«¡Se disparará a quien siga adelante!» Por qué fracasó la revolución social alemana en 1918/19

por Jörn Schütrumpf, Ingar Solty y Uwe Sonnenberg

La Fundación Rosa Luxemburg publicó en 2018 una revista en conmemoración del centenario del asesinato de la dirigente revolucionaria que lleva su nombre. De entre los varios artículos que la componían, hemos traducido uno que, aunque situado en el marco del recuerdo del asesinato de la dirigente revolucionaria y de su camarada Karl Liebknecht, es una aportación al debate sobre las causas del fracaso de la revolución alemana que empezó a finales de 1918. 

Es una de las imágenes más impactantes de los sucesos revolucionarios de 1918/19 en Alemania. Los soldados sostienen un cartel que expresa una advertencia inequívoca: «¡Se disparará a quien siga adelante!». Gritan «¡Alto!», cortando el acceso a lugares públicos. Desde enero de 1919 en Alemania se encuentran este tipo de avisos.  

«¡Hermanos, no disparéis!» 

 Dos meses antes no se podía prever que se llegaría a esto. Con el final de la guerra devastadora a sus espaldas, la gente bailaba. El emperador había abdicado el 9 de noviembre de 1918 y huyó a Holanda por miedo a ser procesado. La República, desangrada por la guerra, le envió posteriormente una parte considerable de su inmensa fortuna privada, un hecho único en Europa en el trato con monarcas derrocados. El Consejo de Comisarios del Pueblo, puesto en marcha apresuradamente, puso en práctica exigencias durante largos años reivindicadas por el movimiento obrero, desde la introducción del sufragio universal incluyendo las mujeres hasta la jornada de ocho horas. Todo un orden parecía derrumbarse en cuestión de horas. Aunque el poder económico y las relaciones de propiedad permanecían intactos, Alemania recibía en pocas horas una nueva forma de Estado con la república.

8-1918-12-24-A1 (71613) ‘Brüder, nicht schießen!’ Berlin, Revolution 1918/19. Demonstration der Weddinger Frauen, 24. Dezember 1918. – ‘Brüder, nicht schießen!’. – Kreidezeichnung, 1919, von E. Gehrig- Targis (geb.1896). F: ‘Brüder, nicht schießen!’ Berlin, Révolution 1918/19. Manifestation des femmes de l’arron- dissement berlinois de Wedding, le 24 décembre 1918. – ‘Brüder, nicht schießen!’ (Frères, ne tirez pas !). – Dessin au crayon, 1919, de E. Gehrig- Targis (né en 1896).

Hermanos, no disparéis

Para este noviembre de 1918, la memoria gráfica de la revolución aún nos recuerda la súplica urgente: «¡Hermanos, no disparéis!». En marcado contraste con las atrocidades y violentas experiencias de la Primera Guerra Mundial, la revolución había comenzado en gran medida pacíficamente con el levantamiento de los marineros de Kiel el 3 de noviembre de 1918 y la (doble) declaración de la república por Philipp Scheidemann y Karl Liebknecht el 9 de noviembre. Pero el 6 de diciembre de 1918, el comandante de la ciudad de Berlín, Otto Wels (SPD), hace instalar ametralladoras en la Chausseestraße, con las que los fusileros de la guardia abrieron fuego contra una manifestación autorizada. Al mismo tiempo, unidades contrarrevolucionarias en el centro de la ciudad intentaron arrestar al Consejo Ejecutivo de los Consejos de Obreros y Soldados -desde el 10 de noviembre el órgano supremo de la revolución- y proclamar al Comisario del Pueblo Friedrich Ebert (SPD) «presidente» con plenos poderes dictatoriales. Cuando ambos objetivos fracasaron, los asaltantes se dirigieron a la redacción del Rote Fahne, el periódico de la Liga Espartaco que, aunque en aquel momento actuaba de manera independiente, estaba organizada como parte del Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania (USPD), fundado en 1917 como escisión antibelicista del SPD. No sería la última visita. Crecieron las tensiones entre las fuerzas revolucionarias y reaccionarias, aumentó la disposición a utilizar la violencia en el bando de la contrarrevolución. Tres semanas más tarde siguieron los llamados combates de Navidad (Weihnachtskämpfe) en torno al Palacio de Berlín, luego los disturbios de enero de 1919, las masacres por parte del gobierno durante la huelga general con más de 1.200 trabajadores y trabajadoras y marineros muertos en marzo y, finalmente, en abril/mayo, la supresión militar de las repúblicas de consejos que se habían fundado en suelo alemán en el curso de la revolución.

