Pedro Jara estaba de pie, silencioso y quieto en el centro del patio del establecimiento mirando una pileta vacía que en otro tiempo debió estar ocupada por peces tropicales. Visto desde el quinto piso —en donde me encontraba— su parecido con Solzhenitsyn era asombroso. El lugar era un hospital enorme, de la posguerra, de murallas gruesas, frío y de pequeñas ventanas. No tenía certeza de si el lugar estaba en funcionamiento como hospital, pero en muchas habitaciones podía verse convalecer a personas —principalmente hombres— que evidenciaban atroces laceraciones, cicatrices profundas, amputaciones. Otros mostraban deformidades, cuerpos inconclusos, cráneos alargados.
Bajé a oscuras, tomado de un pasamanos húmedo. Lejos podía escuchar la rítmica monotonía de un locutor de noticias de radio, música de la Nueva Ola y alaridos. El tercer y cuarto piso tenían alguna iluminación, era posible también que funcionase como un centro de detención informal, vale decir que las cicatrices y deformidades pudiesen no ser atendidas en el lugar sino que producidas en él. Al prender un cigarrillo pude notar que al fin del pasillo había un espejo que respondió al fuego del encendedor. Sin embargo, el lugar parecía funcionar con algún propósito. El segundo piso hedía a comida de casino. Me quedé un rato mirando la boca de un ascensor vacío.
Había oscurecido y Pedro seguía ahí. Esperaba a alguien pensé. Hablamos de cosas generales sin mirarnos a los ojos. Creí entender que él tenía información bastante certera de que Bukowsky contrató a un borracho para que se fotografiara y sirviera de iconografía a su obra. Cuando me explicaba esto reía en sordina y los ojos se le encendían. Me pareció entender —además— que Bukowsky era un policía o un filipino. Alargamos la conversación y tuve la certeza de que alguien nos observaba. ¿Viniste a ver a alguien? —me preguntó— a tu hermana imagino y no supe cómo responder una pregunta tan absurda.
Le pregunté si sabía de algún trabajo, «algo en la ciudad» enfaticé. Nada, me respondió. Le pedí cigarros —desde arriba lo había visto fumar— y me dijo que no tenía, que había dejado de fumar y me dio una explicación de las circunstancias en que había dejado el tabaco. Empezó a llover, pero una lluvia fuerte que sacudía todo y Pedro siguió allí mirando la fuente llenarse de agua. El agua se deslizaba por su impermeable y parecía brillar. Con mi único brazo logré arrastrarme y ponerme a resguardo bajo un camión. El agua empozándose allí en donde debieron estar mis piernas.