por Fernando Socar
El acuerdo que firmaron los partidos del oficialismo el 11 de agosto, viene a demostrar el mayor desprecio a la voluntad popular. Les están diciendo al país, que sea cual sea el resultado del 4 de septiembre, y aún si gana el apruebo, por cualquier margen porcentual, será el actual Congreso el que ‘mejorará’ el texto que el pueblo hubiere aprobado. Es decir, da lo mismo lo que el texto diga, será la clase política la que resolverá en definitiva. Pero demuestra algo más preocupante aún, que es la evidencia de que la élite política nuevamente toma en sus manos el proceso, sabiéndose cuestionados por la ciudadanía, pero asumiendo su rol controlador y tutelar de este nuevo escenario. Esto reafirma el frontal cuestionamiento que muchos hemos hecho a todo este proceso tramposo.
Ante esto, hagamos un poco de historia.
A fines de los ’80, mientras se vivían jornadas de protestas contra la dictadura, los partidos y movimientos de oposición daban una amplia discusión sobre si continuar con la lucha frontal o someterse al itinerario constitucional de la dictadura, que contemplaba un plebiscito el ’88 para consultar al pueblo si el régimen continuaba o se convocaba elecciones al año siguiente. Yo era un estudiante del final de la enseñanza básica, muy interesado en la contingencia y que participaba en las reuniones clandestinas de las juventudes y partidos políticos opositores. Mi tesis era la de radicalizar la lucha de pobladores, trabajadores y estudiantes para derribar la dictadura. Casi aislado, vi como mi postura fue derrotada en la discusión que desde las cúpulas santiaguinas bajó a las bases territoriales y luego volvió como mandato a los niveles regionales y nacionales. Al menos el ejercicio se hizo, aunque la decisión ya estaba tomada. Nos embarcamos entonces en la campaña donde el tirano fue derrotado un 5 de octubre épico. Pero ese triunfo electoral no fue fruto de la efervescencia de la campaña, ni mucho menos de un lápiz y un papel, sino que fue producto de la lucha acumulada de años, de resistencia, de muertes, de torturas, exilio y desapariciones. Luego vinieron las negociaciones para las reformas constitucionales de 1989 y la elección presidencial y parlamentaria que dio inicio a la transición. Fue un gran aprendizaje ese tiempo, pero también una espina clavada sobre un desenlace que pudo ser distinto.
La principal consigna de la calle durante octubre de 2019 era la crítica frontal a los 30 años de la transición…… a esa transición iniciada de esa forma que recordamos en el párrafo anterior. A muchos les pudo parecer injusta la crítica, desproporcionada, pero era coherente para quienes hicimos críticas desde el inicio en los 90, con un proceso paulatino de alejamiento de los partidos y del protagonismo político muchas veces negado. Lo del 18 de octubre era un reproche mayoritario al resultado de esos 30 años…al acomodo, al inmovilismo, a la desarticulación del tejido social, a las privatizaciones, a la impunidad, a las lógicas individualistas. Todo eso estalló para repudiar la consagración de un modelo abusivo.
Y ese reclamo se mantuvo claro mientras la revuelta se expresó en las calles hasta marzo de 2020, cuando se implementaron las medidas restrictivas a propósito del Covid-19. No obstante, a pocos días de octubre, específicamente la madrugada del 15 de noviembre, la élite política (Gobierno-Congreso), sobrepasada por el inédito movimiento popular y presionada por el poder empresarial, gestó un perfecto plan para desmovilizar al pueblo alzado, para recuperar el control de la situación y para encauzar una salida institucional a la crisis, que pudiera ser percibida como una señal de ganancia por parte de la ciudadanía, pero que les permitiera zafar del cuestionamiento y seguir protagonizando el proceso, porque la calle exigía la salida de Piñera y de la dirigencia política. Así firmaron transversalmente el acuerdo por la paz y la nueva constitución, de espaldas al pueblo movilizado, excluyendo a organizaciones de la sociedad civil y sobre decenas de muertos, cientos de mutilados, una enorme cantidad de presos, algunos en esa situación hasta el día de hoy, en total abandono, incluso percibidos como una molestia para muchos fanatizados con el actual proceso.
Así nació este proceso que repudiamos muchos desde el mismo día, donde el tiempo se ha encargado de entregar certezas al respecto. Por eso denominamos esta propuesta constitucional como la constitución Piñera-Boric, porque fue producto de un burdo pacto desmovilizador, el segundo engaño y traición al pueblo desde el término de la dictadura. Y por eso este proceso y la propuesta que surge de él la consideramos ilegítima en origen.