Pero, ¿cómo se pudo llegar a este estallido de violencia? Cómo explicar el paso de la consigna «¡Hermanos, no disparéis!» a «¡Se disparará a quien siga adelante!», el paso de la revolución pacífica al estallido masivo de violencia en los meses siguientes? ¿Y qué ayuda a entender -más allá de las acusaciones contra determinados individuos de haber cometido «traición»- por qué los socialdemócratas mayoritarios gobernantes, después de haber defendido una transformación revolucionaria del capitalismo en el periodo anterior a la guerra, se posicionaban ahora contra la revolución de forma autoritaria en alianza con fuerzas antidemocráticas?  

La revolución ya no figuraba en la agenda del SPD desde 1910 como muy tarde. En coalición con los partidos más o menos liberales representados en el Reichstag, trabajaba más bien hacia una mayor parlamentarización de la monarquía. A principios de octubre de 1918, este esfuerzo había aportado al menos la retirada de la dictadura militar de Ludendorff. Inicialmente, la socialdemocracia mayoritaria no quería más. Aquellas fuerzas del SPD que, como Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht, se aferraban al legado de Marx y a la perspectiva revolucionaria, fueron marginadas gradualmente y expulsadas del partido durante la guerra. Como la propia Luxemburg, fueron a la cárcel, se formaron como la izquierda de Zimmerwald (1915) o el grupo Espartaco (1916), y finalmente en 1917 como el USPD, que fue más allá y se opuso a la guerra. El Consejo de Comisarios del Pueblo formado tras el 9 de noviembre de 1918, con igual número de miembros del SPD y del USPD, ni siquiera se parecía a un matrimonio de conveniencia. Se trataba simplemente de un matrimonio forzado por la ola revolucionaria que debía disolverse mediante la elección a una asamblea nacional o mediante una simple disputa matrimonial.

El camino hacia esta asamblea nacional no estaba predefinido ni era directo. Primero había que desbrozarlo. El noviembre alemán de 1918 había tenido lugar bajo el signo de una idea inspirada en Rusia: En todo el país, los consejos surgieron como órganos de gobierno, en su mayoría puramente proletarios, con una naturalidad difícil de comprender hoy en día. Eran el símbolo y los portadores de la revolución. Cinco semanas más tarde, sin embargo, la gran mayoría de los delegados del Primer Congreso de los Consejos de Obreros y Soldados del Reich celebrado en Berlín (del 16 al 20 de diciembre) decidió celebrar elecciones para una Asamblea Nacional que dotara de una Constitución. Sin embargo, aunque no era lo pretendido, esta votación equivalía a un voto hacia la autoliquidación de los consejos.

La negativa de la División de Marina del Pueblo (Volksmarinedivision) a desalojar el Palacio de Berlin y el posterior ataque en Nochebuena ordenado por Friedrich Ebert, ofrecieron una bienvenida ocasión a los Comisarios del Pueblo del SPD para deshacer la poco deseada relación con el USPD y, al mismo tiempo – además de contar con las tropas regulares, aunque de poca calidad – alentar la formación de grupos paramilitares (Freikorps), a menudo de extrema derecha. El USPD, a su vez, podría haber sido el hegemon natural de la revolución. Sin embargo, como todas las fuerzas que llevaron a la revolución, se enfrentó, después del 9 de noviembre, a la tarea de organizar la transición a la nueva república y sentar las bases para la construcción de una sociedad socialista sin una concepción de base. Cuando se rompió la coalición en el Consejo de Comisarios del Pueblo, se mostró indefensa y acabó rindiéndose a su suerte.

 Al mismo tiempo, la Liga Espartaco abandonó el USPD y formó uno de los grupos del KPD, fundado el 30 de diciembre de 1918. Sin embargo, la «contrarrevolución» hacía tiempo que también se había fortalecido. El 1 de diciembre, la Liga Antibolchevique, financiada por grandes industriales y bancos, abrió su «Secretaría General para el Estudio y el Combate del Bolchevismo». En diferentes publicaciones de masas llamaron al asesinato de Liebknecht y Luxemburg. No hasta más tarde se conoció la alianza entablada y fraguada ya en los primeros días de la revolución entre Ebert y el teniente general Wilhelm Groener, actuando éste en nombre del Mando Supremo del Ejército. De hecho, esta alianza gobernaba en segundo plano desde el principio, en particular por su común acuerdo de impedir que la izquierda, si era necesario, siguiera adelante con la revolución por la fuerza. En otras palabras, un día y poco después de que los soldados del cuartel de la guardia de ulanos hubieran sido llamados a confraternizar con la consigna «¡Hermanos, no disparéis!», ya era cierto en secreto: «¡Se disparará a quien siga adelante!». Por tanto, el llamamiento a renunciar a la violencia solo era válido mientras Ebert se viera en una posición defensiva y no se sobrepasaran los límites de la revolución política. Pero los y las revolucionarias no lo sabían.

