Entrevista a Enrique Lafourcade, 25 años después

por Sergio Marras

Recuerdo haberlo ubicado desde el teléfono público de una botillería, cuando no había celulares y Chile tenía muy pocos teléfonos fijos. Me contestó extrañado. ¿por qué quería conversar con alguien a quien se le identificaba con el régimen? «Sospechosa la cuestión». «Bueno, se cumplen veinticinco años de su antología de la generación del 50, generación que usted inventó.¿No le parece suficiente? Además, yo no lo identifico con el régimen. Usted me parece más bien inclasificable» «Pero, ¿qué tiene que ver la revista BRAVO con literatura?» «Más de lo que parece». Silencio. «Bueno ya, pero no joda demasiado».

Esto fue lo que conversamos y se publicó en la Revista BRAVO, en agosto de 1979, hace ya 43 años:

En 1979, cuando la producción literaria chilena es escasa, se cumplen veinticinco años de la aparición formal de la llamada ” Generación del 50″. Aparición formal, porque la imprenta supo por primera vez de este grupo en 1954, con la aparición de la Antología del Nuevo Cuento Chileno, hecha por Enrique Lafourcade.
Esta generación, homogénea tan sólo por la edad de sus miembros, devino en una mezcla infernal de estilos, ideologías y vocaciones. Algunos fueron escritores “para siempre”: Donoso, Edwards, Blanco, Heiremans. Otros se destacaron en otras artes, como Eugenio Guzmán y Margarita Aguirre en teatro, o Alejandro Jodorowsky en el cine-literatura-happening internacional. La mayoría no llegó a ninguna parte. Unos simplemente se convirtieron en vagabundos universales; de otros nunca más se supo, se les perdió el escritor que llevaban dentro.Generación rebelde que nunca se rebeló, movimiento que nunca se movilizó. De él salieron unas pocas brillantes individualidades y muchos profundos estancamientos.Es interesante conversar hoy con su inventor, Enrique Lafourcade —quien acaba de reeditar su novela Palomita Blanca—, para que, con la perspectiva del tiempo, nos hable sobre la tal «Generación» y sobre sí mismo… veinticinco años después.

—En 1979 se cumplen veinticinco años de la aparición de su «Antología del Nuevo Cuento Chileno», donde usted virtualmente creó la llamada «Generación del 50». De sus miembros, varios se consagraron internacionalmente: Donoso, Edwards, Blanco, Heiremens, Lihn. Mirando ahora en perspectiva, ¿cree que realmente conforman una generación literaria?

— “Qué fue de tanto varón como trujieron…»

¿Qué fue de Giaconi y de Müller, que eran los que más prometían?

—»Fueron sino devaneos. ¿Qué fueron sino cenizas de las eras?» En prosa, intentando un borrador de respuesta, ya dicha en otros lugares: la Generación del 50 es hoy una ficción cronológica válida para simplificar didácticamente los panoramas de la literatura chilena.

—Pero, ¿algunos se salvaron?

Los que se salvaron lo hicieron —no hay otra salvación en literatura y, sin duda, en la propia vida— en tanto individuos, debido a que llegaron a ser, con sus obras, seres intransferibles, singulares, impares.

—¿Hubo algunos inspiradores de esa generación?

—Es difícil precisar este ahora borroso tiempo. Nos unió entonces el rechazo a ciertos mitos. Diez, doce embriones de seres humanos que queríamos ser poetas, novelistas, cuentistas, ensayistas, filósofos. La edad era semejante. Es lo que. llamé alguna vez la «Cultura del Forestal».

—¿Quiénes la componían?

—Girábamos en torno a un sistema solar con luces prestadas. El pintor Roberto Humeres era el gran gurú, y como swamis-ayudantes: Luis Oyarzún y Eduardo Molina Ventura. Ocasionalmente, Nicanor Parra, Eduardo Anguita. Este grupo, que se congregaba debajo de un tilo, y luego seguía toda la tarde y a veces la noche entera caminando bajo los árboles, o por tabernas y bebederos de mala muerte, atraía a algunos.

