Bicentenario en Chile. La celebración de una laboriosa construcción política

por Sergio Grez Toso

Cuando el Estado de Chile empieza a conmemorar su Bicentenario, los intelec-tuales y los ciudadanos con conciencia crítica no pueden dejar de formularse unaserie de interrogantes sobre el sentido profundo de estas celebraciones. Entre muchas otras: ¿Qué se está celebrando?, ¿qué tipo de país se ha construido durante estos doscientos años?, ¿de qué modo Chile ha llegado a ser lo que es?

Para hacerme cargo de algunas de estas preguntas me remontaré a los comienzosde la era republicana, para luego centrarme en el siglo XX.

Aunque la constitución del primer gobierno autónomo de la aristocracia criolla(el 18 de septiembre de 1810) que procuró llenar el vacío de poder dejado por laprisión del rey de España Fernando VII fue solo el inicio de un proceso que desembocaría ocho años más tarde en la Declaración de Independencia (12 de febrero de1818) y en su consolidación en la batalla de Maipú (5 de abril de 1818), por razonesde diversa índole que no es del caso evocar en esta ocasión, salvo el carácter pura-mente elitista (sin apoyo ni movilización popular) de la organización de la PrimeraJunta de Gobierno, lo cierto es que a partir de 1837, durante el primero de los dece-nios de gobiernos conservadores, el 18 de septiembre se constituyó en la fecha oficialde celebración del Estado y de la “chilenidad”, quedando inscrita en la memoria delos habitantes del país como símbolo patriótico y de identidad nacional2.

Pero el sentimiento nacional no afloró espontáneamente en la población quequedó viviendo al interior de las imprecisas y muy cambiantes fronteras de laRepública de Chile en el siglo XIX. Durante las guerras de la Independencia (quetuvieron un verdadero carácter de guerra civil) la reacción mayoritaria de la gran masa popular fue el indiferentismo, la huida y la deserción (para escapar de las levas forzosas que practicaban ambos bandos, especialmente el ejército patriota), o suunión con montoneras realistas en la zona sur (después de las derrotas de las tropas leales al rey en la batalla de Maipú)3. Aunque a partir de la Reconquista española se observó cierto grado de adhesión a la causa independentista entre sectores del campesinado y del artesanado de la región central, es evidente que el patriotismo dela población “chilena” no surgió de un proceso “natural” o preexistente masivamente antes de que una facción de la clase dirigente criolla decidiera desplazar a la burocracia española, gobernarse por sí sola y echar las bases de un Estado nacional independiente. El historiador británico John Lynch al referirse a la actitud de los sectores populares frente al movimiento de emancipación política en Chile, ha sostenido con convicción que como estos “no tenían nada que ganar en la nación, carecían de sentido de nacionalidad”4. Lo que ha sido refrendado por numerosos estudios historiográficos realizados desde entonces, que han servido de base para que Julio Pinto y Verónica Valdivia en una reciente investigación acerca de la construcción social de la nación chilena entre 1810 y 1840, concluyan que durante las guerras dela Independencia “el bajo pueblo no se demostró particularmente entusiasta frente aun proyecto que no le ofrecía beneficios muy tangibles, y sí en cambio sacrificios más que evidentes”5. El conocimiento historiográfico acumulado permite afirmarcon bastante certeza que el “bajo pueblo” fue incorporado a estas luchas más por larepresión y coacción que por convicción o persuasión política, y también que la“soberanía popular” condujo a lo que la pareja de historiadores recién citados definecomo una “ficción democrática” ya que “en la idealidad el mundo político seampliaba, aunque en realidad una gran mayoría de la población no cumpliera con lascondiciones para ser ciudadanos activos. En esas condiciones, el poder real seguía radicando en los grupos dirigentes, los que asumían los intereses de la sociedad toda, levantándose como encarnación simbólica de dicha soberanía”6

Empero, es preciso constatar que en cuestión de algunas décadas, gracias a latemprana conformación de lo que el historiador conservador Alberto Edwards denominó el “Estado en forma”7, al eco del ideario republicano entre algunos estratospopulares como el artesanado urbano y a la implementación de una estrategia de disciplinamiento social, en un contexto de cierta homogeneidad geográfica y cultural en el llamado “Chile histórico” o “Chile central” 8, fue surgiendo entre vastos sectores de la población la lealtad patriótica anhelada por la clase dirigente. Cabe destacar que los mecanismos de disciplinamiento de los sectores populares fueronmuy variados. Entre los puramente coercitivos destacaban los trabajos forzados, laspenas de azotes, los carros rodantes como prisión ambulante para los condenados atrabajos forzados, el sistema de papeletas para controlar los desplazamientos de lospeones mineros y la instalación de jefes militares sobre la jurisdicción de los princi-pales yacimientos mineros del Norte Chico. Otros eran de tipo más “pedagógico”como la celebración de ciertas festividades nacionales, la difusión de los símbolos“patrios” (bandera, escudo e himno nacional), y la utilización en una perspectivanacionalista del poder ya legitimado de la Iglesia Católica. También existieron dispo-sitivos como el servicio obligatorio en las filas de la Guardia Nacional, quecombinaban coerción y “educación patriótica”9.La acción convergente de estosmecanismos dio los resultados esperados por la elite dirigente. Cuando en la décadade 1880 el Estado de Chile culminó su expansión conquistando el territorio mapuchede la Araucanía, la provincia peruana de Tarapacá y la provincia boliviana deAntofagasta, el sentimiento nacionalista ya era una realidad indesmentible en lamayor parte de la población, como pudo apreciarse en la Guerra del Pacífico, cuandolos enrolados voluntariamente en las Fuerzas Armadas chilenas superaron a losreclutas forzados10.