Tras la represión de los disturbios de enero, el 15 de enero de 1919 miembros de la División de Caballería de la Guardia asesinaron a Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht por orden del oficial alemán Waldemar Pabst. Hoy en día ya no se puede reconstruir de forma clara hasta qué punto estuvo implicado el gobierno provisional en este asesinato. Lo único cierto es que Gustav Noske (SPD), primero como comisario del pueblo y luego como ministro del Reichswehr, mantuvo su mano protectora sobre Pabst y que la judicatura obstruyó ampliamente la investigación de los hechos del asesinato.

Más allá de la tesis de la traición: Luxemburg, el «trasformismo» y la cuestión de la violencia

 Sin embargo, el hecho de que la dirección del SPD se aliara con las viejas élites de la revolución para impedir una transformación social fundamental necesita en sí mismo una explicación. La historiografía socialdemócrata ha justificado durante mucho tiempo el asesinato de Luxemburg y Liebknecht -como las víctimas más destacadas de la transición del «Hermanos, no disparéis» al «Se disparará a quien siga adelante» – por la necesidad de evitar una guerra civil según el ejemplo ruso. En el proceso, su significado fue distorsionado no solo en la historiografía socialdemócrata, sino también en la conservadora burguesa y en la comunista, cada una a su manera. En todas las representaciones murieron como «bolcheviques». La historiografía conservadora y socialdemócrata exageró el papel de Luxemburg y Liebknecht, así como el del grupo Espartaco y el KPD en los levantamientos de enero de 1919, creando el mito de un aventurerismo que quería imponer una sangrienta guerra civil en Alemania para instaurar una dictadura del proletariado según el modelo soviético.

Sin embargo, interpretar el levantamiento de Espartaco como expresión de un aventurerismo revolucionario es una leyenda funesta e históricamente poderosa. De hecho, la “Revolución de Noviembre” describió un ciclo más largo. Ni terminó en noviembre de 1918, ni con las elecciones a la Asamblea Nacional del 19 de enero de 1919, ni con la entrada en vigor de la Constitución de Weimar el 14 de agosto de 1919. En una situación histórica relativamente abierta, se prolongó con la «segunda revolución» al menos hasta 1920, si no hasta 1923. Fue una revolución social, no meramente política, con una base de masas. Además, no se limitó en absoluto a Alemania, sino que se inscribió en un ciclo revolucionario global que -al igual que las revoluciones suelen correlacionarse históricamente con las guerras, especialmente con las guerras perdidas- se extendió geográficamente desde Irlanda y el levantamiento contra el dominio colonial británico (1916) hasta Asia Central, donde en febrero de 1917 los uzbekos, kirguises, turcomanos y kazajos se negaron a obedecer el reclutamiento zarista.

El cuento del «levantamiento espartaquista» (Spartakusaufstand), sin embargo, siguió teniendo efecto en los años 30 y 40: enlazado con la «leyenda de la puñalada por la espalda», con la que la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial se presentó como el resultado de una «conspiración judeo-bolchevique» del enemigo interior, el objetivo en 1944/45 consistía «de nuevo» en impedir una revolución socialista en el interior de la nación que libraba la guerra contra el exterior. Esta referencia nazi a la revolución de 1918, también conocida como el Síndrome de Noviembre, fue transformada tras la liberación del fascismo y durante la Guerra Fría por la historiografía nacional-conservadora de la RFA con el discurso de que la República de Weimar no había sido aplastada por la contrarrevolución iniciada en 1918 y la alianza del SPD con las viejas élites reaccionarias, sino que había sido aplastada tanto por la izquierda como por la derecha. No fue hasta la década de 1960 cuando una nueva generación de historiadores e historiadoras descubrió el potencial democrático de los movimientos en base a los consejos y se planteó preguntas diferentes sobre la historia de esta revolución.

