Argentina: a 32 años del asesinato del abogado rosarino Mario Armas

por Fernando Gustavo Armas //

A 32 AÑOS DE SU ASESINATO, EN MEMORIA DE MI PADRE

INTRODUCCIÓN

La idea de plasmar en un folleto público el material sustancial acerca de mi memoria sobre mi padre me fue rondando la cabeza desde hace un tiempo, mientras se fue procesando la reapertura de la investigación de su asesinato.

Recientemente, ésta llegó a un punto culminante, que judicialmente puede significar un cierre: Raúl Campilongo compareció a la audiencia para su declaración informativa, negó toda participación en aquellos hechos, y sus abogados solicitaron la prescripción de la causa, cosa que es técnicamente inevitable, salvo que este crimen sea declarado de lesa humanidad, y por lo tanto, imprescriptible, paso por el que lucharemos judicial y políticamente. (ver ampliación de los hechos policiales y judiciales en ANEXO 1)

Paradójicamente, este “final judicial”, predecible, dado el tiempo transcurrido y la falta de pruebas contundentes que puedan sostener la hipótesis del móvil que habría llevado a un asesinato por encargo, disparó en mí esta necesidad de recuperar y hacer pública (en la medida de mis posibilidades) la memoria de mi viejo, o mejor dicho, mi memoria sobre nuestra historia.

Esta necesidad también fue estimulada por el interés demostrado por un sin número de relaciones (compañeros, amigos, pacientes, conocidos, familiares más lejanos, etc.) que no perdían ocasión para preguntar sobre la evolución de la reapertura de la causa. En la mayoría de los casos (mucho más jóvenes que yo) se enteraron de que mi viejo había sido asesinado por las noticias de hoy. En otros casos, para los conocedores del hecho, las novedades operaron como una interpelación al olvido. 32 años es mucho tiempo. Pero en todos los casos la solidaridad, y el genuino deseo de justicia, y de que no triunfe una vez más la impunidad, estuvieron presentes en todo momento. Este folleto es, también, mi forma de devolución con agradecimiento.

Va de suyo que intento un trabajo desde mi subjetividad, y esencialmente, desde mi mirada ideológica y política. Lo complejo es que, inevitablemente, tal mirada está cruzada y mezclada con los sentimientos. No sólo para con mi padre (a quien sigo recordando con amor y respeto),  sino con aquellos lazos afectivos (familiares o no) que fueron y siguen siendo conmovidos por aquel crimen.

Y aprovecho para dejar clara en esta introducción una cuestión básica: si bien el puntapié  inicial de la reapertura de la investigación la hice yo a partir de la iniciativa del diputado provincial y periodista Carlos Del Frade, tuve perfectamente claro desde aquel encuentro en la YPF de Lagos y 27 de Febrero que no iba a jugar de titular en este partido. Así se lo manifesté a Carlos y también, por supuesto, a mi hermano Peluncho (Mario Lisandro Armas), el que cargó plenamente con entusiasmo y eficacia con las tareas y las acciones (judiciales, periodísticas, políticas), que desembocaron en un gran logro, impensable cuando se inició dicha reapertura. Un gran logro desde el punto de vista de la recuperación de la memoria pública, con relativa independencia de los resultados de la causa penal en sí.

Mi seguridad en cuanto a derivar a mi hermano el papel proactivo para que avance la investigación (y limitar mi actuación a un apoyo y/o intercambio de ideas con él, sin cumplir con un acompañamiento efectivo) no se compadece con una claridad suficiente acerca de las causas por las que tomé esa decisión. Si bien, desde luego, hay algunos motivos obvios (el lugar que ocupó siempre mi hermano en la relación con mi viejo, su profesión de abogado, cierto escepticismo mío respecto a la justicia burguesa, dudas mías respecto a la verosimilitud de la hipótesis sobre el móvil del asesinato, mi orden de prioridades respecto  de dónde colocar las energías, etc.), lo cierto es que creo que hay un “más allá” que esas razones evidentes. Tomar como disparador ese “más allá” puede traer recuerdos y sensaciones inquietantes, y verdades relativas que aporten a una memoria más rica, sin ninguna aspiración de mi parte de llegar a una “verdad completa y absoluta”. Y aprovecho esta “presentación introductoria” para reiterar mi admiración y agradecimiento al tenaz y eficiente trabajo realizado por mi hermano Peluncho. Por conocerlo, nunca esperé menos. Aunque los resultados de su extraordinaria labor sobrepasaron las expectativas iniciales que teníamos los dos.