A través de un siglo de guerras internas y externas, sucedidas de períodos derefundación, reacomodo y negociación regulada entre sus facciones, la clase dominante chilena logró consolidar uno de los Estados nacionales más poderosos de Sudamérica. Luego de las guerras de la Independencia, transcurrió un período de variados ensayos políticos que cubrieron desde el cesarismo hasta el liberalismodoctrinario más radical. Durante la década de 1820 los representantes de esta tendencia (los llamados “pipiolos”), que no rechazaban teóricamente la posibilidad de hacer de los sectores populares actores políticos con derechos y deberes ciudadanos, intentaron echar las bases de una comunidad nacional más inclusiva e integrada, especialmente a partir de la Constitución liberal de 1828, en base a los principios de libertad individual, rechazo al despotismo y la “anarquía”, “preferencia por instancias colegiadas como los congresos, las representaciones regionales y provinciales, libertad de expresión y derechos civiles, valoración del sufragio, aunque censitario, aspirando a la construcción futura de un pueblo real capaz de asumir el destino nacional en sus manos”11. Sin embargo, estas medidas sumadas al relajamiento de los controles sociales que produjeron las guerras de Independencia ylas disputas en el seno de la elite, terminaron exacerbando la paciencia de la clase dominante de la región central cuya cabecera estaba en la ciudad de Santiago. El desfase entre la elite gobernante –que representaba aspiraciones liberales e incluso democráticas- y las conservadoras clases dominantes en el terreno de la propiedad, se hizo evidente12. Entonces una vigorosa reacción de estas últimas puso término,mediante una breve guerra civil, a las veleidades liberalizadoras de los ideólogos másavanzados de la clase política y de las provincias extremas (Copiapó y Concepción)que luchaban por zafarse de la dominación centralista santiaguina13. El triunfoconservador en la batalla de Lircay fue la base del poder constituyente que en 1833dio sustento legal a la dominación omnímoda y excluyente de esa misma facción dela elite a través de la Constitución de 183314.

Este régimen político –cuyo inspirador y principal constructor fue el ministroDiego Portales- engendró nuevas guerras civiles, en 1851 y 1859, que lo debilitaronconsiderablemente. A pesar de las derrotas militares de los contestatarios, acomienzos de la década de 1860 se dio inicio a una transición política que apuntabaa la constitución de lo que Tomás Moulián ha caracterizado como un “estado decompromiso oligárquico” y que culminó, luego de otra guerra civil, en 1891, en lainstauración de un sistema regulado y competitivo de “democracia oligárquica” concierta capacidad de integración y cooptación de ciertas expresiones políticas popu-lares (como el Partido Democrático). Del sistema político oligárquico profundamente excluyente imperante durante la República Conservadora (1830-1860) se pasó -luego de dos guerras civiles y un complejo proceso de negociaciones y apertura política- a un sistema igualmente oligárquico, pero abierto a todas las facciones de la clase dominante, crecientemente competitivo y capaz de practicar una pequeña apertura en dirección de algunos estratos del mundo popular mediante la supresión del censo o requisito de riqueza para acceder a la “ciudadanía activa”, dejando como única exigencia el saber leer y escribir, lo que equivalía al establecimiento del sufragio universal masculino, aunque de manera muy acotada dado las altas tasas de analfabetismo imperantes en el mundo popular. El resultado fue, en el decir de Moulián, una “democracia elitaria de negociación”, que entre 1861 y 1890 efectuó pacíficamente reformas liberales como la recién mencionada además de lareforma de la ley de imprentas y el voto de las llamadas leyes laicas (de registro civil, matrimonio civil y cementerios laicos). No obstante, el acto final de este proceso fuede una violencia superior a lo vivido en los conflictos intestinos anteriores. En 1891,nueva guerra civil mediante15, el presidencialismo “portaleano” fue completamenteanulado y sustituido por una forma de negociación entre las elites políticas –el parla-mentarismo- que hasta 1924 aseguró a las distintas facciones oligárquicas un repartopacífico de las cuotas de poder y de la riqueza salitrera a través del control colectivoy regulado del aparato estatal16.

Al cabo de un siglo de guerras civiles, guerras externas, expansión territorial,negociaciones y apertura política controlada, en medio de la bonanza económica queel salitre aportó al Fisco y a la oligarquía, el Estado de Chile se aprestó a celebrar congran pompa su primer Centenario. Pero desde mucho antes de 1910 la celebraciónestuvo opacada por la irrupción sangrienta de la “cuestión social”: la miseria popularen los campos y ciudades, la insalubridad de los ranchos, conventillos y “cuartosredondos”, la proliferación de mortíferas enfermedades y epidemias, las altísimastasas de mortalidad, especialmente infantil (las más altas del mundo occidental), laalarmante expansión del alcoholismo y la prostitución, la cesantía y la emergencia deun movimiento obrero y popular de orientación clasista que abrazaba las banderasdel anarquismo y del socialismo, eran los síntomas más evidentes de un profundodrama que desgarraba a la sociedad chilena17. Y por sobre todo, impactaba a loscontemporáneos, especialmente extranjeros, la gran desigualdad social, descrita en1910 por el más afamado de los ensayistas chilenos del Centenario, como “elcontraste entre la gente adinerada y la clase trabajadora; porque en Chile hay solo dosclases sociales, ricos y pobres, esto es, explotadores y explotados; no existe la clasemedia: los que no somos ricos ni menesterosos y aparentemente formamos el estadollano, somos gente de tránsito, salida del campo de los explotados y en camino parael de los opulentos”18.

El régimen parlamentario –sostiene Gabriel Salazar- no había entrado en escenapara resolver el conflicto económico-social “sino, más específicamente, paraasegurar la sobrevida de las elites mercantiles (portalianas) antela agudización de lacrisis y trasel colapso de la dictadura constitucional que esas elites habían establecido en 1833”19. De aquí que el parlamentarismo, pese a la modernización queinvolucraba, no inauguró siquiera una consistente política desarrollista sino tímidosajustes económico-nacionalistas y dramáticas reediciones de la política represivacontra las masas20. Otros historiadores han aseverado que la elite de la RepúblicaParlamentaria tampoco se preocupó mayormente por incorporar a los trabajadores enun sistema consensual, quizá porque contaba con la sólida base electoral de loscampesinos. Ello explicaría que frente al creciente conflicto social, la reacción de esaelite fuera muy dura, sin intentar distinguir y negociar con los elementos más conci-liadores del mundo popular21. Un ciclo de luctuosas masacres obreras entre 1903 y 1907 fue la respuesta del Estado y la clase dominante ante una “cuestión social” cuya existencia era negada incluso por políticos “progresistas” como el patriarca radicalEnrique Mac-Iver22.

No obstante, en vísperas del primer Centenario de la Independencia nacional, laselites políticas e intelectuales comenzaron a intuir que era necesario una reingeniería política, pero ya no solo en las fórmulas para regular el conflicto y repartir el poderentre distintas facciones oligárquicas sino, sobre todo, para contener, morigerar ycanalizar adecuadamente el descontento proveniente de las clases populares. Luegode la masacre de la escuela Santa María de Iquique (1907), la clase política percibiómás claramente la necesidad de un cambio23. El proceso que llevó a la adopción dela legislación social en 1924 y a la Constitución de 1925 como bases del “Estado decompromiso” y “Estado de bienestar a la chilena”, fue largo y sinuoso. La tardía decisión de las elites políticas de la clase dominante explica, sin duda, la combatividad y organización de los trabajadores chilenos desde el siglo XIX y su precoz conversión en “clase”, en el sentido más clásico del término, lo que les daría un perfil singular en Latinoamérica. Este fenómeno ha sido subrayado por el historiador trasandino Luis Alberto Romero, quien ha afirmado que, “a diferencia de la Argentina, por ejemplo, los trabajadores chilenos casi no transitaron la vía de la negociación, animaron centrales obreras politizadas y fuertemente enfrentadas con elEstado y dieron vida a partidos de tradición marxista tan vigorosos que en el sigloXX se convirtieron en alternativas de poder”24. Solo nuevas convulsiones sociales y políticas, recurrentes crisis salitreras a partir de 1914, grandes movilizaciones populares (como las de 1918 y 1919), nuevas masacres obreras (entre 1919 y 1921) y laenérgica irrupción de los militares en el escenario político terminaron por convencera los representantes de la elite política que era inevitable un rediseño estratégico.

