La palabra ausente, ideología, opresión y lenguaje: «Matar la palabra es matar hombres»

por Italo Nocetti

Ya Marcuse reflexionaba sobre el carácter opresivo del lenguaje cotidiano en las sociedades industriales avanzadas, describía el fenómeno como el cierre del universo del lenguaje. Fenómeno que permitía que el uso previamente regulado de la palabra por las instituciones, cumpliese la función cerrar las vías a su libre por medio de recursos aparentemente anodinos como la sintaxis. Captada la palabra en una túnica de Neso, convertida la forma opresiva del lenguaje en forma de expresión de uso corriente, cierra el diálogo, ahoga el sentido crítico, cubre con mera retórica aspectos problemáticos de la realidad. 

Hoy no hemos superado esa instancia de cultura opresiva, nombrar la pobreza como pobreza cae en desuso, se reemplaza por la expresión neutra “vulnerable”. La palabra “naturalizar” se refiere a hacer aceptable, considerar algo como evidente por sí mismo. No obstante, ni la palabra “vulnerable”, ni “naturalizar” tienen el significado atribuido, basta con consultar el diccionario de la RAE o el diccionario que tenemos todos en nuestra cabeza. Los ejemplos abundan, “persona en situación de calle” por mendigo, “persona de color”, “afroamericano” por negro, “pareja” por amante, “amiga/ amigo” por amante ocasional, “complejo” por problemático, crítico, “territorio” por barrio o población. Estas palabras de origen variado, desde la tecnocracia estatal al mundo de la vida de todos los días, tienen como fin atenuar el sentido, evitar el conflicto. También se borran las clases sociales del lenguaje al reemplazar burguesía por “elites”. Se impone imperceptiblemente un nuevo lenguaje, una nueva escala de valores, una nueva ideología en la cual se esquivan los compromisos éticos, las responsabilidades políticas; se elude nombrar el conflicto, pretendiendo que al no nombrarlo desaparece. Con ello desaparecen ideológicamente los pobres, los mendigos, las poblaciones y los barrios, los burgueses y los negros, incluso la mercancía de lujo desaparece como “artículos de alta gama”. Bajo ello está la estrategia del poder suave, el soft power, que no es menos opresivo que el otro y que opera como una nueva moralidad. ¡Ay, del que no esté de acuerdo! 

Todo este desaparecimiento no es inocuo, debe retornar bajo formas perversas de concebir la vida, va a reaparecer mientras el problema no sea superado. Y lo oculto es una aguda crisis social, institucional, política, ecológica, biológica, bélica; que lleva a la muerte a la ideología dominante desde hace mucho tiempo. El sujeto de esa crisis se engañó difuminando del sentido, convirtió al mundo en humos de colores, es un sujeto confundido por sus propias palabras que fueron su refugio frente a la materialidad incontrarrestable de la realidad. Un sujeto construido en la ausencia de la palabra plena, termina por creer que la realidad es solo una construcción semiótica, “el lenguaje construye realidad”; lo cual es verdad; la falsedad de su proposición radica en que la realidad también se constituye de materialidad y determinaciones histórico-sociales. Tal reducción es funcional solo a este sujeto sumiso que no se entiende a sí mismo como una tensión entre su ser singular y ser social; sino que tristemente, miserablemente, siempre se entiende como individuo. Preso en un lenguaje opresivo se anihila por decisión propia, siguiendo la orden del día de ser siempre individuo, incluso en la masa sumisa solo compuesta de mónadas. Su falsa pretensión, ser siempre una individualidad, marca su diferencia dentro del adocenamiento y aburrida uniformidad, convencido de que la rebelión es imposible y solo el conformismo fecundo.

Cuando una ideología fenece siempre otra la reemplaza y crea un diccionario nuevo, esos términos también mueren y viene otra ideología. Hoy ese diccionario nuevo para enfrentar una época de instituciones en estado de excepción, es un diccionario anómalo. Nunca antes hubo tal dirigismo del discurso en las sociedades modernas, así dichas democráticas. El nuevo léxico parece copiado de las aulas de escuelas de ciencias sociales, lingüística y literatura, pero sin la precisión del concepto, sino que son mutaciones de conceptos en ideas. Las atenuaciones de los significados traen consigo el vaciamiento de sus contenidos de verdad. Emerge el perspectivismo, no hay una verdad, sino que cada sujeto singular posee su verdad, por lo que la verdad misma ya no es una palabra que se comparte y se recibe como un dato incuestionable y evidente por sí mismo; más bien todo puede ser relativizado, todo acaece en la subjetividad de un individuo soberano, cuya palabra es la manifestación de su voluntad de poder. Con ello se empobrece el aspecto social de los nombres, el hecho de que cuando hablamos nos referimos a algo que otro puede percibir y entender. Esta ideología aparece como la destrucción de los nombres, el sujeto queda preso en la opresión del lenguaje del sentido común.

A semejante sujeto no se le puede pedir lealtad alguna, ni ausencia de contradicción. Se puede tener una perspectiva en la mañana y en la tarde otra. El sujeto débil se hace casi transparente, pues no es agente de nada, hecho para todo aquello que lo ayude a mantenerse a salvo en su solitario rincón. En su fragilidad puede contradecirse, cambiar de identidad, proclamarse de izquierda y actuar como derechista. Tampoco posee el anclaje necesario para dolorosa tarea de dar cuenta de la realidad, cree que la realdad está constituida por la palabra vacía, por narrativas. Este sujeto no tiene convicciones, tampoco una imagen de fortaleza interior necesaria para luchar contra lo injusto como injusto; para ver más allá de las apariencias, asunto que requiere valentía y arrojo. La palabra vacía en la actualidad, hay que señalarlo, es la continuación del lenguaje del opresor.    

Esta ideología y su sujeto evanescente, este vaciamiento de la palabra, esta impotencia de la palabra vacía configura el nuevo orden Occidental. El lenguaje de la burguesía apátrida refugiada dentro de un estado de instituciones colapsadas, forma parte de una política de avasallamiento, de gatopardismo, de auto-represión y opresión perversa. Nada más perverso que aniquilar los nombres, sustituirlos por la palabra vacía. Matar la palabra es matar hombres.

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