por Juan García Brun
Este año se cumplen 40 años de «Clics Modernos», el trabajo más importante de Charly García y el de mayor trascendencia en el rock en castellano. En la época hay trabajos coetáneos sublimes y conceptuales como «Alturas de Machu Picchu» de Los Jaivas, «Bajo Belgrano» de Spinetta Jade o bien combativos como «La voz de los 80» de Los Prisioneros. Sin embargo, es el trabajo de García —volando igualmente a gran altura— el que ha terminado por definir el canon del género.
La trascendencia de este disco está determinada tanto por un cambio tecnológico como político.
LA PARTE CLICS:
En tanto sonoridad, el rasgo más distintivo del rock de la época resulta definido por sintetizadores, máquinas de percusión, y el sistema de efectos. Este salto técnico iniciado a finales de los 70, se masifica en los primeros años de los 80 y lo podemos reconocer con solo prestar atención a la estridencia de la caja en la batería y en el reverb de la voz.
De todo ese espacio sonoro, «Clics Modernos» es la expresión más elevada. El disco fue grabado en el legendario estudio de Jimmy Hendrix, Electric Lady, producido por Charly García y con Joe Blaney como ingeniero de sonido. Pedro Aznar en bajo es la única conexión con lo que venía haciendo. Un guitarrista de jazz como Larry Clarton y Casey Scheverrell en batería. Un sampler de James Brown (Estoy verde) y la Roland TR-808.
El resultado de esta labor enorme es que el disco sigue sonando contemporáneo, fresco y rupturista aún hoy. En inglés el único disco que se le acerca —en innovación y coraje— es McCartney II, pero el trabajo del beatle ni por lejos se le acerca en su poesía.
LA PARTE MODERNA:
«Dinosaurios» modela el mensaje del disco: un piano desbocado, la voz desgarrada de Charly llamando a los desaparecidos y amenazando al poder son soberbia, con la seguridad de que «los dinosaurios van a desaparecer». El mensaje va mucho más allá de la miserable transición argentina y de la pantomima de los juicios a la Junta Militar, en «Dinosaurios» García se pone de pie contra el régimen, un régimen condenado a desaparecer de la faz de la tierra.
Sin embargo, el tema no abre el disco, por el contrario va en el segundo lugar del lado B, escondido tras un tema bailable como «Estoy verde». Este juego de espejos está presente en toda la poesía de disco la que transita entre el éxtasis y la melancolía.
En «Nos siguen pegando abajo» el ambiente es un club (Argentina), un club sin luz, con un farol azul (no albiceleste) en la puerta de salida en donde quienes le dan la paliza a Charly son observados por él «desde el piso los pude ver locos de placer alejándose».
Cada tema va articulando estas ideas especulares y las entorna hacia una reflexión final, un final inminente y necesario. Lo bailable, lo festivo se sumerge una y otra vez en la desazón de quien se descubre en un nuevo mundo de farsa.
El fin de la Dictadura Militar —la de los 30.000 desaparecidos— sirve como la sombra inevitable que rodea la parodia democrática de la ominosa transición que comenzara con Alfonsín y la impunidad.
NO SOY UN EXTRAÑO
En lo personal «No soy un extraño» y «Ojos de video tape» no son solo lo mejor del disco, son adicionalmente el manifiesto político de García. En estos temas pasionales, eléctricos y desesperanzados Charly se lanza sobre la amargura que nos es tan natural a los del Cono Sur, probablemente la más intensa amargura de toda América Latina.
En «Ojos» nos recuerda que siempre «es mejor mirar a la pared». Aunque en «No soy un extraño» explicita amenazante que está dispuesto a cualquier cosa, que sabe que esta ciudad «no es como en los diarios» y que está dispuesto a bailar «un tango de verdad». Imposta inseguridad y ambigüedad, mismas que le permitieron atravesar por el territorio minado del horror dictatorial. Aquí Charly se nos presenta como Diógenes con su farol y a la intemperie.
Compré el casette de «Clics Modernos» en diciembre de 1983. Las palmas acompasadas de la Roland TR-808 me parecieron de otra dimensión. En la dimensión paralela argentina ya la Dictadura había terminado y me hablaba alguien que acababa de llegar a la otra orilla. Desde ese lado me avisaban —como en esa memorable escena de Tiburón— que «necesitamos un barco más grande».