En la nueva fórmula ciertas concesiones a los trabajadores, la cooptación de susdirigentes, las leyes sociales, los mecanismos de conciliación y arbitraje para impediro resolver las huelgas, el diálogo y la seducción jugarían un rol más destacado quela pura represión. A cambio de ello, los trabajadores deberían comprometerse adespolitizar sus organismos gremiales, aceptar los mecanismos institucionalizados,dejar la huelga solo como último recurso, reconocer el orden sociopolítico y expresarse a través de sus canales institucionalizados. Las leyes de contrato de trabajo paraobreros y empleados, de sindicatos y cooperativas, de Seguridad Social (seguros deenfermedad, invalidez y accidentes del trabajo), de conciliación y arbitraje, de prohi-bición del trabajo de los menores y de creación de la Dirección General del Trabajo,aprobadas a mediados de la década de 1920, fueron el paso decisivo de un procesoiniciado casi dos décadas antes cuando empezaron a discutirse y a votarse lasprimeras -muy tímidas e imperfectas- leyes sociales25. La legislación social fue,como la ha definido con toda propiedad Juan Carlos Yáñez, “el último mecanismode control del mercado laboral, cuando ya no eran efectivas las formas tradicionalesde disciplinamiento de la mano de obra”26. La historiografía chilena ha conceptuali-zado los cambios en las funciones del Estado que se consumaron durante esa década como un paso del “Estado oligárquico” u “oligárquico liberal” a los comienzos del “Estado asistencial” “intervencionista” o “de compromiso”. Sin negar esas caracte-rísticas en las nuevas funciones del Estado, pero introduciendo matices muysugerentes, el historiador Enrique Fernández Darraz ha formulado la hipótesis de unaextensión del “Estado excluyente”, a través de su expansión territorial y social queimplicó asumir nuevas funciones y una nueva relación con amplios sectores de lapoblación, especialmente los sectores populares, que hasta entonces habían vivido prácticamente en sus márgenes. La expansión del “Estado excluyente” habría significado acercarlo a los trabajadores que se convirtieron en objetos positivos de las prácticas políticas, administrativas y legales de la elite. Este proceso habría consti-tuido –según Fernández Darraz- una paradoja oligárquica, ya que al aproximar el“Estado excluyente” a los obreros, estos lo vieron como una buena posibilidad desolución de sus propios problemas, socavando las bases del monopolio político delos grupos oligárquicos27.

Cualquiera sea la interpretación que se suscriba respecto de estos fenómenos, es incuestionable que el talón de Aquiles del nuevo sistema siguió siendo el orden socio económico ya que hasta bien avanzada la década de 1930, tal como afirmaGabriel Salazar, la nueva democracia liberal no dio pasos para la construcción de un“Estado Empresarial Fabril” ni uno “Social Benefactor” sino un nuevo sistema político de equilibrio que permitiera capear una crisis centenaria, lo que explica las altas y crónicas dosis de violencia estatal, en particular contra los movimientos populares cuando estos rebasaban los límites impuestos por el Código del Trabajo28.

Con todo, luego de una década de gravísima crisis económica, especialmentedurante los años de la Gran Depresión, y de gran inestabilidad política, en que sevivió el ascenso y caída de la dictadura populista del general Carlos Ibáñez delCampo, la sucesión de varios gobiernos de corta duración incluyendo una brevísima“República Socialista” resultante de un putschmilitar populista que gozó de ciertoapoyo de masas, y otros dramáticos acontecimientos como un amotinamiento de lamarinería y el levantamiento conjunto de mapuches y campesinos pobres chilenos enRanquil (Alto Bío-Bío), el “Estado de compromiso” logró echar bases y gozar decierta estabilidad29. La legislación laboral empezó a hacerse efectiva y desde la llegada del Frente Popular al gobierno en 1938 se desarrolló una estrategia de sustitución de importaciones. Las diversas fórmulas frentepopulistas implementadasentre 1938 y 1947 contribuyeron notablemente al logro de esta estabilidad y gobernabilidad sistémica, trazando una ruta que se prolongaría durante varias décadas, conalgunos quiebres, discontinuidades y reformulaciones, más allá de la experienciaoriginal del Frente Popular. Desde mediados de la década de los años 30 y hastainicios de los 70, el movimiento obrero y popular marchó mayoritariamente por lavía institucional, parlamentaria y gradualista escogida por los partidos mayoritariosde la izquierda. Durante los años de aplicación de la política de Frente Popular, a cambio del impulso a la industrialización dentro del sistema capitalista, la ampliación de las libertades civiles y políticas, el perfeccionamiento de la legislación social y algunos beneficios materiales para los sectores populares urbanos, la izquierda socialista y comunista optó por sacrificar los intereses del campesinado (posponiendo indefinidamente la reforma agraria y el derecho a la sindicalización de los trabajadores agrícolas), y reafirmó el tránsito exclusivo por la institucionalidad y el respeto irrestricto de los intereses de la “burguesía nacional”, que recibió un fuerte apoyo estatal a través de los planes de industrialización de la coalición gobernante compuesta esencialmente por radicales, socialistas y comunistas30.

El compromiso parecía funcionar. La construcción de una nación más integradaasomó más posible que nunca. Pero antes de una década esta política de colaboración de clases empezó a hacer agua y, a fin de cuentas, el balance de la experienciafrente populista fue magro. Como bien acota Tomás Moulian, “esas coalicionespromovieron el crecimiento industrial pero no produjeron una ‘revolución capita-lista’, [y] generaron una mayor democratización de oportunidades pero no una‘revolución democrática” 31. Dos factores pesaron decididamente en su contra: elincipiente agotamiento del modelo de sustitución de importaciones, que por serdependiente de la maquinaria y la tecnología importada no logró generar un círculovirtuoso capaz de arrastrar al conjunto de la economía chilena para sacarla de suendémico subdesarrollo, y el estallido de la “Guerra Fría” entre Estados Unidos y laUnión Soviética y sus respectivos aliados, clausurándose la “Gran Alianza” que estaspotencias habían contraído durante la Segunda Guerra Mundial para hacer frente alnazi-fascismo. La ilegalización del Partido Comunista de Chile y la persecución desus militantes y de los dirigentes del movimiento obrero de su área de influencia,provocada por la aplicación de la “Ley de Defensa de la Democracia” restringiósustantivamente el consenso social y político durante una década32. El “Estado decompromiso” pareció definitivamente arruinado entre 1948 y 1952.

