por Sergio Grez Toso
Al cabo de una década del fracaso de numerosas intentonas revolucionarias luego del triunfo de la revolución bolchevique (Alemania, Hungría, China, etc.) y del notorio mejoramiento de la situación económica en los principales países capitalistas, el VI Congreso de la Internacional Comunista, reunido en julio-agosto de 1928, anunció el comienzo de un «tercer período» de desarrollo económico capitalista luego del término de la Primera Guerra Mundial. Este período estaría caracterizado por graves crisis económicas, radicalización de las masas trabajadoras, agudización de las luchas de clases y guerras imperialistas que acarrearían una agresión militar a la Unión Soviética. Dicha situación podría derivar en el colapso definitivo del capitalismo. Los partidos comunistas debían prepararse para luchas decisivas, superando sus debilidades y alcanzando la hegemonía en el movimiento obrero de sus países. Ni colaboración ni pactos con los jefes socialdemócratas ni con otros reformistas eran posibles, puesto que ante una situación revolucionaria, dichos personajes revelarían su carácter de servidores del capitalismo y de «socialfascistas» o mano izquierda de la burguesía. Los comunistas debían denunciarlos y abocarse a eliminar completamente la influencia que aún ejercían sobre la clase obrera. La táctica derivada de estos análisis fue la del “frente unido desde abajo”, con exclusión absoluta del «frente unido por arriba» con los líderes reformistas y socialdemócratas(1).
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