Lo que debieron, por dignidad, hacer los dirigentes políticos y parlamentarios era ponerse al servicio del pueblo movilizado, iniciando en los hechos un proceso constituyente desde la base comunal, como ya se habían comenzado a autoconvocar en territorios y organizaciones, lo que también atemorizó al sistema político. Haber dado un paso al lado y dejar que el pueblo desbordara los territorios congregando discusión, propuestas y eligiendo representación para instancias provinciales y regionales, con el fin de llegar a una Asamblea Constituyente soberana y sin límites ni tutelas. Pero eso jamás iba a pasar porque al pueblo se le teme. Se le considera solamente para entusiasmarlo y convocarlo a emitir un voto entre opciones acotadas cada cierto tiempo.
Un contrasentido insólito, es que con las reformas aprobadas este mismo mes, la Constitución Pinochet-Lagos ha quedado con mayor facilidad de reforma que la de Piñera-Boric, que será plebiscitada el 4 de septiembre.
Otro contrasentido es que los partidarios del apruebo, están usando los mismos chantajes que usaba la concertación en los años ’90. ¿Eso no les hace un mínimo de sentido?
El absurdo argumento de que si no se apoya el apruebo, se valida la constitución de Pinochet-Lagos no se sostiene. Esa constitución está moral, social y políticamente derogada, no solo por el plebiscito de entrada de este proceso, por ese 80% del 50% de los chilenos, sino por el levantamiento popular del 18 de octubre. Además, el propio Presidente Boric, ha sido clarísimo en señalar que de ganar el Rechazo, se inicia rápidamente un nuevo proceso de elección de convencionales………Por todo eso, la constitución de Pinochet-Lagos está terminada. Mienten entonces y aplican campaña del terror quienes señalan que no votar apruebo es ratificar la actual.
¿Porqué nadie habla ahora de Asamblea Constituyente? No es menor y es muy simbólico y decidor, que todos los que hablan de nuevo proceso, en el caso que gane el rechazo, para ‘mejorar’ y dar garantías y seguridades a los indecisos que ven en este un proceso amañado, sin la limpieza que se quisiera, hablan de “nueva convención”, de “otra convención”…….. Incluso el propio Presidente y muchos parlamentarios dicen que no sería necesario consultar nuevamente a la ciudadanía……. Que hay que ir directo a nueva convención………Eso es volver a negar, ya sería por tercera vez, que el pueblo construyera una asamblea constituyente, así de verdad, sin tutelas ni limitaciones.
Otro elemento que se está evidenciando y que pareciera que nadie dimensiona, como el efecto de la rana en la olla con agua fría que poco a poco va subiendo la temperatura hasta hervir, sin darse cuenta, es que la segunda parte del pacto noviembrista es devolver el poder al Congreso. Pero ni siquiera al futuro Congreso de Diputadas y Diputados que consagra el nuevo texto, sino que al actual. Con total soberbia y como si no hubiese existido un 18 de octubre, la misma clase política cuestionada y deslegitimada, a vista y paciencia de todos se ha encargado de asegurar que el poder disputado en la revuelta, vuelva a sus manos.
Todos los ‘acuerdos’ supuestamente altruistas, garantizadores de que todos van a concurrir a mejorar “lo que haya que mejorar”, son los mecanismos para tomar por si mismos la manija constituyente y hacer las reformas que ‘corrijan’ lo que escribieron por mandato los convencionales o lo que el pueblo mayoritariamente haya decidido. El problema mayor, es que se ha ido consolidando un sustento sociopolítico que todo lo perdona, que justifica a todo evento a quienes hoy se están convirtiendo en los traidores de ayer. Que acallan y pulverizan toda crítica legítima y las advertencias de pérdida de rumbo. Ese absolutismo de nueva generación, que le importa ganar como sea la elección siguiente o el hito generacional, dejando caer banderas y reivindicaciones populares que sostienen la identidad de la lucha contra el capital y el neoliberalismo, más que impulsar las transformaciones radicales que recuperen la soberanía y la dignidad usurpadas históricamente.
Lo lamentable es que ese efecto de la rana solamente lo viven los partidarios electores, incluso quienes pertenecen a círculos reflexivos, pero los que mueven los hilos, los que detentan el poder y los que concurren con sus esfuerzos para asegurar mantener ese control sobre el ejercicio soberano del pueblo, están plenamente conscientes de ello. Es más, han hecho un manifiesto de voluntad planificada para pactar con los sectores que defienden los intereses de los poderosos, en desmedro de quienes dicen representar. Esa grotesca operación, le costará nuevas frustraciones al pueblo. Por eso como hemos sido majaderos en escribirlo, la esperanza está en las nuevas generaciones de estudiantes secundarios, de trabajadores hastiados y de rebeldes pobladores, que permitan en un tiempo más, ojalá dentro de esta misma década, generar las condiciones para que Chile se pueda remecer de una vez y se superen las imposiciones y yugos de este modelo político empresarial.
El pueblo les demandará el nuevo acomodo, la nueva traición. Como muchos, nos quedamos entonces con la frente en alto y la firme convicción denunciando estos entramados, al margen de la historia…..oficial.