Buenos Aires hora cero. Enemización y pasiones metropolitanas

por Mauro Salazar y Carlos Del Valle

En un incompatible mundo heteróclito de provincianos, de orientales y de porteños, Sarmiento es el primer argentino, el hombre sin limitaciones locales.

      Borges, prólogo a Recuerdos de provincia (1944)

En 1920 Buenos Aires devino en un bullicio con afanes futuristas que cumpliría las promesas racionalistas de Domingo Faustino Sarmiento y Juan Bautista Alberdi. La arquitectura constitucional de la Argentina tiene como hito fundamental el año 1852. La organización federal tras la derrota de Juan Manuel de Rosas en la batalla de Caseros, fortaleció la visión civilizatoria de Alberdi (1810-1884). 

A la entrada del Novecento se activó un universo visual donde todo era igual a París. Una pampa adulterada por el centro y la modernidad, donde tranvías y rascacielos, prometían fumigar suburbios, conventillos, negros y la haraganería gauchesca. De golpe se abrió el mito urbano: una vocación de ciudad. Un país de diagonales modernizantes donde el tiempo parecía detenerse en las fotografías de Horacio Coppola (Gorelik, 1995). La imágen representa el viajero argentino de vanguardia, aquel que migró fugazmente al continente a buscar su propia voz, su carácter, su infinita rareza. Su lugar extraño en el mundo moderno. Y en qué reside esa infinita extrañeza del 1920 -dirá Damián Tabarovsky años más tardes-. Concitando a Borges, “el nacionalista argentino es un turista en su propio país, es el que mira lo que se llamaba y se llama la vida del interior como si fuera un secreto cifrado de nacionalidad” (Obras completas). Del retorno europeo (1921), ante la entrañable pérdida de sentido, el escritor tomaba distancia de la visualidad “modernólatra de las vanguardias”, y publicaba un pequeño volúmen sobre Evaristo Carriego, poeta popular, fallecido en 1912. Un hombre del Palermo del 900’.  

Las mil notas y una nota: junio 2016

Para Borges, Faustino Sarmiento, autor de Facundo. Civilización y Barbarie (1845), comprendía un modelo que, excluyendo, a los indígenas, lleva al genocidio. “El sueño de la razón positivista engendra monstruos y prepara la inversión del esquema. En el primer tercio del siglo XX la civilización se convierte en barbarie y las ciudades, en espacios apocalípticos donde reina la angustia en un sistema que lucha con la integración de los inmigrantes”Borges-Buenos Aires: configuraciones de la ciudad del siglo XIX al XXI.  

El autor de El Aleph (1945), quedó horrorizado de tanta decadencia que nunca olvido al poeta Carriego -alma del arrabal- y su mapa de palabras abundó en términos como “suburbio”, “filo”, “afueras”, «márgenes» y orillas, zona indecidible entre ciudad y campo. El tango de napolitanos especuladores tampoco era la música natural de los barrios de Buenos Aires, sino viejas esquinas vitales. Lo más representativo sería la milonga como un infinito saludo narrativo y sin apuros. Ni las glorias de El Lunfardo eran confiables, con la sola excepción de Jacinto Chiclana, un malevo que debía enfrentar un irrefrenable excedente de mal. Tampoco era posible decir barrios. La crisis económica de la “Década Infame” (años 30) y el golpe militar puso fin al optimismo metropolitano.  En 1913, el Diario Crítica, publicó una denuncia ante el Congreso Nacional que develó la existencia de seis mil proxenetas, tres mil prostitutas en casas autorizadas y “50.000 o 60.000 mujeres que pululan por todas partes” dice Gustavo Varela. En suma, cayó la reacción de la Policía Médica (profilaxis e higienistas). El escritor argentino Leopoldo Lugones fue un protagónico opositor del género a comienzos del siglo XX, y aquí suele citarse su célebre definición del tango como “reptil de lupanar» (prostíbulo). Lugones señalaba en 1913 que aquello que se denomina folclore era más representativo de “lo argentino” que el tango, puesto que estaría destinado al meneo provocativo, a un exceso abrazos y cuerpos estrechos como exigencia de la danza popular (Lugones, 1916: 91). 

Las preguntas abismantes fueron,  «¿Somos nación? ¿Nación sin amalgama de materiales acumulados, sin ajuste ni cimiento? ¿argentinos? Hasta dónde y desde cuándo, bueno es darse cuenta de ello” (Sarmiento, 1868: 14). ¿Quiénes somos?  El momento dubitante derivó en una angustia existencial para oligarquías que profesaban cultos parisinos. Así llegaba la hora del archivo estatal (Artières, 2012) y una agenda de exterminio cultural y racial. En medio del desarraigo, no era posible atender   las discordancias visuales, modernizaciones urbanas y extravíos de metáforas en la gestación del tango. Organizar jurídicamente la inmigración, con su potencial plural-discordante, conminaba a levantar el Estado-nación, apelando a un texto civilizatorio-imperial que impartiera técnicas disciplinarias sobre territorios, cuerpos y desbordes dionisíacos. La erradicación de la dramaturgia teatral que cultivaba lo grotesco como espejo de la decadencia oligárquica, era una forma de desmantelar la obra de Armando Discépolo. Tras el fin de scielo,  a la intemperie, deambulan personajes caóticos, sin huellas vitales, que no se dejan retratar sin una textualidad de las periferias. Hombres funestos que padecen la intraducibilidad de la experiencia que sólo es posible comprender desde el “realismo popular” y la novela (El Juguete Rabioso, 1926).

