Mayol humilla a Boric: el ángel Gabriel, el ácido bórico y la banalidad del bien

El ángel Gabriel ha generado una importante ola de comentarios porque anunció el fin del doble estándar y la necesidad imperiosa de condenar todo lo malo y felicitar todo lo bueno. Sus sabias palabras han sido aplaudidas por un amplio espectro, que va desde los representantes de la CIA, los amigos de la CIA y los temerosos de la CIA. El ángel además mantiene intacta su capacidad profética. Dijo: “hay algunos que a cualquiera que plantee estas reflexiones inmediatamente lo llenarán de epítetos y descalificativos”. Por cierto, el ángel Gabriel aprovecha de inventar una nueva categoría gramatical, el adjetivo descalificativo. Y es que así es el ángel, creativo como nadie.

Lo cierto es que el ángel Gabriel, a nuestro modesto juicio, ha creado en su texto recientemente citado algo aún más importante que una nueva categoría gramatical. Ha creado la ‘banalidad del bien’. O mejor dicho, ha hecho que el viejo aserto de querer la paz mundial, adorar lo bueno sobre lo malo, pase de la boca de las candidatas a Miss Universo a la política que definirá la historia de la humanidad. Hasta ahora conocíamos la banalidad del mal. Veamos la magnitud de la creación del ángel.

 Hannah Arendt escribió en 1963 un libro sobre Adolf Eichmann y específicamente sobre su juicio (ocurrido en 1961). El motivo del juicio es que, junto a los grandes jerarcas nazis, Eichmann estaba a cargo de lo que se llamaba la ‘solución final’, fórmula que refiere al exterminio de millones de judíos. Arendt va al juicio y estudia al personaje. Eichmann la sorprende. Él no portaba una historia de antisemitismo, no tenía antecedentes de odio político, carecía de cualquier rasgo o antecedente de problemas psicológicos. No había en Eichmann signos de crueldad o perversión. ¿Cómo pudo trabajar en la mayor maquinaria de la muerte jamás creada? Solo actuó por el deseo de ascender en su carrera profesional. Era un simple burócrata que cumplía órdenes sin reflexionar sobre sus consecuencias. Hannah Arendt llamó a esto la banalidad del mal.

Pero el ángel Gabriel, en su aparición posmoderna milennial, nos ha mostrado esta nueva faceta que es la banalidad del bien. No decir nada que suene a violencia, no tener que dar un apoyo que genere malos pensamientos, es parte de esta banalidad. Ser rebelde en el vestuario, intenso en las palabras, moderado en los conceptos, austero en los apoyos, cuidadoso del futuro. Todo pensando en surgir, en mejorar la carrera. El ángel Gabriel desea ser bueno y ante todo desea dejar de ser uno más de los principales ángeles, ya lo que quiere es ser el arcángel, esto es, ser el ángel principal, el ángel Presidente sin corbata, un rebelde en la medida de lo posible. Si para eso puede decir algo que no sea nada, algo que cumpla el clásico rol del ácido bórico de ser conservante, pues bien, que así sea.

Por eso el ángel puede decir que una cosa es mala (Venezuela) y también su opuesta es igual de mala (el bloqueo a Venezuela). Por eso puede decir que todo lo condenable sea condenado y que todo lo felicitable sea felicitado. Y así el ángel Gabriel forja su nuevo pacto, con el judaísmo, con el cristianismo, con el islamismo. El ángel busca su ascenso. Y ha buscado una forma misteriosa: el ácido bórico. Gabriel, Boric Acid, decide ser dulce. Su radicalidad seguirá siendo un mohicano en el pelo, la ausencia de la corbata, pero no la incomodidad de defender lo indefendible. Porque el ángel Gabriel no quiere chocar con el Imperio. Que eso lo hagan los profetas, es demasiado el riesgo. Mejor ser un ángel con promesa de arcángel.

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