—¿A quiénes?

—Recuerdo a Jodorowsky, a Armando Cassigoli, yo mismo, que estudiábamos filosofía; a Jorge Edwards, Mario Espinoza, y Alberto Rubio, estudiantes de derecho; a José Donoso , de inglés (aunque muy excepcionalmente ya que éste más bien giraba en la órbita de las viejas exquisitas); a Enrique Lihn, que estudiaba pintura; a Luis Alberto Heiremans, medicina; otros, «estudiantes de la vida» , como Claudio Giaconi, Herbert Müller, Pablo García…

—¿Tuvo en ustedes alguna influencia el Frente Popular del 38?

—Ninguna. Yo tenía once años. A esa edad me interesaba el fútbol, el «Tesoro de la Juventud» y «El Peneca» Pero no olvidemos que los radicales estuvieron en el poder por muchos años, Radicalismo, Guerra Civil Española, exiliados republicanos en Chile (aprendimos a cantar las canciones republicanas en casa de Santiago del Campo), Pablo Neruda y su «España en el Corazón’ aunque con la Unión Soviética en la cabeza, universidades iluminadas «por dentro»; la Segunda Guerra Mundial; el poder creciente de la masonería; el influjo de las compañías norteamericanas (léase cobre); rapiñas de los diversos regímenes, cada seis años, y de nuevo la lucha por el poder a cualquier precio, desde luego, al precio del hambre del pueblo, que los llevaba borreguilmente a este poder; políticos corruptos, sin ideas, pactando con Dios y el Diablo para ir en la lista; el esplendor de una putrefacción moral e intelectual donde las ideologías se fabricaban acomodándolas a los intereses de los socios, entre patitas de chancho y botellones de vino tinto, y casas de remolienda y tráfico de divisas, y contrabandos de carne. Todo eso, 1938, 39, 40, Don Tinto, el terremoto de Chillán hasta el otro, ese de la bomba atómica en 1945.

—¡¿Todo eso influyó?!

—¡Sin duda alguna! Con la bomba atómica, cuyos humos radiactivos tardaron años en llegar, el ser humano retrocedía siglos, éticamente hablando, hacía trizas las tablas de la ley; además, el exterminio de seis, de diez millones de judíos en las cámaras de gases, todo esto lo fuimos sabiendo lentamente, a los dieciocho, a los veinte años… Ese fue nuestro humus, más que el Frente Popular, una «summa» , donde estaba lo nacional y lo que pasaba afuera. La Generación del 50 sale a la calle media chamuscada, como salvados de un incendio…

—Usted define a esa generación como individualista, hermética, tumultuosa, para élites, aislada, antirrevolucionaria, que no escribe para combatir, negar o afirmar algo de orden social o histórico, ¿cree que hoy día esos valores siguen siendo válidos para un escritor?

—¿Yo afirmé eso? i Qué barbaridad ! i Las cosas que uno se atreve a escribir! No habíamos publicado casi nada. Presento mis excusas.

—Tengo entendido que el grupo de escritores del que estamos hablando, en su juventud, fue catalogado como difícil, rebelde. Su literatura era clasificada como «de ruptura». ¿De alguna manera estaban influenciados por los beatniks y los llamados «jóvenes iracundos»? ¿Cree qué esa línea ha sido mantenida por los principales representantes de la generación?

—Coincidimos con el grupo «beatnik» de San Francisco. Pero sus obras llegaron mucho después. Recién cuando Allen Ginsberg visita Chile, empezamos a familiarizarnos con su poesía (año 60, me parece), y con los trabajos de Jack Kerouac y de Lawrence Ferlinghetti. Con este último estuve varias veces en California. Los «angry young men» apenas sí los conocimos. Recuerdo a Jorge Edwards hablándonos de John Osborne y compañía.

—¿Qué tipo de rebeldía era entonces la de ustedes?