En los afanes de identidad nacional (Estado) a comienzos del Novecento  el aluvión del progreso activó una furia homofóbica que diagramó un proyecto que buscaba alcanzar un “parecido de familia” con la cultura francesa y erradicar las plagas del tango napolitano. La tarea de administración e institucionalización, abrazaba una “economía de los cuerpos” como base de la unidad nacional para consagrar el Estado federativo y alcanzar la modernidad. Tales pretensiones patrióticas, más el frenesí del “sublime industrial”, se vieron aplomadas por la resaca urbana del Centenario que desnudó una ciudad atribulada, pasmosa, confinada a la pérdida del sentido en “rostros desfigurados” y “transeúntes innombrables” -que no cedían a los significantes de la técnica. Beatriz Sarlo quiso salvar la situación, con una creativa expresión, “criollismo urbano de vanguardia”. Tampoco fue posible una semántica mediadora que vio en Alfonsín (1983) la posibilidad de anudar Buenos Aires con la modernización periférica del 900. 

La inmigración exacerbó una proliferación de dialectos –abismosidad- que abundó en préstamos de palabras, neologismos,   tecnicismos, extranjerismos, barbarismos, lenguas cultas, literarias y populares. Las «interferencias lingüísticas» abrieron una lengua desgarrada e inestable que precipitó una inminente «tragedia idiomática» que amenazaba la conformación del Estado-nación. Hay que decirlo, en la unidad o fragmentación de la lengua se deja entrever un determinado proyecto de nación. La efervescencia de las hablas, resultó  tan aluvional, que el Diccionario (RAE) como objeto de certezas de una época -codificación de la lengua oficial- que se consulta y no se escruta, fue usurpado por comercios lingüísticos, que cimentaron una “diccionarización de las argentinidades”. 

Junto al “barroco popular”, vino el tiempo textos libertarios, sociabilidades prostibularias e ideologías anticlericales del amor libre, recreados por personajes de la sinonimia (vigilantes, canillitas y fiocas), cuyos despistes visuales abjuraron de todo acuerdo de sentido entre pampa y metrópolis. En medio de los excesos de urbanidad, y las fracturas de convivencia, no había cómo refuncionalizar la prevalente simbólica a nombre de planificaciones, profecías de luminosidad, ni reformismos ciudadanos. Los saberes plebeyos -folklores, poesías, bailes- surgen desde la periferia, son una forma de pensarse, así mismos, en una diversas de reservas de sentido. Desde la periferia los dominados o colonizados serán chorros,  vivirán en conventillos o prostíbulos, que develan la pampa -donde aún habitan- bajo el despliegue modernizador. En medio de tanta bruma Roberto Arlt se propuso dinamitar el edificio literario de su época, y exaltó la dignidad de las prostitutas que  daban la vida por satisfacer a sus cafishios, emblemas de virilidades y progresos. Emblemas igual que el guapo Cepeda 1869 –tango Tiempos Viejos- un malevo lascivo de infinitas pasiones masculinas. 

Más tarde, en un libro titulado Literatura Argentina y Realidad Política (1964), David Viñas, alude a las primera dos décadas de la ciudad, denunciando la decadencia del viaje a Europa como modelo utilitario y estético. Utilitario por cuanto Europa sigue siendo un lugar donde aprender una serie de saberes, es igual a vivir un tipo de experiencia ausente en el país. Pero lo que se trae de vuelta a Argentina ya no son los grandes valores humanistas, cientificistas, levemente positivistas del clima europeo del XIX, sino un conjunto  de posibilidades técnicas, de instrucciones específicas para el desarrollo del arte local en el siglo XX.  Décadas más tarde David Viñas sometió a una crítica radical el tiempo del flanêurs, como una sed colonial por habitar bajo el feudalismo europeo, (“El suicidio de los Bárbaros”). Viñas (1997) sindica a Sarmiento como aquel provinciano -con pudores del yo dirá Sarlo, 2017- “precursor compulsivo y con menos escrúpulos en el manejo de la autopromoción literaria”. En suma, el autor de El Facundo (1845) estaba obstinado por “exhibir lecturas, genealogías, títulos, prestigios, doctorados y generalatos”. Con todo, para las élites criollas, desde el rocato hasta el primer gobierno de Yrigoyen, cultivan una domesticación de exterminio territorial y normalización del campo sexual (Viñas, 1966). En Los dueños de la tierra, David Viñas (1966) acusa una especie de obsesión biopolítica por las formas de sometimiento territorial, afán colonialista e instauración de un control fumigante sobre los cuerpos. En suma, el desierto argentino era el abismo de la incultura. El vacío de la letra y la ausencia de límites, donde se hospedan legiones de bárbaros, tras la demanda poblar las tierras y devela la falla originaria sobre la cual se funda el mito orientalista.

