por Guillermo Correa
Con el aplastante triunfo de la opción rechazo en el Plebiscito de Salida del pasado 04 de septiembre se puso fin al proceso constitucional engendrado en el Acuerdo por la Paz y la Nueva constitución el 15 de noviembre del 2019. La legislación aprobada por la clase política institucional -que fijó los marcos generales y delimitó los alcances en que este proceso debía efectuarse a través de la Ley 21.200- estipulaba que el texto emanado de la Convención Constitucional sería sometido a su aprobación o rechazo y de ganar esta última opción la Constitución Pinochet-Lagos continuaría plenamente vigente. Así de clara y precisa es esta ley y aunque hoy se sigua planteando llevar adelante un nuevo proceso constitucional, este forma parte de las maniobras políticas que se despliegan desde el bloque dominante para seguir ofreciéndole caramelos a los sectores populares embarcados en los cauces institucionales y, además, como ganó la opción rechazo, especialmente será la derecha tradicional la que fijará la agenda y reglas del juego.
La derrota de la opción Apruebo es una pérdida dolorosa para todos quienes se embarcaron con energía en pos de este objetivo, sufriendo en estos momentos un verdadero duelo que se expresa en la negación y la rabia en primera instancia, principalmente en la negación de la derrota al seguir insistiendo en un nuevo proceso constitucional y la elaboración de una nueva constitución, como si no hubiera pasado nada y se fuera a efectuar un proceso similar al realizado a partir del Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución.
La rabia, por otra parte, ya comienza poco a poco a expresarse en movilizaciones y protestas aisladas que probablemente tengan una manifestación potente y significativa el próximo 11 de septiembre.
Los estudiantes secundarios han retomado sus movilizaciones luego de un período de calma atravesado por la coyuntura electoral, movilizaciones que partieron en marzo de este año con demandas y reivindicaciones precisas que nuevamente son exigidas hoy, como mayores recursos para una alimentación digna y de calidad, solucionar abundantes carencias y deficiencias en la infraestructura de recintos estudiantiles, la demanda de una educación sexual integral y de un mayor y mejor apoyo sicológico. Obviamente que este “nuevo salto de torniquete” está intentando ser instrumentalizado por quienes siguen negando la derrota y pretenden seguir esperanzados e ilusionados con la concreción de un nuevo proceso constitucional.
Por su parte la CONFECH, que tibiamente realizó una que otra movilización a inicios de este año fundamentalmente centradas en los aportes para alimentación, problemas de infraestructura y una serie de alteraciones psicológicas que los afectan transversalmente con la vuelta a clases presenciales, lo que pude observar acá en Valparaíso en la huelga y toma de varias facultades, movilizaciones que pasaron desapercibidas ya que se limitaron a sedes cerradas y suspensión de actividades académicas, pero que no fueron acompañadas con expresiones de protesta callejera “ya que los dirigentes de la CONFECH no quieren hacerle olitas al gobierno de Boric”, como me manifestó un estudiante en toma en esa ocasión. En cambio, ahora, la Mesa Ejecutiva de la CONFECH hace un llamado “a paralizar las actividades, y a marchar juntas, juntes y juntos el día 14 de septiembre”, presentando una moción para que “las universidades de Chile deciden paralizar sus actividades durante el día 14 de septiembre, para juntas, juntes y juntos luchar por un nuevo proceso constituyente”.
Si antes de efectuarse el Plebiscito del Apruebo/Rechazo la clase política tradicional había comenzado a tomar las riendas de este proceso, ahora con el resultado del 04 de septiembre no solo tiene el sartén por el mango para cocinar a fuego lento y a su antojo el hipotético nuevo charquicán constitucional, sino que, además, será la encargada de colocar los ingredientes que más les apetezcan para coronar el plato con un hermoso huevo frito de amarilla yema colocado delicadamente por la derecha continuadora de la dictadura civil militar.
El resultado del Plebiscito de salida, con la participación histórica del 85% del electorado -más allá del voto obligatorio y la amenaza de las multas asociadas- da cuenta de la magnitud y profundidad de la derrota sufrida por el movimiento popular, derrota que ha sido no solo de carácter político y militar, sino también cultural, puesto que el texto emanado desde la Convención Constitucional, que si bien consignaba una serie de derechos sociales y otras aspiraciones ambientales, plurinacionales, feministas y paritarias, no abordó la nacionalización de los recursos minerales y por expresa limitación legal aprobada para su funcionamiento no tocó los Tratados Comerciales Internacionales, es decir mantuvo intactos pilares fundamentales de sustentación del modelo neoliberal que se proclamaba enterrar. Este texto era el que se defendía y mediante la propaganda y publicidad se le definía como profundamente transformador del modelo de dominación imperante, incluso algunos(as) fueron más allá definiéndolo como un “texto enterrador del neoliberalismo en Chile”, llegando a deslizar que tuviera incluso un carácter revolucionario. Cuando se cae en el fanatismo político sin reflexión y sustento ideológico, se subestima al enemigo de clase, estos espejismos e ilusiones pasan a transformarse en una meta-realidad.
En forma cruda y simple se puede deducir que quienes se embarcaron en este proceso acotado y delimitado por las élites y la clase política institucional para desarticular y frenar la revuelta popular iniciado en octubre del 2019, dándole un cauce institucional ordenado y controlado, terminaron defendiendo con su opción y práctica institucional-electoral concreta la modernización, readecuación y perpetuación de la democracia burguesa y el sistema de dominación capitalista imperante.
Es de esperar que los sectores rebeldes y revolucionarios que optaron por participar en la vía institucional, que incluyó todo este proceso constitucional y las elecciones que lo acompañaron, no sigan insistiendo en la misma senda con el espejismo y la esperanza de una nueva constitución que será redactada en esta ocasión completamente por el bloque dominante.
Las opciones institucionales asumidas no son inocuas y en nada aportaron a la acumulación de fuerzas en el campo popular, por el contrario, dividieron al movimiento popular rebelde, contribuyendo a desarticular los múltiples y diversos gérmenes de organización popular que se comenzaron a construir al calor de la lucha y la acción directa en las calles y territorios de nuestro país con la rebelión de octubre.
Será necesario partir desde las cenizas, rescatando las brasas de la rebeldía que encendió Chile el despertar violento de octubre del 2019, para comenzar a transitar un camino largo y complejo, de manera autónoma y extra parlamentaria, insertos en la base social, de construcción de organización popular en su más variadas expresiones, con educación política y conciencia crítica de clase, anticapitalista y antipatriarcal, en los diferentes territorios, espacios y sectores a lo largo y ancho del territorio nacional y, desde allí, a partir de las luchas sociales concretas, transitar por el camino de la rebeldía construyendo poder popular.
Es necesario volver a las raíces, asumir la profundidad de la derrota del campo popular, partir desde lo más básico, de la práctica concreta, dejar de pensar que la organización y acumulación de fuerzas se puede realizar de manera virtual o a través de las redes sociales.
Las nuevas generaciones, que son las que necesariamente tienen que llevar adelante este proceso, deben insertarse y establecer redes de afecto y de lucha con las personas de carne y hueso, en el seno del pueblo, redes reales, no virtuales ni mediatizadas por las pantallas de celulares, computadores u otros instrumentos tecnológicos. Si se quiere realmente avanzar en la construcción de una alternativa democrática, popular y revolucionaria, es necesario comenzar de una vez por todas a transitar por caminos propios y no continuar por aquellos en que pretende encasillarnos el bloque dominante, ofreciendo espejismos transformadores, triunfos en la medida de lo posible y males menores.