—Menos anecdótica, aunque hubo historias. Habíamos descubierto a Kafka, al Joyce del Artista Adolescente, a Thomas Wolfe, a Rilke y a Proust, al T.S. Elliot de La Tierra Baldía y al Paul Valéry de El Cementerio Marino, Era la rebeldía de Sexo y Carácter de Otto Weininger, la de Bach y Beethoven y Brahms y Mahler, la de Virginia Woolf, y la de Rimbaud, sobre todo Rimbaud, y la de Apollinaire, y vea, estaban los surrealistas… ¡Mucho nos identificamos con ellos y empezaba Camus…! iAh, Camus! La Difícil Juventud de Claudio Giaconi, nuestra juventud, fue un temporal interior, aunque por fuera también nos empapamos… No queríamos ni estudios regulares, ni ascender en la vida, ni entrar en los partidos políticos (de hecho, en la generación del 50, entre sus sobrevivientes, hay poquísimos militantes), ni casarnos, ni… Pero la vida, es decir, la sucesión de los días, es una gran amansadora… , y hoy esos potrillos son unos melancólicos jamelgos.

—En esa época ser relacionó bastante con Alejando Jodorowsky, el creador del teatro y cine pánico. ¿Qué hicieron juntos? ¿Qué relación tuvieron?

—Somos muy amigos. Recuerdo haberlo incitado para que se fuera de Chile. El » Taller» que tenía en la calle Villavicencio era un poco el hogar de la Generación del 50. Estuve con Alejandro durante todo 1955, en París, viéndonos a diario. Luego, en México, varias veces. Igual Lihn y Edwards han pasado largas temporadas con él en distintos sitios. Sigue perteneciendo a nuestro «clima espiritual», si así pudiéramos llamarlo.

—¿Cuál es la función del escritor en este mundo de 1979?

—Supongo que la misma que ha tenido en todas las edades: intentar entender, a través de la escritura, su vida y el absurdo del mundo en que ésta transcurre. Una guisa esencialmente metafísica, me parece.

—¿Para quién escribe Enrique Lafourcade?

—Para algunos viejos amigos.

—¿Qué espera de sus lectores?

—Que no tiren mi libro lejos, en la mitad, soltando una maldición.

—¿Cómo persona y escritor. ¿Qué defectos le atormentan? ¿Qué virtudes lo hacen apreciarse?

—Escribo para pedir perdón. Esto parece un chiste, pero es cierto. Los demonios (y los tormentos) crecen. «La memoire qui ne pardonne pas» . Breton, Variaciones.

—¿Cómo puede un escritor compatibilizar su función crítica con el apoyo de un régimen determinado?

—Es el conflicto de todo intelectual válido. La «distancia» le es indispensable si quiere ver. ¿Tendrá el valor de mantenerse como un «independiente» cuando toda una sociedad le exige que se comprometa con algún tipo de militancia política? Por ejemplo, el fetichismo actual -magníficamente denunciado por Octavio Paz que parece obligar a los intelectuales a que se identifiquen con el marxismo, asegurando algo así como que no se puede ser un escritor inteligente y éticamente digno si no se está afiliado con alguna de las variedades de las utopías marxistas…

—¿Usted está en desacuerdo?

—Por supuesto. Me parece, como tantas cosas, una simplificación destinada a amedrentar a los jóvenes talentos. ¿Por qué tengo yo que estar necesariamente con la Revolución Cubana? ¿O con los cambios sucesivos del catecismo («reseco y dogmático», como lo llama Sábato) que viene de «Moscú, la chocha»? ¿Por qué tengo que llorar -sin golpearme el pecho— con el recuerdo de un Allende cristalizado y con su Itálica Famosa?

—¿No fue allendista?

—iNo lo fui! Por salubridad intelectual y moral, no fui arrastrado por la ola. Por segunda vez la izquierda perdió su oportunidad. Una izquierda corrompida hasta la médula, como era la que había en Chile, que venía de querellas y acusaciones mutuas y permanente de traición, entre comunistas y socialistas y radicales, y Mires y Mapus e Izquierdas Cristianas, disputándose los liderazgos a dentelladas, como si el derecho de representar al «pueblo» fuera una longaniza de Chillán… todo eso era doloroso de ver. Una izquierda, además, sin preparación intelectual alguna, mecanizada estúpidamente en media docena de eslogans bobos, como el de «proceso irreversible», que repitieron hasta el hartazgo. Es todo triste de contar. Por decoro, un hombre intelectual no podía andar metido con esos energúmenos.