Armas a la izquierda, junto a colegas suyos.

MI PADRE, EL PARTIDO DEMÓCRATA PROGRESISTA Y LA DICTADURA

La dictadura más genocida de la historia argentina (y seguramente, una de las más sanguinarias de la historia universal) ha sido “rebautizada” desde hace unos años como “CÍVICO MILITAR”. Correctamente, se subraya así la enorme participación civil en la misma. Por acción y/o omisión cómplice, la mayor parte del empresariado y también de la burocracia sindical fueron actores fundamentales para su sostén. Pero también fue sustancial la colaboración activa de los partidos políticos burgueses tradicionales, que si bien estaban proscriptos como tales, alimentaron de cuadros y funcionarios las intendencias, las gobernaciones, las embajadas y los ministerios. Por su carácter nacional, el radicalismo y el peronismo llevaron la delantera, pero fue muy importante la participación de partidos con fuerza provincial (por ejemplo, el Movimiento Popular Neuquino, el Partido Demócrata de Mendoza, el bloquismo de San Juan, el Partido Renovador de Salta, el Autonomista correntino, entre otros).

En el caso de la provincia de Santa Fe fue importante la participación del Partido Demócrata Progresista. Entre sus principales dirigentes, Alberto Natale fue Intendente de Rosario, y Rafael Martínez Raymonda fue nada menos que embajador argentino ante el Vaticano.

Esta cooptación que hacían los militares de cuadros políticos de los partidos burgueses tradicionales convivía con la proscripción política de esos mismos partidos, bien que con la promesa (a veces tácita, a veces explícita) de ir avanzando en una apertura institucional, especialmente hacia finales de los 70, luego del Mundial 78 ganado de manera espuria por la Argentina. Los propios mandos militares estaban divididos (y a veces, enfrentados entre sí) respecto a la perspectiva política y económica. El proceso de cooptación de cuadros políticos civiles no era ajeno a esas divisiones.

Justamente, el argumento sustancial que esgrimían los partidos colaboracionistas con la dictadura, era aprovechar esas fracturas, para que, con su participación en espacios de poder, se iba a facilitar el tránsito hacia el retorno a la democracia, a las elecciones, a la vigencia de la Constitución Nacional.

Pero entró en escena la creciente resistencia de las masas a la dictadura, ante la propia crisis de sus planes económicos, que estalló el 30 de marzo de 1982 en esa gran huelga y movilización nacional.  El gobierno de Galtieri inicia días después la guerra de las Malvinas, como recurso desesperado para recuperar la iniciativa. La derrota militar a manos del Imperialismo británico, aceleró los tiempos, e hizo estallar los planes gradualistas cívico militares. La salida electoral fue el recurso para intentar una retirada en orden del gobierno militar, justamente para evitar su caída. Los genocidas siguieron actuando dentro del vientre mismo de la “democracia constitucional”. De hecho, el estatuto de los partidos políticos (aún vigente), fue elaborado por los juristas del proceso. Luego vinieron los levantamientos de Semana Santa, el punto final, la obediencia debida y el indulto de Menem.

Las victorias logradas, como el juicio a la Junta Militar, el proceso y condena a los genocidas en los últimos años, y cada niño recuperado por las abuelas, no estaba en los planes de esa salida conciliada entre la dictadura en retirada y los partidos burgueses tradicionales. Cada 24 de marzo se ratifica en las calles la masividad de la lucha democrática, sea cual fuere el gobierno de turno. Por eso, sigue siendo necesaria una lucha constante para sostener el juicio y castigo a los culpables, que no se debe limitar a al período de la dictadura militar, sino también a los muertos y desaparecidos de esta “democracia”. Julio López, Santiago Maldonado, Rafael Nahuel…y también mi padre.

