por Manuel Gari//
Per a Lluís Riera
“Decir que a través del tiempo fugaz / Todo pertenece al futuro/ Que el conquistador lívido de cejas / puede morir con más seguridad que la conquistó”.
Louise Michele 1/
Todo acontecimiento impactante en la vida social conmociona al conjunto de la comunidad. Su irrupción hace posicionarse a las élites del poder, a las clases sociales y a todos sus voceros, gestores y representantes políticos. Pero también genera reflexiones sobre el mismo de pensadores, escritores, artistas y en general de todos los creadores. Si ese acontecimiento tiene carácter disruptor en la situación política y, por tanto, supone un cambio brusco que marca un antes y un después en la percepción que tiene de sí misma la sociedad, el posicionamiento se convierte en pronunciamiento y la reflexión conlleva la auto ubicación en un campo en disputa. En este segundo caso el suceso sobrevenido puede alterar el estatus quo y marcar el devenir de la sociedad. Todos los intereses, emociones y opiniones se ponen en juego.
Los efectos que provoca en la sociedad y las actitudes que induce en el mundo cultural esa disrupción, han podido comprobarse en el siglo XIX con los virajes autocráticos que intentaban la vuelta al antiguo régimen y detener las consecuencias positivas de la Ilustración. Pero la mejor muestra de cambio a la derecha, la encontramos en el siglo XX en las reacciones ante el ascenso al poder de ideologías totalitarias que obligaban a optar entre la loa o el castigo, entre el sometimiento o la rebelión. Se trata de una disrupción que destruye todo el sistema de defensas y crecimiento del cuerpo social e impone una degeneración patológica con graves consecuencias para las clases trabajadoras y populares, para los valores democráticos y para la paz entre los pueblos.
Cambiar el mundo, cambiar la vida
De naturaleza diametralmente opuesta es la disrupción revolucionaria. La reacción que desencadena en el conjunto social, particularmente entre las clases plebeyas y, más en concreto, sobre el mundo cultural, es mucha más rica e intensa, tiene mucha mayor amplitud y adquiere un sentido prometeico cuando el acontecimiento impactante es la revolución social.
En ese caso, es importante identificar, por un lado, las características de las actitudes que se mantienen desde la política y militancia que busca la transformación social e institucional y la artística y literaria que tiene como guía cambiar la vida. Es importante conocer la creación que se genera alrededor de las revoluciones pues estas son producto de la necesidad sociohistórica y la acción consciente y racional, pero también de la emoción, de la ilusión en un mundo diferente. Y ahí entra la novela, la poesía, la música, la pintura, el teatro, la fotografía o el cine.
Ello es lo que hace que en todas las revoluciones de los siglos XIX y XX haya una pléyade de intelectuales y artistas que las acompañan, pero también las configuran, pues son parte de la escena: el proceso revolucionario. Años más tarde del triunfo sandinista Sergio Ramírez en su Biografía y Autobiografía afirmó que los escritores y artistas no sólo le dieron prestigio a la revolución, sino que la espolearon para avanzar. Uno de los puentes entre creadores y revolucionarios es el objetivo de posibilitar la existencia de un hombre nuevo, empleando la alicorta y criticable expresión del masculino genérico al uso. Ese objetivo, que encontró en el Ché Guevara su mejor exponente, forma parte de las aspiraciones del cambio social revolucionario, que hoy formularíamos como la persona nueva. Persona real, libre y humana que forma parte del sueño emancipador y en las antípodas de toda pesadilla de ingeniería social estalinista.
Ese anhelo de una sociedad de mujeres y hombres iguales y libres, productores cooperantes de los bienes que necesitan en armonía con la naturaleza, es lo que explica que décadas y décadas después del comienzo del ciclo de las revoluciones sociales provocadas por la consolidación y expansión del sistema capitalista y la aparición de su antagonista el movimiento obrero y el socialismo, sigamos intentando aprender y aprehender de los hitos emancipatorios.