Sin embargo, la elección de Carlos Ibáñez del Campo a la Presidencia de la República en base a un programa populista y de saneamiento moral, significó una transición hacia una reedición del pacto social y político que había asegurado la gobernabilidad hasta fines de la década anterior. La derogación de la ley que proscribía las actividades comunistas y algunas reformas destinadas a hacer más transparente los procesos electorales33 permitieron que entre 1958 y 1973 la democracia chilena alcanzara, por primera vez, standares más adecuados. Esa fue la“época de oro” del sistema democrático en Chile, período que ha nublado la visión de muchos analistas que han proyectado retrospectivamente el clima resultante de la democratización política y social de estos lustros hacia el resto del siglo XX e incluso hasta el siglo XIX.

Pero nuevamente el alabado sistema político chileno mostró sus grandes debili-dades. La crisis económica golpeaba a la mayoría de la población bajo la forma deuna inflación crónica y elevadas tasas de desocupación. Entonces, a medida que lossectores populares hicieron uso de los espacios democráticos y de las libertadesconquistadas a lo largo de un siglo de luchas sociales, el orden político comenzó acrujir. Durante la década de 1960, las administraciones de Jorge Alessandri y Eduardo Frei Montalva hicieron frente a un creciente malestar popular utilizando cada vez más frecuentemente la represión. Las masacres de la población José María Caro de Santiago (1962), del mineral de El Salvador (1966), y de Pampa Irigoin en Puerto Montt (1969)34, junto a la irrupción militar del “tacnazo” (1969) pusieron en evidencia la fragilidad de la institucionalidad consensuada entre las clases dominantes y los representantes políticos de los trabajadores. El sistema institucionalrespondía cada vez más mal al ascenso de las luchas populares que desde 1967 seexpandieron y generalizaron considerablemente. Sistema político fragilizado, inflación crónica, creciente efervescencia social en un panorama internacional marcado por grandes tensiones entre la Unión Soviética y Estados Unidos y el ascenso de los movimientos de liberación nacional (especialmente africanos) y de los movimientos revolucionarios anticapitalistas en el mundo occidental y antiburocráticos en los países de Europa Oriental, fueron los principales elementos del contexto en que se enmarcó la victoria electoral que llevó a Salvador Allende a la Presidencia de la República como abanderado de una coalición política –la Unidad Popular- que se proponía iniciar la transición al socialismo a través de la vía pacífica institucional.El sistema político chileno mostró su máxima elasticidad entre septiembre de1970 y julio de 1971, esto es, desde la elección de Allende hasta la nacionalización del cobre aprobada unánimemente por el Congreso Nacional. Sin embargo, desde mediados de 1971 el conflicto social y político se agudizó progresivamente hastaalcanzar niveles sin precedentes desde la guerra civil de 1891. El centro político fueabsorbido por la derecha golpista y se sumó a su estrategia. Los mecanismos institucionales fueron incapaces de regular el conflicto. Pero esta vez no se trató de unadisputa en el seno de las elites de la clase dirigente sino de un enfrentamiento socialy político que tuvo las características de una lucha de clases que dividió a la sociedadchilena en dos bloques más o menos equivalentes. De un lado, el conjunto de laburguesía y de otros sectores que marcharon bajo sus banderas: terratenientes, granburguesía comercial e industrial, la mayoría de las clases medias y algunas franjas delmundo popular, especialmente aristocracia obrera. En la orilla opuesta, un combativo conglomerado popular compuesto por la mayoría de la clase obrera y del campesinado, más significativos sectores del estudiantado, de la intelectualidad y de las clases medias asalariadas. La frágil construcción política democrática colapsó producto deeste enfrentamiento y de la intervención del imperialismo norteamericano35.

La institucionalidad democrática mostró sus límites cuando los sectores populares intentaron hacer realidad sus sueños de justicia social mediante el cumplimiento del programa ofrecido por los partidos políticos de izquierda. El gobierno de la Unidad Popular ha sido considerado retrospectivamente por muchos analistas como una experiencia condenada al fracaso. No obstante, habría quepreguntarse si acaso esa no fue la última oportunidad en el siglo XX de haber echadolos cimientos de una nación integrada en base a un compromiso social progresista.Pero las clases dominantes no tenían ni la disposición, ni la madurez, ni la sensibi-lidad para ser parte de un proceso donde el conflicto no estaba excluido, pero uno decuyos resultados podría haber sido una nación más inclusiva. La dictadura terroristade Pinochet fue el medio escogido por estos sectores y el imperialismo para quebrarla espina dorsal del movimiento obrero y popular y clausurar la posibilidad de un juego de alternativas de proyectos de sociedad.

Una nueva ingeniería política se gestó en la fase de declive del régimen de Pinochet como resultado de las transacciones entre los representantes de la dictadura y de la oposición moderada conformada por la Democracia Cristiana y buena parte de la dirigencia de izquierda que había sostenido la experiencia de la Unidad Popular. De ello resultó un sistema político de “democracia protegida” o restringida, con más limitantes, cortapisas y restricciones que la que existió entre 1958 y 1973 y con mucho menos admisibilidad de la disidencia y del conflicto social. Por ello, en nues-tros días los movimientos de protesta social son sistemáticamente negados en sulegitimidad y reprimidos por el Estado36. La gobernabilidad y estabilidad de este nuevo orden se basó durante veinte añosen la contención por parte de la coalición gobernante (la Concertación de Partidospor la Democracia) de las demandas sociales mediante una hábil política de desmovilización popular, práctica del clientelismo sectorial, correctivos “sociales” almodelo neoliberal y represión de los movimientos de protesta social cuando estosdesbordan los estrechos márgenes de tolerancia existentes en el Chile postdictatorial.