Las tensiones de aquella transición entre dictadura y democracia conmovieron a todos los partidos. No sólo a los burgueses, como lo demuestra la fenomenal crisis que sufrió el Partido Comunista Argentino en esos tiempos.

El Partido Demócrata Progresista (PDP) no fue ajeno a aquella conmoción. Una fracción dirigida por Manuel y Oscar Blando (que luego evolucionó hacia el alfonsinismo) fue duramente crítica con la conducción del partido que colaboró con la Dictadura. Un tío mío, Luis Rébora, cuñado y amigo de mi viejo, participaba de ese “movimiento latorrista”. Luis fue ya en tiempos de la democracia Rector de la Universidad de Córdoba y diputado por esa provincia a la Asamblea Constituyente de 1994. Recuerdo que en polémicas en las mesas familiares este tío mío decía ser “socialista” en lo económico, y “liberal” en lo político. Mi padre no tenía esas contradicciones. Era defensor del capitalismo como sistema, aspirando a mejoras de los trabajadores dentro del mismo, e inclusive, defendiendo la viabilidad del cooperativismo como recurso defensivo contra la concentración del capital, contra los monopolios. De hecho, jugó un papel importante en el proceso de industrialización de la rama láctea, cuando la vieja Cooperativa de Tamberos de la zona de Rosario limitada se transformara en COTAR. Y como abogado de la misma ejerció su lugar de defensa de los intereses patronales de los tamberos en relación con la clase obrera nucleada en ATILRA. Pero lo hizo siempre como un “caballero” (al decir de los abogados de la entidad sindical), con quien se podía dialogar y llegar a acuerdos. Es que fue un lúcido político burgués, con gran conciencia de clase. Nunca me voy a olvidar (aunque yo era muy chico, apenas 14 años) cuando estalla el Cordobazo: “Ojo, que la cosa se pone brava. Entró en escena la clase obrera”.

Mi padre, que tenía buenas relaciones con esa fracción latorrista, no la integró, se mantuvo dentro del oficialismo, con la ventaja de que su nombre estaba preservado por no haberse integrado personalmente a ningún cargo bajo el proceso. No casualmente, encabezó la lista de Diputados provinciales en las primeras elecciones post-dictadura.

Dotado de gran habilidad política, pero también sólido en ciertas convicciones democráticas básicas (abogado activo en la defensa de los derechos humanos en los peores momentos del genocidio –ver Anexo nº 2), y quizás también sensible a cierta influencia mía en las discusiones políticas que teníamos, lo cierto es que supo preservarse, bien que justificando la política de sus amigos dirigentes del PDP.

MI PADRE Y LA “DEMOCRACIA RECUPERADA”

Las poderosas ilusiones democráticas que se generaron en la Argentina a partir de la apertura pactada entre la dictadura en retirada y los referentes institucionales de la burguesía (cámaras empresariales, partidos políticos, CGT y sindicatos, etc.) nos ganaron a todos, y también a mi padre.

Para él, que su hijo trotskista saliera de una vida semi-clandestina y se lanzara a legalizar un partido obrero aprovechando la “apertura democrática”, era mucho más que una buena noticia: en lo afectivo implicaba una tranquilidad, y en lo ideológico político un logro para su pensamiento liberal-progresista.

Tan es así, que ya siendo él candidato por el PDP y yo por el Partido Obrero, no sólo se acercaba a nuestros actos, sino que salió de garantía propietaria para el alquiler de nuestros locales.

En ese período tuvimos varias conversaciones políticas. Eran informales, sin un plan definido por parte de ninguno de los dos. Mi impresión general acerca de su accionar político es que su papel en la Legislatura santafesina no era la típica de un “hombre de partido”, sino la de un caudillo autosuficiente, que se apoyaba en su capacidad oratoria, su habilidad política y su honestidad incuestionable para llevarse bien con todos los bloques. No recuerdo que me refiriera ninguna postura suya que pudiera generar conflicto. Desde su autosuficiencia, pareciera que se auto-asignara el papel de un conciliador, de un sabio patriarca para ser consultado. Se lo veía feliz al volver desde Santa Fe, como paladeando los aplausos en la Cámara, con cierto espíritu deportivo. Como si jugara con su superioridad sobre la mediocridad reinante, sin importar demasiado el contenido político de los debates.