En la historiografía comunista, Luxemburg y Liebknecht aparecían, por otro lado, como las grandes dirigentes de un levantamiento contra la traición del SPD a la revolución y su alianza con las fuerzas del antiguo régimen. El levantamiento de enero de 1919 tan solo se había perdido por la falta de un partido organizado de cuadros comunistas firmemente jerarquizado. Menos de dos semanas después de su fundación, el KPD simplemente no representaba aún tal organización revolucionaria. Y como las revoluciones socialistas perdidas no estaban permitidas en la historiografía comunista, la Revolución de Noviembre fue considerada en adelante como una revolución burguesa con medios proletarios.

Pero en realidad Luxemburg había rechazado tal guerra civil. Desconfiaba del evolucionismo parlamentarista de los «centristas» en torno a Karl Kautsky, quien ya antes de la Primera Guerra Mundial había sacado la consigna de que el SPD era «un partido revolucionario, no un partido que hace la revolución». Luxemburg también reconoció lo que Antonio Gramsci llamó más tarde trasformismo, el proceso de inscripción y cooptación de la oposición socialdemócrata en el sistema de gobierno existente. Tanto el SPD como los sindicatos habían sucumbido a él en el curso de su institucionalización. Fue precisamente este proceso el que hizo que la dirección del partido rompiera con el internacionalismo antibélico del movimiento socialista en 1914. Y es este proceso el que ayuda a entender por qué el SPD y los sindicatos, con sus millones de afiliados, mantuvieron la tregua (Burgfrieden) con el ancien régimedurante tanto tiempo, aunque la guerra en el frente interno ya estaba perdida en 1916 en términos de política de hegemonía, sobre todo por la catastrófica situación alimentaria, que ya había provocado los «disturbios de la mantequilla» (Butterkrawallen) en 1915.

Los grandes movimientos de huelgas de masas desde junio de 1916 hasta el 9 de noviembre de 1918 subrayaron esta conexión. De ellos Luxemburg extrajo sus esperanzas para superar el capitalismo y la guerra imperialista a favor de una transformación socialista de la sociedad. Depositó su confianza en la espontaneidad de las masas en movimiento activadas democráticamente. Sin embargo, preveía la transición al socialismo, entre otras cosas, por el camino de las expropiaciones basadas en la compensación. Probablemente estimó de forma correcta que la revolución tendría que desarrollarse de manera diferente en el Occidente capitalista desarrollado – con sus mayores posibilidades de integración política como de los recursos del poder del Estado – que bajo las condiciones del Estado zarista autoritario, mediante un partido de vanguardia leninista-conspirativo. Es cierto que Luxemburg no habría esquivado una guerra civil revolucionaria y, si ésta, sin alternativa, hubiera ofrecido la perspectiva de profundizar la revolución, la habría dirigido resueltamente. Pero cuando el 6 de enero de 1919 Liebknecht se sumó al llamamiento de los Delegados Revolucionarios (Revolutionären Obleute) a la huelga general y al derrocamiento del «gobierno Ebert/Scheidemann», ella se opuso. A pesar de ello, fue asesinada y, a pesar de ello, murió como bolchevique en el relato predominante de la historia.

Sin embargo, el curso de los acontecimientos en enero de 1919 no dependía ni de Luxemburg ni de Liebknecht. Los acontecimientos históricos, desde la movilización masiva de los obreros y obreras de Berlín, las ocupaciones en el barrio de la prensa y las estaciones de ferrocarril, desde el uso de la fuerza militar hasta las masacres contra los revolucionarios y las revolucionarias – aunque su demonización habría permitido reducir la barrera psicológica del uso de la violencia militar – probablemente se habrían desarrollado de forma similar. Al comité revolucionario, formado el 5 de enero, solo pertenecían dos representantes del KPD, Liebknecht y Wilhelm Pieck. Las masas manifestantes apoyaban políticamente al USPD. Frente a los cerca de 300 militantes del KPD, el USPD podía contar solo en Berlín con hasta 200.000. Sin embargo, tras la violencia masiva durante los combates de Navidad de 1918 y la destitución -ordenada por el SPD- de su presidente de policía, Emil Eichhorn, el 4 de enero de 1919, el USPD también se radicalizó.  

Visto con retrospectiva histórica, Luxemburg tuvo razón, pero le costó la vida. Murió a causa de la correlación de fuerzas imperante: La erosionada hegemonía hacía necesaria una revolución y el socialismo aún tenía en ese momento una base de masas que mantenía el estado de ánimo social favorable pero la integración del SPD y su correspondiente alianza con el ancien régime no permitían tal transformación. El escritor alemán Arnold Zweig (1919, 75) lo expresó quizás mejor que nadie, cuando en su texto «Discurso fúnebre a Espartaco» describió a Luxemburg tras su asesinato como portadora de una idea (futura) no correspondida:

«Antípoda de la violencia, la idea triunfa sacrificando a sus mismos portadores […]. Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg: junto a los muertos de diciembre y enero, yacen sus cadáveres en los cimientos de la república alemana, de la libertad socialista. Grandes cosas tendrá que lograr para ser digna de estos muertos».  