El primer ensayo de la ciudad emancipada
La Commune de Paris es una experiencia especial en la historia del movimiento obrero. La gran singularidad a destacar es que fue la primera gran intentona de autogobierno proletario y popular. Ese fue su significado y estamos en la obligación -y todavía a tiempo- de sacar todas las lecciones de la primera ocasión en la que por 72 días los de abajo sustituyeron a los de arriba en el gobierno de la polis y comenzaron a construir un futuro común y constituirse con su práctica en un sujeto emancipador.
La segunda característica es que la Comuna delimitó en bandos antagónicos las pasiones y las posiciones de la burguesía y la nobleza (organizada desde Versalles) que odiaba a las clases subalternas por su voluntad de emancipación, y así lo demostró en su feroz represión. Pero también supuso una línea de demarcación en el seno de la intelectualidad francesa (y europea) y del mundo de la creación artística. Fue el primer gran escenario dónde revolución y arte se daban la mano. A tal efecto resulta de interés el ensayo Escritores y artistas comprometidos ante la Comuna de París de Pepe Gutiérrez-Álvarez que puede encontrarse en Arte y revolución en la Comuna de Paris 2/.
La Comuna tuvo muchas luces y algunas sombras, por ello conviene acercarse a los acontecimientos con ojos de leer y ver, de forma crítica, sin mitificaciones, mistificaciones o hagiografías, tomando los hechos y analizárlos con el amor y el rigor del entomólogo. Pero siempre admirando la gesta y el empeño. Usando herramientas de precisión, evitando el trazo grueso que nos permitan comprender tal como hizo Miguel Romero (2011) en El tiempo del reloj y el tiempo de las cerezas 3/
La experiencia comunera acabó siendo calificada en los ámbitos marxistas de forma un tanto optimista (pues su duración fue corta y sus funciones muy elementales dada la situación) como el primer Estado obrero de la historia. Eso sí, la Comuna de 1871 fue una de las mayores gestas de la lucha obrera y popular bajo el capitalismo y es base esencial para intuir y diseñar las formas de organización democrática radical y participativa que deben dar soporte institucional a los procesos de revolución social. De ahí su importancia fundadora para el marxismo revolucionario y para el anarquismo. Y puede ser uno de los puntos de partida de un nuevo diálogo, demasiado tiempo interrumpido, entre ambas corrientes constituyentes de la clase obrera en acción y ¿por qué no? delimitar un nuevo espacio de trabajo común en una suerte de marxismo libertario.
Cultura y cambio social
La revolución de 1871 en Paris adquirió una orientación socialista-plebeya que la diferenció de las precedentes de 1830 e incluso de la de 1848. Eso marca el inicio de una nueva época en las relaciones entre creación y movimiento social y político. Ciclo en el que se supera la conversión de la experiencia estética en un concepto con entidad filosófica que es la idea central de Emmanuel Kant en Observaciones sobre el sentimiento de lo Sublime y lo Bello publicada en 1764, que supone un gran avance respecto a las ideas anteriores, pero que es superada por la necesidad transformar el mundo y cambiar la vida.
A finales del siglo XIX y durante la primera mitad del siglo XX la agitación social es determinante tanto en las sociedades industrializadas en las metrópolis como, de forma creciente, en las colonias y para colonias. Y es tan intensa que buena parte de los creadores se verán impelidos a intervenir en la situación tomando partido en el conflicto social y político. Se va a abrir paso la idea del arte, la literatura y cualquier forma de creación como instrumento para cambiar el mundo. Y en ese contexto aparecen las vanguardias artísticas en todos los campos. Y con ello surge una amistad, no exenta de conflicto, entre creación y revolución. De forma metafórica podríamos afirmar que se inician simbólicamente en la primera década del siglo XX en Zúrich, dónde vivía Lenin exiliado y dónde los dadaístas tomaron como sede el Cabaret Voltaire.