Al reflexionar sobre el posible móvil que habría generado un asesinato por encargo (su lugar institucional para el nombramiento de los jueces de la provincia) no deja de sorprenderme que no hubiera compartido con nadie los posibles riesgos de ser un obstáculo para el gobierno provincial y la camarilla judicial. Pero por otro lado, tampoco puedo descartar que esa característica de Quijote solitario (sin ni siquiera buscarse un Sancho Panza) lo haya llevado a guardarse información para ser usada oportunamente, creyendo desde su autosuficiencia que iba a poder manejar todos los conflictos emergentes.

Lo que sí es cierto es que el proceso objetivo de la incipiente democracia contenía en su propio seno la continuidad de la dictadura. Y que el poder donde más se evidenciaba esa continuidad era el Judicial. Hasta por su propia trayectoria como abogado (tanto en lo individual como en el plano institucional, en el seno del Colegio de Abogados), mi padre creía nadar como pez en el agua. Quizás no supo ver lo podrida que estaba, quizás no supo ver los peligros de nadar solo.

MI VIEJO Y YO

Aquel 8 de febrero fue un sábado. Yo estaba de guardia en el Psiquiátrico Pichon Riviere de Villa Constitución. Me tomé el TIRSA rajando, y enganché un taxi para llegar a mi casa de entonces, en Zeballos entre Pueyrredón y Rodríguez. Por la radio del taxi me enteré que mi padre ya había muerto.

La sensación de lo increíble, de lo inesperado apenas dejaba lugar para el dolor. Creo que no asumí la pérdida concreta hasta bastante tiempo después.

Ese mismo día, antes de ser asesinado, mi padres habían pasado por mi casa a dejar provisiones que casi todos los sábados nos regalaban.

Esa forma de demostración del amor (la incondicionalidad en cuanto al respaldo económico) fue un componente presente en nuestro vínculo, contrastante con cierta distancia y frialdad, propias del lugar masculino y paternal de la época. Florido en expresarse con palabras, para conmigo era más bien parco, sentencioso, como midiendo sus dichos. Como si se hubiera propuesto educar con el ejemplo y con su propia práctica. Y no era sólo por nuestras indudables diferencias ideológico-políticas. Fue así conmigo desde siempre, incluso cuando yo era un niño.

Esa etapa de enorme felicidad en mi vida, mi niñez, estuvo preñada de los espacios compartidos con mi padre. Yo lo acompañaba a los actos políticos del PDP, a los asados y partidos de truco en los tambos (mi viejo era el abogado de la Cooperativa de Tamberos –COTAR), pero esencialmente, a la cancha, a sufrir con Newell´s.

Mi padre fue un alto dirigente de la gloriosa lepra en su época menos gloriosa, más sufriente: el descenso de principios de los 60. Por él y con él recorrí casi todas las canchas del ascenso, junto con los jugadores de aquel histórico equipo: Gironacci, Ambrocich y Ponce; Bono, De Ciancio y Gianella; Eduardo, Solari, Diogo, Zucca y Conceicao.

Creo que de él heredé cierto “odio” hacia las selecciones argentinas (las consideraba representantes del centralismo porteño) y en especial,  a los equipos que encarnaban esa hegemonía en el fútbol (River, Boca, Racing, Independiente, etc.). Los “odiaba” mucho más que a Rosario Central, con cuyos directivos se sentaba a tomar café, e incluso tenía entrañables amigos canallas.