¡Pero eso es ir demasiado lejos! 

Tras la Primera Guerra Mundial, con sus millones de muertos, el socialismo estaba a la orden del día. A partir de la primavera de 1919, la llamada «segunda revolución», nacida de la decepción con los resultados anteriores, pudo contar con una amplia base social revolucionaria de masas con sus reivindicaciones (democratización de los aparatos del Estado, expropiación de los príncipes, cogestión en las empresas, medidas de socialización, transición a un modo de producción socialista, pero también emancipación cultural, sexual y artística). Este impulso de ir ahora más allá, no solo de asegurar los resultados de la revolución, sino de ir más allá con ella, puede encontrarse también en el seno de los sindicatos y en sus debates sobre los fundamentos de un nuevo orden económico y social.  

Sin embargo, en su firme determinación de impedir un «ir más allá» revolucionario en esta dirección, la coalición de Weimar desató primero la violencia contrarrevolucionaria. Durante la huelga general de marzo de 1919, en la que participaron alrededor de un millón de obreros de las fábricas de Berlín, los freikorps asesinaron en el distrito de Lichtenberg al menos a 1.200 obreros y obreras por orden del gobierno, la mayoría sin sentencia. A menudo  simplemente se les linchaba. Este acto sin precedentes fue acompañado de una fabulosa propaganda de mentiras, incluida la afirmación de que los aviones con los que el gobierno bombardeó el corazón de la revuelta en Berlín Este eran pilotados en realidad por espartaquistas. Pero no solo en Berlín. También se empleó una violencia hasta entonces inimaginable contra la propia población en la supresión militar de la república de los consejos bávara. También en este caso, la mayoría de la gente murió en fusilamientos y asesinatos posteriores, de los cuales más del 90% fueron llevados a cabo por tropas gubernamentales. Esta fuerza de exterminio, legitimada por el estado de excepción de Gustav Noske y perpetrada en nombre de razones de Estado contra el caos, por la paz y el orden y, sobre todo, contra minorías y opositores políticos demonizados, anticipó la violencia de los nazis a ojos de diversos historiadores e historiadoras.

El comportamiento de los «socialistas gubernamentales» contribuyó de forma definitiva a la fatal escisión del movimiento obrero en socialdemócratas y comunistas. «Los socialdemócratas Ebert y Noske solo habían podido sofocar los levantamientos espartaquistas de 1918/19 con la ayuda de los generales imperiales. Desde entonces se había abierto una profunda brecha en la clase obrera alemana, y esta brecha estaba llena de sangre. Después ya no se pudo cerrar”, dijo Wilhelm Hoegner (1945, 22).[1] Y contemporáneos como el socialdemócrata de izquierdas Heinrich Ströbel (1919, 275) -destituido como redactor jefe del (diario del SPD) Vorwärts en 1916 por sus críticas a la Burgfrieden y miembro del gabinete revolucionario prusiano hasta el 4 de enero de 1919 – se apresuraron a expresar su desesperación por esta división: «El error es […] que el gobierno llegó demasiado tarde con sus concesiones. Debería haber mostrado su buena voluntad hacia la socialización hace meses. Si hubiera nacionalizado entonces las minas, las empresas monopolistas y las demás empresas maduras para nacionalizar, habría disipado la grave desconfianza, habría evitado huelgas devastadoras y quitado viento a las velas del bolchevismo». Lo que Ströbel y otros, entretanto, no podían saber era que la desastrosa connivencia de Ebert con las viejas élites del ejército imperial había descartado ir más allá y que cualquiera que lo intentara sería fusilado. El consiguiente odio mutuo de las dos alas del movimiento obrero hizo que la tesis del socialfascismo del KPD tras su bolchevización en 1928 fuera tan posible como que el SPD lo viera como «rojo-pero-en-cierto-modo-marrón». Tras derrotar todavía el putsch de Kapp en 1920, ambas posiciones impidieron que el movimiento obrero pudiera detener la transferencia del poder a Hitler. Ahora se combatían con más dureza entre sí como el enemigo a batir. A partir de 1933 estuvieron en los mismos campos de concentración.


[1] Hoegner fue primer ministro socialdemócrata de Baviera de 1945 a 1946 y de 1954 a 1957.

(Tomado de Rosa Lux)

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