—¿Significa, entonces, que…?

—iNo! iNo significa lo que usted piensa! iNo estoy ni en cuerpo ni en alma entregado al actual régimen! Soy otra vez ¡un observador crítico! Lo peor que puede haber. Jamás obtendré ventaja alguna, lo que es ya una ventaja, ¿no cree?

—Existe un estancamiento en el desarrollo de la cultura chilena…

—Lo que me parece más inquietante es el problema de las universidades. Faltan «maestros». Sobran «decanos» y «vice-rectores» y «rectores delegados» y otros vigilantes administrativos La universidad, hoy, desanima a la inteligencia. Esto es grave. Mientras, enciende con luces las fachadas. En mis tiempos de estudiante, se usaba la iluminación endógena. Sobre el desarrollo cultural general, creo que hay una recuperación notable en algunos terrenos: interpretación musical, efemérides culturales, literatura histórica, exposiciones y oportunidades para pintores y escultores, y aún en el teatro. Me parece que los síntomas crepusculares serán, más bien, en lo que concierne a literatura de creación (novela, cuento, poesía, ensayo), que suele no tener apoyos institucionales frente a las editoriales. La industria editorial, con el IVA a los libros (impuesto indigno y oprobioso que no ha habido modo de eliminar) está próxima a la quiebra. Todo esto es retroceso ; en un país que conoció el iluminismo intelectual de 1937 y 1938, donde, según asegura Luis Alberto Sánchez, «Ercilla», entre una docena de editoriales, editaba un título diario.

—Usted nunca se fue a vivir por tiempos largos fuera del país, al contrario que la mayoría de los escritores latinoamericanos…

—Viví buenos años fuera. Siete, en total. Aunque nunca en forma continuada. Una vez estuve tres años seguidos en California. Otra, casi dos años en París. Jamás pensé en quedarme.¿Por qué? Necesito este lugar. Hay aquí una tierra de hoja húmeda, ácida, agria y dulce. . . El sol, el oxígeno de mi gente, todo esto mejora mi asimilación clorofílica. El idioma, que no son las palabras, sino nuestro modo de respirar, de toser, de estar tristes o alegres no es fácil explicarlo.

—¿Por qué se fueron los otros?

—Lo ignoro. Sé partes del cuento. Claudio (Giaconi) partió a Italia con una beca. La siguió a Bruselas, luego a México y a Estados Unidos. Allí se quedó. Vive en Nueva York. Mario Espinoza, bohemio en París , luego hippie en Sausalito y hipster en La Joya, aterroriza a los turistas chilenos hablándoles de su vida futura en un submarino. Herbert Müller, en extraños trabajos en Panamá, Buenos Aires, luego Washington D.C. y, ahora, creo, en Detroit. A los tres, curiosamente, Estados Unidos les hizo mal literariamente. Los paralizó. Es una lástima, en particular por Giaconi, escritor cuyo talento indudable no debería permanecer frenado. Tal vez haría bien en volver. Recuerdo que Ernesto Montenegro vivió por muchos años en Estados Unidos y reconoció que el país no lo había estimulado… Comenzó a escribir de nuevo en Chile. Aunque hay casos y casos. Creo que José Donoso, o yo mismo, supimos escaparnos a tiempo de la trampa.

—Ha sido una generación viajera la del 50…

—Mucho más que las anteriores, esencialmente nómada. Jodorowsky y Donoso, y Jorge Edwards, y Margarita Aguirre y Armando Cassigoli nos dispersamos, pero Chile es nuestro polo magnético y, para acá, lentamente, estamos llegando.

—¿Qué problemas le ve a la literatura latinoamericana ?