A mí se me había encarnado de tal manera ese odio antiporteño, que me peleaba a morir con mi tío, su hermano mayor, médico, llamado Efraín, fanático de aquel Independiente ganador de todo: Santoro, Navarro, Bernao, Ferreiro, Maldonado, Tarabini,  Pastoriza. Y más tarde Bochini, Bertoni, Marangoni, etc. Recuerdo que íbamos a ver y/o escuchar partidos en su casa de calle San Lorenzo, y este tío, por demás soberbio, me humillaba con aquel Independiente. Al crecer, y al cambiar la relación de fuerzas a favor de la lepra, podríamos habernos reconciliado. Pero surgió una grieta mucho más profunda: el primer volante que yo recibí al ingresar a la Facultad de Medicina de Rosario estaba entitulado: ¡FUERA ARMAS DE LA FACULTAD! Corría el año 1973, y mi tío Efraín era Secretario Académico de la última gestión universitaria, en el ocaso de la dictadura de Onganía, Lanusse y Levingston. Las facultades y colegios tomadas por el movimiento estudiantil tenían como una de sus consignas principales expulsar a los personeros de aquella dictadura.

 ¿Habrá jugado algún papel en mi posterior militancia una suerte de rebelión contra el carácter gorila de mis ancestros?

Mi tío sí era un gorila ortodoxo, visceralmente antiperonista. Mi padre era mucho más político, en clave liberal. Pregonaba un liberalismo casi fundamentalista. Por ejemplo, extremaba las virtudes de los judíos y los negros. Estaba enamorado de Brasil, no sólo futbolísticamente. De hecho, aquella delantera leprosa- brasileña, con la única excepción del indio Solari, fue el producto de su influencia en la Comisión Directiva.

Yo era el compañero incondicional para ir al río, a la pileta salada del country del Jockey Club, o a las cabalgatas, cuando íbamos de vacaciones a las sierras de Córdoba. En fin, donde hubiera deporte, juego y aire libre.

Pero aún compartiendo intensamente con él esos variados espacios, él mantenía cierta distancia. Quizás también porque yo siempre me escapaba, no recuerdo escenas de abrazos ni mucho menos de besos de su parte.

Ya en mi adolescencia, recuerdo un episodio que pinta de cuerpo entero cómo era nuestra relación. Yo cursaba el 5º año de la secundaria en el Superior de Comercio. Mi viejo era Profesor de Derecho Civil y Comercial. Muy querido por sus colegas y por los estudiantes. Salvando las distancias del tiempo histórico, una suerte de “Merlí” de aquella época. Como tenía casi todos los días primera hora, íbamos juntos a la escuela en su auto. Ya cerca del fin del cursado, le dije un par de cuadras antes de llegar:

-Papi, hoy no voy a entrar porque me voy a hacer la chupina.

El sonrió, me miró con malicia cómplice, y me dijo:

-¡Por fin! Creí que nunca te la ibas a hacer.

Ya mencioné su papel político durante la dictadura. Pero quiero destacar su papel paternal, afectivo, que sólo lo pudo jugar por ser también un militante político. Por comprender la realidad, incluida la de nuestro pequeño grupo llamado en esos tiempos Política Obrera. En un momento extremo de clandestinidad, cuando era tan difícil confiar seriamente en alguien, el domicilio que compartíamos con mi compañera Miriam sólo era conocido por dos personas: un enlace del Partido, y mi padre.

En lo últimos años de su vida nuestra relación comenzaba a ganar espacio: el hijo díscolo, la oveja negra, se había recibido y trabajaba de médico. Adoraba a Miriam, y más aún a su nieto Ricardo (mi hijo mayor). El menor, Román, apenas tenía meses cuando fue asesinado. En ese momento yo tenía 32 años. Este año voy a cumplir 64. Sin renegar de mi juventud, creo que estos 32 años que pasé sin mi viejo he crecido, madurado, y puedo afirmar que soy intensamente feliz. Pensando en él, creo que se alegraría de mi felicidad, y que incluso estaría orgulloso de mí. Creo que me consideraría un “buen heredero”. Es que la “HERENCIA” tiene para todos un papel determinante, de enorme influencia. No me refiero sólo ni fundamentalmente a la económica o a la genética (aunque también reconozco su importancia). Me refiero esencialmente a lo que podría llamar “herencia ética y cultural”. Así, en la medida que los años me ganan terreno,  siento que me parezco cada vez más a mi viejo: en los gestos, en la manera de hablar, en su paciencia, en su espíritu protector, en fin, creo que he heredado algo de su nobleza.