La política aplicada ha sido descrita con precisión sintética por el sociólogo Tomás Moulian como la consagración por el bloque concertacionista de “la limitación delEstado a roles reguladores, un amplio espacio para la iniciativa privada y la definición de los empresarios como los sujetos históricos de la nueva sociedad”37. Elcontrapunto de la diversificación de las exportaciones, las tasas de crecimientoeconómico sostenidas, la alta inversión extranjera y el reconocimiento internacionalde Chile como un país modelo es la mercantilización total de la previsión y de lasempresas de “servicios públicos” (agua, electricidad, gas y teléfono), “una ampliamercantilización de la educación y de la salud y la total transformación de la fuerzade trabajo en una mercancía como cualquier otra, cuyo precio no es la resultante dela capacidad de organización y de fuerza política si no es colocada por un mercadoque demanda cada vez más flexibilidad” 38. A lo que habría que agregar la irreductible mantención de la desigualdad social, que ubica a Chile –a pesar del progresoeconómico- como uno de los países con peor distribución del ingreso del mundo39.

La asimilación de la ideología neoliberal por parte de los antiguos opositores a Pinochet que asumieron el gobierno a partir de 1990, su política de coadministración con la Derecha clásica y la legitimación por parte de la Concertación Democrática del modelo neoliberal y del gran empresariado como el principal sujeto histórico, terminaron por borrar las diferencias entre los bloques hegemónicos en la conciencia de vastos sectores de la población. Un resultado de esta política ha sido la eleccióna la Presidencia de la República de uno de los principales magnates chilenos enbrazos de la alianza de derecha tradicional, que por primera vez en más de cincuentaaños logró ungir a uno de los suyos en la máxima magistratura de la República pormedio del sufragio universal40.

En este contexto, el Bicentenario ofrece algunas similitudes fundamentales conla situación imperante en el Centenario. Al igual que entonces, la economía chilena no logra escapar al patrón primario exportador y el Estado y las clases dominantes gozan de una prosperidad sin par. Aunque en la actualidad los niveles de pobreza son muy inferiores a los que existían en 1910 y los índices de calidad de vida de la mayoría de la población son muy superiores a los de hace un siglo, la desigualdad social se mantiene inalterable y se cierne como una sombra sobre la tan anunciada unidad nacional. A decir verdad, fuera del ámbito simbólico, la inmensa mayoría de la población del Estado nación República de Chile no tiene razones objetivas para celebrar los doscientos años de una arquitectura política resultante de imposiciones de la fuerza militar, conciliábulos y transacciones de las cúpulas políticas sin participación significativa de la ciudadanía, salvo en situaciones excepcionales cuya repetición desea ser descartada a toda costa por la clase política41. El Bicentenario es ,por excelencia, la festividad de los principales beneficiarios del sistema económico y político: las clases dominantes y los administradores del sistema político.La gran masa popular será, sin duda, convocada y se sumará al jolgorio inducido por los medios de comunicación y los aparatos de propaganda del Estado y de otras instituciones interesadas en la operación política denominada Bicentenario. Cuando hace cien años Chile se aprestaba a festejar el primer Centenario del Estado nación, el más destacado dirigente obrero de aquella época, Luis Emilio Recabarren nos dejó una descripción de una situación que veremos repetirse en nuestros días:“Pero, decidme la verdad, ¿en qué consiste la participación del pueblo en todas las grandes festividades? ¡Ah!, vaciláis para confesaros la verdad! La mayor cuota que elpueblo aporta en estas festividades consiste en embriagarse al compás del canto y enembriagarse hasta el embrutecimiento que los conduce a todas las locuras.

Pero esa embriaguez es un progreso. Si ella proporciona al pueblo abundancia demiserias en cambio a los productores de licor y a los intermediarios les producetorrentes de oro ganado a costa de la corrupción. ¡Verdad que esto es muy triste. Es portodo esto que he dicho que yo no siento entusiasmo espontáneo para festejar el centenario de la República que ningún bien de verdadero valor moral ha producido paranosotros. Que se regocijen y se entusiasmen los que han aprovechado y aprovecharán del progreso y que sean siempre felices son mis votos” 42.

A modo de conclusión

La reflexión de Recabarren en el Centenario guarda mucha validez en el Chile actual.Sus votos para que en el segundo siglo de vida de esta República fuera una era deverdaderos progresos morales que aseguraran el triunfo de la igualdad social, no surtieron efecto.

A pesar del discurso oficial del éxito económico y de la modernización, aún nose encuentran las bases materiales, culturales, institucionales y políticas para lograr una nación más inclusiva. El país construido en el siglo XX (y en lo que va corrido del siglo XXI) se parece en muchos aspectos al del siglo XIX. La nación sigue viviendo un porfiado desgarramiento estructural. Chile está muy lejos de alcanzar niveles aceptables de cohesión social43. En vez de la democracia oligárquica de comienzos del siglo XX, existe una democracia liberal de baja intensidad que convoca a sus ciudadanos solo para legitimar decisiones tomadas en un marco de restricciones interiorizadas por el ejercicio del poder tutelado. La apatía y rechazo dela población chilena a la política institucional y los políticos profesionales, expresada en todas las encuestas de opinión pública y en los millones de ciudadanos no inscritos en los registros electorales, se explica esencialmente porque las soluciones a los problemas económicos y sociales han sido despojadas de su contenido político, presentándose como eminentemente técnicas ya que los fines de la sociedad no pueden ser cuestionados o discutidos 44. Los movimientos sociales (exceptuando el movimiento nacional mapuche) aún son débiles y dispersos, no son solidarios entre sí y su nivel de politización es, por regla general, muy bajo 45. Solo las campañas electorales provocan efímera y débilmente la ilusión de que la política vuelve por susfueros a nivel de la masa ciudadana. Pero es solo un espejismo. Los poderes fácticos y los administradores del sistema velan porque todo se mantenga así. Una vez más la ingeniería política parece haber dado en el clavo.

Ya van veinte años de estabilidad de la nueva arquitectura política, lo que haceproclamar a muchos analistas el éxito de esta laboriosa fórmula. Si bien es cierto quedesde 1925 Chile no conoció un período tan largo sin intervención militar, sin dicta-dura o sin leyes de excepción que declaren ilegales a ciertas organizaciones políticas,las dos últimas décadas de democracia tutelada de baja intensidad representan apenasdos tercios del período que medió entre 1860 y la guerra civil de 1891 y un porcentaje aún menor del que transcurrió entre el desenlace de ese conflicto y 1924, cuandola fuerza armada nuevamente dirimió la disputa política. La actual construcción polí-tica aún no ha pasado por pruebas muy difíciles. Sus principales beneficiarios se aprestan a festejar tranquilos el Bicentenario.

