No conozco Los Ángeles —California me refiero— y he decidido decir algunas cosas sobre esa ciudad a partir de los precarios recuerdos, impresiones y quizás fabulaciones que han puesto en mi memoria el cine, las seriales televisivas y un par de personas importantes para mí.
La ciudad es muy plana tiene un centro de muchos edificios de altura, casi no hay transporte público y las autopistas cubren todo lo visible. Hay una zona de cerros desde la que se puede ver esa planicie, eso es Hollywood.
En muchas películas los millonarios o aún personajes modestos pero trágicos, tienen su casa con esa vista. Pienso en De Niro en esa escena culminante de amor en Heat de Michael Mann. Los latinos son muy importantes, de hecho se habla castellano indistintamente con el inglés. Ponch D’Arello es el primer latino, presentado como italiano en hacer manifiesta esta cuestión. El rubio murió en la filmación de una escena de salto sobre un auto, luego fue reemplazado por otro y la historia siguió igual.
Tengo un protector de pantalla que consiste en una grabación hecha en dron sobre la ciudad. Se puede ver el centro de altura y la extensa planicie de la que he hablado. Solo es reconocible el hotel Ritz-Carlton, a su lado hay lo que puede ser un centro de eventos, quizá un Arena.
Los Ángeles —hay que hacer claridad sobre esto— es un espejo de la humanidad. Una ciudad de fábula sobrefilmada en una provincia cuyo nombre proviene de la literatura fantástica española, California y cuyo nombre nos lleva de la mano a las discusiones teológicas del medioevo. Esta ciudad especular es ante todo un objeto de autoconocimiento y objetivación del yo, porque la superficie del espejo— un objeto liso y refractante, inerte, invariablemente vacío— es aquello que deseamos y por lo mismo no es una puerta a una dimensión paralela, es en realidad una dimensión paralela. Ese vidrio brillante lo es.
Hace muchos años me explicaron que los animales eran conscientes también de su individualidad y eso lo lograron determinar primero con espejos y luego con unos cascos —creo que los hizo Hawking— que permiten saber qué piensan o al menos sienten o desean. Cuando me explicaron esto yo estaba intoxicado con tabaco y la narración adversarial de esta evidencia científica me hizo padecer estos descubrimientos.
Soy un animal. Un animal consciente de su propio fin, resignado.
Voy en el último asiento en una micro cuyo camino está predestinado (aplausos). Voy en un transporte de locomoción pública en el que trato de leer. La persona que va delante mío duerme desde que me subí y bien puede estar muerta. La única mirada que se dirige sobre mi persona es la del chofer que con su espléndido espejo parece vigilarme.
Sigo pensando en las películas filmadas en Los Ángeles y se me pierden en la memoria. ¿China Town?, ¿el cine de David Lynch? Sí, esto último corresponde. Llevo un informe médico capital en mis manos, un informe que debo leer con el médico. Me pidieron que vaya acompañado por alguien relevante y por eso pensé en el cine y en esta ciudad indescifrable. Maté a mis padres, a mi único hijo. Incendié todo después. Las sirenas de los bomberos que van a contramarcha me hacen reír. Se lo diré al médico como primera cosa, luego le diré que es una historia para una película.