El virus de la desigualdad y la lucha campesina en India

por Colin Todhunter

De acuerdo con un nuevo informe de Oxfam, El virus de la desigualdad, la fortuna de los milmillonarios del mundo experimentó un aumento de 3,9 billones de dólares entre el 18 de marzo y el 31 de diciembre de 2020. Su riqueza total se cifra actualmente en 11,95 billones de dólares. Los diez milmillonarios más ricos del mundo han visto crecer colectivamente su riqueza en 540.000 millones de dólares durante este periodo. En septiembre de 2020, Jeff Bezos podría haber pagado a todos los 876.000 empleados de Amazon una bonificación de 105.000 dólares y seguir siendo igual de rico que antes de la pandemia de covid-19.

Al mismo tiempo, cientos de millones de personas perderán (o han perdido) su empleo y se enfrentan a la indigencia y al hambre. Se calcula que el número total de personas que viven en la pobreza ha aumentado entre 200 y 500 millones en 2020. Tal vez pase más de una década para que este volumen de pobreza recupere siquiera el nivel anterior a la crisis.

Mukesh Ambani, el hombre más rico de India y dueño de Reliance Industries, empresa especializada en la venta de gasolina, el comercio minorista y las telecomunicaciones, dobló su fortuna entre marzo y octubre de 2020. Ahora guarda en sus arcas 78.300 millones de dólares.  El incremento medio de la fortuna de Ambani en poco más de cuatro días equivalió a más de la cuantía anual de los salarios de la totalidad del personal de Reliance Industries, es decir, de 195.000 personas.

El informe de Oxfam señala que el confinamiento en India dio pie a que los milmillonarios del país vieran aumentar su riqueza alrededor de un 35 %. Al mismo tiempo, el 84 % de los hogares sufrieron pérdidas de ingresos en diverso grado. Alrededor de 170.000 personas perdieron su empleo cada hora tan solo en abril de 2020. Los autores comentan asimismo que el aumento desde marzo de 2020 de los ingresos de los cien milmillonarios más ricos bastaría para entregar a cada una de las 138 millones de personas más pobres un cheque de 94.045 rupias. El informe también indicó que “… un trabajador no cualificado necesitaría 10.000 años para ganar lo que Ambani ingresó en una hora durante la pandemia… y tres años para ganar lo que Ambani ingresó cada segundo”.

Durante el confinamiento y después, cientos de miles de trabajadores y trabajadoras migrantes de las ciudades (que no tenían otra opción que escapar de la crisis agraria del  país, evitable, pero cada vez más profunda) se quedaron sin trabajo, dinero, alimentos o techo. Está claro que la pandemia se ha utilizado para consolidar el poder de los inimaginablemente ricos. Sin embargo, los planes para incrementar su poder y su riqueza no se detendrán ahí. Uno de los sectores más lucrativos para esa gente es el agroalimentario. Más del 60 % de la población india, que casi alcanza ya los 1.400 millones de personas, tiene su base de sustento (directa o indirectamente) en la agricultura. Paralelamente a los intereses extranjeros, Mukesh Ambani y su compinche megamillonario Gautam Adani (el segundo hombre más rico de India con importantes intereses en el agronegocio) se proponen sacar el máximo provecho de las leyes agrarias recientemente promulgadas, que conducirán a la plena integración del sector agroalimentario en el sistema empresarial capitalista.

Consolidación empresarial

Un artículo reciente publicado en la página web grain.org, “Digital control: how big tech moves into food and farming (and what it means)”, describe cómo Amazon, Google, Microsoft, Facebook y otros están penetrando en el sector agroalimentario mundial, mientras los congéneres de Bayer, Syngenta, Corteva y Cargill consolidan su dominio. La entrada de las gigantes tecnológicas conducirá a una creciente integración, mutuamente provechosa, de las empresas que suministran productos a los agricultores (pesticidas, semillas, fertilizantes, tractores, drones, etc.) y las que controlan el flujo de datos y tienen acceso a la infraestructura digital (la nube) y a los consumidores y consumidoras de alimentos. Este sistema se basa en la centralización y concentración de del capital (monopolización).

Grain señala que en India las empresas globales también colonizan el espacio minorista a través del comercio electrónico. Walmart se estableció en India en 2016 mediante la adquisición, por 3.300 millones de dólares, de la empresa emergente de comercio electrónico Jet.com, y poco después, en 2018, compró por 16.000 millones de dólares la principal plataforma minorista en línea de India, Flipkart. Hoy, Walmart y Amazon controlan casi dos tercios del sector minorista en línea del país. Ambas aplican una política de precios depredadora, grandes descuentos y otras prácticas comerciales desleales para atraer a la clientela a sus plataformas en línea. De acuerdo con Grain, cuando Walmart y Amazon realizaron ventas de más de 3.000 millones de dólares durante los cinco días del festival Diwali, el pequeño comercio indio llamó desesperadamente al boicot a la compra en línea.

En 2020, Facebook y el fondo de inversión KKR, con sede en EE UU, invirtieron más de 7.000 millones de dólares en Reliance Jio, la tienda en línea de una de las cadenas minoristas más grandes de India. La clientela podrá comprar pronto en Reliance Jio a través de la aplicación de mensajería instantánea de Facebook, WhatsApp. El plan para el comercio minorista está claro: la erradicación de millones de pequeños distribuidores y comerciantes de tiendas de barrio. Algo parecido ocurre en la agricultura.

