucidez necesaria para proveer de un marco y de una narrativa a su propio final” (p. 21). Al abocarse a la tarea de representar a Allende en el funesto 11 de septiembre de 1973. El libelista sorprende con sus apreciaciones políticas e históricas, que refugiadas en el solipsismo del sujeto sostiene la estrategia persuasiva de su discurso con un riesgoso juicio de valor, pues nuevamente cae en el campo de la doxa. Este “mejor Allende”, ¿qué significado posee en el contexto global del discurso? ¿Para quién resultará útil definir el “mejor Allende”, el irresponsable, el que vive sus últimos minutos? Al parecer, el autor, no advierte el momento de parresia al enunciar semejante frase, más bien desnuda su verdad que la de Allende. ¿Quién podría decir que lo mejor de una vida de un hombre coincide con el momento de su muerte? ¿Por qué necesariamente tiene que decir eso y no otra cosa? Theodor Adorno en Minima Moralia advertía que en pequeños gestos que nos sorprenden por lo inusuales, nos muestran la verdad de un individuo, agrego que tales gestos y palabras pasan siempre desapercibidos para quien los ejecuta.
En este caso el ponderado ensayista no advirtió la brutalidad de su enunciado, la gratuidad y la abyección de su juicio. Solo alguien que posee un poder privilegiado puede transgredir las normas éticas del discurso, la arrogancia prepotente de la negación de una vida humana en su totalidad para reducirla al momento a sus palabras en que se juega la vida y declararlo lo mejor de su vida es decir el mejor Allende es el que va a morir. Con ello queda en claro que Mansuy no puede reconocer la estatura de Allende, lejos de eso, y busca una representación que sea coherente con la supuesta irresponsabilidad del muerto. Lo que hace no es un juicio histórico, sino una reducción de una figura histórica a la categoría de personaje shakespeariano que construye su propia escena, un personaje que busca justificarse políticamente, dejando una versión fictiva de sí que redime su irresponsabilidad en el acto de expresar su vida en un monólogo dramatúrgico, para luego inmolarse. La agresividad latente en este discurso tanático es una huella de reconocimiento a sabiendas fallida. La reducción de la figura de Allende a su momento final opera como un recorte deconstructivo en función de minimizar la imagen y verdad histórica de Allende. La iconoclastia, el ataque a un símbolo que a la derecha aun le molesta e irrita no es gratuito, es el ataque a la verdad histórica que conlleva una pasión, tanto democrática, como revolucionaria. Entonces, es necesario reducir a Allende el símbolo, convertir su ética en irresponsabilidad, su claridad en un acto agónico. Pero, eso no es todo, es necesario creer el mito producido, autoconvencerse, ese es el ejercicio del espíritu derechista, retorcer la conciencia lo suficiente para permitir que el mito producido para sí pase a ser un mito en sí, es decir, esencial, el origen de la mala conciencia derechista.
Esa mala conciencia está presente a cada paso. Las formas de caricaturización en Mansuy no son tan diferentes de las columnistas de los diarios de derecha: “Allende se eleva sobre el Golpe de Estado…, sobre el colosal equívoco que el mismo había construido… y se instala en la historia larga de Chile” (p. 21). Resultan notorias las contradicciones inscritas en el enunciado, hay un double bind en el tratamiento de la representación de Allende; por un lado, se lo enaltece y, por otra, es un agente del estado de cosas catastrófico. EL problema no es, entonces, la representación histórica de Allende, sino de los conflictos que surgen en el discurso de Mansuy que, ideológicamente, no es solo él como individuo, sino de un todo social que no se atreve a reflejarse en el espejo del Otro. Asentir que Allende es culpable y no los otros, los victimarios, resulta un juego del lenguaje que permite resarcirse de toda culpa, la derecha no es culpable; sino el otro inocente, el ofendido. No son culpables los victimarios, sino la víctima.
