Poco a poco el silencio se ha ido imponiendo, después de recibir la noticia… una sombra espesa avanza desde el fondo de la habitación hasta quedarse prendida en el azul marino del pasamontañas. René había llegado a media mañana del 14 de septiembre con la intención de saludar el cumpleaños y de buscar un refugio seguro. Desde el once, el tiempo cobró un tranco frenético y estrecho, como si las llamas del fuego hubieran penetrado las rendijas del viento. Uno a uno, los combatientes de Neltume se dispersaron y bajaron a las riberas silenciosas de la ciudad ; se fueron despidiendo con ese fulgor deslavado y trágico en los ojos, producto del cansancio, del temor y la desesperanza.
Lo recibimos con un abrazo largo y triangulado, como nos gustaba tontear cuando nos encontrábamos los tres en los pasillos de la Facultad o después de los conciertos de la Orquesta de Cámara .Todavía podíamos sentir las frases luminosas de Vivaldi y la mirada sobria del Maestro Cullel. Ahora era distinto: zapatos embarrados, barba crecida y pantalones gastados. Un pasamontañas oscuro y lleno del frío neblinoso de los bosques y un bolsón de cuero liviano con las Memorias del General Zukov. Todo esto debe quedar aquí, dijo René. El terno azul le quedaba de maravillas. Camisa blanca y corbata. Bien afeitado y el pelo recortado con la máquina experta de casa. Revivió, por un momento, el normalista de la foto de Licenciatura o el músico de primer violín de la universidad.
Lo quedamos mirando atónitos cuando nos dijo que se iba a entregar. Que había escuchado en la radio el mensaje del General Bravo: los jóvenes miristas, idealistas y extraviados, recibirían un juicio justo y, luego de algunas semanas, quedarían en libertad. Esa noche, después de que fuera al centro a sondear el ambiente, discutimos hasta el cansancio acerca de la credulidad insensata. Le dijimos que podría irse a Bariloche y empezar una nueva vida. Nos informó que se iba a otra casa refugio. Nos despedimos con el corazón estragado por el cansancio de tantos años de lucha y de convicción.
La noticia decía que el 4 de octubre fueron fusilados en el campo de Llancahue once peligrosos miristas acusados de haber asaltado el cuartel de Neltume.
Las balas del Ejército de Chile ingresaron en la piel de un joven que vino desde las verdes colinas de Dalcahue, portando su maleta con todo el atuendo de reglamento que indicaba el internado de la Escuela Normal y que, a Coche María, le costaron jornadas de acarreo desde las lanchas en el muelle. Las balas del Ejército de Chile siguieron por la carne vigorosa y vigilante de un violinista que pasó tardes enteras estudiando en el Conservatorio el Dancla superior, en las doradas salas de esa casa del sonido y del silencio. Las balas del ejército de Chile llegaron al cerebro y el corazón de un padre de dos hijos pequeños y de un amigo que enfrentó la vida por una vida para todos. Quince años antes, habíamos ido a pie, por la larga calle Picarte, por primera vez, a conocer el río, en el muelle.
Cada atardecer de invierno sentimos sus pasos y su silbido de la Serenata Nocturna cuando pasaba frente a la casa en camino a su pensión. Cada vez que llega la primavera de septiembre quisiéramos abrazarlo con el terno azul o su pasamontañas, por siempre jamás.
“ Todo esto debe quedar aquí” dijo René.
[Este relato fue premiado con el Primer Lugar en el Concurso de Relatos 2023, Historia en Los Ríos: Relatos de Memoria, noviembre de 2023. La imagen de portada corresponde a René Barrientos —a la izquierda— y el autor]