—Bueno, así, en globo hay toda clase de escritores, buenos y malos. Hay más que nunca monederos falsos, engañadores. Pero el tiempo hace bajar la borra.

—¿Con cuáles escritores latinoamericanos se siente en consonancia intelectual? ¿Con cuáles en disonancia?

—Quiero y admiro a Jorge Luis Borges. He tenido el privilegio de conocerlo, de tenerlo aquí, en mi casa. Es lo que los franceses llaman «Le Grand Patron». Admiro el valor y la lucidez intelectuales de Octavio Paz y Ernesto Sábato. Y sus obras, además. Son varios. Se han atrevido a enfrentar a esa jauría de escritores-líderes políticos directores de conciencia, tales como Cortázar y García Márquez y Carlos Fuentes y a darles duro en sus cabezotas…

—¿Cómo ve la literatura chilena de hoy?

—Hay cierta languidez, derivada de la lamentable situación de la industria editorial. Afuera, los exiliados (ya casi seis años) no logran producir ni una gran prosa ni una gran poesía (no conozco ninguna obra excepcional surgida de ellos). Adentros los grupos jóvenes, los Talleres Literarios, parecen recomenzar algo. pero nada se ve muy claro.

—¿Ha leído a los jóvenes? ¿De la Parra, Marchant, Oses? ¿Se puede hablar de una generación del 60 0 del 70?

—De la Parra y Oses trabajaron conmigo en el taller «Altazor» (cuyos vuelos fueron interrumpidos por falta de financiamiento). Me interesa muchísimo el primero. Oses parece también buscar algo. Sobre fechas de generaciones, ¿no han pensado los nuevos escritores que integran la generación de 1973? ¿11 de septiembre de 1973? Esa fecha es importante.

—¿Qué opinión le mereció la entrega del Premio Nacional de Literatura a un no-escritor? (En 1978 se le entregó al filólogo Rodolfo Oroz)

—Dí esta opinión en varios artículos. El actual procedimiento es una farsa administrativa. Las leyes del juego deben cambiarse ya. El premio, tal como se está dando, no prestigia a nadie.

—¿Piensa que a los escritores que han escrito contra el régimen y que están exiliados no se les debe dejar volver?

—¡No! iNo lo pienso! Creo, por el contrario —y lo he escrito y publicado— que deben volver. Que su ausencia de Chile nos empobrece a todos. El exilio es una forma de censura. Aun el exilio auto-impuesto. Confío en que el Gobierno así lo entienda y les abra las puertas. Cuando lleguen, estaré en Pudahuel. .

—Se acaba de re-editar su novela «Palomita Blanca»¿Qué importancia le da a esta obra dentro de sus novelas? ¿Qué fue de la película que hizo Ruiz sobre ella?

—No es un gran libro, lo reconozco. Sí ameno, rápido, un poco libro-documento. Sobre la película de Ruiz, es lamentable que «siga guardada» en las bodegas de Chile Films, deteriorándose. Merece mostrarse.

—¿En qué está trabajando ahora?

—No me gusta hablar de cosas a medio cocer. Tengo tres borradores abiertos, pero todo va muy lentamente y Lafourcade no molestará con sus libros por algunos años.

—¿Quién es usted?

—Soy, hasta el final, un «estudiante de humanidades»

—¿Cómo le ha ido en sus estudios?

—He salido mal una vez y otra. He sido, supongo, incapaz de producir verdades totales o de aceptar valores absolutos.

—Descríbase…

—Un «filólogo», un «ayudante de cultura chilena» (suponiendo que esto exista). Perfecciono mis rechazos a las pasiones de las multitudes. Creo en la virtud del silencio. Prefiero a los tímidos. Con seguridad he vivido una vida por encima de mi cuota de oxígeno. Tragándola con glotonería, sin ahorrarme. He sido muy afortunado en todo, incluso en que la revista «BRAVO» me dedique este espacio, aunque presumo que en ella voy a estar un poco como pollo en corral ajeno. Pero, en fin, todo «pío-pío» puede interesar, ¿no cree usted?

(Tomado de la cuenta de Facebook de Sergio Marras)

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