No puedo saber cuántos años más podríamos haber compartido. Cuántos años más él hubiera disfrutado de la vida que amaba tanto. Por eso siento que la principal injusticia está ahí, la principal pérdida está ahí: en lo tronchado, en lo amputado. En lo no vivido. Por eso quise revitalizar la figura de mi viejo. En cierto modo, aprovechar un nuevo aniversario de su muerte para reivindicar su vida. Como la calle que lleva su nombre, ahí abajo del edificio “Mirador” donde vivía, frente a las escalinatas del Parque España. Donde se hacen festivales, donde hay música y danza. Donde se recitan poemas y los chicos tienen su pista de skate. Un lugar tan lleno de vida, en las antinomias del silencio de los cementerios.

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 ANEXO nº 1 – Publicado en el diario La Capital de Rosario, del Lunes 18 de Diciembre de 2017

El ex agente de Inteligencia del II Cuerpo de Ejército durante la última dictadura Raúl Campilongo, sospechado de haber sido quien asesinó de dos balazos al diputado del PDP Mario Armas el 8 de febrero de 1986, deberá prestar declaración informativa esta semana. Pero la novedad más fuerte en la causa, revivida este año por el Juzgado de Instrucción Nº 11 a partir de testimonios que apuntan contra el ex espía, pasa por el allanamiento a su casa en Fisherton, medida que la Justicia concretó el martes pasado y gracias a la cual se secuestraron dos maletines con documentación de la época del homicidio. Según trascendió, Campilongo y su familia no opusieron ninguna resistencia al operativo.
El expediente por la misteriosa muerte del diputado Armas —tramitado primero por el juez Ernesto Pangia, luego por Carlos Alberto Triglia y ahora por Delia Paleari— siguió un derrotero curioso. Inicialmente se barajaron varias hipótesis sobre el móvil del asesinato, pero ninguno cuajó.
Se investigaron cuestiones ligadas a su actividad como abogado en el estudio que compartía con su hijo Mario Lisandro, a su rol como legislador e incluso a su vida privada. También se analizó la posibilidad de un intento de robo. Ninguna resultó en ese momento la punta del ovillo que permitiera esclarecer el crimen.
La familia tramitó como pudo ese dolor y con los años la investigación fue paralizándose por falta de pistas. Aun así, nunca se cerró. Y en enero último, una charla entre Mario Armas hijo y el diputado Carlos Del Frade funcionó como la chispa para que la causa se reactivara.
Según Armas, el diputado del Frente Social y Popular le dijo que otro abogado del fuero local, Fernando Mellado, había escuchado a Campilongo decir públicamente que él había sido el matador del legislador del PDP.
Como esa versión parecía un secreto a voces que no sólo Mellado había oído, apenas culminó la feria judicial Armas hijo pidió que la causa se reactivara. Y la jueza estuvo de acuerdo.
Así fue como comenzaron a desfilar por el juzgado varios testigos. Además de los propios Del Frade y Mellado, también declararon un ex gremialista aceitero y dirigente justicialista, Luis Ghezzi, quien confirmó que eso era lo que se decía sin rodeos en el ambiente político de entonces, e incluso otro abogado que declaró haber recibido varios tiros de Campilongo, Jorge Majul.
La sospecha es que Campilongo, que luego de la dictadura pasó a trabajar junto al abogado Héctor Cerrutti (apodado El Padrino por sus manejos non sanctos en el mundo la política, los gremios y el Poder Judicial, muy allegado al entonces gobernador José María Vernet) pudo haber recibido el encargo de sacar a Armas del medio.
No por casualidad, sino porque el diputado —un hombre reconocido como probo, íntegro, insobornable, respetado por sus pares en la Legislatura— integraba nada menos que las comisiones de Acuerdo de Magistrados y Asuntos Constitucionales.
Campilongo, además, fue referido por el condenado por delitos de lesa humanidad Eduardo «Tucu» Costanzo como integrante del grupo de tareas que en 1983 secuestró y luego asesinó a los militantes justicialistas Osvaldo Cambiaso y Eduardo Pereyra Rossi. Pese a ello, en esa causa fue beneficiado con un falta de mérito.
Documentos a peritaje
Ahora la Justicia vuelve a posar su mirada sobre el ex espía. Y aunque no está formalmente imputado por el homicidio de Armas, el allanamiento a su casa el martes pasado, donde se secuestraron dos viejos maletines con documentación de la época que ahora será peritada, sugiere por dónde avanza la búsqueda de la verdad.
De acuerdo a los testimonios y conjeturas de la propia familia, la hipótesis que más cuadra es la de un crimen político, perpetrado en el marco de la oscura trama en la que confluían el justicialismo en el gobierno de la época y activos resabios de la dictadura.
Según confirmó ayer Armas hijo, Campilongo fue citado nuevamente a declarar el jueves próximo. Una semana después del día en que se excusó para hacerlo.   