Asentir en que la derecha fue la culpable significa que el orden que ha construido con el pinochetismo genocida se vuelve imposible de aceptar, que todos los resabios de lo intolerable en este país tienen culpables reales y que se ubican en el campo ideológico de la derecha. Con ello pierde toda legitimidad, por ello se debe racionalizar violentando la realidad histórica, apelando a ficciones que solo puede digerir aquel que posea tan mala conciencia como para requerirlas y esgrimirlas en el momento que se requieran. Pero, en el tejido mismo del discurso, en los contenidos ficcionales, los juegos de lenguaje pregonan la verdad otra en los estrechos límites de la insidiosa hipótesis central: “Allende fue el culpable”. La conspiración, la traición a la patria, la insubordinación, el bombardeo a La Moneda, la persecución tortura y muerte de hombres, mujeres y niños, el encarcelamiento, el ataque a los partidos políticos; en suma, el genocidio y la dictadura.
Todo ello fue causado por la torpeza de un solo hombre que ya estaba muerto. Pero, eso no es de hoy, es de ayer. La idea de Allende culpable no es nueva, aparece en la conciencia patológica de la derecha que debe justificar el golpe de estado. Desde los primeros días, se preguntaba por un encarcelado, un detenido, un torturado de primera hora y la respuesta corriente era: “algo habrá hecho”. Ahí está la respuesta, el mismo juego de lenguaje, el Otro es culpable y si es castigado es porque se lo merecía, de paso legitimando todo lo que pudiese suceder, incluso violentando los fundamentos del orden democrático. Ese tic de la palabra, esa falla en la retórica del discurso, esa palabra vacía solo es ejercida por quien se sabe culpable y frente a sí no lo puede aceptar conscientemente. El fascista que no se ve como fascista, que se ve como un “hombre de bien” que se rige por “el bien común”. El yo del fascista no es una construcción individual, singular, sino un particular de un todo social. Esa falla no es solo la de Mansuy, es más bien al revés, es Mansuy el que se hace vocero de una ideología patológica, sostenida por un imaginario que ya ha perdido su capacidad adaptativa a la realidad. Por ello rebota una y otra vez con los mismos argumentos de una racionalización solo aceptable por aquellos que siguen aceptando el mito del 11 de septiembre.
La argumentación inquisitorial, metafísica, de Daniel Mansuy alcanza sus cumbres cuando pretende darle lecciones de marxismo-leninismo al muerto, así destacando su superficialidad y torpeza. Uno no puede dejar de imaginar que su comportamiento no es tan lejano a cura Osvaldo Lira. Dice Mansuy: “La vía chilena es el esfuerzo del mismo Allende por combinar sus múltiples almas: la del parlamentario ducho, …la del admirador del Che Guevara y de Ho Chi Minh, la del joven ministro de Pedro Aguirre Cerda, y así.” (p.41). La pobreza de las ideas no deja de sorprender, dado que conocidas figuras del progresismo lo han recibido con aplausos. En el esfuerzo de comprender a Allende, lo lleva a la resbalosa región de la subjetividad en la cual se pierden hasta los más avezados críticos. El historiador nos hace ver que Allende es contradictorio, que como mal aprendiz de brujo busca la alquimia de unir aceite y vinagre, que es una mezcla de fan del Che, de Ho Chi Minh y de político parlamentario agudo y eficiente (algo bueno que tenga); asunto que el considera como insalvable, un error de marxista bastante ignorante y fallido. Demasiado marxista para demócrata y demasiado demócrata para marxista. La textura de sus argucias, que no argumentos, son literatura no muy buena. Pues, in illo tempore no era contradictorio ser un admirador de los grandes revolucionarios y, a la vez, ser un demócrata; pues, esa forma ilógica que no cabe en la brillante testa de Daniel son viejos atributos morales como la tolerancia, la apertura, el desprejuicio, la libertad de conciencia.