El fracaso de la revolución rusa de 1905 supuso persecución por la reacción de las ideas disidentes y comportó desánimo y deserción entre los intelectuales y artistas de vanguardia. La victoria bolchevique de 1917 hizo que muchos artistas tomaran partido de nuevo por la revolución que funcionó como un gigantesco imán de ilusiones y deseos y con ello se convirtió en una gran impulsora de la creación en sus diversas manifestaciones. Las vanguardias creativas se plantean la función social del arte y la función política del mismo en un contexto de lucha y conflicto que intenta demoler el viejo mundo, la explotación y la opresión, y la construcción de una sociedad sin clases de mujeres y hombres libres.
Años después sobrevino el choque frontal entre el poder y el pensamiento en el primer país socialista del mundo. El estalinismo supuso la liquidación de la revolución, pero también de la esperanza entre los creadores. De ahí que solamente sólidas personalidades como las de André Breton (cambiar la vida) y León Trotsky (cambiar el mundo), ambos disidentes proscritos, siguieran manteniendo una alianza político-creativa de calidad e interés en torno al Manifiesto de México Por un arte revolucionario independiente.
Impulso creativo y poder revolucionario
En el necesario diálogo marxista-libertario, los aspectos culturales del cambio, de la sociedad soñada y de la lucha contra la sociedad repudiada es un campo que puede ser sumamente fértil en la labor de ganar la hegemonía en la sociedad. De ahí la importancia de conocer, entender y aprender de la Comuna, la Revolución rusa de 1917 que en el próximo octubre cumplirá 100 años, la revuelta de Asturias del 34, o la gran experiencia poumista y anarquista del 36-37 catalán, pero también de Cuba, Vietnam o el sandinismo particularmente de -empleando la expresión de Manuel Vázquez Montalbán- “los años de la inocencia” que acompañan a los inicios de toda revolución. De ahí la importancia en 2017 de identificar y seguir los movimientos artísticos y culturales impugnadores del orden, defender su libre expansión y establecer con los mismos desde la política un diálogo preñado de respeto a su autonomía absolutamente ajeno a cualquier intento de instrumentalización.
Debemos comprender y asumir que la relación entre el impulso vital y creativo y el poder revolucionario es una relación necesariamente conflictiva por sus diferentes roles en el proceso. Isaac Deutscher en su trabajo Sobre la Revolución Cultural China y la actitud del maoísmo ante la disidencia intelectual, nos recuerda que Trotsky defendió el pleno derecho de los escritores y artistas del movimiento Prolekult a expresarse libremente, máxime cuando la Revolución Rusa concitó en sus primeros años (antes de la imposición del depredador realismo socialista) un elevado clímax creativo y una adhesión al proceso revolucionario entre escritores y artistas. El siempre creativo Trotsky en Literatura y revolución es taxativo: “En nuestros días, no se puede consentir que exista un misticismo portátil, algo así como un perrito doméstico que uno lleva a su lado”.
Podemos convenir para finalizar algunas cuestiones. En primer lugar, que los movimientos vanguardistas deberían verse como “una disidencia o una revuelta más que como una vanguardia en el sentido literal” utilizando las palabras de Raymond Williams. En segundo lugar, compartir también con este autor un cierto marxismo de la subjetividad en el que la conciencia juega un rol central a diferencia de lo que podríamos calificar de marxismo de la objetividad en el que el cambio social vendría dado de forma determinista por factores ajenos a la voluntad y la acción consciente de las personas, criterio por el cual el sujeto político es un mero acompañante de unas supuestas fuerzas de la historia (abstractas y ahistóricas). Y, en tercer lugar, que “El papel del escritor (o en general del creador, podríamos añadir cambiando la acción verbal) dentro de la revolución, en primer lugar, es escribir bien” a pesar de que quien pronunció estas palabras fuera el decepcionante Tomás Borge cuando todavía era un referente moral revolucionario.
Así son las cosas y en esto del arte y la revolución, como en tantos aspectos de la vida, conviene aplicar el aforismo de un poeta de Auch que recomienda un artista revolucionario, Acacio2 Puig: «On change une équipe qui perd./ On conserve une «épique» qui gagne.
(El autor es miembro del Consejo Asesor de la revista española Viento Sur)
(Imagen: Revolución del viaducto, Paul Klee)