El propósito es comprar tierras de cultivo, concentrar parcelas y crear un sistema de explotaciones agrarias sin campesinos, inundadas de productos químicos, controladas por especuladores financieros, las gigantes tecnológicas y las agroindustrias tradicionales. El objetivo final es crear un sistema de cultivo por contrato que sirva a los intereses de las grandes empresas tecnológicas, agroindustriales y comerciales. Se considera que la agricultura campesina de pequeñas propiedades constituye un impedimento que debe sustituirse por grandes explotaciones de escala industrial. Este modelo funcionará a base de tractores sin conductor, drones, plantas genéticamente modificadas y producidas en laboratorios y todos los datos del terreno, el agua, el clima, las semillas y los suelos debidamente patentados y a menudo pirateados de los pequeños agricultores.

El campesinado acumula siglos de conocimientos que, una vez desposeído, nunca más se recuperarán. La invasión de las grandes empresas ya ha comportado la destrucción o la distorsión de ecosistemas agrarios que funcionan y que se basan en siglos de conocimientos tradicionales y cada vez más se reconocen como enfoques válidos para garantizar la seguridad alimentaria. Y ¿qué sucederá con los millones de personas que serán desplazadas para que los propietarios megamillonarios de estas empresas se llenen los bolsillos? Empujados a las ciudades para encarar un futuro de desempleo: meros daños colaterales de un sistema miope de capitalismo depredador de desposesión que destruye el vínculo entre los seres humanos, la ecología y la naturaleza con el único fin de incrementar la cuenta de los inmensamente ricos.

Pretensión imperialista

El sector agroalimentario de India ha estado durante décadas en el punto de mira de las grandes multinacionales. Dado que el agronegocio ha penetrado profundamente –rozando la saturación– en el mercado de EE UU y otros países, India representa una oportunidad de expansión y continuidad de la viabilidad del negocio, y sobre todo para el crecimiento de las ganancias. Y gracias a la colaboración con las tecnológicas de Silicon Valley, se crean mercados de gestión de datos de muchos miles de millones de dólares. Desde los datos y conocimientos hasta las tierras, el clima y las semillas, el capitalismo se ve empujado a mercantilizar (patentar y detentar) finalmente todos los aspectos de la vida y la naturaleza.

El capital agrario extranjero ejerce enormes presiones sobre India para hacerse con sus magros subsidios agrícolas (magros en comparación con los de los países más ricos). El sistema público de distribución y las reservas mantenidas por las autoridades públicas constituyen un obstáculo para los intereses del agronegocio global, cuyas necesidades se rigen por el afán de lucro. Estos intereses requieren que India pase a depender de las importaciones (paliando así el problema de sobreproducción del agrocapital occidental, con sus montañas de granos que ya está vertiendo en el Sur global) y reestructure su agricultura para cultivar productos (fruta, hortalizas) que demandan los consumidores de los países más ricos. En vez de mantener reservas físicas de alimentos para su propio uso, India mantendría reservas de divisas extranjeras y compraría alimentos a comerciantes globales.

Las sucesivas administraciones han hecho que el país dependa de flujos volátiles de capital extranjero a través de la inversión extranjera directa (y préstamos del exterior). El temor a la fuga de capitales es omnipresente. A menudo, las políticas aplicadas se rigen por la voluntad de atraer y retener estas entradas de capitales. La financiarización de la agricultura sirve para minar la seguridad alimentaria del país, exponiéndolo a fenómenos mundiales imprevistos (conflictos, precios del petróleo, crisis sanitarias), a los especuladores internacionales que comercian con productos agrícolas y a una inversión extranjera inestable.

Las reformas agrarias actuales forman parte de un proceso más amplio de captura de la economía india por el imperialismo, que ya ha dado pie a su recolonización por empresas extranjeras a resultas de la neoliberalización que comenzó en 1991. Al reducir las reservas públicas de alimentos, introducir el cultivo por contrato exigido por las empresas y la comercialización plenamente neoliberal para la venta y la adquisición de productos, India sacrificará a sus agricultores y agricultoras y su propia seguridad alimentaria en beneficio de un puñado de milmillonarios sin escrúpulos.

Dado que los agricultores independientes están en quiebra, el propósito es que al final las parcelas se concentren para facilitar el cultivo industrial a gran escala. En efecto, un reciente artículo publicado en la web de la Unidad de Estudios de Economía Política (Research Unit for Political Economy), The Kisans Are Right: Their Land Is At Stake (Los kisanos tienen razón: sus tierras están en juego), describe cómo el gobierno indio está investigando qué terrenos pertenecen a quién, con la finalidad de facilitar su eventual venta (a inversores y agronegocios extranjeros). Hay otros elementos que forman parte del plan (como la ley de reforma agraria del Estado de Karnataka), que harán que la compra de terrenos agrícolas por las empresas sea más fácil.

Al final, es posible que India vea cómo inversores sin relación alguna con la agricultura (fondos de pensiones, fondos soberanos, fondos de beneficencia e inversiones de gobiernos, bancos, compañías de seguros y grandes fortunas) adquieren tierras. Es esta una tendencia creciente e India ofrece, una vez más, un enorme potencial de mercado. Estos fondos no guardan relación alguna con la agricultura, no les interesa para nada la seguridad alimentaria y se implican única y exclusivamente para sacar beneficios de la tierra.

Las recientes leyes agrarias –si no decaen– impondrán la terapia de choque neoliberal de desposesión y dependencia, allanando finalmente el camino a la reestructuración del sector agroalimentario. Las enormes desigualdades e injusticias derivadas de los confinamientos debidos a la pandemia de covid-19 no son más que una degustación de lo que está por venir. Los cientos de miles de campesinos y campesinas que han salido a las calles para protestar contra estas leyes se sitúan en la vanguardia de la respuesta: no pueden permitirse el fracaso. Hay demasiadas cosas en juego.

(Tomado de Counter Punch)

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