Parece que nuestro intelectual orgánico del fascismo no está a la altura de esos valores y no los ve donde le aparecen. Pero, entremos en la crítica de tales aseveraciones peregrinas. Ya Hegel expresaba en la Ciencia de la Lógica que la conciencia del hombre es contradictoria, debe ser contradictoria, la conciencia viva del hombre está atravesada de conflictos que el sujeto debe superar. Entonces, ¿qué importa que Allende haya tenido simpatías por Ho Chi Minh y el Che? Nada. A la luz de la historia no fue revolucionario a lo vietnamita o guevarista de última hora. Dialogar con Fidel Castro no lo hizo castrista, invitar a conversar al Comité Central del MIR no lo convirtió en un fervoroso militante mirista. A estas alturas como respuesta lo mejor es una carcajada. Estos torpes argumentos dichos en serio no dejan de asombrar por lo poco elaborados. Por otra parte, todo lo anterior en Allende no era incompatible con su posición política, que todos sabemos de raigambre democrática, que difiere del pensamiento de otras figuras revolucionarias. Es que no se puede confundir la esfera de los afectos y el pensamiento con la acción política. En eso estaban muy claros Allende y el Che que le dedica un libro con las siguientes palabras: “Para Allende, que por otros caminos trata de obtener lo mismo”.
El problema de las ideas de Mansuy, el libelista, es que entiende bien poco de revolución y revolucionarios, lo ve como algo rígido, intolerante, rabioso contra todo, dogmático y todo el cúmulo de prejuicios que tiene el derechismo chileno más añejo y Jaime Guzmaniano. No entiende que en la tienda de la revolución cupo mucho más de lo que él piensa, demostrando que se encuentra casi desnudo como los hijos de la mar en lo que se refiere a revoluciones. Y lo que es peor, inventa contradicciones para impresionar y persuadir, no para aclarar la historia, porque busca una solución mágica, un exorcismo de la Unidad Popular por medio de una representación sacrificial, la imagen de un Allende mediocre, fracasado, caído de su pedestal. Lo que se le escapa es que Allende no fue solo Allende, ya que hubo un desarrollo histórico que produce un Allende y eso se debe a conflictos de la misma sociedad chilena que venían haciendo crisis desde el origen de la clase obrera en Chile y más atrás aún.
Ese Allende causa sui es una ficción que pocos podrían tener como verdadera. Allende fue un luchador social entre otros, la Unidad Popular no fue su invención, fue una necesidad histórica que se realiza por los movimientos sociales y políticos subalternos. Eso convierte el nombre Allende en lo que Alain Badiou llama el acontecimiento que “abre la posibilidad de que una verdad inédita surja en un mundo dado”, la aparición de lo nuevo que siempre es in-esperado; no en cualquier momento de la historia se produce lo nuevo. Allende es el allendismo, el movimiento político social revolucionario que excede lo partidario y la órbita del marxismo en cualquiera de sus variantes. Eso es lo que sostiene Allende y que a Mansuy le pena y convierte su sueño en pesadilla, porque no puede comprender cómo Allende deviene el Allende histórico y confunde lo personal con lo histórico y político. Vieja costumbre derechista que lleva a juicios del tipo: “era un pije”, “era un roto”, “era un borracho”. En el historiador es: “era un contradictorio”, “era un ignorante”, “un confuso”. Lo importante para el ensayista fallido es conjurar el espectro, no explicar y comprender racionalmente, más bien utiliza su bagaje retórico como arma de guerra, para establecer una ruptura entre lenguaje y referente, simbólico e imaginario, sociedad y cultura. Evidente patología del lenguaje que convierte a Allende en un espectro, en un aparecido que lo acosa, es la pesadilla del ensayista, el destino de quien marcha contra hechos ya establecidos.