De allí que cualquier psicoanálisis de la vida cotidiana, nos conmina a releer la calle del 900 como un escenario de disputas, usurpaciones visuales, litigios de sentido y construcción de relatorías (periurbano). Comunión de individuos y no de ciudadanos, dirá Borges desde Florida, impugnando el lugar del Lunfardo (Borges, 1927). Por fin, la “metrópolis experimental” y su cotidianidad infinita, atrajo una disputa de hegemonías visuales entre estetas, astrólogos, payadores, literatos, realistas y curadores de lo fantasmático, que desistieron del reparto modernizante de la ciudad. 

La vocación lunfahablante  hizo estallar todo “pacto visual” entre suburbios, barrios y cosmopolitismos, que fomentaron una subjetividad escindida (Gorelik, 1995) donde los argentinismos fueron confinados -predominantemente- al medio rural (Lauria, 2011).  La metropolización de la ciudad fue una avalancha sobre la pampa, transformando al campo en “umbrales de suburbio”, cincelando un mundo efímero, de sociabilidades dañadas, e inasibles precariedades. Una atmósfera de tumultos e imágenes en discordias con las oleadas modernizantes, se trasladó a paisajes urbanos que oscilaban entre la invención y la herencia. Un sustrato de experiencias fragmentadas (provincialismos, ruralismos, localismos, indigenismos), donde la tecnificación de la ciudad y la llanura quedaron encarnadas en los intersticios del paisaje suburbano, destilando una morfología de extravíos semióticos. 

La expansión de los distintos sistemas vocálicos (napolitano, toscano, castellano, andaluz, gallego, guaraní, etc.) exacerbó desbandes fonéticos, perceptivos y hermenéuticos. Todos los actores necesitaban comunicarse y lo hicieron mediante dialectos padeciendo sus irreductibles diferencias idiomáticas. De allí surgió el Lunfardo (1867), a saber, desde Lombardo hasta el Lunfardo –aborrecido por Borges– de la milonga a los Payadores. Un tumulto de los sentidos en disputa  impedía el control del relato visual sobre la metrópolis. Todo el castellano hablado en Buenos Aires carecía de sintaxis, y cultivaba arrabalerías, que transgredieron el lazo social (gramáticas, diccionarios, ortografías, textos didácticos, retóricas). La voz inmigratoria cultivó una hibridación con una lengua más general -sujeta a las “hablas populares”- que no destiló cartografías del entendimiento, y que décadas después fue proscrita por la radiodifusión argentina durante dos décadas del XX. 

Mauro Salazar J. 

Carlos del Valle

Doctorado en Comunicación  
Universidad de la Frontera.

(57) Jacinto Chiclana – YouTube

Piazzolla-Jorge Luis Borges.

Bibliografía de referencia. 

Arlt, R. (1969)  El Juguete Rabioso. Los libros del Mirasol. Buenos Aires. 

Arlt, R (1929).  Corrientes por las noches. El Mundo

Artières, P. (2012). “Michel Foucault, retrato de archivo”. Michel Foucault, un pensa-dor poliédrico. Valencia. 29-36.

Azzi, M. S. (1991). Antropología del tango. Los protagonistas. Olavarría ediciones. 

Borges, J.L. (1927) “Ascendencias del tango”, Martín Fierro, Año IV, Nº 37. 

Borges, J.L (1974)Obras completas, Buenos Aires, Emecé.

Ceccon, S. (2021). “Corporalidades y sexualidades no normativas en el tango prostibulario”. Punto Género, 15 

Contorno (1954). Revista denuncialista. Número dedicado a Roberto Arlt. Buenos Aires. 

Deleuze, G. & Guattari, F. (1980). Capitalisme et Schizophrénie: l’anti-Œdipe. Minuit.

Deleuze, G. (1990). ¿Qué es un dispositivo? Michel Foucault, filósofo. Barcelona: Gedisa.

Del Valle, C. (2021). La construcción mediática del enemigo. Cultura indígena y guerra informativa en Chile. Comunicación Social y ediciones sociales. Salamanca, 2021. 

Devoto, F. (2003) Historia de la inmigración en la Argentina, Sudamericana, Buenos Aires.

Gorelik, A. (1995): “Horacio Coppola: testimonios”. Punto de Vista, Buenos Aires, n° 53.

Lugones L. (1916). Hijo de la Pampa: El payador. Otero editor. Buenos Aire

Tabarovsky, D.  (2011) El caminante inmóvil Horacio Coppola y el viaje vanguardista. Imagen, Horacio Coppola. Buenos Aires, 2011.


Sábato, E (1965). Tango, Discusión y Clave. Ediciones Losada. 

Sarlo, B. Altamirano, (1998) Una modernidad periférica: Buenos Aires: 1920 y 1930. Buenos Aires: Nueva Visión

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