Anexo nº 2: Transcripción del artículo que me publicara el diario La Capital de Rosario en su edición del domingo 4 de febrero de 1996

Mi padre amaba la vida

La memoria de los muertos tiene siempre un significado histórico. Este puede ser privado, íntimo y, por lo tanto, absolutamente reservado a quienes compartimos con el recordado –en este caso mi padre, Mario Armas –una historia particular. No me referiré acá a esta memoria, porque no me parece pertinente que sea pública. Si quiero destacar, a manera de síntesis, que aún en los períodos de distanciamiento siempre nos sentimos unidos por un profundo lazo afectivo.

Ya desde el punto de vista del significado histórico de la vida política de mi padre, sí creo que corresponde aportar a manera de homenaje lo siguiente. Mario Armas fue un liberal progresista clásico. Admirador de Lisandro de la Torre, repetía una frase de su maestro: “La creación del hombre es un error fatal e irreparable de la naturaleza”. Desde mi punto de vista, aunque en momentos históricos diferentes, tanto Lisandro como mi padre expresaban en esa frase su escepticismo y su impotencia ante la descomposición de la sociedad, ante la inviabilidad de su pretendido desarrollo del progreso en el marco de la democracia burguesa parlamentaria.

Lisandro dejó de amar la vida: se suicidó. Mi padre amaba la vida: tuvo que ser asesinado. Quizás la diferencia estaba no en lo ideológico, sino en la compensación que supo encontrar Mario Armas en su vida privada, ante las frustraciones en la política.

Agnóstico, y algo simpatizante del anarquismo, siempre rechazó el marxismo. Justamente por eso (y por no ser un ateo militante) supo ceder en los momentos difíciles a la idea de Dios. Paradójicamente, fue por su influencia indirecta (fundamentalmente la obra de Lisandro de la Torre referida a sus polémicas con la Iglesia) que rompí en mi adolescencia con mi ferviente cristianismo. Puedo afirmar que pasó por mi padre y su progresismo liberal mi pasaporte al marxismo.

En el proceso de crisis interna del Partido Demócrata Progresista, cuando sus principales correligionarios y amigos se vieron favorecidos por la dictadura militar genocida con cargos políticos de importancia, mi viejo quedó exento de tales favores. Bien que tampoco criticó tal alineamiento, manteniéndose en el oficialismo del partido. Luego fue diputado provincial (cargo que ostentaba cuando fue asesinado) en las listas compartidas con esos funcionarios de la dictadura.

Pero sus saludables contradicciones llegaron en la época del proceso militar muchísimo más lejos. Mario Armas fue uno de los pocos abogados rosarinos defensores de presos políticos en los peores años 70 capaces de colocar su firma en los comprometedores pronunciamientos de los organismos de derechos humanos, y en fin (¡cuánta carga afectiva siento al recordarlo!) cómplice de su hijo trotskista en las necesarias y complicadas maniobras que exigía la construcción del partido revolucionario en esos años.

Si la vida misma es una permanente lucha de contrarios, no podrían dejar de serlo sus criaturas. Sin hacer apología de la contradicción, quiero expresar mi homenaje a mi padre en su integridad, en su enteretud, que es lo auténticamente sincero y real.

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