Las estrategias argumentativas para su objetivo insidioso, que no científico, recurren a tomar argumentos, discursos, textos de izquierda y volverlos contra él espectro: “Al fin y al cabo, se trataba de desafiar las leyes históricas del marxismo-leninismo: que no era poco. No habiendo teoría, el mandatario pretendió sustituirla por su propia habilidad. Error inexplicable e imperdonable de un marxista que se precie de tal, porque supone que un político…podría sobreponerse a unas lógicas estructurales sumamente rígidas.” (p. 42). Acá el libelista fallido profiere una de las mayores obscenidades que se podrían espetar. ¿A qué se refiere con “lógicas estructurales sumamente rígidas”? ¿Dónde ve esas lógicas estructurales? Como frase no nos queda otra cosa que decir que suena impresionante, la sola frase “lógica estructural” aparentemente estaría imbuida de un supuesto saber que nos vemos obligados a revisar. Para Zellig Harris al analizar la lógica formal o estructura del lenguaje observa dos sistemas gramaticales, por una parte, el sistema de predicados que están en el ámbito de contenidos de la frase; por otra, el sistema morfo-fonémico. Si nos concentramos en el primer sistema vemos que la frase es traducible a la lógica formal por medio de enunciados lógicos parafrásticos, es decir que podemos convertir la frase en un enunciado o proposición lógica; me explico, la podemos convertir a lenguaje formal por medio de algoritmos (Cf. Zellis Harris: Two Systems of Grammar Report, Milton p. 149). Reduciendo bastante el problema, podemos pasar de los contenidos a la lógica que Harris considera un subsistema del sistema de predicados. La pregunta es si esto podría ser de utilidad para comprender el marxismo como una “lógica estructural sumamente rígida” o su contrario, ¿qué contenido de un texto podría ser flexible? Por lo que se sabe, no se puede atribuir a un sistema lógico la cualidad de rígido o flexible, puede ser coherente, inconsistente, falsable o no falsable, etc.. Lo peor viene en el momento en que utiliza un adjetivo que en el contexto es de suyo extravagante: “sumamente”. Cómo dar cuenta de El Capital como una “lógica sumamente rígida”, o en Gyorgy Lukacs, en realidad no hay lógicas sumamente rígidas o flexibles en ninguna parte. Al intentar explicar el texto uno se queda atónito. ¿Qué fumó el señor Mansuy en la mañana? ¿Opio o THC? Además, ¿de qué marxismo está hablando?, ¿El Soviético, sus variantes y sub-variantes, el de Sartre, el de Althusser, el de Adorno, Marcuse, Benjamin, Bloch, el de la teoría de la dependencia, el de Guevara, Mao, Lenin, el presidente Gonzalo, Alain Badiou, Trosky, Rosa Luxemburgo? A estas alturas lo absurdo y denigratorio de sus palabras nos hace considerar que lo que quiere decir es mucho menos. Se limita a espetar de nuevo otro prejuicio, claro que transducido en elegante; el marxismo es dogmático, rígido, inflexible, sus límites son muchos y sus verdades están escritas en mármol estalinista. Mucha abstracción para parir un ratoncillo conceptual.
En ningún texto de Allende alguna opinión o huella intento de impugnación al marxismo leninismo; más bien, un proyecto político complejo, múltiple, que tenía algo que el libelista no puede comprender, dado que las estrategias de producción de sentido eran otras de las que supone. Porque Allende se hace cargo de un proyecto colectivo incubado en un diálogo al interior de las clases subalternas, en el ámbito de una cultura de lucha y resistencia secular. La idea era integrar lo diverso, reunir lo disperso, no dejarse llevar por discusiones ideológicas en el plano de lo abstracto sin acabar de concluir nunca un orden de la acción, una senda política que reconoce diferencias sin excluirlas. Ello es el genio de Allende, salir de lo que Jaques Lacan llamaba la “izquierda idiota” que se pierde en el plano de las abstracciones y nunca concluye nada. Esa izquierda que tiene un espacio mullido donde la vida bien se puede ir atrapada en un imaginario pleno de espectros y fantasmas. Lo que se debiese comprender es que en el mismo discurso del allendismo está la teoría, solo basta con leer atentamente manifiestos, discursos, opiniones, noticias, diarios y reconstruirla; pero como el afán es otro, mejor difamar. Pero lo más terrible y que realmente autodestruye al libelista es que lo tilda de no marxista, asunto realmente estrambótico ya que Allende nunca se preció de ser un erudito en Marx, ni mucho menos. Su autodefinición era precisa, un luchador social y nada más. Si se piensa bien, ha habido revolucionarios que contribuyeron con teorías importantes, otros no y la lista es larga. Pero Mansuy, no solo pretende conocer los vericuetos de la dialéctica revolucionaria, sino que insinúa que sus conocimientos de marxismo y marxismo-leninismo son más que suficientes para hacer no solo una evaluación de Allende y del marxismo, sino de la relación que hay entre ambos términos.