Cuento de Juan García Brun: «The Motel»

a CM

En  1995  salió «Outside» de David Bowie. El trabajo del londinense me impactó como muy pocas veces lo ha hecho un disco. Sin embargo, tal impacto no se tradujo en un apoderamiento de la obra como me pasó —por ejemplo— con el llamado «Led Zeppelin IV» o «Alturas de Machu Picchu» de Los Jaivas. De esos discos puedo reconocer todos los temas, la mayor parte de ellos inclusive los canto e identifico en el orden en que comenzaban a aparecer en sus formatos originales. Hablo de la época anterior a la escucha aleatoria de las plataformas digitales.

Con «Outside» lo que sentí fue admiración. Una completa y total admiración a ese oscuro uso de armonías menores, las cajas rítmicas y los efectos envolventes que solo había experimentado con los trabajos de Lennon editados por Phil Spector. Sin embargo, mi inglés —en extremo rudimentario— no me permitía comprender las letras sin que ello obstara a que pudiese captar el sentido de las mismas basado en dos hechos circunstanciales: el arte del disco compacto que compré que sugería los registros de un psicópata delirante y el hecho de que una canción del disco aparece en la parte final —ya en los créditos— de «Siete Pecados Capitales», esa en que  Brad Pitt y Morgan Freeman investigan a un complejísimo asesino serial. Llueve toda la película, véanla.

A pesar de lo abrumador de «Outside», un tema en particular «The Motel» activó muchos sentidos que creía extintos en mí. Tenía 27 años cuando compré ese disco y las frases iniciales «Porque estamos viviendo en una zona de seguridad, no te aferres a mí, estamos viviendo de hora en hora aquí abajo» me atraparon. Luego el texto ansiosamente describe la vanidad, las llamas y el infierno al que niega reivindicando a un «viejo infierno». Mientras las expresiones se suceden sin pausa y sin lógica aparente, un piano gira en torno a la línea de bajo y unos teclados fijos parecen arrastrarse por túneles de catacumbas. La batería va contra el ritmo y pareciera, muchas veces que el crescendo ciega al hablante, un Bowie que sensiblemente suena como sacado de Black Star, el trabajo fúnebre y despedida con que se dejó llevar por el cáncer el 2016, veinte años después.

Hay un tema en que habla un enano. Un enano que respira dificultuosamente. Ese tema me hizo prender la luz. Intimida, «vengo a buscarte» parece decir.

Te cuento esto mamá —no sé si logres recibir este mensaje porque desde que salimos de Cabo Verde navegamos en silencio de radio y sin internet— por lo mismo creo muy poco probable que nos volvamos a ver y me parece importante que sepas estas cosas de mí.

Hace un rato tuvimos un enfrentamiento con la policía naval de Mozambique, sabemos que en Sri Lanka han lanzado una denuncia internacional en nuestra contra y creo que si llegamos a Corea —cosa muy poco probable— muy difícilmente podremos salir del país y no sé si pueda seguir enviando dinero. De todos modos vende mis cosas, la moto se la puedes encargar a López y dile al Toño que trabaje mi auto como taxi.

En estos momentos navegamos de noche con las luces apagadas y de día evitamos todo movimiento. Mi capitán Smolko tiene fiebre, así que a mi me toca asistirlo como responsable que soy del agua en el barco.  Me hago cargo de ello y también de la alimentación del cargamento de perros que llevamos en las bodegas. Han de ser 3500 o 3800 perros que llevamos como ganado a Corea, llegando al puerto los pesan y los llevan al matadero.

No puedo permitir eso —me entenderás mamá— por eso mi plan es ir envenenando a la tripulación, tomar el control del barco y salvarlos. Mientras eso ocurra seguimos acá en el fondo de las bodegas «viviendo de hora en hora aquí abajo»

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