Notas

1Una versión preliminar de este texto fue presentada en Seminario “Debates críticos sobre el Chile del Bicentenario”, organizado por el Subprograma Domeyko Transversal, el Programa de Investigación Domeyko y el Instituto de laComunicación e Imagen de la Universidad de Chile, Santiago, Instituto de laComunicación e Imagen, 4 de noviembre de 2009.

La presente versión sirvió de base para una ponencia presentada en el Colloque International Interdisciplinaire Amérique Latine/Caraïbes et Europe organizado por el Centre d’Études des Relationsentre l’Union Européenne et l’Amérique Latine (CERCAL) de la Université Libre deBruxelles, Bruselas, Palais d’Egmont II, 11 de febrero de 20102Paulina Peralta, ¡Chile tiene fiesta! El origen del 18 de septiembre (1810-1837),Santiago, Lom Ediciones, 2007.3Véase entre otros, Mario Valdés Urrutia, “La deserción en el ejército patriota durantela guerra de Independencia de Chile: 1813-1818. Notas para su comprensión”, en Revista Chilena de Historia y Geografía, Nº164, Santiago, 1998, págs. 103-126; Gladys Varela y Carla Manara, “En un mundo de frontera. La guerrilla realista-chilenaen territorio pehuenche”, en Revista de Estudios Trasandinos, Nº4, Santiago, julio de2000, págs. 341-363 y “Tiempos de transición en las fronteras surandinas: de laColonia a la República, en Susana Bandieri, Cruzando la Cordillera… La fronteraargentino-chilena como espacio social, Neuquén, Universidad Nacional del Comahue,2002, págs. 31-63; Ana María Contador, Bandidaje y guerrilla. Los Pincheira: un casode bandidaje social 1817-1832, Santiago, Bravo y Allende, 1998; Leonardo León,“Reclutas forzados y desertores de la Patria: el bajo pueblo chilena en la Guerra de laIndependencia, 1810-1814”, en Historia, Nº35, Santiago, 2002, págs. 31-63; “La otraguerra de la Independencia: el éxodo patriota de Penco, 1817-1818”, en EstudiosColoniales, Nº4, Santiago, 2005; Sergio Grez Toso, De la “regeneración del pueblo”a la huelga general. Génesis y evolución histórica del movimiento popular en Chile(1810-1890), Santiago, RIL Editores, 2007, 2ª ed., págs. 189-209.4John Lynch, Las revoluciones hispanoamericanas 1810-1826, Barcelona, EditorialAriel, 1926, pág. 149; Julio Pinto Vallejos y Verónica Valdivia Ortiz de Zárate, ¿Chilenos todos? La construcción social de la nación (1810-1840), Santiago, LomEdiciones, 2009, págs. 120-144.5Pinto y Valdivia, op. cit., pág. 334. El concepto de “ficción democrática” ha sidotomado por estos historiadores de François-Xavier Guerra, Modernidad e indepen-dencia, México, Mapfre/FCE, 1992. Los trabajos sobre la actitud popular en elproceso de emancipación política están citados en la nota 2. Pinto y Valdivia, op. cit.,pág. 81.6Pinto y Valdivia, op. cit.,pág. 81.7Alberto Edwards, La Fronda Aristocrática en Chile, Santiago, Imprenta Nacional,1928.8El territorio comprendido desde la zona de Copiapó hasta el río Bío-Bío.9Véase, entre otros: Grez, op. cit., págs. 233-248; María Angélica Illanes, “Azote,salario y ley. Disciplinamiento de la mano de obra en la minería de Atacama (1817-1850)”, en Proposiciones, Nº19, Santiago, julio de 1990, págs. 90-123; MarcoAntonio León, “Entre el espectáculo y el escarmiento: el presidio ambulante en Chile(1836-1847), en Mapocho, Nº43, Santiago, primer semestre de 1998, págs. 183-209;Peralta, passim; Pinto y Valdivia, op. cit., págs. 144-151, 195-205, 227-240 y 279-297.10Sobre la reacción patriótica de vastos sectores populares chilenos durante la Guerradel Pacífico, véase Grez, op. cit., págs. 565-570.11Pinto y Valdivia, op. cit., pág. 157. 12Tomás Moulián, Contradicciones del desarrollo político chileno 1920-1990,Santiago, Lom Ediciones, 2008, págs. 10 y 11. Este autor ha subrayado el desen-cuentro existente entre la clase política (liberal) predominante durante la década de1820 y la clase de los grandes propietarios (conservadora), lo que convertía a laprimera en una intelectualidad “inorgánica”, sin base material de clases, “desfasadade la oligarquía terrateniente que aspiraba al nivel político a reproducir el orden pater-nalista aristocrático de la hacienda, en cuanto formadora de la matriz cultural”. Ibid.13El historiador que mayor énfasis ha puesto en la posibilidad de construir una comu-nidad política más incluyente entre 1823 y 1829 ha sido Gabriel Salazar Vergara,Construcción de Estado en Chile (1800-1860). Democracia de los “pueblos”.Militarismo ciudadano. Golpismo oligárquico, Santiago, Editorial Sudamericana,2005. Una visión más matizada en Pinto y Valdivia, op. cit., págs. 159-205.14Salazar, Construcción de Estado…, op. cit.,págs. 322-327. Una visión distinta sobre elrégimen político conservador, interpretado como “una fusión del legado autoritario delimperio español (incluidas sus apariencias) con buena parte de la sustancia del consti-tucionalismo republicano liberal”, se encuentra en la obra del historiador británicoSimon Collier, Chile. La construcción de una república 1830-1865. Política e ideas,Santiago, Ediciones de la Universidad Católica de Chile, 2008, 2ª ed., págs. 57-83.15La bibliografía sobre la guerra civil de 1891 es muy abundante. Entre las numerosaspublicaciones que aparecieron con motivo del centenario de dicho conflicto destacan, por la variedad de enfoques y puntos de vista, tres obras colectivas: DimensiónHistórica de Chile, Nº8, Santiago, Universidad Metropolitana de Ciencias de laEducación, 1991; Diversos autores, La época de Balmaceda, Santiago, Dirección deBibliotecas, Archivos y Museos – Centro de Investigaciones Diego Barros Arana,1992; Luis Ortega (editor), La guerra civil de 1891. Cien años hoy, Santiago,Departamento de Historia Universidad de Santiago de Chile, 1993.16Moulián,op. cit., págs. 12-19. Cf. Julio Heise González, El período parlamentario1861-1925, Tomo II Democracia y gobierno representativo en el período parlamen-tario, Santiago, Editorial Universitaria, 1982, especialmente págs. 23-112. Un relatoy análisis pormenorizado de la crisis de la República Conservadora y de la transiciónhacia el régimen político liberal (1851-1864) fue desarrollado por Simon Collier, op.cit.,págs. 249-317. Desde una perspectiva más crítica, Gabriel Salazar ha señaladoque el “sistema portaleano” (1830-1891) “ha sido el único régimen que incubó yexperimentó varias guerras civiles: una en su origen (1829-30), dos en su apogeo(1851 y 1859) y una en su declinación (1891). También ha sido el único que invo-lucró al país en tres guerras exteriores”. Gabriel Salazar, La violencia política popularen las “Grandes Alamedas”. La violencia en Chile 1947-1987 (Una perspectivahistórico popular), Santiago, Lom Ediciones, 2006, 2ª ed., pág. 70.17Sobre la “cuestión social” y sus consecuencias, véase entre otros, James O. Morris,Las élites, los intelectuales y el consenso. Estudios de la cuestión social y el sistemade relaciones industriales en Chile, Santiago, Editorial del Pacífico, 1967; GonzaloVial Correa, Historia de Chile (1891-1973), Santiago, Editorial Santillana delPacífico, 1981, vol. I, tomo II, págs. 495-551 y 745-782; Ximena Cruzat y Ana Tironi,“El pensamiento frente a la cuestión social en Chile”, en Mario Berríos et al., Elpensamiento en Chile 1830-1910, Santiago, Nuestra América Ediciones, 1987; JulioPinto Vallejos, “La caldera del desierto. Los trabajadores del guano y los inicios de lacuestión social”, en Proposiciones, N°19, Santiago, julio de 1990, págs. 123-141 y“¿Cuestión social o cuestión política? La lenta politización de la sociedad populartarapaqueña hacia el fin de siglo (1889-1900)”, en Julio Pinto Vallejos, Trabajos yrebeldías en la pampa salitrera. El ciclo del salitre y la reconfiguración de las iden-tidades populares (1850-1900), Santiago, Editorial, Universidad de Santiago, 1998,págs. 251-312; Sergio Grez Toso, La “cuestión social”. Ideas y debates precursores(1804-1902), Santiago, DIBAM – Centro de Investigaciones Diego Barros Arana,1995.18Dr. J. Valdés Cange (Alejandro Venegas), Sinceridad. Chile íntimo en 1910,Santiago,Ediciones CESOC, 1998, págs. 223 y 224.19Salazar, La violencia política…, op. cit., pág. 72. Cursivas en el original.20Ibid.21Luis Alberto Romero, ¡Qué hacer con los pobres? Elites y sectores populares enSantiago de Chile 1840-1895, Santiago, Ariadna Ediciones, 2007, págs. 232 y 233.22Enrique Mac-Iver, “Discurso sobre la crisis moral de la República”, en Grez, La“cuestión social”…, op. cit., págs. 519-528. Esta matanza obrera ha quedado inscrita en la memoria del pueblo chileno como unparadigma de la respuesta represiva del Estado y las clases dominantes ante lasreivindicaciones de los trabajadores. El trabajo más completo sobre este tema es ellibro de Eduardo Devés, Los que van a morir te saludan. Historia de una masacre:Escuela Santa María de Iquique, 1907, Santiago, Lom Ediciones, 2002, 4ª ed. Véasetambién, Varios autores, A 90 años de los sucesos de la Escuela Santa María deIquique, Santiago, Lom Ediciones –DIBAM – Universidad Arturo Prat, 1998; SergioGrez Toso, “La guerra preventiva: Santa María de Iquique. Las razones del poder”,en Mapocho, N°50, Santiago, segundo semestre de 2001, págs. 271-280; PabloArtaza Barrios, Sergio González Miranda y Susana Jiles Castillo, A cien años de lamasacre de Santa María de Iquique, Santiago, Lom Ediciones, 2009.24Romero, op. cit., pág. 234.25Véase, entre otros, Sergio Grez Toso, “El escarpado camino hacia la legislaciónsocial: debates, contradicciones y encrucijadas en el movimiento obrero y popular(Chile: 1901-1924)”, en Cuadernos de Historia, N°21, diciembre de 2001, págs. 119-182, y “¿Autonomía o escudo protector? El movimiento obrero y popular y losmecanismos de conciliación y arbitraje (Chile, 1900-1924)”, en Historia, vol. 35,Santiago, 2002, págs. 91-150; Julio Pinto V. y Verónica Valdivia O., ¿Revoluciónproletaria o querida chusma? Socialismo y Alessandrismo en la pugna por la politi-zación pampina (1911-1932), Santiago, Lom Ediciones, 2001; Juan Carlos YáñezAndrade, Estado, consenso y crisis social. El espacio público en Chile (1900-1920),Santiago, DIBAM – Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 2004, y La inter-vención social en Chile y el nacimiento de la sociedad salarial: 1907-1932, Santiago,RIL Editores, 2008.26Yáñez, La intervención social…, op. cit., págs. 307 y 308.27Enrique Fernández Darraz, Estado y sociedad en Chile, 1891-1931: el EstadoExcluyente, la lógica estatal oligárquica y la formación de la sociedad, Santiago,Lom Ediciones, 2003.28Salazar, La violencia política…, op. cit., pág. 75-78.29Una extensa revisión de los acontecimientos del período 1925-1938 fue realizada porGonzalo Vial, Historia de Chile (1891-1973), Santiago, Zig-Zag, vol. IV, 1996 y vol.V, 2001. Sobre la insurrección de 1931 de la marinería chilena, puede consultarse elprolijo acápite dedicado a estos sucesos en un libro sobre un tema más amplio escritopor Jorge Magasich, Los que dijeron “No”. Historia de los marineros antigolpistasde 1973, Santiago, Lom Ediciones, 2008, vol. I, págs. 149-187.30Tomás Moulian, “Violencia, gradualismo y reformas en el desarrollo políticochileno”, en Adolfo Aldunate, Ángel Flisfich y Tomás Moulian, Estudios sobre elsistema de partidos en Chile, Santiago, FLACSO, 1985, págs. 13-68. La idea del“gran viraje” de la izquierda está expuesta más específicamente en págs. 49 y 50.Véase también del mismo autor, Fracturas. De Pedro Aguirre Cerda a SalvadorAllende (1938-1973), Santiago, Lom Ediciones, 2006, págs. 19-142 yContradicciones…, op. cit., págs. 27-39; Pedro Milos, Frente Popular en Chile. Suconfiguración: 1935-1938, Santiago, Lom Ediciones, 2008 Moulian, Contradicciones…, op. cit., pág. 40.32Carlos Hunneus, La Guerra Fría chilena: Gabriel González Videla y la Ley Maldita,Santiago, Random House Mondadori S. A., 2009.33Las reformas electorales de 1958 incluyeron la institución de una cédula únicaconfeccionada por el Registro Electoral (que hizo casi imposible la compra de votosy el control electoral), la prohibición de los pactos a nivel provincial y la exigenciade pactos nacionales refrendados por las directivas máximas de los partidos, elcastigo del cohecho con prisión inconmutable y la revalidación de los electoresborrados por la Ley de Defensa de la Democracia. Moulian, Fracturas…, op. cit.,págs. 169 y 170. 34Ángela Vergara Marshall, “Represión y violencia estatal contra pobladores y minerosbajo el gobierno de la Democracia Cristiana: El Salvador (1966) y Puerto Montt(1969)” (inédito). Agradezco a su autora la gentileza de darme a conocer su manus-crito antes de publicarlo.35La experiencia del gobierno de la Unidad Popular ha sido objeto de numerosísimosestudios en todo el mundo. Ante la imposibilidad de citar siquiera una pequeña partede dichos trabajos, nos limitamos a mencionar tres libros en los cuales el lector inte-resado en prolongar las reflexiones realizadas en este texto encontrará elementosinteresantes: Tomás Moulian, Chile actual: anatomía de un mito, Santiago, LomEdiciones, 1997, 1ª ed.; Luis Corvalán Márquez, Los partidos políticos y el golpe del11 de septiembre, Santiago, Ediciones ChileAmérica Cesoc, 2000; Julio PintoVallejos (Coordinador-editor), Cuando hicimos Historia. La experiencia de laUnidad Popular, Santiago, Lom Ediciones, 2005.36El análisis global más incisivo sobre la sociedad chilena posdictatorial es la célebreobra de Tomás Moulian, Chile actual: anatomía de un mito, op. cit.Este libro, rápi-damente convertido en un clásico, ha sido objeto de más de treinta reimpresiones.37Moulian, Fracturas…, op. cit.,pág. 272.38Ibid.39Según el informe 2009 del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo(PNUD), la relación entre el ingreso per cápita del 10% más rico de los hogares y elingreso del 10% más pobre de los hogares chilenos, es 26,2 veces. Traducido en lostérminos del Índice de Gini, que fluctúa entre 0 y 100, representando el 0 la líneahipotética de igualdad total y el 100 la desigualdad total, Chile se sitúa en un coefi-ciente de 52,2, uno de los peores del mundo. Programa de las Naciones Unidas parael Desarrollo (PNUD), Informe sobre Desarrollo Humano 2009. Superandobarreras: Movilidad y desarrollo humanos, Madrid Mundi-Prensa Libros, 2009, pág.209. La versión electrónica se encuentra disponible en:http://hdr.undp.org/en/media/HDR_2009_ES_Complete.pdf40Sebastián Piñera, el nuevo Presidente de la República elegido en enero de 2010, esdueño de una fortuna evaluada en unos 1.200 millones de dólares, lo que lo sitúa enel puesto 701 de las personas más ricas del mundo según la clasificación Forbes 2009 Sobre el carácter no democrático de los procesos constituyentes en la historia de Chile,véase, Sergio Grez Toso, “La ausencia de un poder constituyente democrático en lahistoria de Chile”, en el libro de diversos autores, Asamblea Constituyente. NuevaConstitución, Santiago, Editorial Aún creemos en los sueños, 2009, págs. 35-58.42Luis Emilio Recabarren, Ricos y pobres a través de un siglo de vida republicana,Texto de una conferencia dictada en Rengo – Chile en la noche del 3 de septiembrede 1910, en ocasión del centenario de la independencia de Chile, Santiago, ImprentaNew York, 1910. Este folleto se encuentra reproducido íntegramente en CristiánGazmuri (editor), El Chile del Centenario, los ensayistas de la crisis, Santiago,Instituto de Historia Pontificia Universidad Católica de Chile, págs. 262-285. Laversión electrónica está disponible en: http://www.marxists.org/espanol/recabarren/3-ix-1910.htm43Poco después de presentada esta reflexión se produjo el terremoto y tsunami del 27de febrero de 2010, que reveló con particular dramatismo la falta de cohesión socialde la población chilena. La mayoría de los análisis críticos han explicado la partici-pación de numerosas personas en los saqueos que se produjeron poco después de losmovimientos sísmicos como la resultante directa de la gran desigualdad social y de ladrástica aplicación modelo neoliberal, que ha promovido un individualismo exacer-bado y ha destruido las redes asociativas populares, anulando de este modo loscontroles sociales más efectivos, resultantes del libre consentimiento. Véase, entreotros, el artículo de José Luis Ugarte, “Nuestros bárbaros”, La Nación Domingo,Santiago, del 7 al 13 de marzo de 2010; y el excelente texto de los integrantes delCentro de Alerta e Investigadores del Observatorio Chileno de Políticas Educativas(OPECH) – Universidad de Chile, Daniel Brzovic, Rodrigo Cornejo, Juan González,Rodrigo Sánchez y Mario Sobarzo, “Que se derrumben los sentidos comunes y sereconstruyan las comunidades: Reflexiones a partir del terremoto y maremoto enChile”, Santiago, 11 de marzo de 2010, enhttp://www.piensachile.com/content/view/6797/5/44Desde fines de la década de 1990 cada vez menos personas participan en las elec-ciones y 31% de los chilenos en edad de votar ni siquiera están inscritos en losregistros electorales.45Una reflexión sobre los movimientos sociales en la actualidad en Pedro Armendaris,“Entrevista a Sergio Grez, ¿Hay movimiento popular en Chile?”, en Punto Final,Nº691, Santiago, 7 al 20 de agosto de 2009, págs. 20 y 21. Versión electrónica dispo-nible, entre otros sitios web en:http://www.elclarin.cl/index.php?option=com_content&task=view&id=17865&Itemid=2729

El autor Sergio Grez Toso es Doctor en Historia de la Escuela de Altos Estudios en CienciasSociales de París, académico del Departamento de Ciencias Históricas de laUniversidad de Chile y Coordinador del Doctorado en Historia de la Facultad deFilosofía y Humanidades de la misma casa de estudios.Sus libros son: La ‘cuestión social’ en Chile. Ideas y debates precursores (1804-1903)(1995); De la ‘regeneración del pueblo’ a la huelga general. Génesis yevolución histórica del movimiento popular en Chile (1810-1890)(1998, 1ª ed.); Losanarquistas y el movimiento obrero. La alborada de ‘la Idea’ en Chile (1893-1915)(2007); Magno Espinoza. La pasión por el comunismo libertario(2011); Historia delcomunismo en Chile. La era de Recabarren (1912-1924)(2011). También es autorde numerosos artículos y capítulos de libro publicados en diversos países.

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